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Ni olvido ni perdón

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Según los refranes populares, ‘el tiempo lo cura todo, menos la vejez y la locura’; ‘es cuestión de tiempo’; ‘el tiempo lo cura todo’; ‘el tiempo pone todo en su sitio’; ‘no hay nada que el tiempo no logre sanar’; ‘el tiempo y la distancia lo cura todo’; etc.

Y en parte, es cierto, pues los procesos de duelo permiten cerrar determinadas heridas, si ese proceso se afronta de forma activa y la persona realiza los esfuerzos precisos para sustituir o reemplazar la pérdida en cuestión, sustitución parcial o total.

Pero en realidad, el tiempo no cura nada, ni nos hace más sabios, solo nos envejece; es la actitud personal la que reduce la ansiedad, la adversidad. Y cada persona precisa su propio ritmo, su propio tiempo.

Y, es evidente, que cualquier problema que dejemos sin resolver, nos seguirá afectando, pues las emociones que no se expresan, no se superan.

Por eso, todos esos refranes mencionados no son más que mentiras piadosas con ánimo ayudar al afectado. Pero está comprobado que la pasividad no ayuda a superar el dolor.

Es evidente que psicológicamente, es así, ante la pérdida de seres queridos, separaciones frustrantes, etc.; pero, psicosocialmente, hay sucesos históricos que NO queremos olvidar, como, por ejemplo:

  • La masacre de 1714 bajo las tropas del Borbón Felipe V,
  • La insurrección ilegítima de algunos generales ante el gobierno legal y democrático de la república, comportando una sangrienta guerra (1936-1939),
  • La venganza posterior a dicha guerra, durante todo el franquismo, e incluso durante décadas después,
  • La represión tras el referéndum del 2017, que todavía dura,
  • Etc.

Y claro, esos hechos, por más distancia que se ponga, por más años que pasen, no queremos, ni podemos, olvidarlos ni perdonarlos.

Es evidente que para poder perdonar unos hechos así, en primer lugar, los ejecutores de los mismos, o sus sucesores directos, deben pedir perdón y efectuar de forma explícita y diáfana, las correspondientes reparaciones morales y económicas.

Sin esa premisa fundamental, las víctimas directas o indirectas, y sus sucesores, no podemos perdonar.

Y, claro, olvidar nunca. Nunca se deben olvidar esos hechos, pues sería una traición a las víctimas. Y, como dice el refrán, ‘el que olvida y desconoce su historia, está condenado a repetirla’, y no queremos olvidarla ni que la olviden los ejecutores, que han de purgar por los siglos de los siglos.

Este fin de semana, en concreto, hemos recordado dos aniversarios:

  • El domingo 15, se cumplieron 83 años de la ejecución del 123 president de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys i Jover (1882 – fusilado el 15 de octubre de 1940),
  • El sábado 14, se cumplieron 4 años de la infame sentencia del tribunal supremo, por la causa 20907/2017, contra nueve líderes independentistas catalanes.

Tras la muerte del asesino dictador Francisco Franco (1892 – 1975), se han ido repitiendo numerosas peticiones para anular los procesos sumarísimos del franquismo y rehabilitar la memoria democrática de las víctimas. Pero, ni la ley de memoria democrática 20/2022 ha facilitado esa reparación histórica.

Y, de ese modo, el PSOE, con sus diferentes mayorías, no ha querido (sería una excusa decir que no ha podido) hacer ese paso. Así, ni Felipe González, ni José Luís Rodríguez Zapatero, ni Pedro Sánchez, han tenido la ética ni la moralidad requerida. Todos ellos forman parte del problema, ya que el PSOE ha sido y es el gran baluarte de la monarquía, del sistema.

Ya comenté en un anterior escrito, que la mayor parte de los actuales estados herederos de anteriores imperios coloniales, fueron pidiendo perdón por sus genocidios: asesinatos, rodos, torturas, etc.; mientras que España es el único que no ha pedido perdón a sus excolonias. Y, de eso también es culpable el PSOE, que, de ese modo, ha asumido las fechorías. El PP no ha repudiado el franquismo, está claro; y así, confirma, explícitamente, su herencia. Y que el PSOE mantenga el mismo silencio sobre todos estos hechos, le hace cómplice, un cómplice necesario, y, por lo tanto, igualmente culpable.

Igualmente culpable es el grupo de Sumar (antes Podemos), pues, con su lenguaje expresamente sibilino, Yolanda Díaz y Jaume Asens, lo que quieren es garantizar la unidad de SU España. Una unidad que, para ellos es incuestionable. Y ahora quieren vendernos una amnistía trampa, que permita el abrazo del oso español, que nos aniquile moralmente durante décadas.

Y es que ese partido con ánimo de ser la bisagra (cuando la aritmética parlamentaria le ha negado esa especificidad), sólo tiene un objetivo, que es el de seguir en el poder, como vimos con la infame Ada Colau, y ahora con los dos mencionados. Así, por ejemplo, Díaz, gallega y hablante del gallego, dijo que en el congreso hablaría en castellano, la lengua común, ya que, siendo vicepresidenta del gobierno, no se entendería de otra forma, pues el gobierno es de todos los españoles.

Con esa mentalidad ya queda todo dicho, todo clarísimo. Sólo hay un nacionalismo, el bueno y necesario, el español. Los otros, como el catalán, son de menor categoría, menor nivel, folclóricos.

Que Jaume Asens, tenga la cara de decir que, en el conflicto independentista, ambos lados tenemos heridas: por un lado, los golpes de porra y por el otro lado, la unilateralidad …, merece la reprobación total de ese inmoral personaje, pues poner en un mismo nivel unos hechos antidemocráticos y reprobables, como los golpes de porra y la represión, y, equipararlos a la unilateralidad, que es democrática e históricamente eficiente, es de pura vergüenza.

Y que Díaz y Asens, con sus sonrisas, abrazos, proximidad, etc., hagan de ‘monosabios’ del sistema, es el peor papel del reparto. Y que esos personajes mantengan el mensaje que ‘delante de los que quieren el país dividido en dos mitades, condenadas a un empate infinito, nosotros queremos recuperar los grandes consensos’, deja en evidencia, que lo que quieren, es que nuestra mitad independentista, nos rindamos a la suya, a la unionista, la única sagrada, y consagrada, que merece ser respetada, hace que todo ese partido huela a podrido. Es la España una, grande y libre franquista; aunque más bien sea ‘España, una grande y libre Metro-Goldwyn-Mayer’, como cantó Joan Manuel Serrat en ‘Temps era temps’, del álbum ‘Tal com raja’ (1980)

Así, lo que pretenden es salvar al reino español, a la monarquía Borbónica, expoliadora donde las haya. Por eso, quieren imponer el relato del reparto de culpabilidades, para eximir que Felipe VI, saltándose la constitución, lanzase un ‘a por ellos’, que somos nosotros, los independentistas catalanes, y, por extensión, a todos los catalanes, pues todos pagamos la infrafinanciación, si bien la represión sí que es específica, claro. No quieren que el rey se vea obligado a hacer marcha atrás, y haga volver a las empresas que subordinada, disciplinada e inmoralmente, marcharon de Catalunya, y que siguen sin volver, por temor a ser objeto de boicot. Un boicot que no fuimos capaces de hacer los catalanes (y esa fue una opción pedida), por su implantación casi monopolista; pero que temen del resto de españoles, claro.

Todo ello nos confirma que la independencia la debemos conseguir nosotros, unilateralmente, no hay otro camino.

Y en ello estamos todos los pequeños grupos que nos mantenemos activos, mínimamente, como el colectivo que nos manifestamos diariamente en la avenida Meridiana de Barcelona, desde el nefasto 14 de octubre del 2017, día de la promulgación de la sentencia mencionada. Este colectivo hemos ido evolucionando, pues inicialmente pedíamos la amnistía y la independencia; mientras que ahora estamos por la independencia; ya que muchos consideramos que los partidos independentistas han virado en exceso.

Y sabemos que los pequeños grupos lo tenemos y tendremos siempre muy difícil, siempre ha sido así. Sólo hace falta ver el resultado del referéndum australiano, por la Voz de los Indígenas, realizado el pasado día 12. Y, claro, rechazado mayoritariamente, debido a la desinformación ejercida desde todos los poderes. Y sólo pretendían la creación de un órgano asesor en el parlamento, en representación de los aborígenes australianos y los aborígenes de las Islas del estrecho de Torres, después de siglos de discriminación.

Y, la ‘democracia’ australiana, ha dado un NO rotundo a esas reivindicaciones. El poder es el poder, aquí, y en las antípodas, está claro.

Pero aún así, no nos resignaremos. Y sabemos que, siendo coherentes con nuestros deseos, unos deseos ajustados a nuestro país, sin subordinaciones externas, al menos, tendremos la conciencia tranquila. Mientras que los que hacen el triste papel de siervos del amo español, nunca tendrán esa tranquilidad, ya que no actúan éticamente. Incluso los catalanes unionistas, por más historial que tengan sus familias en Catalunya, o sean recién llegados, representan el poder de los invasores de 1714 y de los vencedores franquistas.

Muchas familias de esas siempre han jugado al bando vencedor, y, claro, sus patrimonios personales han ido viento en popa, sin tener que rendir cuentas a nadie; beneficiándose de expropiaciones, incluso por las purgas franquistas.

Por todo ello, y aunque tengamos pocas probabilidades de ver la independencia de Catalunya, nuestros nietos podrán decir que hicimos lo posible.

Asimismo, y también no menos importante, es que, en esta última década, muchos catalanes hemos vivido y seguiremos viviendo unas ilusiones y esperanzas, unas vivencias enriquecedoras, que nos han hasta rejuvenecido espiritual y moralmente.

Por eso, me parece muy adecuado el siguiente cuento:

‘¿Cuánto tiempo has vivido?

Había una vez un viajero que se dedicaba a recorrer infinidad de países y que llegó un día a un pequeño pueblo. Paseando por sus calles, preguntó a sus habitantes por algún lugar hermoso que visitar … algún sitio emblemático o característico que mereciera la pena ver … Todos le aconsejaron visitar el cementerio.

Así que, un tanto asombrado, se dirigió hacia el camposanto. Una vez allí recorrió las lápidas y las leyó atentamente.

De inmediato, llamó su atención las fechas escritas en ellas. 10 años, 5 años y 5 meses, 15 años, 7 meses y 8 días, 25 años y dos meses…

La extrañeza y la tristeza le embargaron. ¿Es que había una especie de maldición en aquel pueblo? ¿por qué sus habitantes fallecían tan jóvenes e incluso de niños?

Tan asombrado estaba que fue a buscar al sepulturero, y le preguntó: ¿qué ocurre en este pueblo?, ¿por qué la gente muere tan joven?, ¿acaso entierran a los difuntos más mayores en otro lugar?

¡No!, le contestó el empleado, con una sonrisa. En este pueblo contamos el tiempo vivido de otra forma. Para nosotros, el tiempo que cada uno ha vivido es el que ha disfrutado, pero ¡de verdad!

Y le explicó que en aquel pueblo todo el mundo tenía por costumbre anotar en un cuaderno los momentos felices que había vivido. El primer beso, el primer amor, una fiesta con sus amigos … Al morir, se realizaba la suma y se ponía en la lápida de cada uno de ellos. Así, se recordaba el tiempo que esas personas habían sido realmente felices… En este pueblo pensamos que el tiempo intensamente disfrutado es el tiempo verdaderamente vivido.’

(https://luisgalindo.com)

Es evidente que en nuestra vida, nuestra felicidad, está directamente relacionada con nuestra realización personal, familiar, pero también social; por eso, y siguiendo la moraleja de este cuento, y aplicada, de forma restrictiva a nuestro espiritu independentista, está claro que a muchos independentistas se les podrá indicar en sus lápidas, la casi totalidad de sus vidas, mientras que otros tendremos esa última década (y las que vengan); pero, en todos estos casos, representará un tiempo verdaderamente vivido por nuestro país. Y ese es realmente el tiempo que cuenta a nivel histórico, aunque no hayamos conseguido nuestro objetivo; pero será un tiempo que cimentará que se consiga en el futuro.

La pensadora Hannah Arendt (1906 – 1975), repetidamente citada en mis últimos escritos, una judía crítica con el nacionalsocialismo nazi, si bien, durante toda su vida mantuvo una relación amorosa con el filósofo Martín Heiddeger (1889 – 1976), que sí que se postuló a favor de Adolf Hitler (1889 – 1945), cuando Arendt tenía 63 años, justificó esa incongruencia (no aceptar el nacismo y seguir amando a un seguidor de ese pensamiento), diciendo:

‘Porque soy humana, soy incoherente, pues la verdadera humanidad es la incoherencia (…) y como soy incoherente, me alegro’; citas recogidas en la novela de Miquel Esteve, ‘Amor sense món’ (editorial Navona, 2023).

Posiblemente esa ‘justificación’ de Arendt podría incluirse, parcialmente, en la banalidad del mal, que expresó esa autora en ‘Eichmann en Jerusalén (1963); yo creo que sí, de forma clara. La incoherencia no me parece un argumento válido, ni ética ni moralmente. Creo que la principal característica de la humanidad es o debe ser la lógica ética y moral.

Por eso, los independentistas catalanes deberíamos intentar buscar esa lógica, huyendo de las incoherencias, como las que hoy nos vende Pere Aragonès, mediante el informe que había encargado sobre las posibilidades del futuro referéndum acordado o refrendado por todo el demos español. Otra manera de marear la perdiz para seguir apoltronado, claro.