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Más vulnerables y resilientes: así hemos cambiado por la pandemia

La convivencia con la covid-19 durante este año ha provocado un importante deterioro de nuestra salud mental y cambios en nuestro comportamiento. Nuestra actitud y compromiso han variado a lo largo de este tiempo y el miedo y la incertidumbre de los primeros meses han dado paso a un cierto distanciamiento y a lo que ya se conoce como fatiga pandémica

A punto de cumplirse un año desde el estallido de la pandemia, EFEsalud ha entrevistado a tres psicólogas para conocer sus efectos sobre el comportamiento y la salud mental.

Mercedes Bermejo (Psicólogos Pozuelo); Silvia Álava (Centro de Psicología Álava Reyes) y Timanfaya Hernández (Globaltya Psicólogos) analizan la evolución psicológica, tanto a nivel individual como social,  a lo largo de este durísimo año.

El deterioro de la salud mental afecta a todos los grupos de edad

La pandemia ha puesto a prueba nuestras capacidades físicas y psíquicas, en una situación nueva, difícil, incierta y muy exigente, lo que ha provocado un deterioro importante de la salud mental.

Según Mercedes Bermejo, “la incertidumbre a la que estamos expuestos es uno de los factores que más nos afecta” y resalta un aspecto determinante: “el problema es que esta incertidumbre no parece tener fecha de caducidad”.

Pero hay más. La situación socioeconómica, los difusos límites entre lo familiar, lo conyugal e incluso lo laboral, debido a la generalización del teletrabajo, también han hecho mella en la salud mental de la población.

Este deterioro se aprecia en todos los grupos de edad, incluida la población infanto-juvenil. 

“Debemos poner la mirada en esta población, que muchas veces es invisible, y tomar medidas para garantizar su salud mental. Sabemos que el 70 % de los problemas psicológicos que sufrimos durante la etapa adulta tienen su origen en la etapa infantil o infanto- juvenil” apunta Bermejo.

El número de jóvenes que van al psicólogo ha crecido exponencialmente.

A este respecto, Silvia Álava resalta: “Se encuentran en un momento muy complicado de sus vidas y sienten que estas se han quedado paralizadas. Es necesario proporcionarles técnicas de regulación emocional para que sepan cómo afrontar la situación”.

Los mayores, además de ser los más afectados a nivel de mortalidad por la covid-19, también han experimentado un fuerte retroceso en su salud psicológica, puesto que se sienten solos y especialmente vulnerables.

Timanfaya Hernández explica que “las personas que viven situaciones de mayor aislamiento han experimentando un mayor retroceso en su salud psicológica”.

En el caso de los mayores, la falta de estímulos ha provocado también un importante deterioro cognitivo.

Nuestro comportamiento ha variado a lo largo de este año

Las circunstancias personales condicionan el comportamiento y la actitud respecto a la pandemia: factores como la edad, las variables de personalidad o la zona geográfica influyen en este sentido.

Sobre esto último, Timanfaya Hernández apunta que “las restricciones son diferentes en cada lugar y esa limitación a la hora de poder relacionarnos nos afecta directamente”.

La percepción del riesgo de la pandemia que tiene cada persona también repercute en la medida en la que somos más o menos estrictos con el cumplimiento de las medidas de seguridad y las normas de protección.

Silvia Álava apunta en este sentido: “No se comporta del mismo modo quien ha perdido a un ser querido como consecuencia de la pandemia que quien ha vivido toda esta situación de lejos”, y añade: “Tampoco es igual la percepción del riesgo que tienen los jóvenes que las personas mayores”.

La pandemia ha ido variando su comportamiento y dureza a lo largo de este año, y esos cambios nos permiten hablar de diferentes olas que han llevado asociadas distintas medidas, más o menos restrictivas, dependiendo de la evolución de la situación epidemiológica.

Del mismo modo, nuestro comportamiento, tanto a nivel individual como social, también se ha ido modulando y adaptando en función de las distintas fases de la pandemia que hemos atravesado.

Silvia Álava sostiene que “la mayor parte de las personas tendemos a adecuar nuestros comportamientos a la situación sanitaria y también a las medidas que nos recomiendan”.

Para Mercedes Bermejo, estos cambios en nuestro comportamiento y actitudes se asemejan a un proceso de duelo:

“En un primer momento, hubo un impacto muy grande para toda la sociedad, especialmente durante el confinamiento domiciliario, y poco a poco hemos ido adaptándonos a esta situación y hemos atravesado distintas fases como la negación, la rabia, el enfado, la tristeza y, finalmente, la asimilación”.

Coincide con esta visión Timanfaya Hernández: “Al principio estábamos en un estado de shock y poco a poco nos hemos ido adaptando a la situación”.

“En un principio había sensación de angustia y miedo a lo desconocido. En verano intentamos sobrellevarlo, pero esta tercera ola nos pilla más desgastados, mas fatigados…”, añade.

La fatiga pandémica ha provocado distanciamiento emocional

La larga exposición a situaciones que nos generan miedo e incertidumbre forma parte de esta pandemia. El cansancio y agotamiento después de un año de convivencia con la covid-19 es lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) denomina fatiga pandémica.

Mercedes Bermejo explica su origen:

“Los mecanismos de ansiedad nos permiten sobreponernos a los peligros que hay en nuestro entorno, pero llevar tanto tiempo expuestos a situaciones potencialmente peligrosas puede derivar en diferentes problemas como alteraciones del sueño, de la alimentación, bajada del estado de ánimo o cansancio crónico”

Además de los efectos que la fatiga pandémica tiene sobre la salud mental, también condiciona nuestro comportamiento y actitud respecto de la pandemia.

Uno de los principales riesgos, advierte la OMS, es que conlleve una cierta relajación en el cumplimiento de las medidas de protección.

Las consecuencias de la fatiga pandémica se perciben incluso en la normalización de las víctimas diarias.

Silvia Álava diagnostica un distanciamiento emocional que no sucedía en el comienzo de la pandemia y que sirve de medida de protección:

“Esto tiene una parte positiva, pues nos ayuda a nivel emocional a sobrellevar esta situación, pero también tiene una parte muy peligrosa: es como si cada día se cayese un avión y muriesen 400 personas, y aun así lo hemos interiorizado, normalizado y nos hemos distanciado”, explica.

Y añade: “Hay que tener cuidado y tenemos que entender que no podemos vivir muy metidos en la situación porque podría pasarnos factura a nivel emocional, pero tampoco podemos distanciarnos tanto, porque esto nos afecta a todos y es labor de todos evitar que el virus siga propagando y que muera tanta gente”.

Más conscientes de nuestra vulnerabilidad y más resilientes

Aunque es pronto para saber qué conductas de las que hemos adquirido a lo largo de este año perdurarán en el tiempo y cuáles serán las secuelas, las psicólogas apuntan a una mayor dificultad a la hora de las relaciones sociales:

De acuerdo con Timanfaya Hernández, “en algunas personas puede permanecer ese temor al contacto, el medio a relacionarse con otras personas”.

Las tres psicólogas coinciden en que esta pandemia nos ha hecho ser más conscientes de nuestra vulnerabilidad y más resilientes.

Según Mercedes Bermejo,  “hemos vivido una situación de ansiedad que nos ha llevado al límite de nuestras posibilidades, pero aún así hemos tenido la capacidad de sobrellevarlo. Hay un fuerte agotamiento psicológico, pero también hemos demostrado una gran resiliencia y capacidad de adaptación a las adversidades”.

En la misma línea, Silvia Álava sostiene: “Somos mucho más conscientes de nuestra vulnerabilidad y de que no debemos dar nada por sentado. Esto nos ha ayudado a valorar más las cosas y a ser más resilientes”.

La pandemia también ha hecho que valoremos mucho más la salud física, y aunque hemos comenzado a ser conscientes de la importancia de sentirse bien con uno mismo, la salud mental sigue siendo la gran olvidada.

El tiempo que tardemos en recomponernos dependerá de cómo y cuándo se produzca la vuelta a la normalidad, de nuestra red de apoyo y recursos personales y de las medidas que se pongan en marcha desde el sistema de salud pública para paliar las consecuencias psicológicas que nos ha dejado la pandemia.