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14 de marzo, el gran totum revolutum

Amadeo Palliser Cifuentes    amadeopalliser@gmail.com

Hoy hace un año de la proclamación del estado de alarma por parte de Pedro Sánchez, momento que cambió nuestro sistema de vida de forma radical, iniciado con un largo y duro confinamiento domiciliario, dominado por una potente invasión ‘informativa’ (más bien, desinformativa), pues fue el ‘monotema’ de todos los programas televisivos y radiofónicos.

Y desde el minuto 0, es decir, unas semanas antes de dicha proclamación, vimos que todo era una lucha de relatos, un totum revolutum, un conjunto de ideas y decisiones sin orden, revueltas, y el resultado fue, y sigue siendo, ‘un lío de relatos que hace imposible la comprensión del problema’ (diccionario RAE).

Obviamente, no es que antes viviéramos en el paraíso, ni muchísimo menos, pues a los catalanes ya nos venían aplicando las normas infernales, de acuerdo con los códigos penal y constitucional del enemigo. Pero vimos, asimismo, que el estado español ‘aprovechó’ la coyuntura para centralizar todo tipo de medidas y, así, de paso, nos dio un nuevo mazazo ‘justificado’ por las ‘medidas excepcionales’, haciendo bueno, de este modo, el refrán popular ‘a río revuelto, ganancia de pescadores’, de los pescadores nacionalistas españoles, claro.

Con la perspectiva que nos da un año, vemos que seguimos en un estado fraude, pues no es capaz, o, al menos, no tiene ningún interés, en ofrecer unas cifras claras y transparentes de los muertos. En Catalunya sí sabemos que los fallecidos ya son 21.000, un 0,3% de la población, una media de 60 muertos diarios (en España siguen dando una cifra notablemente baja, en este momento, de 72.258).

Evidentemente, un año como el que hemos vivido, y seguimos viviendo en todo el mundo, ha tenido y tendrá unas importantes repercusiones sanitarias (repercutiendo en todo tipo de patologías, incluso en las ajenas al propio covid), económicas (crisis en muchas pequeñas y medianas empresas y, especialmente en los trabajadores autónomos), pero también psicológicas, que son a las que me referiré seguidamente, ya que:

·       el aislamiento: con la consiguiente pérdida de las relaciones sociales y hasta repercusiones del espectro autista,

·       las limitaciones de la movilidad: comportando un decremento de aptitudes por la disminución de actividades físicas,

·       las pésimas noticias: que comportaron y comportan una gran ansiedad (de bajo ánimo a depresión), un mayor estrés, un cambio de actitudes, de comportamientos,

·       y, como no, esas mismas consecuencias, debidas a la inestabilidad o precariedad económica, obviamente,

·       etc.

Y todo esto ha generado una sensación de miedo y emociones asociadas, así como de importantes incomodidades (mascarilla, distancia, desinfección, etc.).

Todos sabemos que el riesgo es real, a pesar de que no compartamos ciertas medidas (como la obligatoriedad de las mascarillas en el exterior, si se guardan las distancias); pero muchos hemos tenido fallecidos o infectados en la familia, y eso nos hace ser disciplinados, por respeto al prójimo.

Y, no es menos importante, que tras este año se ha generado una cierta sensación de egoísmo, de pasotismo, de dejadez, de indiferencia respecto a los temas de carácter general, por centrarnos en el día a día de nuestro entorno propio. Y esa desidia incrementa el desconocimiento, autoalimentando el pasotismo. Es el círculo vicioso perfecto, pues favorece el ‘wu wei’ (ser tal, nada especial, no actuar). Y esa indiferencia comporta una desconfianza y desilusión, que tendrá repercusiones, obviamente.

El wu wei, en el conjunto de la filosofía taoísta, tiene un significado positivo (que no es sinónimo a no hacer nada); ahora bien, como consecuencia de la situación pandémica, obviamente, tiene connotaciones netamente negativas.

Por eso, lo importante es intentar superar el estado de desánimo, el trastorno ansioso-depresivo exógeno, detectables por un aumento de la tristeza, trastorno del sueño, fatiga, irritabilidad, hipervigilancia, desesperanza, pesimismo, etc.; y procurar reconectarnos con los intereses e ilusiones pre-pandemia, por muy difícil que nos parezca, especialmente a los mayores, pues, a los que pasamos de los setenta años, la esperanza de vida es menor, lógicamente, pero, haber perdido un año, no nos debería hacer perder (amargar) los que nos puedan quedar. Obviamente, habremos perdido opciones, quizás irrecuperables, como el viajar, por ejemplo; pues dada la edad y las previsiones, difícilmente podremos retomar.

Por eso, sería interesante que aplicásemos el precepto de la mano vacía, que se explica en el siguiente cuento japonés:

El samurai y el pescador

Durante la ocupación Satsuma de Okinawa, un samurai que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje a la provincia de Itoman, donde vivía el pescador, para cobrarlo.

No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del samurai, que era famoso por su mal genio.

El samurái fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo, se iba enfureciendo.

Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista. En su enojo, desenvainó su espada y le gritó: ‘¿Qué tienes que decirme?’

El pescador replicó, ‘antes de que me mate, me gustaría decirle algo. Humildemente, le pido esa posibilidad’. El samurái dijo, ‘¡ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer’.

‘Lo siento’, dijo el pescador. ‘Lo que quería decir era esto: acabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano vacía y la primera cosa que he aprendido es el precepto: ‘si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano’.

El samurai quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: ‘bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero’, y se fue.

Había anochecido, cuando el samurái llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.

Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un samurái.

Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: ‘si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano’.

Volvió a la entrada y dijo en voz alta ‘He vuelto’. Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió junto a la madre del samurai para saludarlo. La madre se había puesto ropas del samurai, para ahuyentar intrusos durante su ausencia.

El año pasó rápidamente y el día de cobro llegó. El samurái hizo nuevamente el largo viaje. El pescador le estaba esperando. Apenas vio al samurái, salió corriendo y le dijo: ‘He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además, los intereses. No sé cómo darle las gracias’.

El samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo: ‘quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado’.

(www.ifks.es)

Es decir, siguiendo el citado precepto de la mano vacía, deberíamos procurar que:

·       si tenemos el pesimismo y desánimo altos, sería preciso efectuar un esfuerzo para activarnos buscando temas de interés, de crecimiento intelectual o físico (los anteriores u otros de nuevos); y

·       si tenemos la mano alzada, y no paramos de actuar y sobreactuar, deberíamos analizar si lo hacemos, precisamente, como mecanismo de defensa, para huir o tapar los déficits realmente necesarios.

Hagamos lo que hagamos, nunca sabremos si la opción elegida ha sido la adecuada, pues no hay universos paralelos que podamos comparar, y lo que hoy nos puede parecer una utopía, dentro de un tiempo, quizás, podamos constatar que era una distopía, como, por ejemplo, las que narraron Aldous Huxley (1894-1963) en ‘Un mundo feliz’, George Orwell (1903-1950), en ‘1984’, etc.

Tal como comenté en un anterior escrito, hoy es el día internacional del número pi (p), por la fecha, en notación mes/día (3/14); pero fórmulas matemáticas y números mágicos, sólo existen en ese ámbito y, en nuestro estado psicológico, nunca encontraremos la solución perfecta, pero si no actuamos para conseguirla, nunca la conseguiremos. Todo maratón se empieza con un primer paso. Y ese primer paso romperá la tela de araña del totum revolutom en la que muchos estamos.