La destitución en vivo y en directo del periodista Gustavo Macalpin de Canal 66, durante la transmisión de su programa Ciudadano 2.0, ha causado revuelo tanto en redes sociales como en la más alta esfera del poder político en México, tanto por su impacto inmediato como por las reflexiones importantes que expone sobre la imagen pública y el manejo de la comunicación en tiempos donde nada es privado, y todo quiere tratarse en público. Y es que si esto se trató de una movida para posicionar a la cadena de televisión en el ojo público, fue una que dio resultados, pues para bien o para mal estamos hablando del Canal 66 en todo México, algo que bajo otras circunstancias difícilmente habría sucedido.
Uno de los principios básicos en cualquier entorno profesional es reconocer el valor de los protocolos para preservar la dignidad de las personas y el respeto al público, sobre todo cuando hablamos de medios de comunicación. Por eso, se dice que “se premia o felicita en público y se llama la atención en privado”, un principio que, en este caso, fue ignorado de manera evidente. El anuncio del despido de Macalpin ante las cámaras representó una acción humillante para él como profesionista y a su vez exhibió una falta de sensibilidad por parte de la televisora hacia su audiencia, y es que debemos recordar que la imagen de la titularidad es, en gran medida, la imagen de la marca -en este caso Canal 66- por eso aunque el despido lo hizo Luis Arnoldo Cabada, director general del Canal, este en esencia está hablando a nombre de la marca; ahí la importancia de medir las acciones de los miembros. Y aunque la decisión de finalizar una relación laboral es parte del derecho de cualquier empleador, la forma y el contexto en que se hace son determinantes para la percepción pública de dicha acción.
Ahora, se especula que la crítica de Macalpin al esposo de la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila Olmeda, es el posible detonante del despido, aunque la televisora no ha emitido declaraciones claras sobre el motivo; y ciertamente, esta falta de transparencia ha alimentado las sospechas de censura, un tema que siempre genera un fuerte rechazo en la opinión pública, ya que toca directamente un derecho fundamental: la libertad de expresión contemplada en el el artículo 7° de la Constitución Mexicana. La percepción de que un periodista sea removido de su puesto por razones políticas erosiona la confianza en los medios y el entorno político, y a su vez plantea serios cuestionamientos sobre su independencia.
Y es que, si bien la gobernadora Marina del Pilar ha buscado desmarcarse del asunto, señalando que respeta la libertad de expresión y que Macalpin es amigo de la familia, la percepción de la situación en general da cabida a la especulación sobre una posible presión política para el canal. Y aunque la respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum al respecto, durante La Mañanera, se deslinda de este tipo de acciones, y su discurso se enfocó en la necesidad de garantizar la libertad de expresión, lo cierto es que este hecho nos recuerda que, en la práctica, la frontera entre la política y los medios puede ser difusa y que las decisiones de quienes lideran los canales de comunicación tienen un impacto directo en el debate democrático.
Por otra parte, la situación nos invita a reflexionar sobre cómo, las instituciones y sus directivos deben ser especialmente cuidadosos con la forma en que comunican decisiones difíciles. Un mal manejo puede poner en riesgo la reputación de una empresa y deteriorar la confianza de su audiencia. El despido de Macalpin no es solo un tema laboral, sino un reflejo de cómo la percepción pública puede ser influenciada por la manera en que se manejan situaciones de alta visibilidad. La manera en que se da la noticia, la forma en que se despide a una figura pública y la reacción de los involucrados son aspectos que construyen una narrativa ante la opinión pública. En este caso, la narrativa que se ha construido es la de un periodista que ha sido injustamente separado de su trabajo, en medio de un contexto de supuesta presión política y censura; una narrativa que resta a la imagen tanto del canal, como de los políticos cuyos nombres salieron a relucir, estuvieran o no involucrados.
Al final, este episodio deja importantes lecciones en un entorno donde la imagen pública es un activo valioso, estrechamente vinculado a la manera en que se gestionan los conflictos internos, y que puede definir el futuro de cualquier figura o institución. La profesionalidad, el respeto y la transparencia deben ser los principios rectores en la gestión de situaciones de alto perfil, especialmente cuando los reflectores están sobre ellos. La historia de Gustavo Macalpin y su despido en vivo se convierte en un claro ejemplo de lo que no debe suceder en un entorno mediático que aspire a ser profesional y respetuoso con su audiencia, donde la forma de comunicar un mensaje puede ser tan significativa como el mensaje mismo.