El trumpismo nos dejó muchos defectos y anomalías, que hemos acabado asumiendo y asimilando.
Una de esas acciones fueron el no reconocimiento del resultado de las elecciones del 2021, que, incluso ahora, Donald Trump sigue sin reconocer.
Y aquí tenemos a Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona ‘en funciones’, que es el típico personaje cuyo complejo de inferioridad (inconsciente) no le permite aceptar una derrota. En ese complejo, la inseguridad hace surgir, a menudo, unas acciones de soberbia y superioridad, para compensar e intentar tapar sus propias deficiencias; y esas acciones, como todo mecanismo de defensa, son inconscientes. Y una derrota, esos personajes la viven como una verdadera catástrofe, pues lo consideran un ataque a su ‘yo’ (mayúsculo e indiferenciado con el de los otros, pues en ellos, todo es confusión).
Ahora bien, no se trata de centrar el tema, únicamente, en esos personajes, pues éstos son la punta del iceberg de sus partidos / empresas. Y, claro, en todas las elecciones, hay muchos puestos de trabajo y de poder que están en juego, muchas familias de ‘amigos, conocidos y saludados’ (como decía Josep Pla, 1897 – 1981), dependen y condicionan la decisión del líder derrotado.
Pero, fundamentalmente, es el propio papel del líder, que ha de saber asumir su derrota, de la pérdida de sus prebendas y privilegios. Y eso no es fácil para la mayoría.
Por desgracia, sabemos que, históricamente, las puertas giratorias siempre acaban recolocando a los personajes más relevantes; esa es una de las vergüenzas españolas. Cuando, lo objetivo y neutral, requeriría que, respetando las incompatibilidades requeridas, cada uno buscase su futuro en las empresas privadas, como cualquier ciudadano.
Pero claro, la prepotencia de muchos de esos políticos, no les permite considerarse uno más. Pues se consideran superiores, a pesar de no destacar en nada, ni tener formación ni experiencia en la gestión privada.
El caso de Ada Colau (n. 1974), una activista de la plataforma de afectados por las hipotecas, sin formación universitaria ni experiencia laboral previa, llegó a la alcaldía de Barcelona, aprovechándose de las malas artes del estado español en 2015, recriminando a Xavier Trías por las cuentas en bancos suizos, que resultaron falsas, pero el mal ya estaba hecho, y el beneficio de Colau, ya había resultado positivo para ella y su equipo.
Prometió un nuevo estilo de política, próximo a la ciudadanía, y alejado de los centros de poder. Pero, hemos visto que no ha sido así, y que tuvo que aceptar (gustosamente) los sapos que le planteó el poder económico, y ha acabado endiosada en su castillo.
Y, en 2019, no reconoció la victoria de Ernest Maragall (ERC), y mediante el pacto con Manuel Valls (de Ciudadanos), consiguió seguir en el poder.
Así es el estado profundo, pues Valls, en la campaña, tenía el lema: ‘si quieres echar a Colau, vota Valls’, pero, días después, ese personaje, que no quieren ni los franceses, dio su voto a Colau, para frenar el acceso a la alcaldía a un independentista. Esa era la función principal de Valls y … de Colau, claro. Y así mostraron su falta de ética y moral.
Ahora vemos que Colau no acepa los resultados de las elecciones del pasado domingo, impugnó los resultados, y, tras el recuento efectuado por la junta electoral central, que el viernes confirmó la victoria de Trías y el tercer puesto para Colau, aún no se ha dado por satisfecha, y ha planteado un nuevo recurso, para recontar los votos nulos y blancos (los otros ya están destruidos). Así vemos que Colau sigue la estela de Trump, no reconociendo los resultados de las elecciones.
Y es entendible que personajes que no son nada, y han llegado a la cima del poder, se resistan a perderlo, pues les devuelve a su insignificancia. Por eso, Colau, además de los recuentos, está centrada, totalmente, en buscar alianzas, incluso con el PP, para que el nuevo alcalde sea Jaume Collboni (PSC/PSOE) y, claro, manteniendo en el gobierno de la ciudad condal a miembros de Comunes/Podemos, es decir, el que lidera Colau, para, así, intentar salvar, en la medida de lo posible, sus propios muebles (ocupaciones).
En esa línea, ayer vimos que María Jesús Montero, ministra de Hacienda y vicesecretaria del PSOE, pidió al PP el apoyo para investir a Collboni, a pesar de considerar que el PP son la derecha trumpista más nefasta. Pero, a pesar de ello, sus votos son necesarios, al coste que sea, y ante eso, no hay escrúpulos que valgan. Y claro, todo sea por salvar al ‘soldado Sánchez’.
Es indiferente que haya un abismo entre lo que dicen, especialmente en campaña, y lo que hacen después. Las palabras dadas y las promesas de campaña carecen de todo valor. Engañar es un arte, y a eso juegan. Y de eso abusan. Lo de menos es la ciudadanía, los engañados.
Y esa mentalidad egocéntrica, acaba traduciéndose en retrocesos sociales y culturales, como vemos en el estado de Utah (EUA), que han prohibido la Biblia en los institutos, por pornográfica.
Y no sólo afecta en los aspectos culturales, si no, también, en materiales, como ayer reconoció la ministra de transportes, Raquel Sánchez, que dijo que el traspaso de los trenes de cercanías de Barcelona, no se puede realizar, ya que ‘forma parte de la red de interés general del estado’. Para ellos, cualquier tema que les interese, es ‘cuestión de estado’, esa es su línea roja, que ponen y quitan a su antojo.
Ese ejemplo debería ser suficiente para no apoyar un futuro gobierno de Pedro Sánchez, si es que ganase el 23 de julio; pues, en realidad el PP y el PSOE no dejan de ser lo mismo, las dos caras de una misma moneda, la moneda del régimen del 78. Y obviar eso, pensando que las formas son diferentes, es comprar el caramelo por el envoltorio.
Por todo eso, Colau se aferra a su poltrona, o pretende que sea ocupada por Collboni con un gobierno de coalición con ella.
Vicent Partal, en su editorial del pasado 4, señala que ‘estos días hemos asistido a campañas ridículas en las redes sociales, probando de justificar una coalición para evitar que gobierne Xavier Trías. Ridículas, por qué los mapas que enseñaban, lo eran, de ridículos. Probar de hacer creer que Trías había ganado únicamente en Sarrià, para adjudicarle una etiqueta de clasista, es estúpido: Trías ganó en Sarrià – Sant Gervasi, pero también en las Corts, l’Eixample y Gràcia.
Ridículas, o más bien cínicas, porque es tener mucha cara querer añadir ahora en la campañita a ERC, Comunes y PSC, teniendo en cuenta que hace cuatro años ellos mismos sumaron comunes, PSC y la extrema derecha para evitar que gobernase de alcalde Ernest Maragall (ERC) que había ganado las elecciones.
(…) Si Ada Colau no es la próxima alcaldesa de Barcelona se debe, principalmente, al enorme retroceso del soporte que tenía en zonas como Sant Martí o Nou Barris. Allá y no en Sarrià es donde Ada Colau ha perdido las elecciones. En Sant Martí ha pasado del 30% al 11% de los votos, y en Nou Barris, del 33 al 16%’.
Sabemos que los malos perdedores, como Colau, siempre dicen que no ‘fue culpa suya’, siempre la echan a los otros; y, así, siempre busca justificaciones.
Pero todo vale, lo importante es frenar el independentismo, aunque estemos en horas bajas. Y ese es el ‘servicio’ que Ada Colau hace y quiere seguir haciendo al estado español.
Esta mañana, en la tertulia de RAC1, Pablo Iglesias ha afirmado, rotundamente, que la UE tiene un principal objetivo, que es asegurar la permanencia en la OTAN; si mantienes ese compromiso militar, es indiferente que pienses y actúes como Giorgia Meloni (Italia), Viktor Orbán (Hungría) o Andrzej Duda (Polonia); es indiferente, o al menos, no es importante, la falta de respeto a los inmigrantes, la parcialidad de la justicia y de los medios de comunicación. Si permaneces en la OTAN, tienes carta abierta para el resto, todo es considerado ‘política interior’.
Por eso, los independentistas catalanes lo tenemos muy negro. No debemos esperar nada ni de España ni de la UE; todo se mueve por intereses, y la ciudadanía no cuenta en absoluto. Pueden decir muchas cosas, pero todo son palabras y compromisos vacíos, en el fondo, el mercado de reptiles se mueve por los intereses de las grandes empresas armamentísticas, que determinan la geopolítica, no son una derivada de esta.
Ese es el negro mundo en el que estamos y no podemos soñar ni tener utopías basadas en el ‘buenismo’; pues, en general, el mundo está regido por mediocres, y, por malos perdedores.
‘Los malos perdedores suelen tener una opinión muy pobre de sí mismos. Cometer un error, equivocarse o quedar en segundo lugar significa para ellos un peligro: el de mostrarse débiles o falibles y quedar así al desnudo. (…) su ‘yo’ inseguro (por más que aparenten lo contrario) necesita que le admiren (…) por eso exageran sus logros, y esa es una de las características de los malos perdedores (…) les gusta hablar de lo que hacen como si cada acto fuera una hazaña (…) y, a menudo, fantasean neuróticamente con lo que son capaces de hacer y de lograr (…) la envidia es un tema recurrente en la vida de los malos perdedores, son muy dados a envidiar a otros, aunque jamás van a reconocerlo; cuestionan, critican, demeritan, se comparan, etc. para hacer valer su propio criterio y decisión (…) están convencidos de que todos les envidian’
(https://www.lamenteesmaravillosa.com)
En definitiva, estos malos perdedores presentan un rencor, un sentimiento de enfado profundo y persistente; y están prisioneros de ese rencor, como muestra la siguiente fábula:
‘Dos hombres habían compartido injustamente una celda en prisión durante años, soportando todo tipo de maltratos y humillaciones. Una vez en libertad, se encontraron años después. Uno de ellos preguntó al otro:
¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?
No, gracias a Dios, ya lo olvidé todo, contestó. ¿Y tú?
Yo continúo odiándoles con todas mis fuerzas, respondió el otro.
Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo: Lo siento por ti. Si eso es así, significa que aún te tienen preso’
(https://www.lamenteesmaravillosa.com)
Y, a mi modo de ver, los malos perdedores, como Ada Colau, siguen presos de sus compromisos inexplicables y amorales con el estado español. Y, ahora, al perder, se dan cuenta que, como dijo el procónsul Quinto Servilio Cepión en el año 139 a.C., ‘Roma no paga a traidores’, (ni a perdedores, añado yo).
Ese procónsul afirmó esa sentencia, cuando los hispanos Audax, Ditalcos y Minuros, intentaron cobrar la recompensa que el cónsul romano Marco Popilio Lenas les había prometido si asesinaban a su jefe, el caudillo lusitano Viriato. Viriato había enviado esos embajadores para negociar la paz, y Popilio los sobornó para que asesinaran a si líder.
Y Ada Colau tras su derrota, espera la recompensa, como muchos otros; por eso maquinan y maquinarán, pues saben que aquí, ni en ningún lugar, hay personajes como el citado procónsul Quinto Servilio Cepión (183 a.C.- 112 a.C.). Aquí, lo que predomina es ‘el hoy por mi y mañana por ti’, y así nos va, pues lo que abundan son los ‘Popilios Lenas’, que todo lo compran y venden.