Hoy la ONU ha hecho público el fracaso para alcanzar un tratado de protección global de los océanos. El objetivo era lograr que el 30% de la superficie marina de alta mar, es decir de las aguas internacionales, esté protegida el año 2030.
Según indica María-Antonia Sánchez-Vallejo (Nueva York, 27-08-22), el Pacífico encierra una masa de plástico de mayor tamaño que la superficie de Francia; los océanos aportan casi el 50% del oxígeno que necesita la humanidad, y a cambio recibe plásticos y todo tipo de polución.
Sabemos que el cambio climático amenaza con la subida del nivel del mar, poniendo en peligro la supervivencia de algunos países, sobre todo los que corresponden a pequeñas islas del Pacífico. Pero aún así, no se han puesto de acuerdo para comprometerse al objetivo 30X30, es decir, la protección del 30% el año 2030.
Organizaciones como Greenpeace han denunciado el fracaso de la iniciativa ‘por la codicia de los países de la coalición (High Ambition Coalition) y de otros como Canadá y los EUA’, ‘grandes intereses económicos en juego han torpedeado el acuerdo final, las industrias farmacéuticas y químicas priorizan el descubrimiento y explotación de los recursos genéticos marinos, especies marinas, algunas descubiertas y otras no, que proporcionarán genes patentables en el futuro, para nuevos fármacos o cosméticos’ (El País, 27 agosto 2022)
Este es un simple ejemplo más, que demuestra que los intereses de las grandes empresas siempre prevalecen sobre todo y, claro, nunca son altruistas.
En un mundo utópico, la función y responsabilidad de los políticos es la de controlar y ‘frenar’ esas ambiciones desmedidas. Pero, la realidad nos muestra que estamos muy lejos del mundo idílico, más bien estamos en las antípodas, pues los políticos, todos, tienen una visión cortoplacista enfocada a preservar o mejorar sus propios intereses partidistas; es decir, metafóricamente, son terraplanistas, pues son y están muy limitados.
Otros ejemplos de esos intereses cortoplacistas los tenemos muy cerca, como:
- dificultar la circulación de los coches, sin haber potenciado y mejorado, previamente, el transporte colectivo.
- no haber previsto, desde hace décadas, la potenciación de las energías ecológicas: solar, eólica, etc.; y darse cuenta, ahora, del gran error de haber concentrado la dependencia del gas ruso.
- etc.
Y todo ello no se debe a la exclusiva incompetencia de los políticos, si no a su supeditación a los grandes consorcios, teóricamente, con el ‘argumento’ de salvar, puntualmente, puestos de trabajo, sin mayores vistas de conjunto.
Me parece evidente que el sistema capitalista funciona a la perfección en el gran magma político existente, debido, fundamentalmente, por la escasa democracia, pues:
- Que el ‘paradigma’ de la democracia, sea la ONU, cuando el principal órgano, el Consejo de Seguridad, está formado por 15 países, de los cuáles, cinco son permanente con poder de veto (China, Francia, Rusia, Reino Unido y los EUA)
- Que la Asamblea General esté formada por los 193 países miembros, todos ellos con igualdad de voto, cada país un voto; prescindiendo de la población de cada uno de ellos, así, por ejemplo, Andorra (79.535 habitantes), las Islas Marshall (59.618 hab.), etc., tienen el mismo peso relativo que México (130.262.220 hab.), Rusia (145.558.000 hab.), etc., no deja de ser un claro ejemplo de nula democracia, como dice Vicent Partal (Vilaweb) en su 27 lección de geopolítica (27/08/22), dedicada, precisamente al ‘Pacífico, un océano grande de países pequeños), ya que, como dice el autor, eso deriva a que los grandes países, acaben ‘comprando’ los votos de los pequeños, a cambio de ‘los espejos y baratijas’, como hicieron los colonizadores de América.
- En España, como en otros países, la representación política también está muy alejada del ‘un hombre un voto igualitario’, ya que, en las últimas elecciones, un escaño en Madrid capital, precisó 96.175 votos, mientras que, en Teruel, precisaron 24.765, etc.
- En Catalunya, en Barcelona, un escaño precisó, de media, 49.358 votos, y en Lleida 21.019.
Obviamente, se ha de regular la representatividad de las zonas más deshabitadas, pero toda corrección, ya sea mediante el método d’Hondt, o cualquier otro, lo que hace es alejar la democracia, por lo que deja de ser un espejo de la realidad.
Sabemos que ningún sistema electoral respeta fielmente al ciudadano; ya que incluso los que contemplan segundas vueltas, comportan serios problemas al respecto.
Y eso es grave, pero más grave es que la desidia, incompetencia, obediencia a intereses partidistas, impida que Catalunya sea la única comunidad autonómica española que no tiene una ley electoral propia y, consecuentemente, deba regirse por la ley española y por la junta electoral central. Y eso es una vergüenza.
Ahora están finalizando las vacaciones estivales, y en setiembre empezará un nuevo curso legislativo, pero ni por asomo está acordar una ley electoral, pues todos los diputados están ‘ocupados’ con grandes-pequeñas batallas partidistas, continuando con la penosa destitución de la presidenta Borràs.
Y claro, en su momento, cuando toquen las nuevas elecciones, todo serán quejas, llanto y crujir de dientes, por el abusivo control de la junta electoral central (que, como sabemos, fue la causante de la destitución del president de la Generalitat, Quim Torra (setiembre 2020).
El reino de España, por su parte, tampoco está por la labor de democratizarse, ya que sigue sin adecuar la constitución, en la que prevalece la descendencia masculina del monarca (siguiendo la ley agnaticia; prima hermana suavizada de la ley sálica, que prohibía el reinado de las mujeres) Asimismo, sigue manteniendo todas las trabas administrativas para dificultar el voto de los ciudadanos en el extranjero. Es decir, la democracia brilla por su ausencia.
Sabemos, por lo tanto, que todas las democracias son incompletas, pues incluso en democracias avanzadas, como la finlandesa, estos días los medios de comunicación y determinados partidos políticos están criticando, sin piedad, a la primera ministra, Sanna Marin, por la publicación de unos vídeos realizados en sus horas libres; incluso se debió someter a un control de drogas, que salió negativo, como ella había afirmado previamente. Pero, es igual, una buena gestión de un difícil gobierno de coalición que solventó con excelencia la crisis del Covid, y ahora la invasión rusa de Ucrania, es lo de menos, para algunos.
El filósofo Immanuel Kant (1724-1804), en el pasaje ‘Una idea para una historia universal en clave cosmopolita’, aseguro:
‘Tal como los árboles en un bosque, dado que cada uno intenta quitarle al otro el aire y el sol, obligándose mutuamente a buscar ambos por encima de sí, logran un hermoso crecimiento, en lugar de atrofiarse al extender sus ramas caprichosamente cuando están aislados, de modo semejante toda la cultura humana y su orden social son frutos de la insociabilidad’.
Es decir, que nuestra ‘insociable sociabilidad’ consigue hacernos desplegar nuestras disposiciones naturales. El antagonismo con los otros, que nos hace rivalizar, provoca el desarrollo de tales disposiciones. En definitiva, es la ‘mano invisible’ del economista Adam Smith (1723-1790), que dice: ‘Al seguir las miras de su propio interés, el individuo viene a promover los intereses de la comunidad con mucha más eficacia que cuando pretende fomentarlo expresamente’.
Tanto Kant como Smith comparten diagnóstico: ‘estamos programados para ir a lo nuestro, pero precisamos convivir con los demás dada nuestra interdependencia, por lo que se trata de rentabilizar lo mejor posible nuestras inclinaciones egoístas, para que reviertan en un mutuo beneficio colectivo al hacerlas compatibles’. Y esa es la base del sistema liberal y del liberalismo. (…) El darwinismo social no contempla a los ‘perdedores’, ya que no se trata de jugar, si no de ganar más que los otros, caiga quien caiga, ese es su cortoplacismo’ (Roberto R. Aramayo, The conversation, 13 de diciembre 2020)
En ese mismo artículo, titulado ‘Ultraneoliberalismo y liberalismo desde La fábula de las abejas’, explica la fábula en cuestión, del filósofo Bernard Mandeville (1670-1733), que he omitido, ya que este escrito ya está siendo bastante largo, y queda clara la explicación con la citada metáfora de Kant.
Atendiendo a cuanto he expuesto, me parece que se entiende la actual desmotivación de la ciudadanía, que vemos que ni nuestro voto (que debería ser lo más sagrado) sirve apenas para nada, salvo para mantener el actual sistema, el statu quo, que detestamos.
No podemos ser utópicos, debemos ser pragmáticos y conscientes, moral y éticamente, con nuestro entorno. Y para ello, lo que podemos y debemos hacer es exigir cuentas a nuestros políticos, exigirles que cumplan con sus promesas; y, en caso de que no se atengan, o su actuación no sea acorde con su programa electoral, no volverles a votar. Que no crean que tienen el voto ‘secuestrado’, y que les seguiremos votando hagan lo que hagan.