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Los independentistas deberíamos tener una actitud disruptiva

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Ayer leí un artículo de Víctor Alexandre, que me pareció muy interesante y pedagógico, por lo que, en este escrito, transcribo, de forma casi íntegra ese escrito, para, añadir, finalmente, algunas conclusiones.

En este artículo, titulado ‘Nuestra sumisión no es natural, es conducta aprendida’, el autor nos explica:

‘Los catalanes no somos sumisos por naturaleza. Nos han vuelto, que es muy diferente. Nos conducimos de esa manera sumisa, por que hemos estado educados en la sumisión.

(…)

En un país falto de libertad y lo convertimos en un hecho caracterológico sistemático de su gente, el país en cuestión se bloquea y sus anhelos devienen inalcanzables. ¿Es esto lo que queremos?, ¿queremos dar la razón a Salustiano, cuando dice que son muy pocos los que quieren la libertad, la mayoría quiere un amo?

Nos hace falta reflexión, porque esta tendencia congénita nuestra al desacuerdo, este carácter ‘puncha higos’ que nos caracteriza, hasta el punto de encontrar pelos en todo y de querer corregir la plana a aquellos con quienes coincidimos en lo esencial, no es un valor, es una chacra. Y así es imposible avanzar. Absolutamente imposible. Es una situación enfermiza que acabamos llevando al extremo de experimentar un placer morboso haciéndonos daño entre nosotros o diluyendo nuestras victorias -a veces, incluso, comprando inconscientemente el discurso español-, sin pensar en la parálisis que esto comporta.

España también tiene, como todos, divergencias internas, pero contra todo aquello que pueda perjudicar, desacreditar, debilitar, menospreciar o empobrecer Catalunya, mantiene siempre un consenso que se hace evidente en todas las instituciones del estado.

No estoy diciendo que seamos así por naturaleza. Somos así como resultado del largo proceso de aculturación que hemos sufrido y en el que todavía estamos inmersos. Somos una civilización completamente diferente de la española, tan diferente, que después de tres siglos de aculturación, España todavía no ha conseguido su objetivo de hacernos dejar de ser lo que somos. Pero persiste, y menudas son sus ganancias. Lo demuestra el hecho que el carácter proclive a la refutación y a la crítica sistemática que nos caracteriza sólo aparece entre nosotros y contra nosotros, nunca contra el estado español. Nos quejamos, sí; los catalanes sabemos mucho de quejarnos, pero solo en forma de lloro, en forma de lamentación, procurando esquivar siempre el enfrentamiento directo con España. Si fuésemos exigentes, lo seríamos con todos, con España también, mucho más que con nosotros, por que de motivos tenemos a capazos. Pero no es así. Los catalanes solo nos mostramos críticos entre nosotros, y nos gustamos tanto en este papel, que a menudo llegamos a la difamación, a la injuria y, en definitiva, al linchamiento de muchos de los nuestros, motivados más por pulsiones que no por hechos y pruebas tangibles.

¿De dónde sale toda esta rabia?, nos deberíamos preguntar. ¿de dónde sale toda esta bilis que destilamos y que solo sirve para eliminar precisamente a las personas que más incomodan a nuestro enemigo?, ¿por qué dedicamos tanta energía haciéndole el trabajo sucio y aplanándoles el camino?, ¿y por qué, por el contrario, nos mostramos tan sumisos con su opresión?, ¿cómo es que todo nuestro nervio, toda nuestra valentía se difumina en un instante en el momento de enfrentarnos al estado español?, ¿si es un estado opresor, si es un estado absolutista, por qué acatamos sus leyes injustas, por qué obedecemos sus reglas de juego?. En un régimen de esclavitud, la dignidad se basa en la rebeldía, no en la pusilanimidad. Es suficientemente conocido que, de todos los esclavos, el que defiende al amo, es el más cobarde. Dice muy poco de nosotros que seamos tan gallitos, a la hora de criticar a los nuestros, y tan miedosos en el momento de plantarnos contra el que nos niega el elemento más esencial de la vida, que es la libertad. ¿Qué sentido tiene nuestra existencia, si dejamos que transcurra, día tras día, año tras año, siglo tras siglo, dentro de una jaula?

Ya he dicho que no somos así por arte de magia. Somos así porque tenemos detrás una larga historia de cautividad y nuestro comportamiento no es fruto de una manera de ser, sinó de una conducta aprendida. Hemos nacido en una nación sometida, hemos aprendido desde la infancia las reglas de comportamiento de nuestros adultos, las hemos reproducido de mayores y las hemos transmitido a nuestros descendientes. Se entiende, por tanto, que no tengamos la asertividad de los ingleses o franceses, por ejemplo. Los pueblos, como todo ser humano, llevamos el peso de nuestras vivencias; y todas nuestras vivencias nos remiten a la cautividad. Pero, mira por donde, es justamente aquí donde se abre una vía de agua para cambiar esta situación. Quiero decir que nuestra cautividad sería irreversible si ser sumisos fuese nuestra naturaleza. Pero no lo es. Nuestros antepasados de la Guerra de los Segadores o de la Guerra de Sucesión no tenían nada de sumisos. Más bien al contrario. Y es que los catalanes no somos sumisos por naturaleza. Nos han vuelto, que es muy diferente. Nos comportamos de forma sumisa, porque hemos estado educados en la sumisión. En otras palabras, nuestra conducta sumisa es aprendida. Pero toda conducta aprendida, precisamente porque es aprendida y no natural, es también reversible, es corregible. De nosotros depende, por lo tanto, que demos un golpe de volante y cojamos el atajo de la libertad’.

(Víctor Alexandre, elcom.cat, 18 de junio del 2024)

Todo comportamiento, todo lo que hacemos o dejamos de hacer, es nuestra conducta, pues no es preciso que sean acciones activas, físicas y visibles, pueden ser pasivas, mentales (pensar, imaginar, soñar, etc.), o puede ser la inacción en determinado momento.

Hay diferentes tipos de conductas: innata o heredada, adquirida o aprendida, observable o manifiesta, latente o encubierta, voluntaria, involuntaria o refleja, adaptativa, desadaptativa, apetitiva, consumatoria, pasiva, agresiva, asertiva, condicionada o reactiva, incondicionada, operante, etc.

Y reduciéndonos a las conductas adquiridas, que menciona Víctor Alexandre, pueden tener, asimismo, diferentes características de las citadas, pues pueden ser observables o no, adaptativas o no, condicionadas o no, etc.; y es verdad que la sumisión, como conducta adquirida, tendente a la conservación y a la perpetuidad, puede tener, también esas características.

Y el problema que tenemos, a mi modo de ver, es que no reconocemos nuestra sumisión. Y en todo problema, si no partimos de un correcto diagnóstico, cualquier medida que apliquemos, será una mera cataplasma sin efecto alguno.

Podemos pensar que los independentistas catalanes, en su conjunto, mostramos ser insumisos en el momento del referéndum del 2017, pero la evolución, desde ese momento glorioso, nos ha mostrado que, de forma mayoritaria, muchos han vuelto al redil del pensamiento sumiso y adaptativo, mientras que muchos otros han cogido otras vías, más o menos acertadas, como es la continuada abstención en las sucesivas elecciones, para mostrar su disconformidad con los actuales representantes políticos ‘independentistas’; y otros seguimos manteniendo, aunque de forma minoritaria, nuestra disconformidad, mediante manifestaciones más o menos simbólicas, pero, en definitiva, nada concluyentes ni determinantes.

Es cierto que nuestros antepasados, que protagonizaron la Guerra dels Segadors (1640 – 1652) o la Guerra de Secesión (1701 – 1714), se involucraron, mayoritariamente, participaron de forma activa, pues les iba la vida, sus posesiones, todo. Mientras que, en la actualidad, no percibimos esa necesidad imperiosa, pues, afortunadamente, y de forma generalizada (si bien, con grandes bolsas de pobreza) tenemos una situación relativamente confortable, que no queremos arriesgar, especialmente tras ver la violenta respuesta del estado español: prisión, condenas, multas, etc.

Por eso, me parece que sería iluso propugnar una conducta disruptiva, desafiante, respecto a la ‘autoridad española vigente’; máxime cuando podemos y debemos defender que nuestra conducta, también aprendida, es totalmente democrática y pacífica.

Pero, un primer paso, como indica Víctor Alexandre, debería ser el de no descalificar a los compañeros que no opinan como nosotros y, la base precisa para eso, sería no considerar como asociales las acciones que efectúen, aunque discrepemos, pues, lo esencial, es discernir de forma clara los que son nuestros opresores.

Y en esas estamos, en plena inacción, y esa es la principal característica de la sumisión aprendida y asumida, fruto de la experiencia sufrida, aprendida y asumida por sangre y fuego perdida por nuestros antepasados; por ejemplo, sin ir más lejos, los que sufrieron, directa o indirectamente, la plenitud de la dictadura franquista, que todavía perdura, de forma camuflada.

Y claro, esa sumisión nos parece más adaptativa (acomodaticia), aunque la realidad diaria nos confirme nuestro vasallaje (hoy, por ejemplo, ha corrido la información de que Catalunya recibe 43 euros menos por persona que la media española; y Madrid, 183 euros más que esa media).

Pero deberíamos ser conscientes de que las conductas disruptivas, no sólo se refieren a rupturas bruscas, pues toda transformación revolucionaria requiere procesos de innovación. Y, después de aceptar nuestro diagnóstico de sumisos, el segundo paso debería ser el de lograr la unidad del movimiento independentista y, entre todos, buscar ideas innovadoras, disruptivas, asertivas y proactivas, tendentes a avanzar hacia el objetivo deseado, que no es otro que la independencia.

Pero esa unidad debería descartar la ‘ampliación de las bases’, ya que eso comporta bajar el listón; ya lo hemos visto y, especialmente lo ha visto, experimentado y sufrido ERC.

Estoy convencido de que si el movimiento independentista de base, vamos unidos, y efectuamos acciones visibles, asertivas y efectivas hacia la República Catalana, la base se ampliará automáticamente, como pasó en el período 2010 – 2017.

Y debemos saber, también, que todos los poderes del estado español, y sus medios y redes sociales, tenderán a nuestra confusión.

Un ejemplo del poder de confusión de esas redes sociales lo tuvimos ayer, con una noticia ajena a nuestro ámbito, como fue la falsa información sobre el fallecimiento de Noam Chomsky, el gran pensador y activista político, libertario y antimilitarista, noticia que yo ayudé a difundir de forma involuntaria, pero acríticamente, sin verificarla. Lo importante es que siga vivo y mentalmente activo. Pero esa falsa noticia es un gran ejemplo del tratamiento que el sistema ha hecho con Chomsky, precisamente por su actitud crítica, pues hace décadas que ha sido marginado por los grandes medios de comunicación, y han tendido a caricaturizarlo y desprestigiarlo; pero, claro, cuando realmente muera (que deseo que dentro de mucho tiempo), seguro que todos publicarán grandes necrológicas.

Mahatma Gandhi (1869 – 1948) dijo: ‘primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas’.

Está claro que hasta el 2017 los unionistas se burlaron del movimiento independentista, pues estaban convencidos de que no teníamos ninguna posibilidad de realizar el referéndum; después de hacerlo, nos atacaron y siguen atacando, y, siguiendo con Gandhi, con ese ataque, el estado español perdió la poca credibilidad que le quedaba. Pero de eso, a haber ganado nosotros, hay un abismo, como sabemos.

Por eso, tras el ataque, no debemos asumir nuevamente la sumisión pasiva, si no que debemos contraatacar, mediante acciones innovadoras, democráticas y pacíficas, pero contundentes y efectivas; y, para ello, es preciso el conocimiento objetivo de la situación, como muy bien expuso en 1956, el filósofo alemán Günther Anders (1902 – 1992), pacifista y antinuclear, y esposo de Hannah Arendt en el período 1929 – 1937:

‘Para reprimir de antemano cualquier revuelta, es importante no recurrir a la violencia. Los métodos arcaicos como los de Hitler han quedado claramente desfasados.

Bastará con crear un condicionamiento colectivo tan poderoso que ni siquiera la idea de rebelarse surgirá de la mente de los hombres.

Lo ideal sería formatear a los individuos desde su nacimiento limitando sus capacidades biológicas innatas.

Luego se continuaría el condicionamiento reduciendo drásticamente el nivel de calidad de la educación para convertirla en una forma de inserción laboral.

Un individuo inculto sólo tiene un horizonte de pensamiento limitado y cuanto más su pensamiento está circunscrito a preocupaciones materiales y mediocres, menos puede rebelarse.

Hay que conseguir que el acceso al conocimiento sea cada vez más difícil y elitista… que se ensanche la brecha entre el pueblo y la ciencia, que la información destinada al gran público quede anestesiada de cualquier contenido subversivo. Sobre todo, nada de filosofía.

También en este caso debemos recurrir a la persuasión y no a la violencia directa: difundiremos masivamente, a través de la televisión, entretenimientos que adormecen la mente, halagando siempre lo emocional, lo instintivo.

Ocuparemos las mentes con lo que es fútil y lúdico. Es bueno charlas y músicas incesantes para evitar que la mente reflexiones.

Pondremos la sexualidad en el primer plano de los intereses humanos.

Como anestesia social, no hay nada mejor. En general, se hará de tal manera que se destierre la seriedad de la existencia, se ridiculice todo lo que tenga un alto valor, se mantenga una constante apología de la ligereza; para que la euforia de la publicidad, del consumo, se convierta en la norma de la felicidad humana y en el modelo de la libertad.

El condicionamiento producirá así por si solo una tal integración que el único miedo (que habrá que mantener) será el de ser excluidos del sistema y no poder acceder así a las condiciones materiales necesarias para la consecución de la felicidad.

El hombre de masa, así producido, debe ser tratado como lo que es: un producto, un ternero, y debe ser controlado, como debe ser controlado un rebaño.

Todo lo que permita adormecer su lucidez, su espíritu crítico, es socialmente bueno; todo lo que pueda despertarlo debe ser combatido.

Cualquier doctrina que cuestiones el sistema debe ser calificada antes que nada de subversiva y terrorista, y quienes la apoyen deben ser tratados como tales.

Sin embargo, se observa que es muy fácil corromper a un individuo subversivo: basta con ofrecerle dinero y poder’

Sobre la mencionada desinformación, que todos estamos viviendo, Xavier Bosch, en un artículo titulado ‘Cuatro preguntas incómodas’ (Ara, 16 de junio, 2024) planteó: 1) ¿Quién esperaba que el partido de Macià y de Companys tuviese ahora tan poca valentía?, 2) ¿Por qué el independentismo ha perdido 1.200.000 votos?, 3) ¿Por qué el ‘caja o faja’ sólo le sale bien a Pedro Sánchez?, y 4) ¿Por qué la justicia española actúa con tanta desvergüenza? Pues bien, respecto a la segunda pregunta, comentó que:

‘(…) la llamada ‘despolitización’ de TV3 tiene que ver, también, con el posterior grado de abstención independentista. Durante años, en la tele pública había tertulias de mañana, tarde, noche y sábado por la noche, que giraban, casi siempre, alrededor del único tema. Sin Vicent Sanchis en la dirección de TV3 y sin David Bassa al frente de los informativos, se ha tendido a una programación mucho más blanda. Tanto, que se ha pasado del todo a nada. Del monotema ya no se canta ni gallo ni gallina, y ahora, en todas las horas del día, tenemos cocineros en pantalla mientras la crónica negra es la gran distracción del país. Si el Procés desaparece de la agenda mediática, se funde también del imaginario de la población. Primero se destiñeron las esteladas de los balcones. Después las quitamos. Y, a este paso, a la próxima Diada nos iremos a manifestar a Tor. Òmnium hará camisetas del Sansa. Y la ANC, del Palanca.’

Está claro que el sistema nos quiere domesticados, amaestrados, anestesiados, sometidos, sumisos, y por eso, tenemos un gran trabajo para no caer en sus redes, e intentar hacer una campaña para contrarrestarla, al menos en nuestros pequeños círculos. Y eso en paralelo, mientras trabajamos para la unión y la búsqueda de ideas innovadoras, disruptivas. Sólo así honraremos a nuestros antecesores que dieron su vida y lo sacrificaron todo por nuestro País. Y sólo así dejaremos un futuro mejor a nuestros nietos.

Así que tenemos mucho trabajo para desaprender determinadas conductas que tenemos asumidas, como señaló Víctor Alexandre.