Buscar

Estrés por temor al cambio

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

La sobre-estimulación política comporta un cierto estrés, una tensión, que, en muchas ocasiones, sobrepasa los límites ‘aceptables’ y necesarios para la supervivencia, y al prolongarse en el tiempo, genera fatiga y conductas o reacciones excesivas e inadaptadas, como intento explicar a continuación.

Es verdad que en muchas ocasiones el estrés es debido a exagerados pensamientos negativos, o aparentemente negativos, basados en expectativas que tememos y que, posteriormente, no llegan a cumplirse o no de la forma que imaginábamos, pues al no depender de nosotros, o no poder conocer y controlar todos los elementos, al final, la realidad acaba sorprendiéndonos.

La psicóloga Laia Sabaté explica que ‘nuestro cerebro lo que busca no es que seamos felices, sino que sobrevivamos (…) y que, si hemos vivido en entornos inciertos, podemos tener mucha mayor tendencia a pensar de manera hipervigilante, catastrófica o negativa (…) pues intentamos protegernos y acabamos haciendo las cosas como hemos hecho la mayoría de las veces (…) Y hay un hecho añadido que es que nos cuesta mucho vivir el aquí el ahora (…)’.

Y la psicóloga Mar Ricart: ‘las ideas, creencias o imágenes mentales pueden causar sentimientos desagradables como la ansiedad, la tristeza, la frustración o la ira (…) pues ‘nuestro sistema nervioso se espanta pensando que se puedan convertir en realidad (…) por eso se desborda y activa relaciones de alerta, ya que hemos entrenado nuestro cerebro durante muchas generaciones para estar alerta y este sistema funcionaba muy bien en el pasado, cuando los peligros eran leones y bestias, pero hoy en día, muchos de los miedos son intangibles (…) y, en realidad, el cerebro no distingue si un pensamiento es real o imaginado y se anticipa preparando una respuesta de alerta delante de la posible situación adversa (…)’

(Joana Costa, ‘¿Por qué sufrimos por cosas que quizás no acaban pasando nunca?, Ara, 1 de julio del 2024)

Como vemos, la situación es muy compleja, por lo que es preciso, ante todo, ser pacientes, e intentar tomar distancia de los problemas, reales o imaginarios, y vivir el presente; ya que, al fin y al cabo, el futuro, en gran medida, no dependerá de nosotros.

Así, los independentistas catalanes, tenemos la certeza de que el corrupto reino español se caracteriza por determinado pensamiento franquista y su comportamiento lo hemos podido corroborar a lo largo de más de tres siglos; y eso es invariable, fijo, constante y perdurable.

Pero no podemos desanimarnos, tenemos el referente de generaciones anteriores, activas y comprometidas, que no desfallecieron, pese a todo, y eso ha permitido llegar a la situación en la que estamos, y en la que, coyunturalmente, tenemos una relativa fuerza. Por eso, no podemos caer en la apatía, como tampoco debemos dejarnos caer en la depresión, ya que, como mínimo, debemos traspasar a las nuevas generaciones la ilusión y la convicción de la necesaria independencia.

Y debemos seguir proactivos, sin esperar que ‘después de la tormenta llegue la calma’, pues esa calma (la calma del cementerio) impuesta por el estado español, mediante la ‘mejora de la convivencia’ patrocinada por Pedro Sánchez (PSOE), no deja de ser la máscara de un nuevo engaño, en línea con la ‘incomprensión’ que me explicó una amiga de la manifestación de la avenida Meridiana:

Los ‘conquistadores’ castellanos, al llegar a la región de los mayas, preguntaron cómo se llamaba la zona, y los mayas contestaron: ‘yu ka t’ann’ (que, en maya, significa ‘oye como hablan’) o ‘ci u t’ann’ (no te entiendo), y los castellanos entendieron que decían Yucatán. Igualmente, al llegar a un río del Perú, preguntaron, y la respuesta en guaraní fue ‘biru’ / ‘viru’, o ‘peru’ en quechua, expresiones que significan río. Biru también era el nombre de un cacique del sur de Panamá y que, por lo tanto, todas esas tierras recibían ese nombre. Pero los castellanos creyeron que Perú era el nombre de la zona.

Estos ejemplos nos muestran que los actuales españoles (y muy españoles, como dijo el infame Mariano Rajoy), siguen totalmente desconectados de la realidad. Así, Pedro Sánchez y sus monosabios, continúan con su matraca de la ‘mejora de la convivencia’ en Catalunya, sin querer entender, ni un ápice, la realidad y las necesidades catalanas.

Pero ese desconocimiento no les disculpa, ni mucho menos, pues forman parte del sistema que, muy acertadamente, el president Carles Puigdemont, en el exilio, al ver la reciente sentencia de Marchena y Llarena, contestó en un tuit en su cuenta de ‘X’: ‘La Toga Nostra’, en clara referencia a la ‘cosa nostra’, la mafia siciliana.

Ante esta situación, y para no sucumbir al estrés que padecemos los independentistas, y que, en gran medida está comportando una gran apatía, como he señalado, debemos ser conscientes de nuestro ser, aquí y ahora, y actuar en consecuencia y responsabilidad, de la mejor forma, racional y eficaz, posible, si bien, conociendo nuestras limitaciones.

Estos días estoy leyendo la última novela del recientemente fallecido Paul Auster (1947 – 30 abril de 2024), titulada ‘Baumgartner’, escrita el pasado 2023, que explica los pensamientos y acciones de un profesor de filosofía, de 70 años, tras diez años de viudedad, y que tiene una cotidianidad depresiva, con muchos pensamientos negativos, como refleja la situación inicial, que, al estar escribiendo, en el escritorio de su casa, necesita consultar un libro que tiene en el piso de abajo, mientras baja las escaleras, recuerda que tiene que telefonear a su hermana, pero piensa que antes, se preparará un té, al poner el cazo en el fuego, suena el teléfono, y va a cogerlo, pensando que sería su hermana, pero era el lector del contador, que le recordaba la visita, que él había olvidado, al momento, huele a quemado, va a la cocina, apaga el fuego, coge el cazo, sin más, y se quema, y el cazo cae al suelo, al poco, suena el timbre, y es el lector del contador. Al acompañarlo al subterráneo, ve que la luz está fundida, y cae por las escaleras, etc. En total, el personaje piensa muchas cosas, pero no hace ninguna, ni busca la cita que necesitaba, ni telefonea a su hermana, ni toma el té, ni nada.

Y esa forma de proceder, de pensar mil cosas, para acabar sin hacer ninguna, Auster la aplica a un personaje ya mayor (aunque no tanto), pero que me parece que podríamos generalizarla, ya que vemos que los partidos independentistas y nosotros mismos, todos, somos prisioneros de nuestro propio bucle, que nos incapacita para actuar de forma coherente y eficaz. Y esto, claro, beneficia al estado español, que ejerce todas las presiones, para profundizar en nuestras diferencias, debilidades y contradicciones y, todas ellas, propias de nuestra ‘razón’ fuera de control.

En esa novela, en un momento, Auster incluye una metáfora que me parece genial, que creo que se puede adaptar a nuestra situación, pues los independentistas nos consideramos un planeta, con toda su entidad, cuando, en realidad, apenas somos un mero asteroide que vaga por el espacio, sin ayuda de ningún tipo.

Con esto no quiero dar la razón al neofranquista exministro de Mariano Rajoy, José Manuel García-Margallo Marfil, que, en 2017, nos decía que, si nos independizásemos, estaríamos fuera de la UE, de la ONU y de todos los organismos internacionales, y vagaríamos por el espacio. Pues éste lo decía como castigo, si perdíamos el paraguas español; y yo he aplicado la metáfora de Auster, para constatar nuestras limitaciones actuales, no futuras.

Volviendo a la novela de Auster, el personaje Baumgartner acaba reconociendo que ‘vivir con miedo a perder, es negarse a vivir’, por lo que decide reemprender su vida social, afectiva, etc., pues piensa que ‘es extraordinario, la tierra está en llamas, el mundo se consume, pero, de momento, sigue habiendo días como este y mejor será que lo disfrute mientras pueda, quién sabe si será el último día bueno que veré en la vida (…)’

Realmente, nos puede parecer que el mundo está en llamas, si vemos las guerras, las penurias, la evolución de la extrema derecha, la actuación de la INjusticia española, o la sentencia de ayer de la audiencia de Barcelona, que absolvió a un agresor, que había dicho a un viajero del metro: ‘te voy a hacer heterosexual a hostias’, pero, por lo visto, eso, para el juez, ‘no es un delito de odio, si no una crítica legítima a la manera como vestía la víctima’. Vergonzoso, delirante, de pena, pero así es la INjusticia que nos aplican.

De todos modos, siempre hay noticias positivas, como, por ejemplo, la victoria del laborista Keir Starmer, en el R. U.; un político atípico, que hasta hace unos 5 o 6 años se había dedicado a la abogacía, y a la función de fiscal, y que en 2014 fue nombrado sir, por Isabel II.

Ya veremos si cumple con las expectativas generadas, que han hecho que mayoritariamente fuera votado (incluso en Escocia), ya que los ciudadanos quieren y necesitan seguridad y garantías de mejores servicios, que les permitan recobrar la ilusión.

Y esa sola noticia me parece muy positiva, máxime si la contrastamos con los políticos profesionales, que han dedicado toda su carrera a vivir y beneficiarse de la política, pues fuera de ella no hubieran tenido oficio ni beneficio.

Todo lo contrario de Keir Starner, de 61 años, que llega al cargo de primer ministro, con un bagaje cultural, profesional y vital, considerable, tenemos a personajes como:

  • Gabriel Attal de 35 años, primer ministro francés, y
  • Jordan Bardella, de 28 años, y presidente del grupo ‘Reagrupament Nacional’, de extrema derecha, patrocinado por la familia Le Pen.
  • Etc.

Y no lo digo por un complejo de edadismo, ni mucho menos. Pues estoy convencido de que la juventud tiene muchas virtudes, y la vejez muchos defectos (que Biden y Trump, por ejemplo, no quieren reconocer). Pero, tanto la juventud tiene, asimismo, sus carencias, como los mayores sus virtudes y experiencia.

Y estoy convencido de que la realización de determinados cargos requiere una experiencia vital y profesional, y no la exclusiva titulitis y, lo que todavía es peor, el compadreo y enchufismo, como he visto a lo largo de mis largas décadas en una empresa multinacional.

En definitiva, que debemos ser suficientemente inteligentes para conocernos, saber nuestras fuerzas y debilidades, así como las del ‘enemigo’ estado español; pues sólo así reduciremos el exceso de estrés, que nos incapacita, y, de este modo, aprovecharíamos el eustrés, el estrés positivo ante situaciones extremas y reduciríamos nuestro distrés, el estrés negativo.

Ya lo dijo Lluís Llach i Grande, en su canción ‘el jorn dels miserables’ (el día de los miserables) (2002):

Qué pocas palabras tengo,

y las que os digo son tan gastadas.

Será preciso buscar nuevos caminos

donde no sean precisas las palabras.

Qué poca fuerza que tengo;

tantas veces la he malgastado.

La quiero toda para mañana,

cuando la gesta lleve al alba.

Cuanta rabia que tengo,

puede que sea preciso ser perro desde ahora;

cuanta rabio que tengo

y no quiero olvidarla.

Qué poca esperanza tengo,

y quizás será preciso dejarla,

que no sea que esperar

nos aleje más de los actos.

Cuánta miseria que tengo

bajo los pies y sobre los hombros,

y la quiero guardar en mí

hasta el día de los miserables.

Y Jordi Carbonell i Ballester (1924 – 2016), en la Diada de 1976, nos dijo:

‘que la prudencia no nos haga traidores’

Tenemos mucho trabajo, y confío que no nos dejemos engañar más, si hemos de ‘ser perros’ como apuntó Llach, pues deberemos serlo, pero, nunca más, caer en las trampas españolas, y, claro, nunca, y nunca es nunca, votar la investidura de Salvador Illa (PSC/PSOE), el representante y avalador del 155 y de la represión que nos aplican, pues eso, como el temor al cambio radical, aumentaría, con toda seguridad, nuestro distrés (estrés negativo).