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El burro de Buridán

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

‘El ‘Burro de Buridán’ es el nombre que recibe un argumento -o experimento mental- de reducción al absurdo propuesto contra la tesis de Jean de Buridán (1300 – 1358), un teólogo escolástico discípulo de William de Ockham (1287 – 1349) y defensor del libre albedrío y de la ponderación de toda decisión por medio de la razón.

Con la finalidad de satirizar su posición, algunos críticos propusieron el caso de un burro a punto de morir tanto de sed como de gana, y que es situado justo al centro entre una pila de trigo y un gran depósito de agua. El experimento afirma que el animal muere por las dos causas, porque es incapaz de escoger uno de los dos caminos (su instinto le lleva, al mismo tiempo a los dos extremos que están a la misma distancia).

Este experimento pretendía ilustrar de manera extrema que entre dos alternativas igualmente válidas; no se puede optar por ninguna de las dos de forma racional y emocional, y siempre se pierde un tiempo excesivo en la selección.

(…)

El citado Ockham describió el principio metodológico y filosófico denominado ‘la navaja de Ockham’ que determina que ‘en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable’, es decir, ‘que los entes no se han de multiplicar sin necesidad’; ‘la pluralidad no se puede dar por sabida sin necesidad’.

(fuente: Wikipedia)

Pues bien, en este momento vemos que los independentistas catalanes estamos ante la disyuntiva de aceptar la posible amnistía (con sus derivadas de aceptación del estatus quo) o, por el contrario, rechazarla e ir a por todas, y esperar que los tribunales internacionales obliguen al estado español a reconocer que se excedió y que cometió todo tipo de acciones antidemocráticas.

Ante este dilema, los equidistantes, como el burro mencionado, morirán de sed y de hambre, por no saber tomar una decisión (racional o emocional).

Y, claro, los que optemos por una u otra alternativa (buscar el agua o el pienso), podremos equivocarnos, pero, en todo caso, moriremos saciados de agua o de pienso.

Como se desprende del experimento de la navaja de Ockham, la decisión más simple, siempre es la más probable (no la más acertada)

Por ello, quizás, la decisión de aceptar la amnistía, por más descafeinada y limitada que sea, puede ser la opción más adecuada; siempre y cuando no comporte derivadas como el rechazo de la vía unilateral, el rebajar la nación catalana a mera mayoría nacional, etc.

Pero todo es complejo, como sabemos, y como demostró el matemático ruso Andréi Kolmogórov (1903 – 1987), con su teoría computacional, describió la complejidad que lleva su nombre, para determinar la cantidad de recursos de computación necesarios para poder describir una cierta cantidad de información (entropía algorítmica).

Estos días vamos viendo diferentes manifestaciones de especialistas, considerando las ventajas e inconvenientes de aceptar, de forma utilitarista, la consideración de ‘minoría nacional’ en lugar de la de ‘nación’.

Según indicó Vicent Partal el pasado 23, la comunidad internacional no tiene una definición aceptada por todos de qué es una nación y, todavía menos, de quién es una nación, pues siempre confunde estado con nación.

Pero, como explica el citado Partal, la concepción de la minoría nacional catalana comporta una previa existencia de una nación; igual que la expresión de minoría religiosa, comporta la previa de la existencia de la religión.

Y expresa que la nación la define el poder, si tienes suficiente poder, te proclamas nación, y nadie te lo discutirá. Mientras que la consideración de minoría nacional, la define la condición de discriminación, la minorización. Por lo que, concluye Partal, que el debate es político, no jurídico, recordando que el Tratado de Lisboa, reconoce en su artículo primero que la UE es una unión de estados y de ciudadanos -no únicamente de estados-, pues en su artículo segundo remarca como fundamento de la UE ‘los valores del respeto a la dignidad humana, de la libertad, de la democracia, de la igualdad, del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías.

Los independentistas catalanes sabemos, por experiencia, que el estado español es el que ostenta todos los poderes y, por eso, es reconocido entre sus iguales, obviando las matizaciones efectuadas en el mencionado Tratado de Lisboa del 2009, y de la consideración de ‘grupo objetivamente identificable’ (GOI), como estableció el tribunal de justicia de la UE el pasado mes de febrero.

Por su parte, Partal señala que a la autodeterminación nunca se llega mediante pactos, si no a partir del ejercicio del poder. Y que el reconocimiento de la minoría nacional catalana no implica, necesariamente, renunciar a lo que representó el 2017, aunque, hayamos visto que en nombre de la independencia se han hecho, incluso, pasos atrás, contra la independencia.

Efectivamente, de forma racional, creo que Partal tiene razón, pero, creo, asimismo, que el valor simbólico de la consideración de ‘nación’ debe ser debidamente ponderado.

Joan Fuster i Ortells (1922 – 1992) consideró que hay catalanistas, porque hay españolistas. Así, en el siglo XIX, en respuesta al nacionalismo español moderno, de matriz castellana, para configurar la construcción del ‘estado-nación’, se potenció el sentimiento reactivo del catalanismo (movimiento cultural de la Renaixença, las Bases de Manresa, etc.)

Pero creo que no debemos perdernos en tecnicismos leguleyos, y debemos considerar que el citado Ockham tenía razón cuando dijo que ‘en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable’.

Efectivamente, la consideración de ‘nación’ o la de ‘minoría nacional’ no tienen ni representan una igualdad de condiciones, pues si fueran equivalentes, el estado (PSOE, el PP, etc.) no nos negarían la condición de nación.

Según el diccionario de la RAE, el término nación tiene varias acepciones:

  • Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
  • Territorio de una nación.
  • Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

Y aquí está la madre del cordero, pues los poderes del estado español consideran que el único país es el suyo, regido por un mismo gobierno, con su idioma y tradición castellana.

Y el término ‘país’ ese diccionario lo define como:

  • Territorio constituido en estado soberano.
  • Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un estado.

Y, como sabemos, Pedro Sánchez, como defensor del estado español, se ciñe a la primera acepción mencionada. Por eso, les es incomprensible aceptar a que Catalunya sea un país, una nación, ni tampoco una nacionalidad (a pesar de que lo diga la constitución), y que el mencionado diccionario señale las siguientes acepciones de nacionalidad:

  • Condición y carácter peculiar de los pueblos y habitantes de una nación.
  • Vínculo jurídico de una persona con un Estado, que le atribuye la condición de ciudadano de ese Estado en función del lugar en que ha nacido, de la nacionalidad de sus padres o del hecho de habérsele concedido la naturalización.
  • Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural.

Obviamente, los poderes del estado se basan, fundamentalmente, en la primera acepción, y ‘olvidan’ la tercera, que ni siquiera se han molestado a desarrollar y especificar, tras más de 40 años de vigencia, pues hacen una lectura súper restrictiva de que su constitución española, en su artículo 2 (que he transcrito varias veces) señala que:

‘La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas’.

Todos sabemos que el núcleo central del estado es su sacrosanta ‘unidad’ de la ‘Nación’, ‘patria’ ‘indivisible’, así que, nunca aceptará cualquier atisbo que pueda comportar ‘debilitar’ esos sagrados pilares.

Y, menos, si conciben el término de nación catalana como contrapuesto a la nación española (siguiendo la lógica de Fuster); nunca querrán aceptar, por ejemplo, que España sea una nación de naciones.

Y, claro, por eso proponen la expresión de ‘minoría nacional catalana’, que, como señala Partal, es una muestra de expresar su poder y manifestar su minorización de nuestra comunidad.

Ante esta situación, como he dicho, caben dos opciones: Aceptar la denominación de ‘minoría nacional’, considerando las ventajas legales que conlleva. O rechazarla.

Y en este dilema vemos que la mencionada navaja de Ockham tampoco es aplicable, ya que ambas propuestas no son equiparables.

A mi modo de ver, aceptar la expresión de ‘minoría’, además de la traición histórica y simbólica que comporta, denota la aceptación del estatus quo español, la sumisión a su Nación, con mayúsculas, patria común e indivisible.

Por eso, creo que un desacuerdo en ese punto no sería negativo, ni mucho menos, más bien sería la reafirmación de lo que somos y de lo que no queremos dejar de ser. Y, en este caso, me parece que sería suficiente que reconocieran que el referéndum del 2017 no fue ilegal (que no lo fue), así, explícitamente, reconocerían que se extralimitaron de forma infinita; y eso sería un gran avance que no atacaría nuestro universo simbólico.

Creo que esa fórmula nos permitiría avanzar (mejor dicho, no retroceder), no morir de inanición, como el burro de Buridán, pues, aceptar el de minoría, sería seguir con su actual esquema, con su concepción inalterable.

Somos conscientes de que, como dijo Ockham,la pluralidad no se puede dar por sabida sin necesidad’. Pero, sabemos que por más necesidad que tenga ahora Pedro Sánchez, nunca, y nunca es nunca, aceptará la pluralidad, considerarnos una nación, los poderes se lo cargarían; y nosotros no podemos perder nuestra simbología por una mera investidura española, como apunté ayer; no podemos dejar de considerarnos lo que nos consideramos, por un mero plato de lentejas, como es el de la minoría nacional.

El citado Ockham describió el principio metodológico y filosófico denominado ‘la navaja de Ockham’ que determina que ‘en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable’, es decir, ‘que los entes no se han de multiplicar sin necesidad’; ‘la pluralidad no se puede dar por sabida sin necesidad’.