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Covid-19: Miedo indefinido.

En este momento, la mayor parte de los estados están aplicando una desescalada del confinamiento, y todos vemos lo realmente complejo que es ese proceso; pero a nadie se le escapa que la situación posterior, hasta que no se disponga de una vacuna o de un remedio farmacológico que permita mejorar a los afectados, seguirá siendo crítica.

Mediáticamente se habla de la “nueva normalidad”, que será, en efecto, una situación nueva; y la normalidad, referida a la norma o regla, también será nueva, pero si nos referimos a la acepción del “estado natural”, al estado anterior a la pandemia, evidentemente, no tendrá nada que ver.

El denominador común de los períodos de confinamiento, del desescalamiento y hasta la disposición de la vacuna o el preciso medicamento, es el miedo: el recelo y la aprensión de contagiarnos y contagiar. Y eso provoca un estado de ansiedad (no de angustia, ya que el miedo se refiere a algo real, preciso, mientras que la angustia generalmente se presenta ante situaciones indefinidas, aunque puedan ser vividas como reales).

Fernando Trías de Bes, en su artículo “Manías persecutorias”, describe casi gráficamente los actos que hemos ido aprendiendo e interiorizando: “yo mismo me he visto conteniendo la respiración cuando alguien se me ha acercado demasiado o cuando me cruzaba con alguien sin mascarilla por la calle. Pulso los botones del ascensor con las llaves – eso sí, miro que sean las llaves que no he de utilizar seguidamente -; abro las puertas de zonas comunitarias por la parte de arriba, o con el codo, o con el culo. Si ya he salido de casa, me rasco la nariz con el codo izquierdo, ya que el derecho lo utilizo para tocar superficies de fuera de casa. Haces mil y un fallo y te dices, ‘no me he dado cuenta que debía rascarme con el otro brazo’. Me persiguen mis manías persecutorias. Cuando acabe este período, los psicólogos tendrán trabajo para arreglar las mil y una manías que estamos desarrollando” (Ara, 11/5).

Realmente, todos estos patrones, junto al uso de mascarillas, de guantes (en las situaciones exigidas), el mantenimiento de la distancia física de seguridad (que no distancia social, como se ha popularizado) y, por lo tanto, evitando los besos y abrazos como forma de saludo, etc., serán pautas que deberemos mantener durante mucho tiempo. Por eso me parece muy adecuado el título del artículo de Esther Mirall “O perdemos el miedo, o no moriremos por el virus, sino de pena” (Ara, 12/5).

Y aquí quería llegar, pues si bien es muy difícil y arriesgado predecir nada, y mucho más recomendar, creo que deberíamos intentar no caer en situaciones de pánico, ni obsesionarnos más de lo requerido y aconsejado por los médicos y especialistas epidemiológicos. Pero, psicológicamente, si que sería preciso intentar relativizar en cierto modo la situación, para rebajar el nivel de estrés que comporta una situación puntual, que no puede ser indefinida.

Todos hemos visto que en la medida que los diferentes estados van fijando fases más aperturistas, con más libertad de movimiento, nos hemos lanzado masivamente a las calles y parques, intentando seguir los consejos de seguridad, pero, muchos, intentando “estirar” un poco las franjas horarias fijadas, ya que 60 días de confinamiento, han sido muchos días enclaustrados.

Es evidente que todos afrontamos las situaciones, en general, de acuerdo con nuestra propia personalidad y, vemos actitudes en los dos extremos, ambos patológicos, desde el temor más absoluto, hasta el arriesgado e irrespetuoso con los demás. Y en las situaciones críticas, afloran las actitudes más instintivas y los pertinentes mecanismos de defensa inconscientes.

Unas muestras de estas actitudes rígidas las hemos visto repetidamente: desde los “policías del balcón”, es decir, la gente desde sus casas criticando a los transeúntes que, según ellos, infligían las normas; o los sanitarios que, por la calle, critican a los transeúntes que vamos sin mascarilla (que no es obligatoria), diciendo: “menos aplausos y más seriedad, que nosotros sabemos lo que comporta este virus”.

Según Yoal Noah Harari, “el virus más peligroso es el odio (…) el mayor peligro no es el coronavirus, sino los odios que surgen o pueden surgir entre personas y pueblos; y llama a la sociedad a ser vigilantes en cómo actúan los gobiernos y cómo gastan el dinero que mercadean contra el virus, ya que cada vez que se incremente la vigilancia sobre los ciudadanos, deberíamos reforzar la vigilancia sobre el gobierno” (naciodigital.cat).

La situación es muy compleja, y los políticos y tertulianos no paran de decirnos que deberemos reinventarnos, para hacer frente a la nueva situación; situación que, asimismo, deberá reconstruirse.

Es evidente que lo peor sería volver a la normalidad anterior, ya que demostraría que no hemos aprendido nada, y volvería a reproducirse la situación; en ese sentido, Arundhati Roy señala que: “históricamente, las pandemias han obligado a los seres humanos a romper con el pasado e imaginar un mundo nuevo; y la actual pandemia no es diferente, podemos elegir atravesarla, arrastrando los cadáveres de nuestro prejudicio y odio, nuestra avaricia, nuestros bancos de datos e ideas muertas, nuestros ríos muertos y los cielos nublados detrás nuestro. O podemos caminar ligeros, con poco equipaje, listos para imaginar otro mundo y listos para luchar por él” (naciodigital.cat).

Ante esta complejidad, muchos no queremos reconstruir la situación anterior, como muy bien señaló Quim Torra, presidente de la Generalitat de Catalunya, ya que dijo que le parecía más acertado el verbo construir, que es más estimulante e ilusionante; pero el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez no para de repetir la necesidad de reconstruir, mostrando, de ese modo, su ideología conservadora y rancia.

Y esa construcción deberían realizarla, prioritariamente, las jóvenes generaciones, como señaló Greta Thunberg, ya que la siguiente pandemia será la ecológica, y contra esa no habrá vacuna ni remedio posible; y por eso deberíamos actuar ya, sin demora. No podemos dejar actuar más, a los políticos mediocres que no han podido, ni tenido, ni querido tener, una visión de estadista, ya sean Donald Trump, Pedro Sánchez, etc.

No podemos dejar diseñar nuestro futuro a irresponsables que han seguido manteniendo en prisión o en el exilio a nuestros representantes políticos y sociales catalanes; pues si este confinamiento ha sido duro, para ellos lo ha sido en mayor medida, lógicamente; cuando en otros países han dejado en libertad condicional a muchos presos comunes.

Y ese futuro inmediato, el que tendremos dentro unas semanas, y tendrá un carácter transitorio, hasta que tengamos los antídotos necesarios que nos den la tranquilidad a todos, deberíamos afrontarlo respetando las medidas de seguridad, pero, a mi modo de ver, procurando que el exigido distanciamiento físico no comporte realmente un distanciamiento social que acabe rompiendo el marco relacional que tenemos.

Hasta ahora, nos han impuesto y hemos entendido y asumido, que el riesgo es social, para evitar colapsar las UCI’s, pero una vez rebajado el nivel de infecciones, deberíamos ser autorresponsables, y cada uno debería ponderar el nivel de riesgo asumible personalmente, ya que no podemos exigir que los niños jueguen manteniendo las distancias de seguridad, eso es antinatural e ilógico; no podemos ir a restaurantes y bares, estando estresados y obsesionados por el control e higiene, etc.

Y moralmente, no podemos permitir que los estados se desentiendan de los emigrantes, como ha hecho estos días Malta, devolviendo una patera a Libia, un estado en guerra, y eso con el consentimiento de la UE; y tampoco podemos permitir que los estados monitoricen todos los teléfonos, para controlarnos (en Corea del Sur, para evitar el control de los asistentes a una fiesta de LGTBI, éstos dieron datos falsos a la entrada de la discoteca, complicando, de ese modo, el control de los que se han infectado), etc.

Por todo ello necesitamos reflexionar, no dejar que reflexionen por nosotros, debemos ser parte activa, aunque ya no seamos jóvenes, pero para eso necesitamos un mínimo de claridad de ideas, ya que, como señala el sociólogo Salvador Cardús, refiriéndose a los partidos independentistas catalanes, “hasta ahora habíamos tenido un camino sin proyecto, ahora podríamos tener un proyecto sin camino”. Debemos aprovechar la actual situación, para mejorar, no para empeorar, y para eso, tenemos que desprendernos de todo el lastre posible; Sala y Martín, en una conferencia en la Casa Llotja de Mar, el 29 de enero pasado, dijo: ”es culpa del rey y de los poderosos que se frena el progreso”; pues bien, empecemos, el camino se hace andando, empezando con un primer paso.

En caso contrario, moriremos de pena, no por el virus.

Amadeo Palliser Cifuentes