Tal como estaba previsto, hoy, 5 de setiembre, a las 11.00 h, en Bruselas, el president Carles Puigdemont ha desvelado las premisas básicas para iniciar unas posibles negociaciones para la investidura del presidente del gobierno español.
Estas premisas han ratificado las peticiones clásicas del independentismo: amnistía, reconocimiento de Catalunya como nación, eliminar la discriminación económica y, finalmente, un referéndum de autodeterminación acordado, de momento, sin fijar fecha.
Asimismo, Puigdemont ha expresado la necesidad de garantías internacionales, dada la desconfianza con los gobiernos españoles, por sus múltiples promesas incumplidas.
En definitiva, se ha manifestado abierto a negociar un acuerdo histórico, un compromiso histórico, que solucionase el problema político catalán existente desde 1714, tras la caída de Barcelona.
Particularmente, me ha gustado la firmeza del president, no me ha defraudado, a pesar de que ha expresado que todas sus propuestas caben dentro de la actual constitución, y, me parece, que sobre esto hay mucho que debatir, ya que todos sabemos las lecturas que ha venido haciendo, tradicionalmente, el poder judicial.
El president ha recordado que el art. 92 de la constitución ya prevé la posibilidad de que ‘las decisiones de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos’. Pero todos sabemos que la lectura unitaria de esa constitución fijaría que ese posible referéndum, en todo caso, sería efectuado a toda la población española, y no centrado en la población catalana, así que …, sería imposible ganarlo.
Es sabido que, en toda negociación, cuando se de, pues todavía no se ha iniciado, ambas partes partirán de posiciones de máximos, y los acuerdos serán gracias a aproximaciones de ambos.
Ahora bien, tal como ha planteado Puigdemont, la amnistía sería un acuerdo de base, de partida, para negociar, ya que es imposible negociar con alguien a quién se quiere encarcelar.
Es cierto que hace un mes, ningún político unionista aceptaba ni la posibilidad de hablar de una amnistía, y ahora hay debates en todos sus medios, y salen voces de tristes personajes, como el ex president de la Generalitat, José Montilla (del PSC/PSOE), que dicen que una posible amnistía debería comportar el compromiso de no repetir el error. Esa es una idea peregrina e inculta, ya que la amnistía borra todos los hechos, no es un indulto, así que no puede condicionar posiciones futuras,
Muchos creemos que Pedro Sánchez no tiene ni la voluntad ni el interés de ceder, y estoy convencido que preferirá ir a nuevas elecciones, presentándose como el gran valedor de la ‘España, una grande y libre’, en la que ‘todo está atado y bien atado’, como lo dejó el dictador y asesino Francisco Franco.
Así que, al final, todos los partidos unionistas, culparán a Puigdemont de boicotear la investidura, por no ser flexible. Vaya broma más macabra, cuando son ellos, los que aplican su guante de hierro desde 1714.
También me parece vergonzosa la respuesta de ERC al discurso de Puigdemont, pues ese partido ha manifestado la bienvenida de Junts a su posición de diálogo, que ha dado frutos importantes, como los indultos. Vaya inmoralidad, confundir la negociación que busca Puigdemont, con el diálogo, ‘conseguido’ por Aragonès, máxime considerando que el indulto, parcial y revisable (y condicionado, como vemos) fue limitado a las élites, dejando a los cerca de 4000 represaliados bajo las patas de los caballos y las ruedas de sus carros.
Esta situación me recuerda la fórmula medieval andorrana: ‘Mort, qui t’ha mort?’ (muerto, ¿quién te ha muerto?), que se utilizaba antes del levantamiento judicial de los cadáveres, hasta 1993, que se estableció la constitución andorrana.
Esa fórmula se aplicaba ante los cadáveres de una muerte intencionada o violenta, por lo que asistían el alcalde, el secretario y el pregonero de la parroquia correspondiente. El pregonero formulaba tres veces consecutivas esa pregunta al cadáver, y, ante la lógica falta de respuesta, el pregonero finalizaba diciendo ‘ni ou ni castanya, senyal que és ben mort’ (ni huevo ni castaña, señal de que está bien muerto), por lo que, seguidamente, se procedía al levantamiento del cadáver.
(fuente: Wikipedia)
Pues bien, después del previsible fracaso de las negociaciones, como yo lo veo, todos culparán a Puigdemont, como he dicho, sin ni siquiera preguntarse tres veces, quién es el culpable de la falta del acuerdo. Y, claro, después dirán, ni huevo ni castaña, Puigdemont es el culpable de todo.
Todos sabemos que la situación es compleja, pues firmando la ley de una posible amnistía, el rey (que no podría negarse a firmar), reconocería explícitamente todos sus errores, su anticonstitucional y nefasto discurso del 3 de octubre del 2017, las llamadas a los dirigentes de las empresas catalanas, para que marchasen de Catalunya, que deslocalizasen sus sedes centrales, etc.
Igualmente, requeriría un cambio de estilo, pues hasta hace cuatro días, todos los unionistas, con Pedro Sánchez a la cabeza, se referían a Puigdemont, como ‘el fugado de la justicia’, cuando todos sabemos que eso no es cierto, es una mentira que han hecho calar y, desgraciadamente, ha calado entre la población.
La visita de ayer de Yolanda Díaz, líder de Sumar y vicepresidenta del gobierno de Sánchez, ya fue un primer paso para romper con el mensaje en cuestión. Y está claro, si finalmente, Sánchez y su partido (PSOE) acaban negociando con Puigdemont, confirmarán, ante los políticos internacionales, que el problema es, estrictamente, político, no penal.
De todos modos, veremos muchas cosas, y, aunque Puigdemont pida garantías, con observadores internacionales, todos sabemos que los acuerdos históricos, muchas veces acaban en vía muerta, tenemos muchos ejemplos, como los acuerdos históricos sobre el cambio climático, la protección de los océanos, etc. Y no pasa nada, nadie se turba ni inmuta ante su incumplimiento.
Es sabido que las situaciones complejas requieren personajes de gran nivel.
Tenemos muchos ejemplos, entre ellos, la relación sentimental entre los filósofos Hannah Arendt (1906 – 1975) y Martín Heidegger (1889 – 1976). Ella, una judía alemana, y él, un pangermanista defensor del nacionalsocialismo. Ciertamente, esa relación se inició con una joven Arendt, de 18 años, y él su profesor, un joven reconocido, si bien, todavía no había publicado su primera y famosa obra ‘El ser y el tiempo’ (1927). Y, a pesar de las irreconciliables y disputadas relaciones políticas, mantuvieron su relación epistolar, durante muchos años, pues ella, al perder la nacionalidad alemana, emigró a los EUA.
Muchos críticos consideran que la idea de la banalidad del mal, postulada por Arendt respecto al juicio a Adolf Eichmann (1906 – ajusticiado en 1962), pudiera referirse, también, a su amado Heidegger, con el que, como he dicho, mantuvo relación epistolar crítica y ambivalente durante décadas (Arendt, en los EUA, se casó en dos ocasiones, enviudando en 1970, cinco años antes de fallecer ella, por un infarto de miocardio, a los 69 años)
Las relaciones personales son complejas, y la sumisión, el sometimiento, el acatamiento y la subordinación, suelen ser la ‘solución’ transitoria, pero no la solución definitiva.
Como no lo fue, en la relación entre Sócrates (470 a.C. – 399 a.C.) y Diotima de Mantinea (*), una sacerdotisa que llegó a Atenas por petición de Pericles, para salvar a la ciudad de la peste. Su condición de sacerdotisa le permitía ciertos privilegios, de los que carecían las restantes mujeres atenienses, y, más todavía, las extranjeras. El prestigio intelectual de Diotima deslumbró a Sócrates. Diotima fue considerada la maestra de Sócrates en la concepción filosófica del amor. Esa idea la retomó Platón (427 a.C. – 347 a.C.), discípulo de Sócrates, para reflejar en ‘El Banquete’, el amor platónico, que difiere del uso actual (inalcanzable e idealizado) si no que se refería al amor a la belleza; Diotima enseñó a Sócrates otras formas de amar, más allá de la pasión corporal.
(*) algunos historiadores consideran que Diotima era, en realidad, Aspasia de Mileto, esposa de Pericles.
Y si las relaciones personales son complejas, las sociales no le van a la zaga, como sabemos los independentistas catalanes, que somos conscientes de que ya no podemos aceptar más el estatus quo que requiere nuestra sumisión, sometimiento, acatamiento y subordinación, como ‘solución transitoria’, queremos la solución definitiva, decidida y aprobada por los catalanes, no por la totalidad de los españoles, ni de los marcianos.
Y, si al final, a pesar de nuestro empeño, no conseguimos esa decisión definitiva, y nuestros nietos, pensando en el problema que nos ocupa, en su momento, se puedan preguntar: ‘mort, qui t’ha mort?’, que su respuesta no sea nuestra cobardía, nuestro conformidad y pasotismo, que no digan que nuestra acción no fue ‘ni ou ni castanya, senyal que és ben morta’.