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Vida líquida

Miguel Ángel Sosa
@Mik3_Sosa

El peligroso hábito de repetir lo que se escucha sin la mínima intención de, antes, confirmar la veracidad de los hechos, ha provocado estragos lamentables en la sociedad. Ante el auge de las fake news, en un abrir y cerrar de ojos todo puede convertirse en verdad, solo se necesita de la réplica simplona de una multitud para exponenciar artificialmente cualquier falacia.

La excesiva velocidad con la que hoy se mueven las noticias, incluida la prematura muerte a la que está sujeta la novedad, supera por mucho el entendimiento que pudiéramos llegar a tener de lo que sucede día con día. “Rebasados” es un término común que suele ocuparse para describir el sentimiento que deja en los seres humanos la vorágine que acompaña al presente.

¿Cómo podríamos lograr saber todo lo que sucede a nuestro alrededor?, ¿qué necesitamos hacer para llegar a tener una mente cuasi omnipresente? Tal como si se tratara de un cuento de ciencia ficción, la raza humana no solo sueña con que algo así sea posible, también, la gente deja la propia vida al creer que se puede materializar esa utopía. A la vuelta de la esquina, las frenéticas ansiedades de la modernidad resultan ser enemigos difíciles de vencer, ¿apoco no?

A diferencia de otros tiempos, la época actual brilla con una simpleza engañosa. Tenemos a la mano una gran cantidad de avances tecnológicos que, se supone, harían que nuestras vidas fueran más fáciles. Dependemos casi completamente de la tecnología y estamos inmersos en un mercado donde se ofertan, lo mismo, vidas a medida, sueños a destajo y la realización de anhelos a través de un simple clic.

La gran paradoja del presente es que mientras más conectados están los seres humanos, más se enaltece el individualismo y la segregación. Mientras la comunidad posee una mayor cantidad de canales de comunicación, los silencios son los que ganan la batalla.

En un mundo donde la opinión es promovida por doquier, las voces se pierden en el ruido de una conversación en donde ha faltado darnos cuenta de que hay muchos que hablan, pero muy pocos que escuchan. A pesar de que hoy existe, al alcance de la mayoría, el ecléctico megáfono que suponen las redes sociales, estas han devenido solo en una carretera para liberar la frustración acumulada por años.

La modernidad líquida que el sociólogo Zygmunt Bauman nos presentó hace veinte años, hoy fulgura con ejemplos cada vez más vívidos. La interlocución de la gente está marcada por el cambio constante y la transitoriedad, además, de un escenario curioso en el cual mediante el uso de un doble discurso se pretende, por un lado, implantar ideas de comunidad, mientras que, por el otro, se promueve como el objetivo final la creación de individuos bien diferenciados entre sí.

En el mar de altibajos que supone esta era, los ciudadanos trabajan, crían a sus familias, aman, viven y se desarrollan, más como pueden que como quisieran. La vida se viste con una capa efímera y en ella resurgen con más fuerza las históricas preguntas de la humanidad: ¿quién soy?, ¿qué hago aquí? y ¿hacia dónde voy?