Todos sabemos que frecuentemente abundan los sueños y las aspiraciones incumplidas; realmente, el único sueño que se cumple es el ‘sueño eterno’, por lo demás, todo son meras componendas para ir tirando e ir ‘viviendo’ la realidad, más o menos cruda.
Igual que pasa con la música, en la que nuestras preferencias acústicas dependen de nuestra historia, de la exposición a determinados patrones y estilos musicales, más que a las proporciones matemáticas de los acordes en sí; y, asimismo, por eso, también nos gustan más las canciones de nuestra juventud, pues las emociones siempre están ancladas en la memoria. Así, el cerebro reacciona mediante respuestas químicas, liberando dopamina, serotonina, oxitocina, etc., en función de la predictibilidad de los acordes.
En esa línea, las expectativas ante hechos futuros, cuando se realizan y concretan, nos agradan o desagradan, si se acercan a esos patrones preconcebidos.
Pero, la realidad, habitualmente, no es una respuesta de blancos y negros, ya que la complejidad aporta multiplicidad de matices, de claroscuros, de grises.
Y en esas estamos con la sentencia del TJUE, que nos ha dado una respuesta de paños calientes, que todos interpretan a su gusto y manera; igual que pasa después de las elecciones, que todos los partidos dicen que han ganado, pues siempre hay referentes que ‘ayudan’ a relativizar cualquier interpretación.
Esta mañana hemos visto las portadas de los diarios digitales españolistas, celebrando la sentencia, ya que el TJUE ha reconocido que no había causa respecto al tribunal predeterminado, así que entienden que el tribunal supremo era ‘válido’ para efectuar el juicio. Y la Moncloa, mediante su portavoz, la ministra Isabel Rodríguez, ha dicho que la sentencia ‘facilitará que Puigdemont rinda cuentas con la justicia española’, pues el juez instructor Pablo Llarena, puede repetir las euroórdenes, las veces que quiera. Efectivamente, la sentencia reconoce que los tribunales belgas no podían cuestionarse la corrección de base de un estado miembro, ya que, por ser, precisamente, un miembro de la UE, reconoció, en su momento, la carta de derechos humanos.
Pero, obviamente, la sentencia dice que las euroórdenes han de ser proporcionadas y justificadas. Y la misma sentencia introduce, como motivo de denegación, la constatación de una deficiencia del sistema judicial del estado que reclama un individuo, si éste está claramente identificado en un grupo perseguido. Y eso es una importante novedad, pues el párrafo 100 de la sentencia, reconoce, asimismo que ‘no se puede considerar un tribunal establecido por la ley, un tribunal supremo nacional que resuelva en primera y última instancia sobre un tema penal sin disponer de una base legal expresa que le confiera competencia para enjuiciar la totalidad de los encausados’.
Es importante, efectivamente, la novedad respecto a la consideración del ‘grupo de personas objetivamente identificable’, aspecto que será preciso matizar, para concretar si realmente los independentistas encajan en esa premisa; aspecto que Gonzalo Boye, abogado defensor, reconoce claramente como un seguro ante futuras euroórdenes, pues queda claro que ‘no es aceptable la persecución de un movimiento ideológico’, y eso es un motivo para la denegación de futuras euroórdenes.
Efectivamente, la sentencia deberá ser leída íntegramente, y analizada por los especialistas, como se requiere, pero está claro, en primera instancia, que la modificación del código penal, ‘pactada con ERC’, ha suavizado y ‘facilitado’ que la sentencia fuera menos dura con el estado español.
De todos modos, la introducción del concepto de los ‘grupos de personas objetivamente identificable’, salvo posteriores matizaciones, en principio, es una cobertura contra la persecución sistemática del estado.
Históricamente, las minorías reconocidas como grupos identificables eran los referidos a minorías raciales, sexuales, religiosos, etc.; por lo que será preciso que el propio TJUE matice su asimilación a los independentistas catalanes.
De todos modos, los hechos ya juzgados en Bélgica, Alemania, etc., no pueden ser nuevamente juzgados, ni modificados, pues los hechos son los que fueron, y las futuras euroórdenes, por más matizadas y proporcionadas que sean, no podrán incorporar nuevas interpretaciones de los hechos en sí.
Por eso, desentona totalmente la alegría del ejecutivo, y las simplonas interpretaciones que han hecho de bote pronto.
También desentona, obviamente, la nueva afrenta que comporta la visita del rey y toda la cúpula judicial, esta tarde en Barcelona, para la entrega de los despachos de los nuevos jueces. Quizás querían celebrar ya su victoria. Pero, como hemos visto, la justicia europea ha sido hermética, y no se ha filtrado nada con anterioridad a la lectura de la sentencia (y eso siendo 15 jueces, de 15 países diferentes, con sus respectivos traductores, y funcionarios; y eso muestra la seriedad de ese tribunal, no como en los españoles, que siempre filtran sus conclusiones a los medios afines)
Pero todos sabemos, desgraciadamente, la invectiva y la creatividad de la cúpula judicial española, que vieron violencia, en la mirada de los que defendíamos los colegios electorales y, por el contrario, no vieron la violencia policial, reprimiendo a nuestro colectivo. Así, no nos extrañará nada que la injusticia española siga encastillada en su mentalidad franquista, por lo que seguirán en sus trece, erre que erre. Así que seguirán empecinados en la persecución, prevaricando, pues destinarán recursos para conseguir sus fines, ajenos a la justicia objetiva.
Así, todo se eternizará. Y todos sabemos que la justicia, si es lenta y tardía en sus resoluciones, no es justicia, ya que difícilmente se puede restablecer el mal causado.
Por eso me parece interesante la siguiente fábula:
‘En aquel tiempo dos abogados se disputaban la clientela del reino. Lebrato era ágil, vivaz. En un minuto podía volver del revés un pleito, como un calcetín. Tortuga se echaba a la espalda los autos y los analizaba concienzudamente. Sus parsimoniosos alegatos terminaban por calar en la mente de los jueces, cual lluvia pertinaz.
Quiso el destino que ambos se enfrentaran en el mismo proceso. La gente cruzaba sus apuestas: ‘triunfará Lebrato, pues probará los indicios en un santiamén’, aventuraban unos; ‘las sentencias cocínanse a fuego lento, el letrado Tortuga convencerá, pasito a pasito al tribunal’, decían otros.
Cuentan las crónicas que aquél dominó varias sesiones sin cobrar clara ventaja. ¿Quién ganó entonces?
Tras recesos, suspensiones, vacaciones judiciales, prórrogas, nulidades y anulabilidades, los dos abogados, ancianos, agotados, pasaron a mejor vida. Sus tataranietos prosiguieron el duelo. Aún nadie ha dicho ‘visto para sentencia’.
(https:// microrelatos.abogacia.es)
Y, por la complejidad en sí misma de la sentencia, salvo posteriores análisis de los expertos, me parece interesante, asimismo, el siguiente texto:
‘Según el escritor latino Aulo Gelio, el sofista Protágoras de Abdera (490 a.C.-411 a.C.) admitió como alumno de oratoria forense a un tal Evatlo, un estudiante pobre, con la condición de que le pagaría la mitad del dinero al acceder a las clases y la otra mitad cuando acabase sus estudios y ganara ‘tras defender y ganar algún pleito’
Cuando finalizó sus estudios, Evatlo se dedicó a la venta de mercaderías con lo que no celebraba ningún pleito y así evitaba pagar al profesor.
Protágoras, cansado de esperar, demandó a Evatlo, y éste contestó del siguiente modo:
‘Si ganas este pleito, yo no habré ganado ningún caso, por lo que, según lo pactado, no tendré que pagarte; pero si el pleito lo gano yo, entonces, en cumplimiento de la sentencia, tampoco tendré que pagarte’.
A lo que Protágoras replicó:
‘Ni hablar. Si yo gano el pleito, tendrás que pagarme en cumplimiento de la sentencia; pero si el litigio lo ganas tú, ya habrá ganado tu primer caso y entonces, según el acuerdo, tendrás igualmente que pagarme’.
Vemos que todo es complejo e interpretable, pero la justicia debería ser clara y objetiva, como el ejemplo de la obra de William Shakespeare (1564 – 1616), ‘El mercader de Venecia’ (1595 – 1596), en la que el avaricioso acreedor, el judío Shylock, reclamó en el juicio una libra de carne del deudor, prometida como garantía de pago. La juez le dio la razón, pero advirtiéndole que solo podía cobrarse la libra de carne, pero si se llevaba una gota de sangre, sería castigado, ya que ‘en el contrato no se hablaba de sangre y sí, sólo, de una libra de carne’, por eso la sentencia determinó ‘puedes tomar lo que el contrato te garantiza, quita a tu víctima una libra de carne; pero ten bien entendido que si al cortarla derramares una sola gota de sangre cristiana, tus bienes, todos, serán confiscados a favor del estado, según ordena la ley de Venecia’.
Y en estas estamos, que el estado español, como el avaricioso judío de la citada obra, pretende cobrarse su deuda, encarcelar a Carles Puigdemont y a sus compañeros exiliados, y quitarles la libra de carne que reclaman, es decir, quitarles la libra de libertad, manteniéndolos en prisión como muestra de su gran y glorioso triunfo.
Pero el TJUE, como la justicia de Venecia, según la obra, ha afinado notablemente el establecimiento de las euroórdenes, así que si Pablo Llarena, el juez instructor, se decide a cursar una de nueva, realmente tendrá difícil que consiga su ‘venganza’, personal e institucional.
Pero, tiempo al tiempo, pues ahora faltará la sentencia sobre la inmunidad de los eurodiputados, que dictará, dentro de unos meses, el tribunal general de la UE (TGUE), que es diferente al tribunal de justicia de la UE (TJUE).
Pero, de entrada, los independentistas catalanes hoy hemos tenido una inyección de moral, que, como vemos, intentarán ‘tapar’ en los medios de comunicación institucionales, mediante la presentación de la mencionada visita del Borbón a Barcelona, el incremento del salario mínimo que ha anunciado hoy Pedro Sánchez y, quizás, también, la aprobación de los presupuestos de la Generalitat. Todo vale para contraprogramar los telediarios y la cobertura en todos los medios.
Pero nosotros no nos dejaremos engañar.