Más de 400 millones de europeos, de 27 estados miembros, hemos sido llamados a votar, mayoritariamente hoy (pues algunos países ya lo hicieron ayer y anteayer), a 720 eurodiputados del Parlamento Europeo, que se agruparán en grandes grupos según sus familias ideológicas, principalmente: el Partido Popular Europeo, la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, Renovar Europa (liberales), los Verdes / Alianza Libre de Europa, Conservadores y Reformistas Europeos, y Identidad y Democracia, además de los grupos no inscritos.
Según la información disponible, habrá una gran abstención, ya que, en esta ocasión, las elecciones son específicas, sin estar solapadas con otras, la ciudadanía no verá otros alicientes colaterales para ir a votar.
Si la participación oscila entorno al 40%, como se vaticina, se confirmará la escasa representatividad de los organismos en cuestión, debilitándose, por lo tanto, el valor de los mismos, como intento explicar seguidamente.
Efectivamente, en estas elecciones los europeos nos jugamos nuestro futuro, pues si prevalece el voto de la extrema derecha y de la derecha extrema, los ideales democráticos y de libertades, estarán en juego.
¿Pero, realmente hay una ideología progresista en la Europa actual?, cuando hemos visto el trato que se ha dado a los inmigrantes; hemos constatado la falta de una política exterior unificada respecto a los conflictos entre Rusia y Ucrania, entre Israel y Palestina y en la larvada exclusión que efectúa la República Popular de China respecto a la República de China (Taiwán); hemos observado la falta de un criterio único económico frente a la R. P. de China y los EUA; o hemos sufrido las consecuencias de una falta de política eficaz respecto al cambio climático; etc.
Efectivamente, hemos visto acuerdos respecto a temas menores (aunque importantes) como la futura unificación de los cargadores de móviles o el control de acceso de los menores de edad a las plataformas, etc., pero, aún así, relativamente, tienen una relevancia insignificante.
Asimismo, hemos sufrido una campaña electoral que, al menos en España, ha sido infantilmente utilizada por el PSOE y el PP, para presentar estas elecciones como un plebiscito entre ambos partidos; por lo que no ha sido en absoluto didáctica, pedagógica, respecto a los grandes retos europeos.
De todos modos, la democracia, con todos sus defectos, sigue siendo ‘el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado’, según expresó Winston Leonard Spencer-Churchill (1874 – 1965); así que, la democracia, a falta de otro invento, sigue siendo la mejor manera de organizarse y de convivir en sociedad.
Pero es evidente que la escasa participación, en el supuesto de confirmarse, no dará la patente de corso a los políticos electos, para limitarse a aplicar sus respectivos programas electorales, si no que, éticamente, les debería obligar a buscar fórmulas estimulantes para conseguir una mayor aproximación de la ciudadanía, especialmente:
- eliminando la burocracia;
- eliminando organismos (es difícil que la ciudadanía, en general, diferencie entre el Consejo Europeo, con sede en Estrasburgo, formado por los jefes de estado de todos los países miembros, que definen la orientación y prioridades políticas de la UE; el Consejo de la Unión Europea, con sede en Bruselas, formado por los respectivos ministros del ramo de los diferentes países; y el Consejo de Europa, con sede en Estrasburgo, y que aglutina a los 46 estados europeos, es decir, con un ámbito superior a la UE, y ajeno a ésta);
- evitando la necesidad de las decisiones por voto unánime;
- vigilando que los partidos no aprovechen las plataformas europeas para prolongar sus discusiones y trifulcas caseras, como hemos visto hasta ahora;
- etc.
De todos modos, con la votación de hoy, los ciudadanos (votantes y abstencionistas) hemos emitido el mensaje de ‘àlea iacta est’ (la suerte está lanzada), como Gaius Suetonius Tranquillus (70 – 126) atribuyó a Gaius Iulius Caesar (100 a.C. – 44 a. C.), en el momento de atravesar el río Rubicón, límite entre Italia y la Galia Cisalpina, Citerior), y, con este paso, se rebeló contra el senado, iniciando la Segunda Guerra Civil Romana (49 a.C. – 45 a.C.), contra Gnaeus Pompeius Magnus y los Optimates.
Así que ahora será el momento de nuestros representantes, para intentar, de todas las fórmulas democráticas posibles, que la UE no se aleje de los principios fundacionales, y, claro, eso exigirá frenar los recortes de derechos y libertades que querrá imponer la derecha extrema y la extrema derecha, movimientos que, en realidad son indistinguibles entre sí.
La UE debería avanzar en democracia, evitando los vetos de los estados, contra los movimientos independentistas (escocés, catalán, galés, cosro, etc.); la defensa a ultranza de las lenguas minorizadas (que no minoritarias); la defensa de los ciudadanos frente a los poderosos bancos y multinacionales; la existencia de una política exterior, de seguridad y de defensa únicos; la unificación de los diferentes poderes judiciales, para evitar el lastimoso ejemplo que hemos sufrido y seguimos sufriendo los independentistas catalanes; etc.
Sólo así, la UE conseguirá ser considerada una institución de proximidad, no como ahora, que es vista como la prolongación de los estados miembros, unidos como un club de mercaderes, defendiendo sus propios intereses.
En caso contrario, la distancia abismal entre esos organismos y la ciudadanía será cada vez mayor, y, dentro de cuatro años, los euroescépticos aumentarán y la abstención aún será mayor, rondando el 70 / 80 %, por lo que su representación será más insignificante, más irrelevante, pero, claro, aún así, seguirán viviendo como dioses los 720 eurodiputados, sus miles de asesores, y las decenas de miles de burócratas que gozan de los máximos privilegios y prebendas, que, por lo que parece, es lo que buscan.
Y con los mediocres políticos que tenemos, como, por ejemplo, con Pedro Sánchez (PSOE), poniendo en el centro de su campaña electoral la defensa de su esposa, Begoña Gómez, realmente el futuro de una UE democrática progresista, será nulo; por lo que deberemos plantearnos si el futuro de la República Catalana debería pertenecer a la UE, o no.