‘Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira’ (Ramón María de las Mercedes Pérez de Campoamor y Campoosorio (Ramón de Campoamor, 1817 – 1901) poema ‘Las dos linternas’, que forma parte de las ‘Doloras’, 1846); y este poema es la síntesis del presente escrito, basado en una selección de pensamientos y citas de un artículo que me ha parecido muy interesante, y que reproduzco parcialmente a modo de miscelánea.
‘La palabra griega ‘pseûdos’ significa mentira, pero también error, lo inventado que no corresponden a la verdad e, incluso, ficción.
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La mentira, el engaño, es una estrategia habitual en la naturaleza, que los humanos practicamos con asiduidad.
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Los humanos se mienten unos a otros y se mienten a sí mismo (Lévy-Strauss)
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Tengo la impresión de moverme en un mundo de fantasmas y me veo a mí mismo como la sombra de un sueño (Alfred Lord Tennyson, The Princess)
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Gobernar es hacer creer (Nicolás de Maquiavelo)
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Una característica que presentan los animales más inteligentes y, más que ninguno, los humanos, es la capacidad para anticipar la acción de otros individuos. En el juego mortal entre depredador y presa, cada uno tiene que tratar de adivinar cuál será el siguiente movimiento del otro. Un error puede suponer la muerte o quedarse sin comer, así que se trata de una capacidad muy importante en la supervivencia y, por tanto, objeto de selección natural. También lo es para la cooperación en los organismos sociales y no digamos para el apareamiento reproductivo.
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El engaño está omnipresente en el mundo vivo, es fundamental para muchas actividades de las plantas y de los animales (…) mediante el mimetismo, el camuflaje, etc. (…) Los humanos nos ayudamos de la cosmética y el vestuario.
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Allí donde la soledad acaba, comienza el mercado; y donde el mercado comienza también comienzan el ruido de los comediantes y el zumbido de las moscas venenosas (…) en torno a los comediantes giran el pueblo y la fama: así marcha el mundo (F. Nietzsche, ‘Así hablaba Zaratustra’)
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Hemos sido provistos con la inteligencia necesaria para ser capaces de ver claramente hasta qué extraordinario grado es inadecuada cuando se confronta con lo que existe (Alfred Einstein)
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El concepto de verdad se podría discutir mucho. Quizá todo lo que puede haber son convenciones sociales sobre lo que es verdad, y aún, sólo a escala local.
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La moral quiere establecer unos principios que ayuden a la convivencia, pero todo tratado de la moral es una suma de ‘realidades imaginadas’ para influir en la manera de hacer de los humanos en sociedad. Las religiones y las ideologías políticas que quieren cambiar el mundo se basan en mitos.
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El Hermes de los griegos (el Mercurio de los romanos) era el dios de los mentirosos y, al mismo tiempo, de los comerciantes.
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Los expertos crean la verdad, como dice F for Fake, y de paso le dan valor y precio.
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No queremos que nos digan siempre la verdad (…) preferimos un happy end.
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Los poderosos de este mundo saben, ya mucho antes del panem et circenses romano, qud al pueblo conviene tenerlo distraído y no demasiado instruido. (…) este es el tema de una novela ‘Toda la verdad’ de David Baldacci (el autor también de la novela en que se basa el filme de Clint Eastwood ‘Poder absoluto’, 1997) que explica la existencia real de empresas dedicadas a hacer creer al público lo que conviene a sus clientes, si es necesario fabricando hechos que hagan más verosímiles las ideas que quieren popularizar. Esto se ha hecho siempre, por ejemplo, inventando incidentes que sirvan de excusas para iniciar una guerra, generando desconfianzas para provocar un cambio de precios de un producto estratégico, etc., pero, según Baldacci, nunca como ahora y por gente tan experta en neurociencias, y con medios de comunicación de masas y de conocimiento de los intereses y tendencias de la gente, hasta hace poco impensables. Nos advierte que estamos indefensos ante las mentiras y manipulaciones. Al inicio del libro hay una cita que dice: ¿Por qué perder el tiempo en descubrir la verdad cuando es tan fácil crearla?; (…) y el prólogo, muy breve, dice:
- Dick, necesito una guerra.
- Bueno, como siempre ha venido al lugar adecuado, señor Creel.
- No será un conflicto típico.
- Nunca espero nada típico de usted.
- Pero lo tienes que vender. Tienes que hacer que lo crean, Dick.
- Puedo hacer que crean cualquier cosa.
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La fuerza de las redes sociales se basa en la credulidad de la gente.
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Cada uno cree lo que está predispuesto a creer (…) y las simplificaciones son peligrosas.
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Nos autoengañamos porque queremos creer, sin evidencias.
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La verdad es algo en gran parte inalcanzable.
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Se miente tanto que a la mentira se le cambia el nombre (postverdad o fake new) (…) La mentira malintencionada debería volver a ser considerada socialmente peligrosa y mal vista.
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La verdad es fragmentaria y huidiza, pero, como la libertad y otras utopías, buscarla es la opción por la dignidad civilizada frente a la barbarie que habita en todos y cada uno de nosotros’.
(blog.creaf.cat, Los apuntes de Terradas)
Como vemos, la mentira y el engaño son consustanciales a nuestra forma de ser y a nuestra cultura; sólo nos hace falta recordar un ejemplo, que es fundamental en la historia de Israel y de Occidente:
Isaac tuvo dos hijos, Jacob y Esaú, que discutían por la primogenitura debido a que eran mellizos; Isaac favorecía a Esaú, mientras su madre, Rebeca, favorecía a Jacob. Yahveh continuamente declaró su amor por Jacob (Yo amé a Jacob, y aborrecí a Esaú).
Esaú había vendido su primogenitura por un plato de lentejas.
Cerca de su muerte y casi ciego, Isaac llama a Esaú para darle su bendición, pero Rebeca, al escuchar esas palabras, llamó a Jacob y lo disfrazó de Esaú, con una piel de carnero, así, Isaac bendijo a Jacob, y Yahveh cambió el nombre del patriarca Jacob por el de Israel.
Otro ejemplo de engaño lo explicó Assumpció Maresma Matas, en su artículo titulado ‘La perversa rehabilitació d’una mentida d’estat que va iniciar Ernest Lluch y no s’acaba mai’ (la perversa rehabilitación de una mentira de estado que inició Ernest Lluch y no acaba nunca),
‘Este diario, y en concreto el trabajo de investigación del periodista Xavier Montanyà, que fue el primero en señalar que la niña Begoña Urroz no fue la primera víctima de ETA (…) lo más salvaje del caso es que, cuando parece que ya se acaba y al final se prevé la verdad, aparece alguien que vuelve a manipular y torcer la verdad, y (…) la perversidad de los métodos utilizados es reveladora, de hasta qué punto el estado tiene herramientas para evitar que la verdad emerja.
Comencemos por el principio, por el auténtico pecado original que cometió Ernest Lluch y que de manera descarada quiso adjudicar a ETA.
Todo empezó el 20 de octubre del 2000, cuando Ernest Lluch cambiaba el relato sobre la historia de ETA, con el artículo ‘El pecado original de ETA’, publicado el La Vanguardia y El Diario Vasco. Un artículo sin ningún fundamento documental que giraba la historia de esta organización. De la nada, Lluch afirmaba que la niña Begoña Urroz, de 22 meses, muerta accidentalmente a causa de la explosión de una bomba en la estación de Amara, el 27 de junio de 1960, había sido la primera víctima de ETA; así se hacía un cambio importante en los orígenes de ETA, pues se despolitizaban las víctimas y se empezaba a introducir una lectura diferente de cómo empezó.
Una afirmación indocumentada borraba la información real. Los primeros muertos de ETA fueron el año 1968, con pocos días de diferencia: el guardia civil José Pardiñas, muerto en un tiroteo, y el torturador Melitón Manzanas, jefe de la brigada político-social, a quién se atribuían vínculos con la Gestapo.
(…)
La falta de rigor de Lluch, difícil de justificar con su currículo académico, fue premiada por La Vanguardia, con el premio Godó de periodismo, cuando ETA ya había asesinado a Lluch. Se daban el premio a ellos mismos por haber propagado un rumor y haberlo amplificado en forma de falso periodismo. Los hechos reales se tapaban y se conseguía desdibujar el inicio político de ETA. Significativamente, La Vanguardia no ha rectificado nunca (…)
(Vilaweb, 10 de agosto pasado)
Es evidente que, como apunté en mi escrito de ayer, debemos ser críticos, empezando por nosotros mismos, y poner en cuarentena todo tipo de relato, especialmente de los elaborados por el poder, ya sea la monarquía, Pedro Sánchez, el poder judicial, o el inaceptable informe elaborado por los responsables de los mossos d’esquadra (policía ¿‘catalana’?), y firmado por el comisario jefe Eduard Sallent, para disculparse ante el prevaricador ‘juez’ Pablo Llarena, etc.
Por todo ello, mi conclusión es que deberíamos sentirnos solos, para hacer un análisis de introspección que nos permita discernir nuestros verdaderos intereses y objetivos, primero personales y después los compartidos con las personas afines al respecto, aunque esa comunión de afinidades sea de forma fragmentaria, ya que difícilmente serán plenamente coincidentes.
Y, a partir de ahí, empezar a trabajar, aunque no veamos el fruto, pues las tormentas, las granizadas, las sequías, los saqueos, los pillajes, etc., siempre tenderán a destruir nuestra cosecha. Y está claro que esos peligros metafóricos, en la práctica son generados por el estado y por los unionistas españoles.
En el supuesto de no hacer ese ejercicio de análisis, acabaremos relativizándolo todo y, al final, justificando cualquier desmán, cualquier agresión, como el ataque efectuado por el represor Salvador Illa, al introducir la bandera española en la sala de recepciones de la Generalitat, un hecho que fue un ataque simbólico, un gran retroceso después de décadas (ya que los anteriores presidentes socialistas, como Maragall y Montilla, no la hicieron presente), pero está claro, el medio es el mensaje, como dijo Herbert Marshall MacLuhan (1911 – 1980), y Illa (155) nos quiso mostrar su desfachatez, su verdadero deseo de españolizar nuestras instituciones.
Y si callamos, si trivializamos los hechos, acabaremos siendo cómplices necesarios de los unionistas españoles, y nos justificaremos con la mencionada Ley Campoamor.