Todos tenemos claro que es diferente lo que pensamos que somos, lo que los otros piensan que somos, y lo que realmente somos; pero, en general, se tiene menos en consideración la compleja controversia entre el ‘deber ser’ y el ‘querer ser’. En este escrito intento profundizar un poco al respecto.
Es evidente que todos somos esclavos de los ‘deberías de’, de las ‘obligaciones sociales’, y dejamos en segunda instancia lo que en realidad queremos ser, lo que deseamos ser.
Así, en general, invertimos la mayor parte de nuestras energías, de nuestro tiempo y, en definitiva, de nuestra vida, para cumplir esas ‘obligaciones’ sociales, interpretadas de forma subjetiva, claro.
Efectivamente, la vida social nos ha impuesto una educación que ha modulado nuestros sentimientos, al objeto de acatar unos deberes que, de forma ineludible, debemos respetar y cumplir, por ejemplo, debemos respetar a las otras personas, debemos acatar las leyes, debemos trabajar para mantenernos a nosotros y a nuestras familias, y así, un largo etc. de deberes, que se convierten en obligaciones formales e informales.
Y, podemos constatar que, en la mayoría de los casos, esa vida sujeta a esos deberes, a esas obligaciones, acaban conformando nuestro estilo de vida, confundiéndolo con nuestros deseos. Y así, la comodidad y la búsqueda de soluciones sencillas a los problemas complejos, nos hace enterrar nuestros deseos, a los que, a lo largo de nuestra vida, apenas dedicamos atención, ni energías ni tiempo.
De ese modo, el resultado final es que acabamos sin conseguir la autenticidad deseada, que, en el mejor de los casos, pasa a ser un sueño utópico, o, peor todavía, ni eso, pues queda reprimida totalmente, y, por lo tanto, nuestras ilusiones quedan enterradas en lo más hondo de nuestro ser.
Obviamente, el equilibrio es difícil, ya que está claro que cumplir con nuestros ‘deberes’ hace felices a los que nos rodean (ser ‘buenos’ hijos, ‘buenas’ parejas, ‘buenos’ padres, ‘buenos’ trabajadores, ‘buenos’ ciudadanos, etc.), pero también está claro que eso nos resta vitalidad y nos dificulta ser lo que deseamos ser en cada momento.
De acuerdo con la concepción dinámica freudiana, el deseo tiene una gran importancia en el inconsciente, ya que incluso en el sueño, el deseo tiene unos síntomas transaccionales, pues Freud consideró que está directamente unido a la experiencia de satisfacción.
Pero Sigmund Freud (1856 – 1939) no identificó necesidad con deseo:
‘(…) la necesidad, nacida de un estado de tensión interna, encuentra su satisfacción por la acción específica que procura el objeto adecuado (por ejemplo, alimento); el deseo se halla indisolublemente ligado a ‘huellas mnémicas’ y encuentra su realización en la reproducción alucinatoria de las percepciones que se han convertido en signos de esta satisfacción’.
(J. Laplanche y J-B Pontalis, ‘Diccionario de Psicoanálisis’, editorial Labor, Barcelona, 1987)
Freud, como he dicho, se refirió al deseo inconsciente; mientras que Jacques Lacan (1901 – 1981), amplió su ámbito, ya que:
‘(…) la necesidad se dirige a un objeto específico, con el cual se satisface. La demanda es formulada y se dirige a otro; aunque todavía se refiere a un objeto, esto es para ella inesencial por cuanto la demanda articulada es, en el fondo, demanda de amor.
El deseo nace de la separación entre necesidad y demanda; es irreductible a la necesidad, puesto que en su origen no es relación con un objeto real, independiente del sujeto, sino con la fantasía; es irreductible a la demanda, por cuanto intenta imponerse sin tener en cuenta el lenguaje y el inconsciente del otro, y exige ser reconocido absolutamente por él’.
(mismo diccionario citado)
Es evidente que el deseo inconsciente es un mecanismo para la conservación y la perpetuación de la especie, y, a tal fin, nos conmueve y nos moviliza, para mejorar nuestra adaptación, nuestra sociabilidad, por eso:
‘(…) cuando los humanos ven un árbol no se enarbolan, pero cuando ven algo triste, se entristecen’
(J. A. Marina y M. López Penas, ‘Diccionario de los sentimientos’, editorial Anagrama, Barcelona, 1999)
Pero, en este escrito me quiero centrar en el deseo consciente, racional, en las ilusiones para conseguir unos objetivos y fines que nos permitan ‘ser’ lo que realmente ‘queremos ser’; obviando, un tanto, las obligaciones sociales, nuestros compromisos con los ‘deberes de’, que nos han impuesto y nos hemos autoimpuesto.
‘(…) Desear es una metáfora lexicalizada, maravillosamente poética. Procede del latín ‘de-siderare’, palabra compuesta de un ‘de’ privativo, y de ‘sidus-eris’, astro. Así que desear significa ‘echar en falta un astro’. Es, ante todo, el sentimiento de ausencia, aunque más tarde se impuso el significado de ‘buscar, obtener, anhelar’.
(mismo diccionario de los sentimientos)
En esta obra, los autores citan a los filósofos franceses Gilles Deleuze (1925 – 1995) y a Félix Guattari (1930 – 1992), que consideraron que: ‘estamos en una cultura del deseo, pues cada terráqueo es una colección de máquinas deseantes’.
Y Marina y López Penas establecen la siguiente descripción y clasificación:
‘Deseo: la percepción o anticipación de algo bueno o atrayente, o la conciencia de una necesidad o carencia, provoca una tendencia hacia algo, acompañada de insatisfacción y desasosiego: apetito, deseo, gana, querer.
Antónimos: desgana, inapetencia, anorexia, apatía, abulia, saciedad, repulsión.
Deseos concretos lexicalizados: avaricia, ambición, concupiscencia, curiosidad, emulación, gula, hambre, lujuria, sed.
Deseo = apetito = ganas: movimiento hacia alguna cosa que aparece como buena y atrayente.
Deseo + vehemencia = anhelo.
Deseo + vehemencia + inquietud = ansia.
Deseo + esfuerzo = afán.
Deseo + esfuerzo + constancia (+ obligación) = empeño.
Deseo + brevedad + sin razón = capricho.
Deseo + vehemencia + sin razón = antojo.
Deseo + sexual + desmesura = lujuria.
Deseo + posesión de bienes + desmesura = codicia.
Deseo + posesión de bienes + conservarlos + desmesura = avaricia.
Deseo + gloria = ambición.
Deseo + comida = hambre.
Deseo + bebida = sed
Pues bien, centrándonos en el deseo consciente, en las ilusiones que aparcamos para ser ‘buenos’ ciudadanos, ‘buenos’ padres, etc.; y, en concreto, tomando el ejemplo específico del deseo de la independencia de Catalunya, muchos tenemos claro que somos independentistas, pero queremos dejar de serlo, pues queremos ser independientes.
Y tenemos claro que, para lograr la independencia, debemos trabajar para conseguirla, no rendirnos, persistir; pero, primero, debemos tener claro si realmente ‘queremos ser independientes’ o si nos dejamos llevar por el ‘deber de ser independientes’, siguiendo las ‘exigencias’ de nuestro entorno (por ej., como vimos con los ‘independentistas’ que pasaron a votar al PSC/PSOE, los del 155)
Si realmente queremos ser independientes, debemos empezar votando, mañana, a partidos independentistas (preferiblemente, centrando el voto en Junts, para avalar al president legítimo, Carles Puigdemont)
Si nos abstenemos, es decir, si actuamos como anoréxicos sociales, es decir, si nos mostramos apáticos, sin deseo ni apetito, o abúlicos, incapacidad de decidir, realmente lo que conseguiremos será mantener el estatus quo y, en definitiva, perpetuar la infame corona borbónica.
En definitiva, que hemos de tener claro nuestro deseo, por ejemplo, de ser independientes, y, en ese sentido, debemos trabajar para conseguir ese deseo, vinculando nuestro ‘querer ser’ a nuestro ‘ser’ deseado, aunque ello comporte el sacrificio de algunos ‘deberes’, de algunas ‘obligaciones’, y, superando, por lo tanto, la tiranía del ‘deber de’. Solo así actuaremos de forma ética y acabaremos realizados, indiferentemente de que se consiga o no la independencia, pues ésta depende de muchos otros factores ajenos a nuestra responsabilidad individual.