‘En la comedia griega antigua, la parábasis es un momento de la obra en que todos los actores salen del escenario y se quedan solamente los miembros del coro para dirigirse directamente al público. Los miembros del coro abandonan parcialmente su papel dramático para hablar con el público sobre un tema relacionado con la obra (una crítica al autor o un chiste)’.
(Wikipedia)
Haciendo una parábasis, una digresión (en griego ‘parékbasis’) rompiendo el hilo de mis escritos, me centraré en la soledad que exige la lucha contra la pandemia de la covid-19, pues es un aspecto central, con múltiples consecuencias psicosociales, pues los humanos somos seres que interactuamos, ya que esta interacción es la base de la sociabilidad.
Ahora bien, en primer lugar, es preciso diferenciar entre ‘sentirse solo’ y ‘aislarse socialmente’, ya que la primera opción se trata de una percepción subjetiva, mientras que la segunda es objetiva y puede ser voluntario o forzosa.
Una persona puede sentirse sola, estando acompañada; y, a la inversa, estar sola pero no sentirse solo.
El sentimiento de la soledad, por lo tanto, está condicionada a cada persona en cada momento.
El sentimiento de soledad puede ser transitorio o crónico. A su vez, ese sentimiento puede ser vivido de forma positiva o negativa. Y, por lo tanto, sus efectos pueden ser, asimismo, positivos o negativos, según la percepción individual.
Como sabemos, el virus de la covid-19, ataca el fundamento de nuestra sociabilidad, ya que nos exige evitar al mínimo posible todo tipo de las interacciones sociales: las visitas a nuestros mayores y a nuestros nietos, además de a nuestros amigos; en definitiva, nos limita uno de nuestras actividades con más beneficio psicosocial, ya que las muestras de afectividad no pueden sustituirse por aplicaciones telemáticas; aunque, por suerte, gracias a algunas de esas aplicaciones estamos o podemos estar conectados con las personas que deseamos, cosa que hace unas pocas décadas era más difícil y costoso, y hasta muy avanzado el siglo XX, imposible del todo.
Y, precisamente, es en la tercera edad (o cuarta) que ese sentimiento de soledad se acusa de forma más grave, ya que se disponen de menos medios alternativos sustitutorios y compensadores, por lo que esta pandemia tendrá efectos psicofísicos, en mayor medida, en esa clase social, pues a ese sentimiento de soledad y abandono, se junta la conciencia de que el tiempo se acaba, y el momento de sensación de estar dentro de un largo túnel negro, sin perspectivas de ver el final, agudiza la ansiedad y la depresión, patologías asociadas, estadísticamente, a las personas mayores.
Como señalan J. A. Marina y M. López, “cuando se dice a alguien: ‘le acompaño en el sentimiento’, nadie piensa que se une a su alegría o a su ternura o a su furia o a su envidia. Está claro que el hablante se refiere a la pena, a pesar, al dolor, a la tristeza, en suma. (…) La tristeza tiene un verbo de proceso: entristecerse. ¿En qué consiste el paso de la no tristeza a la tristeza? La tristeza no parece ser de aparición fulminante.
(…)
Una desgracia produce dolor, sufrimiento. Mientras que se lucha por evitarla o por no aceptarla no se puede hablar de tristeza. La tristeza aparece cuando esa actitud activa cesa y la persona se enfrenta con la irreversibilidad de la causa de la tristeza.
Desamparo, abandono, desolación, soledad: la falta de compañía, de consuelo o de ayuda impide la realización de nuestros deseos y provoca un sentimiento intensamente negativo de pérdida y desesperanza. El sujeto echa en falta, con resignación, amargura u odio, la acción ajena que eliminaría el sufrimiento.”
(Diccionario de los sentimientos, Edit. Anagrama, 1999)
Esa soledad de personas mayores (yo soy uno de estos), en sus diversas formas y modalidades las vemos en el corte diario de la avenida Meridiana de Barcelona, pues si bien la mayoría, con el tiempo hemos ido haciendo amistades o conocidos, con los que vamos hablando, para hacer más llevadera la estancia; hay otros que creo de interés destacar, por citar unos ejemplos:
· El señor o señora que vienen cada día, y a pesar de que llevamos un año (con el lapsus del estado de alarma por la pandemia), no se socializan, apenas hablan con nadie, y apenas saludan. Estas personas, con mucha probabilidad, no sienten de forma acuciante esa sensación de soledad, ni la ansiedad ni desamparo, tanto si viven solos o acompañados.
· El señor o señora que vienen cada día y hablan con uno u otro, explicando sus historias y sus pensamientos, muchas veces muy interesantes.
· El señor o señora que pasan, casualmente, y, como me sucedió ayer, que una señora me preguntó si yo era el señor Carrizosa (el de Ciudadanos), y le dije que no, incluso me aparté un momento la mascarilla, para que viera mi careto entero. Entonces se disculpó, y estuvo mucho rato explicándome sus experiencias del día 1 de octubre, el día del referéndum, o de la mala opinión que tiene de la alcaldesa Ada Colau, de su época de okupa, en una casa en la calle Riera de Horta (muy próxima al punto del corte), etc., hasta que dijo que tenía que irse, ya que no podía estar mucho tiempo parada (se apoyaba en un bastón). Obviamente, en el grupo de compañeros no faltó el posterior correspondiente cachondeo por la confusión con Carrizosa.
· Etc.
Los dos primeros perfiles mencionados, evidentemente, vienen con el objetivo de evidenciar su malestar por la sentencia y condena de nuestros presos políticos y sociales; pero, de forma colateral, el segundo grupo, como el tercero, muestran el sentimiento de soledad que nos ocupa. Y esa sensación, en personas mayores, es muy sintomático, y será una de las muchas secuelas que nos dejará esta pandemia.
Es muy fácil decir que resistiremos, que todo irá bien, cuando vemos que va para muy largo, que las vacunas tardarán en tenerse, y cuando estén diseñadas, tardarán mucho en producirse en gran escala, distribuirse y aplicarse a la población en general. Y los medicamentos paliativos, de momento, tampoco son la panacea.
Y, precisamente, este tipo de problemas, que tienen una trayectoria oscilante, que suben hasta una cierta cresta de crisis, pero después descienden y parece que vamos mucho mejor, para, seguidamente volver a subir, como las atracciones de las montañas rusas, precisamente es más complejo tratarlo sicosocialmente, ya que se suceden alternativamente, momentos depresivos con otros eufóricos, para, volver a caer. Y viendo que esas montañas rusas durarán bastante tiempo, es comprensible que las personas mayores veamos que este tiempo ‘perdido’ quizás marque ya el resto de nuestros días, pues nada será como antes, como ya he comentado repetidamente con el ejemplo de Heráclito de Éfeso, de la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río, pues todo fluye.
Y hablando de ese fluir, de ese cambio continuo, y para animar un poco este escrito, creo que puede ser interesante el siguiente chiste de Jaimito:
“Va Jaimito y le dice a su madre: mamá, puedo ir a la piscina, que hoy ponen el trampolín de 5 metros. Si hijo, responde la madre. Al rato viene con una mano y un pie roto.
Al día siguiente, le dice a su madre: mamá, puedo ir a la piscina, que hoy ponen el trampolín de 10 metros. Si hijo. Al rato viene con las manos y pies rotos.
Al siguiente día, le dice a su madre: mamá, mamá, puedo ir a la piscina. No hijo, respondió la madre. Jooo, dijo Jaimito, es que hoy ponen el agua”
Ya sé que esta pandemia, que, hasta ahora, a nivel mundial ha causado más muertes entre las personas mayores, por tener otras patologías previas, no es muy estimulante para las personas afectadas por la soledad a la que he venido haciendo referencia; por lo que no es un consuelo ningún discurso ‘azucarado’, pues somos mayores, pero no niños tontos.
Lo que necesitamos son políticos que sólo hablen de lo que sepan (muchos estarían mudos siempre), y científicos y sanitarios que tengan un mínimo de empatía, no es preciso que cada día nos amenacen con las siete plagas de Egipto, que está bien, ya hemos aprendido que la mascarilla, la distancia y el gel hidro-alcohólico es lo único que tenemos. Ya está bien de cifras y ratios confusos, por cuanto sólo serían informativos si fueran realmente comparativos, y en España no lo son, pues dependen de la cantidad de pruebas PCR que se hagan, y hay comunidades que, para no quedar tan mal, o para mejorar en la foto, reducen esos tests.
Estamos cansados de la ‘buRRocracia’ que tenemos, pues hemos visto que algunos jueces se han considerado con el poder suficiente para frenar o tumbar una decisión política y sanitaria, como cerrar bares y restaurantes, o perimetrar una determinada zona. Es evidente que la justicia debe velar por la preservación de los derechos, pero ante una situación pandémica, cómo es que, algunos, como digo (por suerte, otros son sensatos), lo que es prevaricación y fraude de ley, suspender esas medidas, en función del color político del partido que lo solicita, y tenemos varios ejemplos que certifican esa discrepancia.
Y esa ‘buRRocracia’ que hace que debamos ‘pedir’ al gobierno central el establecimiento del estado de alarma, para poder efectuar, con garantías, la restricción de circulación horaria, de 22.00 a las 06.00 h, para evitar encuentros y celebraciones callejeras. Pues, sin ese paraguas legal, algunos jueces tumbarían el decreto en cuestión.
Y estamos cansados de esa ‘buRRocracia’ politizada que, en el mes de marzo, permitió que Pedro Sánchez asumiera el mando único centralizado, retomando las responsabilidades correspondientes a las comunidades autonómicas. Pero que, visto el resultado, y las complicaciones para conseguir las sucesivas prórrogas, le aconsejan que ahora sean las comunidades autonómicas las que le pidan la aplicación del estado de alarma (con la salvaguarda de que el mando único será el presidente de cada respectiva comunidad autónoma, como estipula el BOE n. 132, del 5/6/1981, art. octavo).
Ese mismo real decreto, en su artículo noveno, punto dos, dice ‘Cuando la Autoridad competente sea el Presidente de una Comunidad Autonóma podrá requerir la colaboración de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que actuarán bajo la dirección de sus mandos naturales”.
Vista la actuación de esos cuerpos en la represión del referéndum del 1 de octubre del 2017, y del invento y manipulación de los informes ‘cocinados’ para condenar a nuestros representantes políticos y sociales, a la cúpula policial catalana, y a casi otros 3000 independentistas más. ¿Los independentistas catalanes podemos confiar en esos cuerpos y fuerzas? ¿Puede confiar el Govern de la Generalitat, si el mismo decreto señala que pueden requerir su colaboración, pero que actuarán bajo la dirección de sus mandos naturales?
Y ante todo este despropósito que, a los que no padecemos soledad, pero sí nos comporta mucha ansiedad y urticaria, nos desmotiva, todavía más, ver que la preocupación es cómo llamar al estado de alarma y al estado de queda, para suavizar esas denominaciones tan castrenses de siniestro recuerdo.
Por todo esto, no tragamos la actual ‘buena voluntad’ de Pedro Sánchez, no nos dejaremos engañar más, sabemos que las leyes las interpretan a gusto y manera del poder judicial dominado por Carlos Lesmes, y si esas leyes, tienen aspectos ‘dudosos’, sabemos de qué lado irá la interpretación.
Por eso, debemos tener siempre presente el poema ‘No passareu’ (‘No pasaréis’), que en 1915 Apel.les Mestres (1854-1936) incluyó en su libro ‘Flors de sang’ (‘Flores de sangre’), y que fue un himno de los voluntarios catalanes aliados en la resistencia francesa, por lo que fue distinguido con la Legión de Honor y galardonado con las Palmas Académicas de Francia.
La Cançó del Invadits ¡No passareu!
(La Canción de los Invadidos ¡No pasaréis!, fue musicada por Xavier Ribalta)
¡No pasaréis! Y si pasáis
será sobre un montón de ceniza:
nuestras vidas las tomaréis,
nuestro espíritu no lo tomaréis.
Pero no será ¡Por más que hagáis,
No pasaréis!
¡No pasaréis! Y si pasáis
cuando todos hayamos dejado de vivir,
sabréis de sobras a qué precio
se abatió un pueblo digno y libre.
Pero, no será ¡Por más que hagáis,
No pasaréis!
No pasaréis ¡Y si pasáis,
decidirá una vez más la historia,
entre el verdugo que clava en cruz
y el justo que muere, de quién es la gloria.
Pero, no será ¡Por más que hagáis,
No pasaréis!
A sangre y fuego avanzaréis
de fortaleza en fortaleza,
pero ¿y qué? Si queda en pie
algo más fuerte: ¡nuestra firmeza!
Por eso cantamos: ¡Por más que hagáis,
No pasaréis!”
Sé que me estoy alejando un poco del tema de la soledad, pero, no es así, ya que quería acabar con la soledad del héroe, en este caso, de Monika Ertl (Imilla) (1937-1973), hija del cámara de la cineasta Leni Riefenstahl, fotógrafa de Hitler. Mónika acabó incorporándose a la guerrilla del ejército de liberación nacional de Bolivia, dirigida por el Che Guevara. En 1971 ejecutó al coronel Roberto Quintanilla Pereira (cuando estaba oculto como cónsul en Hamburgo), máximo responsable del grupo que asesinó al Che Guevara, y el que ordenó que le cortasen las manos.
(Hace unos días, un amigo me facilitó las referencias sobre el libro y documental ‘La mujer que vengó al Che Guevara’, de Jürgen Schreiber; yo desconocía totalmente esa historia, y me pareció importante para divulgarla)
Y pensar en los momentos previos que pasó Mónika, antes de la ejecución que, con muchas probabilidades, acabaría con su propia muerte (que, afortunadamente, no sucedió en ese momento).
Pensar en la soledad y miedo que debía tener Mónika, en esos días e instantes previos, nos ha de dar ánimos, moral y valentía, para superar los tristes momentos, pues las maniobras sibilinas del gobierno de Madrid, y las ‘florituras’ de los partidos independentistas, para comulgar con las ruedas de molino, sin pestañear, por falta de ideas claras y contundentes, nos ha de reforzar en la necesidad de seguir manifestándonos, aunque seamos pocos, y solitarios.
Amadeo Palliser Cifuentes