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Pedro Sánchez, nuestro Pinocho.

En general, en todas las culturas se defienden y enseñan el valor de la sinceridad, la expresión de la verdad, y una muestra la tenemos en las múltiples fábulas y narraciones, como, por ejemplo, el popular cuento de Pinocho (escrito por Carlo Collodi, 1882), que narra las vicisitudes de una marioneta de madera fabricada por el carpintero Gepetto, cuento que enseña el valor de la verdad y que las mentiras tienen las piernas muy cortas (con el castigo de crecerle la nariz a Pinocho).

Como sabemos, mentir, según el diccionario de la RAE, es “decir deliberadamente lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa que es verdad con el fin de engañar a alguien. Conducir al error o a un razonamiento falso”; se puede mentir por acción, como especifica el diccionario, o por omisión, si con ella se pretende conducir al error. Una problemática diferente es la omisión de determinada información cuando no es solicitada.

Asimismo, como nuestra sociedad es dinámica en todos los sentidos, y un buen ejemplo son los precios dinámicos, en función de la oferta y la demanda, ajustadas a la realidad o provocadas, sistemática que ha funcionado en todos los tiempos, independizando lo que es el precio del verdadero valor. Otro ejemplo lo podemos tener en el uso del lenguaje, pues la popularización de neologismos así como las modas en los usos de determinados términos, son fenómenos sociolingüísticos muy interesantes ya que, con un mayor o menor grado de homogeneidad, asimilamos los términos y su significado, de forma totalmente acrítica, como nos lo ha puesto en evidencia el músico Marcel Pich, con su twitter: “Hablar de distanciamiento social ha sido un error comunicativo grave. Se ha de empezar a hablar de distancia física, que es de lo que realmente se trata” (Ara, 11/5).

Pero una cosa es el citado uso del lenguaje, más o menos “confuso”, y otra cosa es mentir, directamente, pero bajo el paraguas de la posverdad. Según el filósofo Yuval Noah Harari: “Los humanos siempre hemos vivido en la era de la posverdad, y su poder depende de crear ficciones y creerlas (…) De hecho, el Homo Sapiens conquistó este planeta sobre todo gracias a la habilidad exclusiva de los humanos para crear y divulgar ficciones (…) Soy consciente que muchas personas se podrían ofender con la equiparación entre religión y noticias falsas, pero ésta es exactamente la cuestión” (“21 lliçons per al segle XXI”, 2018).

Aunque el concepto no es nuevo, como hemos visto, el término “posverdad”, según el diccionario de Oxford, “fue usado por primera vez en un ensayo de 1992 por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich en The Nation (de Nueva York). Tesich, escribiendo sobre los escándalos del Watergate, el Irán-Contra y la Guerra del Golfo, expresó: ‘Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad’“. Y se atribuye al bloguero David Roberts, acuñar el término “política de la posverdad” (Grist, 2010) definiéndola como “una cultura política en la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación) se han vuelto casi totalmente desconectadas de la política pública (la sustancia de lo que se legisla)” (Wikipedia).

La posverdad o mentira emotiva difiere de la falsificación de la verdad, dándole una importancia secundaria. Se resume como la idea en “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”, es decir, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones. La política de la posverdad (o política posfactual), en 2016, fue especialmente usada para describir la campaña presidencial de Donald Trump.

El término “posverdad” se incluyó en el diccionario de la RAE, en diciembre del 2017, con la siguiente definición: “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.

Todos mentimos, en mayor o menor grado, es un mecanismo de defensa básico, propio de la condición humana y de los dioses, pues todas las mitologías contemplan criaturas mentirosas, como, por ejemplo: Loki (mitología nórdica), Prometeo y Hermes (mitología griega), Lug (mitología celta), Saeter (mitología vikinga), etc.

Aclarado con detalle el significado semántico de estos términos sobre los que nos movemos, y centrándonos en el caso concreto del presidente del gobierno español y la mayor parte de los políticos, hemos podido ver que Pedro Sánchez es un verdadero “artista”: mintiendo con el ya famoso e inexistente informe de la universidad de  Baltimore, Johns Hopkins; mintiendo con la “inevitable” vinculación de los ERTE (expediente regulación transitoria de empleo) al estado de alarma; ocultando, interesadamente, el nombre de los miembros de su equipo técnico científico (excepto el de su titular); ocultar la no celebración del 75 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial (como sí han hecho todos los países, Catalunya incluida), o repetirnos que está cogobernando con los presidentes autonómicos, subvencionar a ciertas cadenas de tv afines, etc., y todo ello para crear un relato de buena gestión, evitar críticas, etc.; ya que su equipo de asesores saben que lo importante es configurar la narrativa que incida en las emociones de su electorado, aunque dicho relato sea, en gran parte, falso.

Todos nosotros somos muy cómodos, y no nos tomamos las molestias de contrastar las informaciones, preferimos los discursos simples que reducen nuestra ansiedad, así que, como dijo Tesich: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad” (sería otro debate el análisis de si realmente existe esa libertad; yo creo, firmemente, que no). Pero un político honesto, un estadista, está obligado a ser sincero, como ha hecho la canciller Merkel, considerando a sus ciudadanos como adultos, no como súbditos.

Y de esta falta de transparencia del gobierno de Sánchez, ayer mismo tuvimos otro ejemplo, en la habitual reunión dominical, telemática, con los distintos presidentes autonómicos, en la cuál les comunicó las provincias (o, en su caso, regiones sanitarias, como en las Comunidades de Catalunya y Valencia) que pasarían el lunes 11/5 a la fase 1 de desescalamiento, que permite una mayor movilidad y apertura de determinados  comercios.

En esa reunión, el presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, del mismo partido que Sánchez (PSOE), tras el preceptivo envío del informe de sus técnicos, fue el más contundente, ya que “considera injustificada la decisión del Ministerio de Sanidad español de dejar catorce departamentos sanitarios del País Valencià, fuera de la fase 1 del desconfinamiento. Puig ha dicho que se habían hecho los deberes y ha recordado que el informe que apoya su posición, establecido por técnicos especialistas, tiene 234 páginas. Puig ha dicho que contra este esfuerzo de objetividad y datos, el gobierno español ha reaccionado sólo con nueve palabras y sin enviar ningún papel. Puig ha afirmado, en este sentido, que la cogobernanza exige transparencia y datos objetivos, que no han existido en este caso, concluyendo que las reglas del juego se habían cambiado a media partida; que la lealtad no es sumisión y que la lealtad a un desleal sólo es sumisión. Por ello, seguidamente, Puig hizo público su informe, para conocimiento generalizado” (Vilaweb).

Esta larga exposición de un hecho de ayer (10/5), ratifica, una vez más, el estilo de liderazgo de Sánchez, que no es otro que el del ordeno y mando, disfrazado, más bien embadurnado (manchar, cubrir con barro o con cualquier sustancia) con expresiones de diálogo, cogobernanza, etc., es, sin más, el estilo de un mentiroso compulsivo, y por eso creo que viene como anillo al dedo el título de este escrito, la lástima es que no le crezca la nariz. Como dicen los refranes: “antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo”, “de todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos” (Santiago Rusiñol), “el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad” (Aristóteles), etc.

Por todo ello, para concluir, creo que la crisis sanitaria y económica de la actual pandemia, debería hacernos madurar y ser críticos, exigir responsabilidades y buscar unos representantes políticos que respeten a la ciudadanía, que no intenten aprovecharse de la situación para fines personales y partidistas. En este sentido, y tomando una metáfora expuesta por el profesor de la Universidad de Columbia (Nueva York), Xavier Sala i Martín, que él refería a decisiones económicas, pero que me parece que es generalizable, a la pregunta que le efectuó el periodista Antoni Bassas: “¿Qué le dicen las previsiones económicas de caídas del PIB del 10% y paro del 20%?”, Sala i Martín contestó: “ Esto son proyecciones del pasado de cara al futuro, como si hubieses de conducir un coche mirando por el retrovisor, y eso sólo funciona cuando la carretera es recta. Pero ahora estamos en la curva más grande de la historia y pasan cosas que no han pasado nunca. De hecho, el FMI y el Banco de España, de las 200 recesiones que ha habido en el mundo, han adivinado exactamente cero (…) (Ara, 10/5).

Pues efectivamente, debemos dejar de mirar tanto al retrovisor, el futuro que nos espera comportará actitudes con diferencias sustanciales, y por eso, debemos ser conscientes que no podemos seguir con la misma estructura y clase política, ni con los mismos partidos ni sindicatos obreros, todo deberemos reinventarlo, dejando de mirar al espejo retrovisor. Y en nuestro caso, esa reinvención debe pasar, inevitablemente, por la posibilidad de votar nuestro futuro y, de ese modo, poder configurar las reglas de juego que mayoritariamente aprobemos entre todos. Esa es la verdadera prueba de madurez.

Amadeo Palliser Cifuentes