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2020 lo cambió todo: es nuestra responsabilidad no permitir que regrese.

Es nuestra responsabilidad no permitir que regrese

Por Sergio Pérez Gavilán, periodista de investigación de ASILEGAL

– Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de las y los Defensores de Derechos Humanos, en ASILEGAL reflexionamos sobre el panorama de México en materia de acceso a la justicia. 

No hay que confundirse, si el 2020 se recordará por el año de la pandemia, también ha sido un año de batalla por los derechos humanos. La comprensión de los derechos civiles y políticos de las personas, en diferentes partes y estratos del planeta, se trastocó por completo. Si bien por un lado, en Cuba, Hong Kong y Chile se peleó por derechos electorales y democráticos, en otros países se protestó, al mismo tiempo, por derechos civiles contra el racismo y el uso de cubrebocas, mientras que en México el año se caracterizó por la lucha por la justicia y los derechos de las mujeres, entre otras cosas.

El sumario de un año donde los disturbios civiles, de la mano de millones de muertes por COVID-19, muestra que el futuro parece opaco por fuera, pero por dentro brillante. Cuando no hay razones para creer, el carácter se muestra en la resiliencia de la lucha por un planeta mejor. La pandemia es un testamento de que hay amenazas aún afuera, aún pendientes y aún vigentes que pueden alterar nuestra percepción de la realidad. Las protestas, por su parte, son señales de que las personas necesitan aferrarse a su voz como la primera línea de defensa ante la ineficacia, ineptitud o inacción de las autoridades.

Si algo externo a la propia humanidad cambió radicalmente la cara del mundo, ¿Qué sería posible si hubiera consenso en algo interno? En detener el cambio climático, la violencia contra la mujer o la guerra que sucede en México. El 2020 es el fin de las distopías ideológicas que dictan que todo tiene una razón de ser y no podemos cambiarlo, pero también el inicio de algo, no mejor, pero tal vez diferente.

México se encuentra ante un nuevo punto de inflexión. Después de al menos dos sexenios donde la única respuesta frente a los estragos hechos por la guerra contra el narco, se creía que vendría un nuevo líder que detendría la masacre, pues proponía detener la militarización. No fue así. Las muertes siguen y siguen subiendo, mientras que el poder y el alcance del ejército para cumplir funciones de policías locales o federales, no hacen más que crecer. Los feminicidios arrecian y destruyen más y más, llegando a la terrorífica realidad de que cada día ocurren 10 feminicidios en el país.

La paciencia es la virtud que nos mata; la alteración es el vicio que nos salva. Si se ha podido abstraer una lección fundamental de este año es que debemos dejar de esperar que las autoridades empezarán a cumplir con lo que se le debe a la población, al menos, en materia de seguridad. La legitimidad bajo la que ha operado la administración actual, la más votada en la historia del país, se disminuye día con día mientras los cambios siguen en velo: se promulga una ley de amnistía, pero se amplía el catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva; se redobla el presupuesto para el INEGI, pero se cancelan encuestas esenciales para proteger derechos humanos y ambientales; se habló del fin de la tortura, pero esta práctica sistemática y cultural, como así lo señaló el relator especial de la ONU en 2014 y la CNDH en 2019, sigue más vigente que nunca; mientras el presidente niega la alza de la violencia de género, se atisban cifras récord de violencia y actos de odio contra mujeres en el país.

Si países que viven una represión constante a través de regímenes armados, una democracia de papel o leyes que constriñen a las y los ciudadanos, pudieron levantarse para ejercer el poder que tienen las personas, ¿qué espera México? ¿Por qué somos tan pacientes a esperar cambios que nunca llegan?

La antigua capacidad de esperar, más y más, porque suceda algo que incline la balanza a favor de las personas que siempre han sido estigmatizadas, odiadas y encarceladas debe desaparecer. El movimiento feminista ha tomado su lugar como la contraposición civil más poderosa para efectuar cambios contra la misoginia cultural, legislativa y doméstica, y debemos seguir una pauta que claramente está marcada hacia un futuro donde todas, todos y todes puedan reclamar sus derechos. Tomar aire y gritar, constantemente y sin tregua: “¡suficiente!”.

Suficiente de su punitivismo, su guerra sin cuartel, de los asesinatos y la tortura, de la misoginia y el desprecio al territorio natural que queremos preservar. El virus marcó el fin de la distopía en la que vivimos, debemos actuar con decisión antes de que se instaure una nueva, pues de abstenernos así será.