‘Ser o no ser, esa es la cuestión’ (to be, or not to be, thast is the question), así empieza el soliloquio de Hamlet, príncipe de Dinamarca, en la novela de ese mismo nombre, escrita en 1603 por William Shakespeare (1564-1616)
Esta idea refleja el conflicto entre la concepción de la vida y la muerte, pero, también, la tensión entre la voluntad y la realidad. Y, en concreto, la tensión entre ser o no ser independentista, o entre ser feminista o no.
Efectivamente, siempre hay grados, no todo es blanco y negro. Así, se puede seguir siendo independentista, con unos objetivos a mil años luz. Igualmente, se puede ser feminista, centrándose en el trato igualitario entre géneros, a pesar de que se sigan aceptando, inconscientemente, ciertos estereotipos machistas.
Todo es cuestión de sensibilidades y pragmatismos; de programas y de ‘tempos’; en definitiva, de la voluntad, de la necesidad, del aquí y ahora, de afrontar nuestra responsabilidad, sin pasarla a las futuras generaciones.
La siguiente frase pronunciada por el personaje Hamlet, es: ‘¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?’.
Expresando, claramente, las dudas sobre la conveniencia de acomodarse a las costumbres y rutinas, es decir, a lo fácil, prestándose a dialogar y tragar todos los sapos que se presenten (espionaje, presupuestos, crímenes de estado, monarquía corrupta, etc.) o, presentar resistencia y buscar la confrontación.
El autor siguió escribiendo: ‘Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?’.
Es decir, considerarse independentistas muertos o dormidos (con pesadillas), o mantener el sueño que nos mantiene las aflicciones y dolores; un sueño que es nuestro patrimonio desde hace más de trescientos años.
Realmente, lo más cómodo es considerarse muerto. Es la estrategia militar del camuflaje, así como de determinados animales (camaleones, pulpos, etc.) y plantas, que se mimetizan con el paisaje, para facilitar su supervivencia y evitar ser devorados por sus depredadores.
A mi modo de ver, esta estrategia del mimetismo con el estado central, que siguen ERC y muchos políticos que han pospuesto sine die la independencia, con el argumento del pragmatismo, de lo que interesa realmente a la gente, no es más que su estrategia de camuflaje y, a la vez, su coraza protectora ante las amenazas y por sus miedos, muy humanos, por cierto.
Respecto al lenguaje, como reflejo del pensamiento, o, como postuló el psicólogo Lev Semiònovitx Vigotski (1896-1934), en su obra cumbre ‘Pensament i Llenguatge’ (Eumo editorial, Capellades, 1988), el pensamiento y el lenguaje son cualidades desarrolladas de forma independiente y simultáneas. Mientras que otras corrientes consideran que el pensamiento determina el lenguaje, a su vez que el lenguaje enriquece el pensamiento.
Contrariamente, el psicólogo Jean Piaget (1896-1980) consideró que el lenguaje no transforma el pensamiento, sino en la medida que éste se encuentra funcionalmente dispuesto a transformarse.
En ese sentido, no mencionar el término ‘independencia’, que tanto Junqueras, como Aragonès y, obviamente, todos sus ‘subordinados’, siguen en sus discursos, forzosamente, modifica su pensamiento; o, su modificación hace desterrar ese término del lenguaje.
Centrándonos en el aspecto del lenguaje inclusivo en cuanto al género, Naciones Unidas publicó unas orientaciones, que figuran en su web.
A mi, particularmente, algunos ejemplos no me parecen adecuados, pues substituir el término ‘ciudadanos’, para evitar decir ‘ciudadanos y ciudadanas’, por el término ‘personas’, me parece un claro empobrecimiento del lenguaje, ya que la palabra ciudadanos, etimológicamente, proviene del latín ‘civitas’, que significa ciudad; y, por lo tanto, la ciudadanía define la condición que se otorga al que pertenece a una comunidad organizada.
Y repetir ciudadanos y ciudadanos, barceloneses y barcelonesas, etc., me parece una forma farragosa, para hablar y para escribir.
Igualmente, me parece ridículo hablar siempre en femenino. O poner el símbolo @, como inclusivo: ‘ciudadan@’.
El filósofo y semiótico Charles William Morris (1901-1979), como buen pragmático, consideró que ‘todo pensamiento es signo’, y estudió la relación concreta de los signos con los hechos reales; diferenciando entre el ‘vehículo sígnico’ (manifestación material del signo, lo que actúa como signo), el ‘designatum’ (lo designado por dicho vehículo sígnico, aquello a lo que alude) y el ‘interpretante’ (la conducta observable que desencadena en el receptor, el efecto que produce en determinado intérprete). Sin entrar en el ‘denotatum’ (aquellos designatum sin referente real)
En ese sentido, ‘la pragmática toma el lenguaje tal y como se manifiesta, es decir, inmerso en una situación comunicativa concreta’ (M. Victoria Escandell Vidal, ‘Introducción a la pragmática’, edit. Ariel, Barcelona, 1996)
Pues bien, por poner un ejemplo que se planteó ayer en la asamblea de nuestro colectivo de la Meridiana, efectivamente, poner una canción de un rapero que se refiere a ‘la puta España’, y centrándonos en el término ‘puta’, como muestra de machismo, requiere, a mi modo de ver, considerar el tercer aspecto de Morris, es decir, el efecto que se produce en el interprete, que siempre se ha de tener en consideración. Pues además de ser feministas en la expresión de igualitarios, debemos parecerlo.
Pero, obviamente, si se refiriera al ‘puto estado’, el término no levantaría ninguna crítica.
Por eso, a mi modo de ver, debemos tener una idea amplia, pragmática, viendo el contexto.
Este mediodía, al comentar la discusión de ayer, un amigo y excompañero de trabajo, me ha recordado un antiguo chiste: ‘Un joven se encuentra con una amiga, y piensa decirle para quedar el próximo domingo, pero decirle querría verla los domingos, le parecía machista, y le dijo: quiero verte las domingas’. Evidentemente, este mal chiste es extremo, pero refleja bien, a mi modo de ver, que no debemos llevar las cosas al extremo, debemos ser pragmáticos, lingüísticamente hablando.
Efectivamente, debemos procurar tener un lenguaje no sexista, de género neutro e inclusivo. Debemos cuidar y atender de forma especial las diferencias de sexo, género, orientación sexual, religión, raza, etc. Debemos evitar el abuso de los masculinos genéricos, y, en la medida que sea posible, utilizar expresiones neutras o no binarias. Pero sin rizar el rizo.
Y sin caer en el otro extremo, como la primera ministra italiana Giorgia Meloni, que quiere que le llamen ‘primer ministro’, en lugar de ‘primera ministra’; pues eso ya es casi patológico o de propia incultura.
Otra cosa es, obviamente, que a mi también me disguste insultar a nadie ni a nada. Si no queremos que nos insulten, no debemos rebajarnos. Pero ese es otro nivel de análisis.
Todos sabemos las diferencias entre ser, existir, estar, aparentar y parecer. Y sabemos que el aparentar está ligado al ser (aparentar, representar, es hacer creer algo, o un sentimiento; que no es verdad), mientras que el parecer va ligado al existir (la impresión, va determinada al aspecto). Es la clásica polémica entre ‘ser vs parecer’ y ‘tener vs aparentar’.
Pero, si queremos ser independentistas y feministas, debemos serlo, no aparentarlo. Debemos serlo y parecerlo. No hay más.