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Los independentistas catalanes: Ni decepcionados NI desilusionados

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Según el diccionario de la RAE, el término decepción expresa el pesar causado por un desengaño, es decir, por el conocimiento de la verdad con que se sale del engaño o error en que se estaba; mientras que, por su parte, la desilusión expresa la pérdida de las ilusiones y esperanzas, el desengaño.

Para clarificar la diferencia entre ambos términos, que erróneamente suelen tomarse como sinónimos, me parece interesante reproducir, fragmentariamente, el siguiente texto:

‘Una desilusión y una decepción no son lo mismo, no se parecen en nada. Ni son lo mismo, ni se sienten, ni se construyen igual (…) decepcionar y desilusionar no son sinónimos.

Una desilusión destruye algo posible pero poco probable (…) Una decepción es una certeza que se desmonta, es una verdad que se rompe. (…) Una desilusión se sufre sobre algo que no existía, sobre una fantasía (…) Por esa razón, las ilusiones no se agotan nunca, después de una desilusión, del tipo que sea, y sin que haya que hacer nada, crecerán ilusiones nuevas o pueden ser las mismas, recuperadas. (…) La decepción destruye una certeza y las certezas no crecen solas. Las que se rompen, además, jamás se recuperan y recomponen, construir una certeza nueva exige trabajo. (…) Las desilusiones son necesarias, hay veces en la vida en que es necesario desilusionar a alguien, por doloroso que sea. (…) Las decepciones jamás son necesarias, siempre son una putada y duelen que te cagas (…) Desilusionar a alguien puede ser jodido, pero puedes pensar que lo hacer por su bien. (…) Decepcionar a alguien es doloroso para el decepcionado, pero para el que lo hace, cuando es consciente de ello, es el puto infierno (…) Por todo esto, no puedes desilusionarte a ti m ismo, pero sí decepcionarte (…) Decepcionarte a ti mismo es entrar en el foso de la desesperación, y solo saldrás si alguien que te aprecie (…) te ayude’.

(https://www.cosasqmepasan.com)

Sentada la base terminológica, me parece conveniente señalar que, los independentistas de base no nos sentimos decepcionados por las actuaciones del estado español, pues siguen el patrón habitual que históricamente han venido aplicando, al menos desde 1714, culpa del primer Borbón, y hasta ahora, ¿el último?

Podemos sentirnos decepcionados por las actuaciones de determinados líderes y partidos ‘independentistas’, como ERC, eso sí, claro.

Pero si analizamos nuestra historia de forma objetiva, tampoco tenemos motivo para ello, pues, por ejemplo, los presidentes de la Generalitat Lluís Companys (1882 – fusilado en 1940) no era independentista, ya que el 6 de octubre de 1934 proclamó ‘el Estado Catalán dentro de la República Federal Española’; y Josep Tarradellas (1899 – 1988), acabó aceptando el título de marqués ofrecido por el rey Juan Carlos I.

Nos sentimos decepcionados por el cambio efectuado por Oriol Junqueras y sus monaguillos, pero si tenemos una visión de gran angular, eso no deja de ser ‘peccata minuta’.

Tampoco podemos sentirnos decepcionados con los resultados del referéndum del 2017, pues no teníamos ninguna certeza sobre su aplicación y viabilidad.

Asimismo, los independentistas de base tampoco podemos sentirnos desilusionados con el estado español, en absoluto, pues no teníamos ni tenemos ninguna ilusión con él.

Pero tampoco nos podemos sentir desilusionados con el 2017 y sus consecuencias, si nos atenemos a los hechos que dirigió el president Carles Puigdemont, en el exilio desde entonces, pues teníamos ilusiones, eso sí; unas ilusiones con probabilidades, no mera fantasía, pero éramos conscientes de las dificultades que comportaba lo que queríamos conseguir, como hemos constatado.

Efectuada esa disertación terminológica, a continuación, y tal como anuncié al final de mi escrito de ayer, detallo algunos ejemplos actuales de la actuación del estado español, que, como he dicho, no nos decepcionan, si no, que nos ratifican su proceder, su forma de ser.

Promesas de Pedro Sánchez para su investidura del 2020, que no ha cumplido. A este respecto, me baso en el artículo de Alexandre Solano (Vilaweb, 29 de agosto):

‘La investidura del candidato socialista, Pedro Sánchez, el 7 de enero de 2020, ya fue al límite. Horas antes de la primera sesión todavía no tenía garantizado el soporte necesario y, finalmente, tiró adelante en la segunda vuelta y solamente por un par de votos. De hecho, hay fuertes paralelismos con la situación actual y buena parte del discurso es calcado. Inés Arrimadas (Ciudadanos), en línea con lo que pide ahora Alberto Núñez Feijóo (PP), suplicaba que algún diputado socialista rompiese la disciplina del partido (…)

EH Bildu, por otra parte, justificaba la abstención sin contrapartidas diciendo que era preciso ‘impedir el acceso de la extrema derecha al gobierno español’ (…)

El pacto más rápido fue con el espacio que ahora representa Sumar y que entonces era Unidas Podemos. Después de una repetición electoral y un resultado peor, tanto para los socialistas como para la formación de Pablo Iglesias, el acuerdo de un gobierno de coalición llegó en menos de veinticuatro horas. La fórmula parecía satisfacer a ambas partes (…) Pero, así y todo, una parte importante de los compromisos no se han atendido (…) por ejemplo, elaborar un nuevo estatuto de los trabajadores y derogar la reforma laboral. El primero no se ha impulsado, el segundo quedó en una reforma parcial. Tampoco se ha sustituido, como se había pactado, la ley mordaza (la patada en la puerta). Y tampoco se ha modificado la política de inmigración, que debía ser justa y solidaria, respetando los derechos humanos, pero ni tras la matanza de Melilla, se ha efectuado un paso en ese sentido.

El siguiente partido que más votos aportó, fue el PNB. En este caso sí que era un acuerdo solamente de investidura, de doce puntos. Entre los más destacados había una reforma para adecuar la estructura del estado al reconocimiento de las identidades territoriales y que representase una solución tanto al contencioso con Catalunya, como en la negociación y acuerdo del nuevo estatuto de la comunidad autónoma vasca. (…) Otro punto era actuar de manera urgente, firme y decidida en las infraestructuras y, especialmente, en el tren de alta velocidad. Y, también, impulsar la participación de las instituciones vascas en las instituciones de la UE (…)

El autor, Alexandre Solano, sigue analizando las promesas incumplidas con Compromís, el BNG, Terol existeix y ERC (con su fracasada mesa de diálogo, traspaso de Rodalíes (trenes de cercanías), entre otras cosas).

Ante estos importantes incumplimientos, a mi modo de ver, es inconcebible que todos esos partidos puedan apoyar, nuevamente, al mentiroso e incumplidor Pedro Sánchez. Me parece infantil que ahora, las peticiones sean prácticamente las mismas, sin exigir ninguna crítica ni aceptación de culpa, ni meras disculpas que puedan avalar un nuevo compromiso actual.

También es penoso ver el papel del lehendakari Íñigo Urkullu, que anteayer comentó que ‘el momento político actual abre una nueva oportunidad, para avanzar en el carácter plurinacional del estado y en el desarrollo del autogobierno de las naciones históricas, sin necesidad de modificar la constitución.

Sobre el particular me parece muy interesante la editorial de Vilaweb de ayer, 31 de agosto, realizada por su director, Vicent Partal, en la que señala que:

‘(…) No deberíamos de pasar por alto el papel de Urkullu el 2017, ni, aún menos, el hecho que esta constitución, si ha demostrado algo, es que es irreformable (…)

Partal apunta que la expresión ‘estado plurinacional’ es vaga, poco concreta, y no quiere decir nada en el momento de retratar el modelo de organización del estado. (….) Por ejemplo, cuando se dice ‘estado unitario’, es claro de qué se habla. Como cuando se dice ‘estado federal’ o ‘estado confederal’. Incluso cuando se dice, y la cosa ya fue una invención española, ‘estado autonómico’. ¿Pero qué quiere decir ‘estado plurinacional’? (…) pues sería perfectamente posible, por ejemplo, que el estrado español se autodenominase ‘estado plurinacional’ y continuase siendo una monarquía con diecisiete comunidades autonómicas, por ejemplo.

(…) Ni España es una nación criolla ni los catalanes somos unos indígenas sin aspiraciones de tener un estado a la manera de los estados nación europeos.

(…) Los españoles son expertos en esa cosa de inventarse una palabra para deformar el concepto (…) y pondré un ejemplo, que es el de las lenguas cooficiales. ‘Cooficial’ solo quiere decir que es igualmente oficial. Que el catalán sea cooficial con el español (*) quiere decir que el catalán y el español son oficiales, los dos. Nada más que eso. Pero en la práctica todos sabemos que hay una brutal doble vara de medir entre el español y aquello que dicen ‘lenguas cooficiales’, de las que, milagrosamente, el español ha dejado de formar parte. Pues, considerando ‘cooficiales’ a las nuestras, ellos han creado una categoría distinta, la ‘oficial’, para la suya, en un juego de prestidigitación jurídica y semántica más que aberrante.

Eso mismo pasará, si no lo impedimos, con esta cosa del estado plurinacional. Se lo harán venir bien, por ejemplo, con aquello de la ‘nación de naciones’ para acabar llevando la plasmación al terreno que sí, que hay diversas naciones, pero una nación -casualmente, la suya- es más nación que las otras naciones. Maquillaje y nada más (…)’

(*) ese es un error, el español NO existe. Según la constitución, art. 3.1: ‘El castellano es la lengua española oficial en el Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla’. Y en el punto 3.2: ‘Las otras lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas, de acuerdo con sus estatutos’.

Como vemos, el castellano está súper protegido, pues tenemos el deber de conocerlo y el derecho de usarlo; mientras que las otras lenguas cooficiales, carecen de ese ‘deber’.

Como habrá podido comprobar el paciente lector, esta editorial de Partal es muy oportuna, especialmente, en el momento actual de investidura. Y, a mi modo de ver, el ‘trilero’ Pedro Sánchez nos marcó un nuevo gol, pues vimos que los partidos independentistas, como Junts y ERC, etc., apoyaron la presidencia del congreso para la candidata del PSOE, y la mesa del congreso, a cambio del reconocimiento del catalán y restantes lenguas cooficiales en el congreso y en el parlamento de la UE.

En mi escrito de ayer apunté el excelente y recomendable artículo de Albert Branchadell, titulado ‘Promesas (lingüísticas) de verano’, publicado en el Ara de ayer, 31 de agosto.

En ese artículo, analiza los diferentes parlamentos estatales europeos que funcionan en más de una lengua (Bélgica, Bosnia y Herzegovina, Finlandia, Irlanda, Kosovo, Macedonia del Norte, Malta y Suiza). Todos estos parlamentos lo son de estados oficialmente plurilíngües, mientras que España solo reconoce una lengua oficial del estado.

El autor señala que los estados oficialmente monolingües que permiten más de una lengua en sus parlamentos, son raros, Montenegro es un caso.

Branchadell comenta que el tratamiento de las lenguas en el congreso podría ser asimétrico: tendría cuatro lenguas pasivas (lenguas que pueden usar los parlamentarios) pero sólo una de activa (lengua a la cual interpretan los intérpretes). En términos prácticos, estaríamos hablando de tres combinaciones para cubrir (vasco-castellano, catalán-castellano, y gallego-castellano), en lugar de las 12 que habría en un régimen simétrico con cuatro lenguas pasivas y cuatro lenguas activas.

Asimismo, el autor señala que en la UE el caso es mucho más complicado. ‘ahora misto, todas las 24 lenguas oficiales y de trabajo de las instituciones europeas que recoge el famoso reglamento 1/1958 del Consejo, son lenguas oficiales de los estados miembros. Mientras el catalán no sea una lengua oficial de España (cosa que exigiría una improbable reforma constitucional), la vía de reformar el reglamento 1/1958 sugerida por Albares, tiene pocas esperanzas. Francia difícilmente aceptará que ciudadanos franceses puedan utilizar una lengua en las instituciones europeas que tienen prohibido utilizar en sus ayuntamientos. Pero la reforma tampoco tiene garantizado el soporte de otros estados como Bulgaria, Grecia e incluso Estonia y Letonia, que vivirían con horror la perspectiva que algún día su lengua minoritaria particular -el ruso- se convirtiera en lengua oficial de las instituciones europeas (…) sería una pendiente resbaladiza, pues, si aceptan el catalán, euskera y gallego, ¿por qué no el sami, el sorabo, etc.? (…)’

En definitiva, que tenemos ejemplos suficientes de que con el estado español NO podemos pactar nada, ni la financiación, pues ellos sólo buscan ‘el café para todos’, con la excepción de la sacrosanta isla madrileña, claro, pues su capital debe ser la mejor del mundo mundial.

Ante esta situación, vemos que Pedro Sánchez sigue en su silencio, si bien sus acólitos no dejan de hablar (por ejemplo, sobre la amnistía), pero claro, el líder, como gran tahúr del Misisipi, se reserva. Espera que este mes se queme Feijóo, y después ya aplicará su jugada a los independentistas.

Por eso, me parece que está fuera de lugar que el president Carles Puigdemont haya anunciado que el próximo martes (5 de setiembre), efectuará una jornada interparlamentaria en Bruselas, para revelar ‘el marco que Junts propondrá a todo el que se interese en abrir negociaciones’.

Me parece que, en toda negociación, evidentemente, se ha de partir de máximos. Pero, si todavía no se está ni en esa fase de negociación, y se tiene delante un personaje como Sánchez, ampuloso, sobrado y narcisista, lo primero que se tiene que hacer, es esperar que sea éste el que abra el juego, con sus ‘promesas’, no facilitarle el trabajo.

Como vemos, todo es muy complejo, pero aún así, nuestras ilusiones no se agotan, las redefinimos y adaptamos, pero seguimos confiando en Carles Puigdemont, pues estamos seguros de que no nos decepcionará.