Tras el paréntesis artificioso de estas fiestas, en el que, protocolariamente, no paramos de desearnos felicidades, hoy, 1 de enero, vuelve la realidad, sin máscaras, como explico en este escrito.
Janus (Iänus), en la mitología romana, era un dios de dos caras (tomado de la cultura etrusca), que cuidaba de la entrada de las casas. Las dos caras tenían un significado, pues una miraba hacia atrás, al pasado, y la otra hacia adelante, al futuro. Y, en su honor, se le dedicó el primer mes del año. Su figura se representaba con una llave, por ser el guardián de todas las puertas y, a veces, con el número de 365 en las manos, para recordar el año que abría.
Y esa simbología me parece muy adecuada para expresar el actual momento, una vez superados los días en los que comercialmente se nos impone ‘ser felices’; pues hoy volvemos a encontrarnos con los mismos problemas que teníamos (pobreza, gente sin casa, sequía, etc.), con las mismas guerras (Ucrania, Gaza, etc.), con las mismas desgracias (terremoto de 7,6 grados y alerta de tsunami en la costa occidental de Japón, accidentes automovilísticos por exceso de alcohol, etc.). Y, en esa situación, vemos que el odio (si, odio) a todo lo que representa Catalunya, se mantiene, como vimos en los mensajes de algunos de los presidentes autonómicos, en sus discursos realizados ayer, 31.
Por eso, una primera pregunta es replantearnos si ese lapsus de tiempo intermedio, con las rutinas festivas, ha sido realmente terapéutico, si nos ha aportado nuevas fuerzas y energías para afrontar el nuevo año, o, si, por el contrario, ha sido un período irracional.
Obviamente, las personas que viven esas festividades celebrando la religiosidad que representa (también por una imposición artificiosa, como expliqué en un escrito anterior), nada que objetar; pues esas personas, con seguridad, sí que han obtenido un plus, inmaterial.
Otro gran grupo de personas, afortunadamente, que ha tenido la posibilidad de disfrutar estos días con amigos y familiares, viajes, etc., y ha podido organizarse para ello, sin incomodidades, también ha obtenido un plus terapéutico.
Ahora bien, para la mayoría de las personas, que nos dejamos llevar por las rutinas que nos imponen, por las costumbres o hábitos adquiridos, que realizamos de forma automática, difícilmente hemos obtenido ningún plus; más bien al contrario, pues el exceso de comidas y bebidas, la masificación en restaurantes, con precios elevados y con calidad y servicio muy mejorable (por decirlo suave), con festejos y desplazamientos multitudinarios totalmente incómodos, soportando personas con las que no comulgamos en exceso, pero que debemos soportar pacientemente sus discursos, etc., realmente no han sido una festividad, ni mucho menos.
Está claro que las rutinas nos dan una sensación de comodidad, de continuidad, de más de lo mismo; y eso nos da una falsa sensación de felicidad, por la ausencia de imprevistos. Pero, muchas veces, nos contentamos con simples detalles, por ejemplo: nos conformamos con oír y ver por la televisión unos breves compases del concierto de año nuevo de Viena, en concreto de la última pieza, la tradicional Marcha Radetzky, op. 228 de Johann Strauss padre; o ver cuatro saltos de esquí, también por televisión, del torneo de los Cuatro Trampolines (este año en Oberstdor y Garmisch, entre otras ciudades); etc.
Es evidente, asimismo, que hay muchas otras personas que por su condición y situación personal no pueden celebrar estas fiestas (pobreza, falta de salud, soledad, obligación de trabajar, etc.), y quedan al margen, y, claro, no han tenido ese paréntesis festivo.
De todos modos, para la generalidad de personas, el año nuevo no es un libro con las páginas en blanco, pues no partimos de cero, tenemos la mochila que llevábamos, para bien y para mal, como avisaba Janus. Hay memes que circulan como falsa autoayuda, que nos venden el nuevo año como nuevas oportunidades, que empiezan hoy. Y, eso es relativo, como todos sabemos.
Es una practica habitual plantearse nuevos deseos y objetivos para el año nuevo, y eso es positivo en algunos casos, pero, como dijo Albert Einstein (1879 – 1955), en una de sus frases más populares: ‘Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo’; Winston Churchill (1874 – 1965), también dijo: ‘cambiar no siempre equivale a mejorar, pero para mejorar, hay que cambiar’. Y aquí muchos fallamos, pues queremos cambios sin apenas modificar nada.
Siguiendo con Einstein, ‘la inteligencia se mide por la capacidad de cambiar cuando es necesario’, y esa inteligencia es la que nos falla habitualmente.
Es verdad que el filósofo Heráclito (Herákleitos, 544 a.C. – 484 a.C.) dijo que ‘Nada es permanente a excepción del cambio. La permanencia es una ilusión de los sentidos’, y también lo dijo Siddharta Gautana (Buddha, 566 a.C. – 486 a.C.) ‘La única constante en la vida es el cambio’ y, en términos absolutos es así, no nos podemos bañar dos veces en el mismo río, pero el cambio al que se referían Einstein y Churchill, y que es el cambio trascendente al que me refería, sobrepasa los cambios a los que se referían Heráclito y Buddha.
Por todo esto, hoy, 1 de enero, confirmamos que Augusto Monterroso (1921 – 2003) tenía razón en su microrelato, ‘El dinosaurio’ (1959), que he citado en varias ocasiones: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’. Es decir, como he comentado más arriba, seguimos con los mismos problemas que teníamos, así que muchas esperanzas de mejora, no podemos tener.
Ayer me recordaron el famoso escrito ‘El mensaje a García’ (1899), de Elbert Hubbard (1856 – 1915); y me hizo gracia, pues lo tenía olvidado, afortunadamente, pues representa un pensamiento anacrónico, de cumplir las órdenes sin hacer preguntas, solo respondiendo ‘a sus órdenes’.
En ese relato histórico, justo antes de la guerra hispanoamericana, el presidente de los EUA, William McKinley (1843 – 1901), precisaba hacer llegar un mensaje al general Calixto García Iñiguez (1839 – 1943), líder de los insurgentes cubanos y, siguiendo los consejos, McKinley, en 1898 encomendó la tarea al teniente primero Andrew Summers Rowan (1857 – 1943) y que volviera con las peticiones de García, sobre lo que necesitaba para cooperar con las fuerzas norteamericanas, ante una posible invasión a la isla.
En otro momento profundizaré sobre este texto; pero, a los efectos del presente escrito, me parece interesante centrarme en la falta de crítica a las órdenes, a las costumbres, en su cumplimiento ciego, pues eso es lo que habitualmente hacemos, incluso de forma inconsciente. Y así nos va, que este año arrastramos y seguiremos arrastrando los problemas, sin esforzarnos en mejorar la situación. Situación que nos será más compleja, ya que tendremos un año más y, no necesariamente, seremos más sabios.
Por todo esto, me parece que los independentistas catalanes deberíamos cambiar, replantearnos la situación actual, aprender de los errores cometidos, coordinarnos, unirnos, y establecer una estrategia y planificar acciones conjuntas y con más posibilidades de éxito, que la mera continuidad de más de lo mismo, que venimos haciendo. Sólo así podremos escribir una historia exitosa.