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La banalidad del mal

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

En la frustrada manifestación de los unionistas españoles de ayer en Barcelona, contra la posible amnistía, y por lo que hemos podido ver en la prensa, los gritos más abundantes fueron: ‘Puigdemont a prisión’, ‘Puigdemont al paredón’, ‘TV3 manipuladora’, ‘Fuera nazis de Catalunya’, etc.

Nada nuevo, esos gritos los oímos frecuentemente en la avenida Meridiana de Barcelona, contra nuestra pequeña manifestación diaria.

Y eso no es más que una forma de maldad, destructiva, que Hannah Arendt (1906 – 1975) denominó ‘la banalidad del mal’; una banalidad fruto de la falta de reflexión crítica, que teorizó en su obra ‘Eichmann a Jerusalén’ (1963). Una obra que fue muy polémica, pues muchos consideraron que banalizaba el mal del nazismo, y, además, sobredimensionaba la colaboración de los consejos judíos con los nazis, durante el holocausto.

Arendt consideró que ‘la complicidad de ciertas personas ordinarias y la existencia de este banal mal, permitió que se cometiesen atrocidades que, de otra manera, no serían posibles, si sólo las impulsasen las personas que las quieren llevar a término.

Miquel Esteve, en su obra ‘Amor sense món: novel.la sobre Hannah Arendt i Martin Heidegger’ (editorial Navona, Barcelona, setiembre del 2023), explica muy bien que los amigos de Arent, como Gershom Scholem (1897 – 1982), Hans Jonas (1903 – 1993), Kurt Blummenfeld (1884 – 1963), Erich Fromm (1900 – 1980), Theodor Adorno (1903 – 1969), etc. pasaron a considerarla una traidora, una enemiga de la causa judía.

Mientras que su amigo y amante, Martin Heidegger (1889 – 1976), prefirió distanciarse de ella, según parece, para salvaguardarla, ya que él estuvo implicado directamente con el nacionalsocialismo.

Y su amigo, Karl Theodor Jaspers (1883 – 1969), que le había aconsejado que se alejase del proceso de Adolf Eichemann (1906 – 1962), responsable directo de la ‘solución final de los judíos’, le recomendó que efectuase una reedición revisada incluyendo las críticas más valiosas.

Arendt, en su radicalidad, declinó ese consejo de su amigo Jaspers, manteniéndose firme, recordando la frase de Benedictus (Baruch) de Spinoza (1632 – 1677): ‘no me arrepiento de nada. Quien se arrepiente de lo que ha hecho, es un miserable’.

Efectivamente, estoy convencido que arrepentirse es muy sano y terapéutico, pero, claro, el filósofo Spinoza se refería a los actos realizados con plena consciencia, y, en ese caso, no procede arrepentirse, pues cada momento es diferente y determinante.

Immanuel Kant (1724 – 1804) consideró que ‘la inteligencia de un hombre va proporcionalmente ligada al grado de incertitud que es capaz de soportar’; así que las personas inteligentes pueden soportar las incongruencias, incluso de sus propios actos, siempre que hayan sido realizados de forma plenamente racional, honesta, coherente y ética.

Me parece que esta ensalada de citas filosóficas nos ha de permitir considerar la coherencia de postulados valientes, como los de Arendt, que, tras los primeros años convulsos (con las heridas todavía muy recientes), vio que su obra citada era valorizada y sigue siéndolo en la actualidad.

A pesar de que vivimos en una actualidad en la que predomina, más si cabe, la banalidad del mal, la banalidad de la historia, la banalidad de la ética y de la moral; una época, en definitiva, banal en sí misma, pues, incluso nosotros mismos somos banales, triviales, sin importancia.

Una banalidad que está en línea con el siguiente pensamiento de Oscar Wilde (1854 – 1900), que comentó que ‘cuando era joven, pensaba que el dinero era lo más importante; ahora que soy viejo, lo corroboro’.

Y es así, en nuestra banalidad, sólo valoramos el dinero, el estatus y sus prebendas.

Y los unionistas españoles, en su banalidad, añaden la banal unidad española, avalándola por una banal historia redactada a su manera, para su mejor gloria banal.

William Cuthbert Faulkner (1897 – 1962), consideró que ‘el pasado no muere nunca’. Y eso lo hemos de tener bien presente. No dejarnos deslumbrar por promesas de vuelo gallináceo, como puede ser una incompleta amnistía, que, con gran probabilidad, será tumbada por la INjusticia española. Debemos ser conscientes de la historia, y aprender de ella.

Así que no podemos dejar de ser radicales, como señalé en mi escrito de ayer, y como apuntó Arendt.

Y, para ello, no podemos perder tiempo. Los que ya tenemos una cierta edad; debemos ser coherentes y seguir con nuestra matraca, cada uno en la medida de sus posibilidades y conveniencias.

Es verdad que la sociedad ya nos da por amortizados, sólo hace falta ver el siguiente titular de un artículo de ayer: ‘El infierno de la Vivian, la anciana luchadora por la paz entre Israel y Palestina, ha sido hecha prisionera en Gaza: La Vivian Silver, de 74 años …’ (Henrique Cymerman, Elnacional.cat 8 de octubre del 2023)

Soy consciente de mi edad, y de mis progresivas limitaciones, así como la escasa vida que me queda, como señalé ayer, atendiendo a la estadística de la esperanza de vida. Pero, de eso, a ser considerado un anciano, viejo …, va un trecho. Sé que estoy en la cuarta edad, pero me siento con fuerzas para seguir, como muchos otros, afortunadamente.

La citada Vivian Silver, una gran luchadora que ha dedicado sus últimas décadas a ayudar a los palestinos de Gaza y de Cisjordania, nos ha de servir de modelo, por su trabajo en su ONG ‘Mujeres por la Paz’, y que confío que pueda seguir haciendo.

En esa línea, diariamente constato que hay muchos compañeros y compañeras de mi edad, o mayores, que siguen en pie, defendiendo pacífica y democráticamente sus convicciones, mientras que otros más jóvenes, no lo pueden hacer, ya que tienen otras obligaciones (laborales, económicas, familiares). Por eso, los que estamos libres, en cierto modo, de esas ataduras, tenemos más libertad. Toda la libertad y autonomía, para seguir haciendo de ‘mosca cojonera’, y así seguiremos, a pesar de los gritos y protestas banales de los banales unionistas.