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Paradoja entre lo escrito y la realidad

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Tras la presentación del documental ‘Tardes de soledad’, dirigido por Albert Serra, en el festival de cine de Donostia (San Sebastián, Guipúzcoa – País Vasco), sobre la tauromaquia, han proliferado críticas de los animalistas. Y me parece un tema relevante, para afrontarlo a continuación, pero centrándome en la diferenciación entre el creador y su obra, pues la prohibición de las corridas de toros, para mí, debería estar fuera de toda discusión, en pleno siglo XXI.

En primer lugar, transcribo parcialmente una entrevista de Xavi Serra, efectuada al mencionado director, pero limitándome a lo que me parece el núcleo que he tomado para el presente escrito:

‘(…) La película sigue al torero peruano Andrés Roca Rey a lo largo de diversas corridas que el director de Honor de Caballería filma con una gran potencia visual y sonora, mostrando toda la brutalidad, crueldad y belleza de la tauromaquia, sin juicios ni argumentos morales.

¿Es posible explorar la belleza estética del toreo y la emoción de la lidia, sin legitimarla?: ¿Por qué no debería de ser posible? Sí que lo es. Pero no es lo que hago, porque soy favorable.

¿Es aficionado?: Tampoco tanto. Pero, sin duda, es mejor que la tauromaquia exista que lo contrario. Si se votase sobre la tauromaquia, votaría a favor. Y si la tuviese que defender con argumentos racionales, lo intentaría. Pero esto es otro tema. Y por lo que hace a la belleza … también hay belleza en el mal, y no digo que sea el caso de la película. Pero si se descubre científicamente que un artista era una mala persona, ¿qué hacemos? ¿retiramos su obra del Prado?

Es un debate que existe: Un debate ridículo, porque no acabaríamos nunca, porque no hay nadie perfecto. Por lo tanto, los sacarías todos. La gente civilizada tiene suficiente inteligencia para entender que una cosa es el punto de vista de alguien y otra el tuyo. Y una obra ni tan sólo es el punto de vista del personaje ni del creador. Es una cuestión más compleja en la que también han de entrar el respeto a la autonomía de una obra de arte. Si no, estaríamos hablando del estalinismo. La misión del arte no es educar en el sentido didáctico, es una evidencia incluso para un niño de tres años (…)’

(Xavi Serra, Ara, 24 de setiembre del 2024)

Todos tenemos claro que debemos diferenciar el artista de la obra, y así, por ejemplo, aplicamos elementos diferenciales para criticar o aceptar las obras de Pablo Ruiz Picasso (1881 – 1973), atendiendo a su posicionamiento antifascista, como reflejó, principalmente, en su obra, ‘Guernika’ (1937) y obviando su carácter misógino, machista, etc.

Pero, por el contrario, otros creadores, como el filósofo Martin Heidegger (1889 – 1976), y miembro activo del partido nazi (NSDAP), al que se unió justo diez días después de ser elegido rector de la universidad de Friburgo; y al que permaneció durante el período 1933 a 1945, fue y sigue siendo un motivo de polémica, que ha manchado y cuestionado su trayectoria intelectual. Como excepción, cabe señalar que su discípula y compañera Hannah Arendt (1906 – 1975), con una trayectoria nada dudosa de intelectual demócrata, si que supo diferenciar (si bien la afinidad emocional entre ambos personajes, también tuvo su incidencia para mantenerse el mutuo respeto intelectual)

Volviendo a la mencionada película, que, a mi parecer, defiende muy bien su director, en la entrevista transcrita, me parece interesante resaltar la paradoja entre lo escrito, dibujado, pintado, etc., y la realidad.

Y esa paradoja ha ido cambiando a lo largo de los siglos y las circunstancias.

A este respecto, Yuval Noah Harari, en su última obra, a la que ya hice referencia en un anterior escrito, presenta el siguiente ejemplo iniciático:

‘En Mesopotamia, una tablilla de arcilla, cuneiforme, datada el 28 día del décimo mes del año 41 del reinado del rey Xulgi d’Ur (ca. 2053 – 2054 a.C.) registraba las entregas mensuales de ovejas y cabras. El segundo día del mes se libraron 15 ovejas, 7 ovejas el tercer día, 11 el cuarto, 219 el quinto, 47 el sexto, y así, sucesivamente, hasta que el día 28 se entregaron 3 ovejas. En total, dice la tableta de arcilla, aquel mes se entregaron y recibieron 896 animales. Recordar todas estas entregas era importante para la administración real, para controlar la obediencia del pueblo y hacer un seguimiento de los recursos disponibles. Hacerlo de memoria era un reto formidable, pero para un escriba erudito, anotarlo en una tableta era una tarea sencilla’.

(…)

Los contratos de préstamos se ‘mataban’ (duäkum) cuando se pagaba la deuda. Esto se hacía destruyendo la tablilla, añadiendo alguna marca o rompiendo el sello. El contrato de préstamo no representaba la realidad; era la realidad. Si alguien pagaba el préstamo, pero no mataba el documento, la deuda no se había saldado. Por el contrario, si alguien no pagaba el préstamo, pero el documento ‘se moría’ de alguna otra manera -se lo comía el perro, por ejemplo- la deuda ya no existía. Lo mismo pasa con el dinero, pues si vuestro perro se come un billete de cien dólares, estos cien dólares dejan de existir.

(…)

En base a este documento, el filósofo argumenta que ‘los documentos no representaban una realidad empírica objetiva; la realidad eran los mismos documentos’

(…)

Este proceder provocó cambios de autoridad, a medida que los documentos se convirtieron en un nexo esencial (…) y este cambio de autoridad cambió el equilibrio del mundo (…) La burocracia hizo más difícil que las masas influyeran, resistieran o eludiesen la autoridad central. (…) ya que aumentaba la distancia entre los gobernantes y gobernados. El sistema permitió al centro recoger y registrar mucha más información sobre las personas que gobernaba, mientras que a éstas los costaba mucho entender cómo funcionaba el sistema mismo (…), como muy bien reflejó Franz Kafka, como agente de seguros (…)’

(‘Nexus: una breu historia de les xarxes d’informació des de l’edat de pedra fins a la IA’ (edicions 62, setiembre 2024)

Pues bien, me parece relevante e indiscutible que ciertos documentos tienen un valor legal, pero no podemos aplicar ese mismo criterio judicial, ni idéntica relevancia, a las obras de arte, entendidas en su más amplio sentido.

En primer lugar, y principal, para el tema del presente escrito, está la coherencia y dependencia directa e inexcusable, entre el firmante de un documento con connotaciones legales, y el propio documento, que le vincula.

Mientras que en las obras de arte, de todo tipo, incluso en los ensayos filosóficos, como los del mencionado Heidegger, no existe, forzosamente, ese vínculo, esa correspondencia directa entre la obra y su autor, máxime cuando el pensamiento de una persona, está formado por diferentes planos, pues el carácter es una suma integral compleja. 

Me parece obvio que, si se da esa coherencia entre la obra y el artista, el resultado debería evidenciar una mayor armonía y ser más estimulante para el observador;

Pero si la creación se refiere a temas metafísicos, morales, éticos, etc., creo que la coherencia entre la obra y las creencias del autor, debería ser exigible, ya que, en caso contrario, sería una impostura. Pero, aún así, cabría aceptarla.

Otro aspecto relevante a destacar, es que el valor documental legal, siempre está dictado por el poder. Y los catalanes tenemos muchas experiencias negativas al respecto, pues recordamos intervenciones del Felipe VI, saltándose su propia constitución, como lo ha hecho y sigue haciendo el poder judicial y también los diferentes gobiernos centrales, que, por incumplir, incumplen también el Estatut catalán.

Es decir, cuando interesa al poder, los documentos son la realidad, como en los tiempos pretéritos de las tablas de arcilla; pero, cuando quieren, dejan de serlo.

Para finalizar, y volviendo al director Albert Serra, me cuesta acabar de entender que pueda haber belleza en el mal, entendiendo esa discusión en temas muy generales, no limitado a la tauromaquia, pero tiene razón cuando se pregunta y nos pregunta si deberían retirarse ciertas obras de arte de los museos, si los autores son o fueron unos verdaderos cafres, visto desde la perspectiva presentista, que es uno de nuestros grandes errores. Y ahí está nuestra coherencia / incoherencia, claro.