La soberanía significa independencia, un poder con competencia total; según Thomas Hobbes (1588 – 1679), ‘la soberanía es un poder supremo, total, ilimitado, perpetuo e indivisible’.
Y claro, en ese sentido amplio, la soberanía no deja de ser una utopía, pues ningún individuo, grupo, sociedad, país, etc., es totalmente soberano, ajeno a influencias, presiones o intereses externos.
Siguiendo el pensamiento filosófico, el término de la soberanía nos lleva al de la libertad, ya que, en grado extremo, ‘el hombre es libre en la medida que es capaz de obedecerse a si mismo en cada momento de su vida’ (Rudolf Steiner, 1861 – 1925), y eso no sucede ni en sueños, ya que éstos están influidos por el inconsciente.
Por todo eso, no deja de ser una reducción absoluta e incorrecta, hablar de la soberanía de nuestro Parlament, máxime, sabiendo, de sobras, que siempre ha estado y está supeditado a la voluntad y caprichos del estado español, que constantemente irrumpe marcando su perfil: los temas que se pueden debatir o no, los que pueden optar a un escaño o no, los que deben ser inhabilitados, etc. Así, se pasan por el forro la voluntad popular ejercida con sus normas ‘democráticas’.
En este contexto, el estado español ejerce su poder castrante (desvirtuando la composición y ejercicio de los diputados electos) sin molestarse lo más mínimo, ya que permite que órganos administrativos de menor. nivel, como la junta electoral central (JEC), ejerza su poder sobre los políticos electos.
Pero la JEC tampoco es soberana, es una mera correa de transmisión del estado, supeditado, a su vez, a sus cloacas, al ‘deep state’ (el estado profundo), supeditado, asimismo, a fuerzas más oscuras y opacas todavía, es decir, a lobbies internacionales como:
- las empresas armamentistas: Lockheed Martin, Boeing, General Dynamics y EADS (de EUA), Thales (Francia), Finmeccania (Italia), BAE (Reino Unido), etc.
- las empresas energéticas: las americanas Halliburton, Chevron, Solyndra, ExxonMobil; la británica BP; la británico-neerlandesa Royal Dutch Shell; la francesa Total; la rusa Gazprom; la china CNPC; etc.
- las empresas financieras: las americanas JP Morgan Chase, Goldman Sachs, Citigroup, Morgan Stanley, Bank of América; etc.
- las empresas sanitarias: las americanas Pfizer, Amgen, Eli Lilly, Pharmaceutical Research and Manufacturers of América; etc.
- las empresas tecnológicas: las americanas Google, Wikipedia, Yahoo, Twitter, Faceboock, Cisco, Microsoft, etc.
- sin olvidar los lobbies de las empresas alimentarias: Kraft, Unilever, Nestlé, etc.; las empresas agrícolas: como Montesanto; las empresas tabaqueras como Philip Morris; las papeleras como Weyerhauser; etc.
- etc.
(fuente: www.esglobal.org)
Ante este tsunami de presiones, caben diferentes opciones, que van, desde el más puro pasotismo, hasta el patriotismo (dentro de lo posible)
Los países que tienen estado, obviamente, ejercen una política para intentar cerrar sus barracas, para defender sus intereses, y mantener su imagen; aún sabiendo que siempre están y estarán sujetos a las presiones, a las decisiones de esos lobbies.
En España no hay una regulación de los lobbies, obviamente, pues el estado español, como un buen acomplejado ‘nuevo rico’, se hace ‘el mil hombres’ con los débiles, pero se muestra servil con los fuertes.
La única ‘fortaleza’ del españolismo (no se consideran nacionalistas), es su patológica idea del nacionalismo, al que consideran germen de todos los males, un constructo provinciano de siglos precedentes, pues ahora ‘toca’ ir por la globalización (si leyeran a Eudald Carbonell, que cité en escritos anteriores, verían que la globalización no fue ni es positiva, que el nuevo estadio es la planetización no competitiva; pero siempre hay tristes personajes dispuestos a vender el humo que les mandan).
Los españoles no se consideran nacionalistas, como he dicho. Ellos son estado. Un estado ‘destino en lo universal’, como consideró el falangismo. Es comprensible que no se sientan nacionalistas, pues excluyendo a los nacionalismos periféricos, no queda nada, una extensión amorfa en todos los sentidos.
En esa línea, me parece muy interesante la editorial de Vicent Partal:
‘Pablo Iglesias o cuando los españoles se enfadan si les dices españoles
‘Protegidos por el nacionalismo de estado, banal, incluso los progresistas españoles se sorprenden y se irritan cuando les pides qué piensan que son sin nosotros (los catalanes)
(Vilaweb, 4 de mayo del 2023)
(En un próximo escrito profundizaré sobre este tema, que ya he señalado repetidamente, pues en múltiples ocasiones he dicho que, sin Catalunya, el resto de España no es nada, ni es viable)
El abogado Gonzalo Boye, en su artículo titulado ‘Objetivos, estrategias y tácticas’, comenta que generalmente se confunden estos términos, e, incluso, se invierte el orden adecuado, que es el fijado en el título de su artículo; y comenta que:
‘si el objetivo no está claro y la estrategia no está definida, seguramente cualquier táctica acabará siendo errónea e inútil (…) no tener claros los objetivos impide, necesariamente, definir una estrategia adecuada, lo que es el primer paso para el fracaso.
(…) es totalmente necesario tener claro, en primer lugar, qué meta se persigue.
(…) y es muy importante no confundir la finalidad con la dinámica o las actuaciones necesarias para conseguirla’.
(elnacional.cat, 5 de mayo del 2023)
Pues bien, enlazando el anterior tema de la soberanía / libertad con el de los objetivos / estrategia / táctica, me parece que es evidente que, en el conflicto entre España y Catalunya, los independentistas catalanes deberíamos haber aprendido que el corrupto reino español nunca cambiará (la muestra actual es la inhabilitación de la presidenta del Parlament, destituida preventiva e inmoralmente en julio del 2022), así que, si queremos conseguir la independencia, es decir, alcanzar un mayor grado de soberanía relativa, deberíamos tener claro el objetivo. No podemos tener como objetivo el caso Borràs, ni otros, eso son tácticas. No debemos ofuscarnos.
En el citado artículo de Gonzalo Boye, señala que el objetivo nunca ha sido el mismo, pues unos queríamos la independencia, mientras que otros (ERC) querían el poder.
Y vemos, también, que Junts x Catalunya y la CUP, tampoco expresan de forma clara esa meta, en sus respectivos programas electorales. Todos ansían a mayores cuotas de poder autonómico.
Por eso, la única vía posible que tenemos es que la ciudadanía que seguimos siendo independentistas y mantenemos el espíritu del 2017, consigamos forzar la elección de nuevos políticos, menos ligados a sus ‘compromisos’ más o menos ocultos con el estado; unos nuevos representantes que tengan como objetivo prioritario la independencia; y, acto seguido, que, conjuntamente, acuerden la estrategia y tácticas precisas.
Una compañera de Meridiana Resisteix me ha pasado el discurso que hoy ha efectuado Amparo Sánchez Monroy en el Parlament; y lo que ha comentado me ha parecido muy relevante y apropiado para el presente escrito; por eso, tras una breve síntesis de su biografía, trasladaré la idea que me ha parecido adecuada.
Amparo Sánchez Monroy, nacida en Barcelona el 11 de abril de 1938, hija de una familia republicana que debió emigrar a Francia en 1939, y que fue detenida en el campo de concentración de las playas de Argelès sur Mer (junto a unos familiares míos), mientras su padre luchaba con los maquis franceses. En 1956, al cumplir los 18 años, Amparo regresó a España y fue detenida; sus padres regresaron en 1977, tras la muerte del asesino Franco.
(Es importante señalar que ayer, en nuestra manifestación diaria de la avenida Meridiana, asistieron tres torturadas en la casa del terror de la comisaría de la Vía Laietana, compañeras independentistas reprimidas durante los últimos 80 años; mujeres como la mencionada Amparo, ejemplares en sus convicciones democráticas)
En su discurso, Amparo ha citado la idea de Machado respecto a los señoritos españoles.
En concreto, el pensamiento de Antonio Machado (1875 – 1939), lo expresó en una carta dirigida a su amigo, el novelista ruso, David Vigodski, refiriéndose al pueblo español. En esa carta, diferenció entre los políticos españoles y la voluntad popular; yo he adaptado su pensamiento, sustituyendo ‘español’ por ‘catalán’, considerando que no tergiverso el sentido del poeta:
En Catalunya lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva.
Esta es la frase citada por Amparo Sánchez, y me parece adecuada a nuestro conflicto, pues vemos que, en Catalunya, tenemos unos políticos (señoritos) que actúan como señaló Machado; y eso es lo que tenemos que corregir, obviamente.
En definitiva, que los ‘señoritos’ políticos profesionales catalanes, en los trances duros, invocan la patria, pero la venden mediante todo tipo de acuerdos con el PSOE, ‘el tonto útil’ del estado. Vemos, por ejemplo, que nuestros partidos se movilizaron para conseguir el indulto de sus ‘líderes’, pero se han olvidado de los más de 4000 represaliados, muchos de ellos en trámites de juicio.
Y constatamos que el pueblo de base, manifestándonos con diferentes modalidades y frecuencias, intentamos salvar lo que queda del fiasco, del naufragio, en el que nos encontramos, para intentar conseguir nuestra soberanía relativa. Queremos llegar a Ítaca, aunque sea en una balsa, y lo conseguiremos si vamos muchos unidos, con un objetivo (meta) clara.