Mucho tiempo ha pasado desde aquellas elecciones de partido único y pueblo ausente, atrás habían quedado experiencias turbias sobre los riesgos del poder plenipotenciario y del autoritarismo con capa color “democracia clientelar”. Sin embargo, los fantasmas de esa historia deslavada hoy reaparecen gracias a la corta memoria social y la apatía ciudadana.
No hay mejor escenario para que la corrupción y la impunidad hagan de las suyas, que aquel en donde la cohesión social se encuentra mermada. El egoísmo ha sido el padre de grandes catástrofes, siempre de la mano del individualismo y el rencor. La Historia (con hache mayúscula) tiene anécdotas de sobra que describen cómo en otros tiempos y con otros nombres, personajes del momento hicieron las mismas cosas que hoy compramos como si fueran novedad.
Los resultados de la división social siempre serán los mismos, todos apuntan al desastre. Con banderas coloridas hoy se incita a la ciudadanía a decidir, ¿verde, rojo, azul, marrón? La disyuntiva se presenta como un tema de vida o muerte, porque de no hacerlo, dicen los paladines de la neo democracia, no se puede continuar. Ubicarse en un bando es una obligación cuasi moral que pone contra la pared a los mexicanos.
Efímeros, inservibles, desechables, fugaces, perecederos, pasajeros, huidizos, breves… Son adjetivos que bien podrían acomodarse para describir campañas y candidatos de cualquier partido, pero la división que queda en las familias y comunidades tras las batallas campales que usan a los ciudadanos como balas de cañón, esa dura más tiempo.
Deconstruir la realidad desde la visión ciudadana supone una forma de sanar el entorno, ¿qué tipo de política quiero para mí?, ¿qué tipo de gobernantes son los que sueño que dirijan el país donde viven mis hijos?, ¿qué tipo de hombres y mujeres deseo ver dirigiéndose a la nación?, ¿en realidad lo que tenemos es lo que hay o, tal vez, es lo que nos permitimos?
El poder ciudadano es un arma de destrucción masiva, así es como suele verse desde las cúpulas de poder. Una mujer o un hombre consciente, comprometido con su comunidad, valiente y de principios, solidario con el prójimo, dador y generador de impulsos colectivos, puede ser tachado de incómodo, revoltoso, problemático, incendiario. Evitar que los adjetivos los pongan “otros” es el primer paso para la emancipación de la comunidad, del trabajo colectivo, de la ciudadanía como bandera de cambio y no solo para fungir de comparsa política.
En la actualidad, en un mundo donde todo está al alcance de las manos, a un solo clic, seguimos enarbolando conceptos extraños, caducos y que en poco o nada, reflejan lo que se vive día con día. Ser ciudadano es una apuesta de futuro, de cambio y transformación. A diferencia de lo que se pretende imponer, el poder ciudadano es un arma de construcción masiva… de paz, desarrollo y prosperidad.