En el complejo tablero de la política internacional, las palabras, las acciones y las expectativas pesan sobre la imagen pública de un líder y es que a veces los políticos se olvidan de que, por un periodo de tiempo no son sólo un reflejo de su persona sino que su imagen integral moldea la percepción de su administración, las relaciones dentro de su país y las relaciones entre naciones. Esto viene a colación por la reciente controversia desatada por el presidente argentino, Javier Milei, al calificar a su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, de «ignorante» y al presidente colombiano, Gustavo Petro, de «asesino terrorista», lo que subraya la delgada línea que existe entre la libertad de expresión de un líder y las responsabilidades inherentes a su cargo.
El episodio revela una flagrante falta de diplomacia, y pone en evidencia la importancia de contar con una estrategia integral de imagen pública en el ámbito político. Las declaraciones de Milei, lejos de ser meras opiniones personales, asumen una dimensión internacional que trasciende las fronteras argentinas, incidiendo directamente en la percepción global de su liderazgo y, por extensión, de su país. Este tipo de declaraciones incendiarias pueden erosionar las relaciones bilaterales, poniendo en juego la diplomacia y la cooperación económica y política entre naciones, que en el caso de México ha sido una las áreas de oportunidad más interesantes del presidente, López Obrador, que ciertamente en ocasiones no mide la repercusión de sus declaraciones o posturas frente a la percepción internacional.
Por eso debemos recordar que las figuras públicas, especialmente los líderes políticos, deben ejercer una comunicación responsable. Su voz no es sólo suya; es la voz de la nación que representan. Por tanto, cada declaración, cada crítica, cada acusación debe ser cuidadosamente sopesada en términos de sus posibles repercusiones. Un mal comentario puede desatar disputas internacionales innecesarias, como hemos visto, y también puede profundizar las fisuras internas, alimentando la polarización y el malestar social. En este contexto, no resulta exagerada la reacción del presidente colombiano Petro, expulsando al embajador argentino y retirando al suyo de Argentina, como una respuesta comprensible ante un ataque directo a su imagen como persona y como titularidad de una nación.
Lo que hace particularmente interesante el caso de Milei es, que a pesar de las controversias que han generado sus políticas internas y sus “abiertas posturas” sobre sus homólogos en otros países, ha manteniendo un amplio respaldo -superior al 50%-, y a pesar de las tensiones diplomáticas, ha logrado mantener, e incluso fortalecer, su base de apoyo, superando en imagen positiva a los dirigentes del peronismo. Por eso, la estrategia de imagen de un líder político debe ser precisamente eso: estratégica. Debe ser consciente del impacto de sus palabras y acciones, tanto dentro como fuera de sus fronteras. En la era de la información instantánea y las redes sociales, donde las declaraciones pueden volverse virales en cuestión de segundos, la prudencia y la responsabilidad son más cruciales que nunca
Al final, este tipo de conflictos diplomáticos, lejos de ser trivialidades, pueden tener consecuencias duraderas, que afecten las relaciones actuales y la cooperación futura en áreas vitales. Y es que, debemos recordar que la política de descalificaciones en esos niveles además de que debilita la diplomacia internacional y desvía la atención de problemas urgentes y reales, afecta también la imagen tanto de quién hace las descalificaciones como de quien es víctima de ellas.