En una sociedad tan heterogénea donde la diferencia se vuelve regla y la selección del «yo» pasa por un esmerado proceso de bruñido, la diversidad es necesaria no sólo como argumento evolutivo. Ser diferentes es verbo en acción cuando hablamos de la vida on demand.
Por ello, en la suma de esas diferencias radica gran parte de la fortaleza, siempre y cuando esa potencial sinergia sea conducida con respeto, responsabilidad y altura de miras. De lo contrario, tendríamos un revoltijo insufrible. Alguna vez ha pensado usted, querido lector, qué lo hace diferente del resto de sus amigos, familiares, vecinos. Alguna vez ha cavilado sobre la esencia humana individualísima que vive en cada uno.
Reflexionamos tan poco sobre las «pequeñas grandes cosas», que difícilmente atinamos a levantar la mano ante el pase de lista en el que se enumeran las virtudes humanas. ¿Qué tengo yo para darle al mundo?, ¿de qué forma pongo mi energía al servicio de mi familia y/o mi comunidad?
Por desgracia, el principal enemigo de ese crisol de esfuerzos conjuntos se llama división, la cual, es causada y alentada por diversos factores. Entender que hay quienes se alimentan de la fractura social es el primer paso para combatir a los malquerientes de las grandes causas sociales.
En la palestra están los políticos, quienes, muchas veces, en sentido contrario del ideal de servicio, conciben la vida en grupúsculos de influencia, poder y canonjías. Difícil será encontrar entre ellos una apuesta máxima por la utopía: aquella de unir las diferencias para fortalecer un proyecto compartido. Sobra demagogia, falta quien sostenga con hechos esa socorrida retahíla que se usa hasta el hartazgo sobre el templete.
Los enemigos de ese sueño colectivo son el ego, la envidia y la vanidad. En la escala máxima no hay ningún «yo, tú, él, ellos», hay unidad, hay solidaridad, hay desapego del poder en pro del bienestar común. ¿Aún tiene dudas de por qué no hemos llegado a ese estrado?, ¿quién le viene a la mente para ponerle rostro a ese bloqueo al que nos enfrentamos?
Pero no todo es culpa de la clase política, los autores de la catástrofe se encuentran a todos niveles. El desgano, la antipatía, la poca misericordia y demás embusteros viven a ras de suelo, anquilosados en la pirámide, de arriba-abajo y viceversa. El tema está en el autoengaño que esto supone para los individuos, quienes con razones suficientes reclaman la permanencia del dañino statu quo, mismo del que, paradójicamente, comparten paternidad.
Ante tal recorrido, la diversidad puede ser una balsa. Pensar fuera de la caja, más allá de un llamativo eslogan, irradia frente a nuestros ojos una salida más digna a las clásicas tropelías de la vida diaria. ¿Cómo hacer para sumar el talento individual?, de entrada, esta legítima ofrenda necesita de un escenario en donde no haya cabida para la imposición. El tiempo dirá si fuimos capaces de abrazar un sueño colectivo o nos ganó la efímera chispa del «primero yo, después yo y al último yo».