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La diplomacia mexicana en tiempos de López Obrador

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Hacer diplomacia con un presidente que abiertamente ha mostrado su desinterés por la política internacional —“la mejor política exterior es la interior”, repite Andrés Manuel López Obrador— y que habla a diario ante la prensa sin ningún tipo de filtro, no es tarea sencilla.

La crisis entre México y Perú, donde el mandatario mexicano ha ido mucho más allá que el resto de países que se consideran parte de la izquierda latinoamericana, es el último ejemplo.

“Se ha salido del guion regional y está actuando por su cuenta”, afirmó Rafael Elías Rojas, profesor del Centro de Estudios Históricos del universitario Colegio de México.

El problema, agrega Jorge Guajardo, un ex diplomático mexicano de un partido opositor, es que el tono de las conferencias presidenciales matutinas — marcado por la falta de seriedad, bromas y las arremetidas a sus críticos— ha “contaminado” la política exterior frente a un cuerpo diplomático considerado internacionalmente “muy profesional

De ahí que, en ocasiones, diplomáticos o la propia cancillería hayan hecho malabares dialécticos para matizar algunos comentarios del mandatario sin desacreditarlo.

Esta semana, Perú expulsó al embajador mexicano en Lima, Pablo Monroy, por los comentarios de López Obrador en los que acusó al congreso peruano de un “golpe blando” contra Pedro Castillo —quien intentó disolver el Parlamento—, criticó que se pusieran “muy respetuosos de la legalidad” y arremetió contra el nuevo gobierno de Dina Boluarte como represor ante las protestas, palabras que Lima consideró intromisión en asuntos internos.

Pese a la llamada de atención diplomática, el presidente mantuvo el tono de los comentarios pero la Secretaría de Relaciones Exteriores optó por no romper relaciones, según dijo el propio mandatario.

El viernes, con Monroy ya en México y presente en la conferencia matutina, el presidente subrayó que era “un timbre de orgullo que se declare a nuestro embajador persona non grata por estar cumpliendo la misión de salvar vidas y de hacer valer… lo mejor de nuestra política exterior …. el derecho de asilo”.

Desde el siglo pasado, México se ha caracterizado por una acción exterior marcada por la no intervención y la no injerencia en asuntos internos de otros países, una postura que evitaba el escrutinio externo a su política nacional y que permitió al país relacionarse tanto con Estados Unidos como con la Unión Soviética, Cuba o China, al tiempo que defendía la autodeterminación de los pueblos y la soberanía en America Latina.

La indudable tradición de asilo hizo que buscaran refugio en México quienes huían de guerras civiles, conflictos armados o dictaduras militares y las rupturas diplomáticas fueron escasas — con la Alemania del Tercer Reich, con la España franquista, tras la victoria de la Revolución Sandinista en Nicaragua o con el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile— porque generalmente se imponía la llamada “doctrina Estada” (1930) que elude el trámite del “reconocimiento” de los gobiernos. Eso no impidió épocas de cierto “congelamiento” con algunos países.

López Obrador ha apelado a este principio para no pronunciarse sobre la nueva dirigente peruana pero, sobre todo, insiste en que defenderá el asilo y la “no intervención” aunque este último concepto siempre es subjetivo.

Monroy insistió en viernes en que actuó con apego a la legislación mexicana, la peruana y el derecho internacional, apostando por el diálogo y manifestando “preocupaciones legítimas” de forma respetuosa porque, según indicó, hay dudas sobre si se siguieron las normas al detener a Castillo, que tenía fuero presidencial.

La esposa de Castillo, Lilia Paredes, que está siendo investigada en su país por temas de corrupción, y sus dos hijos menores están desde el miércoles en México, con un asilo político de “efectos amplios”, dijo Monroy, lo que podría blindarla ante eventuales procesamientos en su país.

Desde el inicio de la administración, en diciembre de 2018, México ha intentado tener liderazgo latinoamericano y, a la vez, fortalecer su relación estratégica —y no exenta de tensiones— con su vecino del norte.

El resultado, en palabras de Rafael Elías Rojas, es una política exterior “enmarcada en dos extremos”: puro pragmatismo con Estados Unidos y Canadá, y una relación con América Latina basada en “simpatías ideológicas” que, paradójicamente, conlleva mayor activismo en ciertos países andinos y más “condescendencia y pasividad” en lugares como Nicaragua o El Salvador “donde el autoritarismo avanza por diversas vías”.

Según el historiador, esto se debe a que López Obrador ha querido tomar el testigo de un liderazgo que antes tenían los países bolivarianos precisamente para contrarrestar su impulso a la integración norteamericana.

De hecho, su discurso hacia Estados Unidos, aunque siempre reitere las buenas relaciones, es ideológícamente mucho más combativo con el actual presidente Joe Biden que con su predecesor, Donald Trump, aunque el republicano fue durísimo en su declaraciones peyorativas hacia los mexicanos.

La actual tensión con Perú, donde López Obrador acusa a Estados Unidos de injerencia, es el último ejemplo después de eludir condenar graves violaciones a los derechos humanos del gobierno venezolano de Nicolás Maduro o del nicaragüense Daniel Ortega; o de hacer que Cuba fuera la invitada de honor de la independencia mexicana justo después de unas fuertes protestas que acabaron con casi 400 personas sentenciadas hasta con 25 años de cárcel.

Además, López Obrador fue reacio a condenar la invasión rusa de Ucrania frente a una cancillería que sí fue más contundente, ha reiterado su ofrecimiento de asilo a Julian Assange —el fundador de Wikileaks acusado de espionaje por Estados Unidos— u optó por boicotear la cumbre hemisférica celebrada este año en Los Angeles porque Biden no invitó a Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Con España, López Obrador también marcó un ritmo de relaciones diferentes al resto de la región al meter las relaciones en “pausa”, un concepto no diplomático, porque Madrid se negó a pedir perdón por la Conquista. Sin embargo, se mantienen fuertes relaciones económicas, históricas y culturales.

En Perú, México se unió a Argentina, Colombia y Bolivia en un comunicado de apoyo a Castillo, pero el líder mexicano fue su más encendido defensor, comparó su ofrecimiento de asilo al que dio a Evo Morales —aunque el boliviano no intentó disolver el Parlamento— y se distanció de las posturas de otros aliados como el presidente electo de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva o el chileno Gabriel Boric.

Ciertas apuestas de México en favor de mayores políticas de desarrollo, por ejemplo, para contener la migración, han sido bien recibidas en diversos sectores pero el exdiplomático Guajardo asegura que el liderazgo que dice tener el gobierno no se traduce en apoyos concretos. Menciona lo que pasó en la elección del nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, donde la candidatura mexicana fue ampliamente derrotada por el aspirante de Brasil, un país “cuyo presidente ya va de salida”.

López Obrador, sin embargo, no desiste. El jueves dijo que en su encuentro con Biden le pedirá que el libre comercio norteamericano se abra a toda América, un programa a los pobres de la región y que no haya más “injerencismo” porque aunque Estados Unidos habla de libertad y democracia “hacen lo opuesto”.

Desde Washington, silencio. Rojas insiste en que por pragmatismo. Guajardo cree que por paciencia porque las relaciones de dependencia entre los dos vecinos son demasiado grandes. “No quieren distraerse con los disparates del presidente México y lo ignoran”