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El franquista reino de España

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

En mi escrito de ayer, sobre una miscelánea de temas ‘anómalos’ en una democracia occidental, apunté que hoy haría referencia al símbolo por excelencia de todo país, la bandera. Y para esto, comenté que me basaría en la editorial del maestro Vicent Partal del 15 de marzo, en su diario Vilaweb, pues me pareció genial, como siempre; un excelente recordatorio, por eso seguidamente transcribo un extracto:

‘La aceptación de la ‘rojigualda’ como señal de sumisión:

(…) España es uno de los pocos países del mundo que no tiene una bandera nacional clara e indiscutida. La actual bandera oficial, de hecho, es la de los generales insurrectos del 1936. Si leéis la constitución del 1978 veréis que se habla de una bandera sin escudo -esto de poner el escudo es una invención posterior- y que es exactamente la misma, con las mismas dimensiones y proporciones, que dibujó el general Miguel Cabanellas Ferrer el 29 de agosto de 1936.

Antes, la bandera nacional española había sido la bandera con tres bandas iguales, roja, amarilla y morada, institucionalizada por la República, que había substituido de manera muy efectiva las enseñas bicolores previas.

Un detalle importante, a menudo muy olvidado, para entender qué significa la bandera bicolor es que el golpe de estado comenzó con los franquistas enarbolando la bandera tricolor de la República, porque en aquel momento nadie discutía que la tricolor era la bandera nacional de España. Fue un mes después de haber empezado la insurrección que algunos generales rebelados decidieron cambiar la bandera, y lo hicieron, significativamente, no porque considerasen la bandera tricolor republicana extraña a su nación -un discurso que acabaron asumiendo con el paso de los años, pero que no es cierto-, sino estrictamente por la voluntad que enarbolar la bandera bicolor sea visto como un gesto de humillación, de capitulación, como una señal de sumisión a su proyecto. El general Cabanellas dejó esto bien claro: imponer la bicolor era imponerse sobre la democracia, sobre la ciudadanía y sobre las aspiraciones de la gente.

Curiosamente, o no, durante la transición postfranquista, la asunción de la bandera bicolor fue, otra vez, el símbolo más preclaro de la sumisión. Es suficientemente conocido el acto en que Santiago Carrillo, el 17 de abril de 1977, se presentó delante del comité central para anunciar que los comunistas reconocían la bandera del general Cabanellas, la pusieron en la sala de reuniones y la hicieron ondear en todos los actos públicos.

Observad, pero, dos detalles reveladores, más allá de las caras de disgusto de los asistentes. Primero, que la bandera no lleva ningún escudo, por las razones que he explicado antes. Y segundo, que Carrillo no hijo nunca ‘bandera nacional’ sino ‘la bandera con los colores oficiales del estado’. El paso era muy duro, la traición a los ideales era excesivo y, seguramente, el viejo dirigente del PCE miró de suavizar emocionalmente el cambio, negando a aquella enseña el carácter nacional. Hoy, nadie de su partido ni de su espacio político recuerda esto, y todavía menos lo tiene en cuenta, pero, por suerte, quedó registrado.

(…) (Partal, seguidamente, hace referencia a la presencia de la bandera española, y de los embajadores, escoltando, en todo momento a Pere Aragonès en su viaje a Sudamérica; con el show de la mini senyera catalana en Colombia)

El govern (de la Generalitat) ha decidido aceptar las condiciones impuestas por España para permitirle hacer viajes al extranjero. Condiciones que, desde Artur Mas ningún presidente catalán no había aceptado -porque implican ir a los lugares del brazo del embajador español, como cualquier otra autonomía, y aceptar la presencia de su bandera.

Pero, más todavía -y esta segunda referencia me hace pensar abiertamente en el gesto de Santiago Carrillo-, se ve que ya la pone en los actos que organiza en Barcelona. Como ahora la jornada ‘Construyendo con Europa la Catalunya del futuro’, organizada por el Departamento de Economía y Hacienda y donde la bandera del general Cabanellas figuraba en el lugar de honor y preeminencia.

Hay gente que opina que todo esto de ahora tiene un gran paralelismo con la situación de final de los años setenta. Que es una segunda transición, en la que los políticos abandonan las reivindicaciones que habían mantenido históricamente para acomodarse a las nuevas autoridades.

La anécdota de la bandera parece ratificarlo, pero hay dos diferencias muy grandes entre aquellos tiempos y este. La primera, muy importante, es que, en aquel momento, y a pesar de todo, la pseudodemocracia era un proyecto mejor que el franquismo y, en cambio, ahora la autonomía no es un proyecto mejor que la independencia. Y la segunda es que ahora hay un movimiento popular muy fuerte y experimentado, muy bien organizado, que hace muy difícil pensar que esta sumisión política pueda tener ningún futuro’.

(Vicent Partal, Vilaweb, 15 de marzo del 2023)

Me parece que es preciso señalar diferentes aspectos:

La bandera ‘rojigualda’ nació bajo el reinado de Carlos III el 28 de mayo de 1785, aunque no fue impuesta como bandera nacional hasta 1843, cuando Isabel II era la reina; con el objetivo claro de diferenciar las enseñas de los buques de guerra.

Desde entonces, esa fue la bandera española, con la excepción de los años de la Segunda República (1931 – 1939)

El escudo que se incluye en la bandera actual, según la ley 39/1981.

Respecto al capitán general Miguel Cabanellas Ferrer (Cartagena, 1872 – Málaga, 1938), organizador del golpe de estado del 1936, es interesante señalar que:

‘El 21 de setiembre de 1936 se hizo en Salamanca una reunión en la cual la Junta había de tratar sobre el establecimiento de una comandancia militar única que evitase fricciones como las producidas en los dos meses transcurridos, la cual cosa fue aprobada con la oposición de Cabanellas. A continuación se votó la designación y fue escogido Francisco Franco (que había estado a sus órdenes en África) como generalísimo, manifestando Cabanellas, que se abstenía de votar dada su posición contraria a la medida: ’Ustedes no saben lo que han hecho -dijo el general a sus colegas que entronizaron a Franco como comandante militar supremo- porque no lo conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes en el ejército de África, como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando… Si ustedes le dan España, se creerá que es suya y no dejará que nadie le sustituya en la guerra o después, hasta su muerte’. Fue entonces que Cabanellas dijo una frase que ha perdurado: ‘En este país, alguien ha de dejar de fusilar alguna vez’.

(…) La primera medida de Franco fue apartar Cabanellas de todo poder real, nombrándolo inspector general del ejército, cargo que ejerció hasta su muerte, en 1938. Inmediatamente después de su muerte, Franco ordenó la requisa de todos sus documentos. (…) Y después hizo quitar su nombre en una plaza de su Cartagena natal.

(…)  En 2008, Cabanellas fue uno de los 35 altos cargos del franquismo imputados por la audiencia nacional en el sumario instruido por Baltasar Garzón, por presuntos delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad que supuestamente habían estado cometidos durante la guerra civil española. El juez declaró extinguida su responsabilidad criminal cuando recibió constancia fehaciente de su defunción, ocurrida setenta años atrás.

(Wikipedia)

Es importante resaltar que Franco hizo desaparecer a todos los generales que le podían hacer sombra: Amado Balmes (1936, ‘accidente de armas’), José Sanjurjo (1937, ‘accidente de aviación’), Emilio Mola (1937, ‘accidente de aviación’), y:

‘El general Severiano Martínez Anido murió el día de Nochebuena de 1938 en Valladolid, tras haber sufrido en julio episodios de una extraña enfermedad con síntomas muy similares a la dolencia que acabó con la vida de Miguel Cabanellas’

Martínez Anido, nombrado ministro de orden público en el primer gobierno de Franco, comunicó a Franco por escrito su intención de dimitir a la vista de los excesos’ de una ‘cruenta’ represión que no se detiene ni siquiera ante ‘personas respetabilísimas’ (…) Se afirma que Martínez Anido dispuso la destrucción del fichero preparado para efectuar las depuraciones previsibles cuando Madrid cayera en poder de los nacionales, y hasta terminó con los odiosos ‘paseos’, o los redujo en gran número, que en Valladolid se habían convertido en todo un espectáculo público con venta de churros incluido. 

(Wikipedia)

‘Sólo se sublevó un general de los ocho capitanes generales que mandaban las ocho regiones militares en que estaba dividido el país. Del total de veintiún oficiales generales de mayor graduación dentro del ejército, diecisiete permanecieron fieles al gobierno de la República, y tan solo cuatro se sumaron al alzamiento’

(Antonio Alonso, 18 de julio de 1980, El País)

Como vemos, una historia muy sangrienta y dolorosa, que la transición / traición, no saldó como debía; pero, claro, como sabemos, los poderes franquistas: militares, poder judicial, policial, etc., seguían teniendo el máximo poder, y con la figura del rey como comandante supremo de ese ejército.

Y, claro, de ese modo, los militares impusieron el mantenimiento de la bandera de los golpistas. Y así seguimos, pues tras los más de cuarenta años de pseudodemocracia, el reino de España todavía no ha tenido un gobernante ético y moral, con dotes de estadista y memoria histórica, y con intereses reparadores de la memoria democrática.

Por esto, la actual bandera española NO NOS REPRESENTA A LOS VENCIDOS.

Y enarbolarla es una muestra de sumisión.

Por lo tanto, la primera muestra de insumisión sería evitarla, ser valientes para enfrentarse a las seguras represalias.

Sé que ésto es muy difícil, claro, y exige sacrificios, que muy pocos son capaces de asumir.

Pero el colmo de la desfachatez es plantarla, incluso en momentos no ‘obligatorios’, como son los casos mencionados por Vicent Partal.

Y así estamos, viviendo presos de un estado franquista y con reminiscencias criminales, que perduran, como hemos visto y vemos tanto por las actuaciones de sus cloacas, como por las efectuadas a plena luz, como vemos cada día por sus jueces, policías, etc.

En definitiva, que Pedro Sánchez puede ir de ‘guay del Paraguay’, pero sabemos que no es más que un defensor del régimen postfranquista / neofranquista, del 1978.

Por todo esto, y por muchas cosas más, debemos independizarnos, asumir los costes, pero actuar, pacíficamente.