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Hablando de impresentables

Miguel Ángel Sosa
Miguel Ángel Sosa
@Mik3_Sosa

Es bien sabido que la soberbia es alimento de malas decisiones, muchas de las cuales terminarán cobrando factura al partido del Presidente López Obrador, y no es para menos el airado reclamo social producto de la necedad de querer postular a candidatos impresentables y con turbio pasado.

En muchos estados del país los colores de Morena podrían hacer ganar sin mayor dificultad a cualquier hombre o mujer que postulen; lo malo es que en lugar de aprovechar esa ventaja para impulsar candidaturas valiosas, el instituto que dirige Mario Delgado demostró que el movimiento se esfuerza por ser la misma gata pero revolcada.

Mujeres de todos los partidos y diversos colectivos de la sociedad civil han alzado la voz para que se le niegue la candidatura para contender por el gobierno de Guerrero al senador con licencia Felix Salgado Macedonio. Hay razones de peso: diversas acusaciones de abuso y acoso sexual pesan sobre este personaje.

Cuestionado al respecto, el titular del Ejecutivo nos regaló una perla; «ya chole» con ese tema, dijo en una de sus conferencias mañaneras. Un resbalón que de inmediato encendió la redes con repudio a la poca empatía del  Presidente con las víctimas de delitos sexuales, ilícitos que en el país alcanzan niveles alarmantes.

Este es solo uno de los muchos problemas generados por las encuesta que promueve el tabasqueño, esos precarios instrumentos de legitimación populista que abren la puerta a decadentes y perversos personajes que, sin escrúpulos y con la mano en la cintura, avanzan en los entramados de Morena para hacerse del poder.

Es más que evidente la sangría que desde el 2018 han sufrido partidos como PAN, PRI y PRD, en donde muchos de sus cuadros abandonaron el barco para pasarse a la esquina guinda. Sin embargo, hoy vemos que al puro estilo de las barracudas, Morena no solo recoge los restos del naufragio sino toda la basura que hay en el fondo del mar.

En el trasfondo está un asunto de la más alta importancia, que salpica a todos por igual y radica en la ausencia de parámetros éticos y morales bien establecidos para acceder a los puestos de elección popular. La última palabra la tiene la gente que premia o castiga el esfuerzo y dedicación que ponen los políticos en el encargo. La moneda está en el aire, y, el voto, listo para descarrilar ínfulas de arrogancia.