En memoria de mi cuñado José, fallecido ayer (14/11) por el covid-19
Todos sabemos que esta pandemia que nos invade, además de las secuelas físicas y las muertes, comporta una incidencia psicosocial y, esta incidencia viene marcada por el distanciamiento exigido por la seguridad: distancia y mascarillas; distanciamiento que comporta una soledad que puede ser vivida como un abandono, como hemos visto en los casos de personas mayores que viven solas o en residencias y, especialmente, en las personas ingresadas en los hospitales, y más severamente, en las UCI.
Y a esa soledad de los pacientes ingresados, que ven pasar las horas pesadamente, viendo a los equipos sanitarios equipados con sus debidos uniformes, hay que sumar la soledad de los familiares esperando la llamada telefónica diaria, dándoles el parte informativo y, cuando esas llamadas ya van avisando de la gravedad del paciente, especialmente, los últimos días, dando a entender la irreversibilidad. Y cuando la llamada ya es de aviso para que vaya la familia más directa, la pareja, para despedirse, y ésta va a pasar las últimas horas, habilitada con el equipo pertinente, guardando una cierta distancia, dentro de lo posible, sin abrazos, sin un posible diálogo, pues el paciente está sedado, ya es el summum de la soledad, pues una muerte sin una despedida ‘adecuada’ es mucho más dura. Por lo que los médicos deberían acelerar esa situación, y quiero entender que, de una forma directa o indirecta, ya lo hacen.
Esta pandemia provoca una importante sensación de miedo, de depresión, y eso comporta una pérdida de la esperanza, que disminuye las posibilidades de mejora de toda enfermedad. Y es comprensible esa sensación, pues estando en plena segunda ola de la pandemia, ya se habla de la tercera, a partir de enero.
Este panorama es negro, y no vemos luz al final de este largo túnel, si bien parece que las investigaciones para la obtención de las vacunas están avanzando, y según todas las informaciones, posiblemente estarán disponibles avanzado el próximo año (pero algunos insensatos políticos, como Pedro Sánchez y Salvador Illa, siguen prometiendo millones de vacunas en unos pocos meses).
Y ese color negro, provocado por la ausencia de la luz al final del túnel, se corresponde con la percepción del color negro, pues el negro (ausencia de todo color), en realidad es la no percepción de la luz.
Y simbólicamente, el color negro, se asocia al miedo, al sufrimiento, a la soledad y, en Occidente, a la muerte y al luto.
Pero debemos intentar ser positivos, y así como dicen que los esquimales diferencian distintos tonos de blancos, también hay tonalidades de negros hasta llegar al gris, pues la ausencia de la luz nunca es absoluta.
Y si miramos que, en Catalunya, al día de hoy, han fallecido 15.013 infectadas por el virus, que, es un 0,2 % sobre la población; si damos las cifras oficiales como buenas, pues sabemos que en los meses iniciales no se contabilizaron todos los fallecimientos.
Si bien, evidentemente, cada número, se refiere al fallecimiento de una persona.
En la novela ‘Sin novedad en el frente’ (1929), de Erich María Remarque, que ya cité hace semanas en otro escrito, Paul Bäumer, el joven protagonista, un simple soldado en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, donde van muriendo muchos soldados, por los ataques de gas, las granadas o la lucha cuerpo a cuerpo, y un día ‘tranquilo y calmado’, casi al final de la guerra, es herido mortalmente, pero el parte de guerra del día fue: ‘sin novedad en el frente’. Paul no era importante para la sociedad, aunque estaba allí para defenderla, también a los que estaban tranquilamente en los sofás de sus casas.
Las estadísticas tienen ese efecto deshumanizador, pues igual que las guerras y desgracias que vemos en los telediarios, nos acorazan, actúan como mecanismo de defensa. El psiquiatra Luis Rojas Marcos (1943), en una entrevista de ayer noche en TV3, dijo que él se había habituado a decir ‘vamos a ver las malas noticias de hoy’, pues las positivas no ‘venden’.
En definitiva, los que afortunadamente seguimos adelante, lo importante es que no olvidemos lo que está sucediendo y, en modo alguno, olvidar a las personas queridas fallecidas, pues el olvido sería su segunda muerte, la definitiva.
Amadeo Palliser Cifuentes