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Todos somos ‘cinosargos’, pero algunos son verdaderos profesionales

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Los medios y redes sociales están copados por cínicos y supremacistas comentarios referidos a los principales temas que nos ocupan (más que preocupan), y así nos va, como intento explicar a continuación.

Ciertamente, las comunicaciones sociales están invadidas y contaminadas por falsas noticias y opiniones variopintas, vestidas de informaciones, y las consumimos acríticamente, conformando, de ese modo, nuestro pensamiento e imaginario.

Y este fenómeno afecta a todo tipo de suceso y/o hecho, ya sean las bravuconadas diarias de Donald Trump; las críticas a la actriz (sí, actriz) Karla Sofía Gascón, protagonista de la película ‘Emilia Pérez’; las críticas a Toni Comín, candidato a presidir el Consell de la República; o la última ‘parida’ de Yolanda Díaz, líder de Sumar y vicepresidenta del gobierno de Pedro Sánchez; etc., que comentaré más adelante, pues, en primera instancia me parece relevante situar el contexto general.

Y a ese respecto, en primer lugar, quiero pedir una cierta indulgencia, por haber ‘colado’ en el título del presente escrito el término ‘cinosargos’, cuando, en propiedad, debería haber indicado ‘cínicos’, como explico a continuación; pero lo he tomado como una ‘licencia’, como un anzuelo, un gancho, para pescar, atrapar, al paciente lector.

Fuente histórica:

‘(…) en el siglo IV a. C., en la Grecia clásica aparecieron múltiples escuelas (…) tales como el escepticismo, el hedonismo, el cinismo y, posteriormente, el estoicismo. Nos centraremos aquí en el cinismo, que nade de la mano de Antístenes (443-336 a. C.) Este discípulo de Gorgias (sofista griego) y Sócrates, fundó una escuela llamada Cinosargo (el perro blanco), de donde proviene el nombre de cinismo (del griego kynismós: cinismo; kynós: perro).

Pero si a Antístenes se le ha reservado el privilegio de ser reconocido como el fundador, Diógenes de Sínope (412 – 323 a. C.) pasaría a ser recordado como el máxime representante de dicha filosofía.

El que fueran llamados (y se comportaran) como perros fue una de las señas de identidad de estos maestros de la contracultura para los cuales nada humano merecía el más mínimo respeto. La crítica cínica lo abarca todo: estado, propiedad, religión, familia, trabajo, sociedad … Además de comportarse como perros, vivían como mendigos, siempre con aspecto descuidado, alojándose en cualquier lugar (Diógenes de Sínope era llamado el tonel, dado que éste era el lugar donde vivía)

La filosofía cínica es totalmente antipolítica y antisocial. Diógenes dijo en una ocasión que ‘los políticos son mayordomos magnificados’. Los cínicos nos recuerdan que las leyes son artificiales y existen por coacción, mientras que las disposiciones de la naturaleza son necesarias. Se opusieron a todo proyecto político, no encontrando razón de ser en una autoridad cualquiera, y se declararon ‘ciudadanos del mundo’. Se buscaba una vuelta a la Naturaleza, una forma de vida natural frente al agobio de la organización social. 

Dicho esto, se deduce que los cínicos no presentaban ninguna alternativa o proyecto social, y menos político. Esto es correcto. La filosofía cínica tiene por objeto una meta puramente individual, el estado de autarquía (del griego ‘arkéo’: yo me basto) y se ha definido de forma más extensa como el ‘medio de liberación de las necesidades externas, es decir, sociales (…)’

(https://search.app/7F7q5F6vVvEt8uVa8)

La mencionada ‘licencia’ que he solicitado, como habrá podido comprobar el lector, es que el término Cinosargo, Kynosarges, en griego, se refería al gimnasio público ubicado fuera de las murallas, al sur de la antigua Atenas; y la asimilación con ‘Kynos argos’ (kyon: perro; argos: blanco o ágil), se remonta al ateniense Dídimo, que, en el momento de ofrecer un sacrificio a los dioses, un perro blanco robó la ofrenda; pero Dídimo fue tranquilizado por un oráculo (siempre aprovechados e interesados, claro) que le pidió que edificase un templo a Heracles en el mismo sitio donde el perro dejó la ofrenda para comérsela.

Y prescindiendo de la base filosófica de la corriente de pensamiento cínico, hemos generalizado la simplificación, y así, todos consideramos cínicas, a las personas descaradas, desvergonzadas, insolentes, caraduras, falsas, hipócritas, mentirosas; en definitiva, que no son sinceras ni francas. La errónea simplificación tiene su explicación, ya que cinismo viene del latín ‘cynismus’, y éste del griego Cynosargo (perro blanco), así que de origen se hizo un totum revolutum despectivo.

Y es verdad que en todas las sociedades, todas las personas llevamos nuestras propias máscaras, nuestro prosopón (del griego ‘pros’, delante; y ‘opos’, cara), como los actores griegos clásicos. Y estirando el hilo, la prosopopeya (también derivada de prosopón: máscara, persona) es una metáfora, una figura literaria que consiste en atribuir propiedades humanas a animales o a objetos, por ejemplo, haciéndoles hablar, sentir y actuar como si fueran personas.

Bien, después de esta larga digresión, que me ha parecido interesante efectuar, y retomando nuestra actualidad, me parece que la mayoría de los políticos y dirigentes, como mantenían Antístenes y Diógenes, son meros ‘mayordomos magnificados’, pues sabemos o presuponemos que, por más poderosos que aparezcan, son títeres de los verdaderos poderes, más o menos ocultos. Así, todos ellos no tienen un verdadero ‘proyecto social, y menos político’, pues sus intereses son personales y de parte.

Hay muchas anécdotas sobre Diógenes, explicadas por el historiador griego Diógenes Laertius (s. III a. C.), por ejemplo:

  • Habiéndole invitado a una lujosa mansión, el propietario le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cuál, Diógenes escupió en la propia cara del propietario, diciéndole que no había encontrado lugar más inmundo en la casa;
  • No juzgaba inconveniente robar en un templo o comer carne de cualquier animal, ni la humana;

Y esa prepotencia, ¿no la vemos en Donald Trump, Binyamín Netanyahu, Vladímir Putin, Xi Jinping, Salman bin Abdulaziz, etc., así como en miles de imitadores de menor alcurnia? 

Estos días vemos que Trump manosea el mundo, como si fuera suyo, amenazando a los que le molestan, y prescindiendo de todo tipo de derechos humanos; y el summum es su ‘aberración’ de desalojar Gaza, echando a sus habitantes históricos; y si eso no es escupir en la cara de la ONU y de los tribunales de justicia internacionales, no sé que será.

Y Trump, como vemos, no tiene medida ni contención, le es igual atacar a los gais, trans y todo el colectivo LGTBI+; a los inmigrantes, en definitiva, todo lo que odia o considera que no le aporta ningún beneficio (un análisis psicoanalítico sobre su actuación machista, sus rotuladores, su firma, etc., nos explicaría que todo ello no es más que su máscara, su prosopón, como mecanismo de defensa; pero éste no es el lugar para este tipo de análisis)

Y claro, vemos que ese tipo de pensamiento crea escuela, los malos ejemplos siempre son aparentemente más atractivos.

Así, vemos las infinitas críticas a Karla Sofía Gascón, protagonista de la película ‘Emilia Pérez, por sus comentarios xenófobos: racistas, anticatalanistas, sexistas, etc.; críticas que no dudo que sean acertadas y justas, por las mínimas referencias que he podido leer. Pero me parece evidente, y siempre se ha defendido, que se ha de diferenciar entre el autor y su obra, ya que, de no hacerlo, no se salvaría ninguna obra artística, o muy pocas. 

Pero, en este caso, toda la cacería inquisidora se basa en no hacer esa separación, y, asimismo, generalizar la ‘culpa’ a todo el equipo que realizó la película. Y eso no puede ser más denigrante, un gravísimo error, para intentar justificar nuestra superioridad ética y moral. Vaya máscara más vergonzante la nuestra.

Una cosa es darle el Óscar (o no) por su trabajo, e igual a sus compañeros, y, en ese caso, me parece que sí que sería oportuno que, en la ceremonia de entrega, se hicieran comentarios sobre sus tuits, para evidenciar nuestra crítica.

De igual forma, determinadas críticas a Toni Comín, precisamente en plena campaña electoral, me suenan a prácticas propias de otros regímenes; pero, como vemos, la pandemia no nos hizo mejores, como nos decían ciertos políticos, actuando como títeres interesados.

Y todo eso nos confirma que no tenemos personas cualificadas en los puestos más relevantes de la sociedad (política, empresas, etc.), tenemos títeres que, volviendo con la prosopopeya, están ‘personificados’ para engañarnos ocultando su mediocridad.

Y en ese ‘teatro’, ayer tuvimos un nuevo ejemplo penoso de Yolanda Díaz, líder de Sumar, mostrando su incompetencia y la ausencia de ideología de su partido, o lo que sea la agrupación que lidera, ya que, como señala adecuadamente Estel Solé, en su artículo titulado ‘¿Parking para criaturas 24/7?’ (Vilaweb, 5 de febrero):

‘La propuesta de Yolanda Díaz alimenta la peligrosa conducta capitalista de la deshumanización que nos empuja a situar nuestra vida laboral arriba de la pirámide vital de nuestras prioridades.

(…) La ministra de trabajo y economía social dejó ir la brillante propuesta de crear guarderías infantiles nocturnas, para criaturas de 0 a 3 años, porque considera que esta es una asignatura pendiente en términos de conciliar la vida laboral y las tareas de cuidado. Y la ministra defendía su tesis con una pregunta retórica: ¿no trabaja de noche la gente?’

La autora del artículo argumenta con gran solidez su crítica a la totalidad; y comparto totalmente sus ideas, pues tengo claro que el fundamento de la conciliación laboral / familiar, requiere, modificar las condiciones laborales, por ejemplo, modificando los horarios, cuando es preciso. Y la todavía ministra, por desgracia, pretende justo lo contrario, modificar las necesidades familiares, incluso sacrificando a las criaturas más pequeñas, las más débiles, frágiles y necesitadas.

Y esa ‘política’ tiene la desfachatez de seguir ejerciendo de ‘política de izquierdas’, esa es su máscara, y la de Pedro Sánchez, que no para de repetir su mantra de que su gobierno es el más progresista de la galaxia.

Y todo, miremos donde miremos, nos muestra la gran pandemia de cinismo, que ha calado en todos los niveles, y nadie nos salvamos, y no quiero decir que actuemos como los mencionados ‘perros blancos’, ya que considero que los perros son fieles a sus amos, y reflejar en ellos nuestros defectos, proyectándolos, no es justo.

Por todo lo expuesto, me parece necesario e inexcusable, ser críticos con nosotros mismos, y, después, con nuestro entorno, políticos, etc.; y actuar en consecuencia, cueste lo que cueste, como el mencionado Diógenes, que, según una famosa anécdota, relata su encuentro con Alejandro Magno (que iba a la búsqueda de un filósofo, al que compensaría debidamente) y Diógenes de Sínope, mendigo ante el gran emperador, le contestó, únicamente, ‘que se apartase, que le tapaba el sol’ 

Diógenes iba con una lámpara, en actitud de búsqueda: ¿busco un hombre que sea honesto? 

Diógenes decía ‘los perros muerden a los enemigos; yo muerdo a los amigos para salvarlos’

En definitiva, que tenemos mucho, muchísimo trabajo, si queremos aclararnos y actuar de la forma más justa y honesta.