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Vivan las caenas

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

Hoy se cumplen tres meses de la coronación del monarca absoluto Donald Trump, tiempo más que suficiente para subvertir los valores democráticos a nivel general. Y sobre eso traslado mis comentarios.

Es evidente que Trump se ha endiosado, y eso es una muestra de altivez extrema, soberbia, envanecimiento, engreimiento, orgullo, altivez, petulancia, arrogancia, ensoberbecimiento; pero, asimismo el diccionario de la RAE contempla una segunda acepción: ‘suspensión o abstracción de los sentidos’.

Pero no debemos equivocarnos, la abstracción de los sentidos, como busca una de las ocho ramas del yoga que Patanjali escribió en sus YogaSutras (Pratyahara: del sánscrito ‘prati’ (abstraerse, retraer; y ‘ahara’ (alimento o lo que obtenemos desde el exterior y nos nutre)), es una cosa totalmente diferente, ya que se trata de retirar las distracciones, desconectar la mente de los impulsos que se derivan de los sentidos (que buscan el placer).

Por eso, me parece claro que Trump, y su corte celestial de pelotas interesados, se avienen a la primera acepción mencionada, mientras que buscan que sus ciudadanos se conviertan en vasallos y, esos sí, hagan abstracción de sus sentidos y, especialmente, de su raciocinio, para que acepten, acríticamente, sus volubles decisiones y rectificaciones.

El ejemplo más paradigmático de esas medidas trumpistas, es el pretendido control de las universidades, es decir, la censura del pensamiento, de las ideas. 

Y esa censura, como apunta Josep Ramoneda en su columna titulada ‘La resistencia de Harvard’, comporta que:

‘(…) los científicos no puedan publicar informaciones sobre temas sensibles sin autorización gubernamental y eso ataca la más elemental libertad de investigación. Cuando se exige el final de los programas universitarios dedicados a la diversidad, la equidad y la inclusión, se están destruyendo las bases más elementales de la relación de la academia con la sociedad. Cuando promueve una lista de 199 palabras prohibidas y cuando niega legitimidad a cualquier aportación que ponga en duda su visión estratégica, y lo apuesta todo a los que se apuntan a sus obsesiones, tabús, prohibiciones y caprichos, se está situando en el autoritarismo postdemocrático, que es la fórmula renovada de la tradición fascista: todos sometidos al liderazgo de quien manda situándose por encima del bien y del mal. Un delirio que concluye en un hecho incompatible con cualquier régimen de carácter democrático: la negación de la división de poderes (…)’.

(Ara, de hoy, 20/04)

Y esa censura se extiende a los estudiantes, pues muchos se plantean abandonar sus tesis, por miedo a ser perseguidos; o, directamente, ven denegados sus visados de estudiantes internacionales, etc.

La persecución de la cultura es un arma tan antigua como las guerras, pues las tropas de Gaius Iulius Caesar (Julio César, 100 a. C. – 44 a. C.), en el año 47 a. C., en la persecución de Gnaeus Pompeius Magnus (Pompeyo, 106 a. C. – 48 a. C.) incendiaron la flota de Alejandría, y el incendio se propagó, destruyendo una gran parte de su biblioteca. Lucius Anneus Séneca (4 a. C. – 65) confirmó, en su ‘De tranquilitate animi’, la pérdida de 400.000 rollos (quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt)

Y en el año 292, un edicto del emperador romano Diocles (Diocleciano, 244 – 311) mandó destruir todos los libros de alquimia; reconstruida la biblioteca, fue destruida de nuevo el 391 y también el 642 y el 645.

Pero el hecho que muchos escritos de Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.), Platón (427 a. C. – 347 a. C.), etc., hayan llegado hasta nuestros días, demuestra que, en todo momento, ha habido voluntarios que, a escondidas y con grave riesgo por sus vidas, lograron salvarlos.

La quema de libros se ha repetido, destacando la efectuada en Florencia el 7 de febrero de 1497, por el fraile Savonarola; por la inquisición española; en 1530 por las tropas castellanas, quemando los códices mayas y aztecas, siguiendo las órdenes de fray Juan de Zumárraga; por los nazis el 10 de mayo de 1933, bajo las órdenes de Josep Goebbels, y ejecutada por profesores y estudiantes; la revolución cultural proletaria china, ordenada por Mao Zedong en 1966; y un largo etcétera, llegando a la biblioteca de Sarajevo el 25 de agosto de 1992.  

El denominador común de todos esos actos vandálicos fue el ánimo de purgar los libros considerados disidentes y, así, purificar la cultura propia de los bárbaros incendiarios.

Es interesante recordar la película ‘Fahrenheit 451’, dirigida por François Truffaut en 1966, basándose en la novela de ese mismo nombre, publicada el 1953 por Ray Bradbury. En esa obra, ambientada en una distopía futurista, explica que la temperatura de 451 grados Fahrenheit, es la precisa para quemar el papel.

Y ante esa ola censora, como la actual promovida por Donald Trump, es preciso destacar las relativamente mínimas protestas (la Universidad de Harvard se ha opuesto, pero otras, como la de Columbia, las han acatado). Pero las redes sociales (dominadas por sus magnates mangantes), y los medios de comunicación, dominados y controlados por los grandes grupos de presión, defienden y multiplican las tesis bárbaras o, cuando menos, callan sumisamente, es decir, asumiéndolas; igual que hacen muchos jefes de gobierno de todo el mundo, para ‘no molestar’ al rey.

Y la ciudadanía en general no se entera o no quiere enterarse, o no lo ven tan grave, lo que nos demuestra que, mayoritariamente, somos muertos vivientes. Y, en definitiva, nos tienen dónde y cómo quieren: con un marco mental de encefalograma plano.

Hace unas semanas, y en referencia a los gastos previstos por la comunidad de Madrid, para montar un circuito de fórmula 1, no permanente y en un polígono, Ivan Aguilar, en su cuenta de X, acabó su crítica diciendo: ‘esta gente se sacó el carnet de identidad a la tercera’.

Pues bien, Trump y sus correligionarios poderosos, como los de aquí, también se sacaron su documentación de identidad a la tercera; y, consecuentemente, muchos compatriotas nuestros también están en esa categoría de excelencia.

Y es triste ver la volatilidad de la opinión ciudadana, como sabemos, pues, en el reino español, se pasó de gritar ‘Viva la Pepa’, el 19 de marzo de 1812 (festividad de san José), proclamando la Constitución de Cádiz, de tintes liberales; al de ‘Vivan las caenas (cadenas)’ en 1823, apoyando la restauración del absolutismo de Fernando VII, ‘el deseado’, apoyado por Luis XVIII de Francia y su ejército comandado por el duque de Angulema. 

Y ese es un buen ejemplo del carpetovetónico reino español, expresado con los gritos ‘Vivan las cadenas (caenas)’, ‘Vivan las cadenas, viva la opresión: viva el rey Fernando, muera la nación’ iniciados en Sevilla, generaron un movimiento contrarrevolucionario, pues, la población, ebria de alegría, cometió todo tipo de excesos y tropelías persiguiendo a los liberales.

Según Ramón de Mesonero Romanos (1903 – 1882):

‘(…) tras restablecer su poder absoluto en 1823, en Madrid se llegó a escenificar un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, que fueron sustituidos por personas del pueblo que tiraron de ella a guisa de caballerías, y así lo llevaron en triunfo al Santuario de Atocha (…) gritando ‘que vivan las caenas, viva la opresión, vida el rey Fernando y muera la nación’ (…) Cuando el rey Fernando llegó a palacio, uno de los cortesanos le preguntó: ‘¿qué le ha parecido a vuestra majestad la ovación?. Y él, con su característica socarronería, le respondió: ‘los de esta tarde son aquellos del troncho; es decir, los mismos perros con distintos collares.’

Hay un refrán que dice: ‘mientras haya burros (tontos), algunos irán a caballo’; y eso lo saben los falsos estadistas, desde Trump hasta los que tenemos aquí.

Y esos aprovechados falsos estadistas españoles (si bien, presentes en todos los estados), se reparten y comparten el poder, mediante el juego del ‘turnismo’.

Y el colmo de los colmos, es ver que, en Catalunya, anteriores independentistas han comprado el relato español. Un penoso ejemplo, que ya cité ayer, lo tenemos con Raül Romeva (ERC) que, en las entrevistas promocionales de su libro, va repitiendo que ‘antes que selecciones oficiales, necesitamos campeones catalanes’.

Y esa declaración de Romeva, es una clara muestra de su rendición y sumisión; y, a la vez, una traición a las reclamaciones, desde hace muchas décadas, de tener selecciones oficiales catalanas, que puedan competir internacionalmente. Y, claro, el argumento de Romeva, de priorizar la presencia de campeones catalanes, demuestra muchas cosas: su idea de primar la personalización por encima de la socialización y grupalidad; una mayor relevancia de la victoria sobre la participación; etc., y, en definitiva, la sumisión, implícita y explícita, al poder mayoritario.

Y ese pensamiento es el que tienen Pedro Sánchez y Salvador Illa respecto a Donald Trump.

Y así nos va, y … nos irá peor, pues ellos seguirán a caballo o en sus carrozas, y nosotros haciendo de burros, tirando de ellas y vitoreándoles; más masoquismo imposible.