En el escrito de ayer me centré en el poder, como autoridad formal, y en el presente, amplío el foco para tratar la autoridad, en sus diferentes acepciones.
‘El término autoridad viene del latín ‘auctoritas’, se derivó de ‘auctor’, cuya raíz es ‘augere’, que significa aumentar, promover, hacer progresar; es una cualidad creadora de ser, así como de progreso’.
(https://etimologias.dechile.net)
Solo atendiendo a esa etimología ya nos da mucho juego para pensar si realmente hemos tenido jefes, o tenemos políticos y líderes con esa cualidad creadora que nos hayan hecho crecer, progresar, promover; y, con toda seguridad, contándolos con los dedos de una mano, nos sobrarían 3 o 4 dedos. Esa es la realidad, pues, como sabemos, abundan los jefes, políticos, líderes, etc., que hacen justo lo contrario, es decir, infantilizar a su respectivo auditorio.
La autoridad, entendida como el poder que una persona o una institución ejerce sobre otros, es sumamente importante, ya que en el transcurso de toda nuestra vida tenemos interrelaciones con diferentes tipos de poderes, pues ‘la autoridad es el equilibrio de la libertad y del poder’ (Emmanuel Levy).
Hay diferentes tipos de autoridad, con diferentes consecuencias de desobedecer:
La autoridad formal, que es la que ejercen las personas o instituciones que ejercen el poder e influencia, en función del cargo que ocupan o de la actividad que desempeñan. Es la forma de autoridad más básica, pues es impuesta y no elegida o necesariamente reconocida libremente; su eficacia se desprende, básicamente, de su capacidad para imponer premios y castigos; por eso es uno de los tipos de autoridad que más potencial de conflictos genera.
Esta autoridad es a la que me referí en mi escrito de ayer sobre el poder.
La autoridad moral, que se basa en que el poder de la persona o la entidad es reconocido, aunque social o colectivamente no ostente un cargo o una posición que le conceda influencia como tal. En este tipo de autoridad lo que importa es la aprobación o la sanción subjetiva y no exactamente el premio o castigo. Se le concede poder a esa autoridad en función del respeto que genera. La fuente de su influencia son sus valores, su experiencia, sus conocimientos, etc.
La autoridad carismática, es similar a la autoridad moral, pero, en este caso, la fuente de influencia proviene directamente de la personalidad o del encanto personal del líder. Este no necesariamente es un dechado de virtudes éticas o morales, a veces es tan solo una habilidad social, que ejerce un gran poder de atracción sobre los demás, y por eso le siguen y le obedecen.
La autoridad coercitiva, es uno de los tipos de autoridad más nocivos, pues no se desprende ni de la posición, ni de las condiciones personales, sino del uso de la fuerza en algún sentido. La fuente de poder es el miedo y, por lo general, corresponde a un ejercicio arbitrario de normas y preceptos. Es el tipo de autoridad que se ejerce mediante actuaciones delictivas. Suele ser una forma de contrapoder.
La autoridad democrática, es uno de los tipos de autoridad más saludables y valorados. Parte de una autoridad formal, pero se implementa de tal manera que se convierte en autoridad moral también. En esta forma de ejercer el poder, lo fundamental son las normas y no las personas que las hacen cumplir. A su vez, dichas normas son fruto del acuerdo colectivo. Es una forma de autoridad en la que prima el interés de la mayoría, sin desconocer los intereses de las minorías.
La autoridad jurídica, es aquella que se basa en leyes para ejercerse. No existe una figura física, como podría ser una persona, sino que se juzga la capacidad de las personas que hacen cumplir dichas leyes. La calidad positiva o negativa depende del contexto, las propias leyes y su ejecución.
La autoridad racional, se refiere a la autoridad que emana de las normas que la sociedad percibe como adecuadas. Es lo que se conoce comúnmente como normas sociales, convencionalismos, o, el sentido común. Se obedecen por la racionalidad que se extrae de ellas y por el orden que aportan a los grupos de personas.
La autoridad tradicional, se trata de la autoridad que reside en las tradiciones, ya que es un poder que se fundamenta en la costumbre. Aunque dichas personas lo encuentran irracional (puesto que su justificación se basa en ‘siempre se ha hecho así’), otras tantas encuentran seguridad en seguir este tipo de autoridad, pues transmite consistencia y eficacia.
La autoridad informal, Aquí no hay una figura autoritaria que está regulada con claridad a nivel legal. Por tanto, dicha autoridad circula entre las personas que conforman un grupo. Aunque pueda parecer caótica, nace de la aceptación y del consenso, por lo que es raro que surjan conflictos al respecto.
La autoridad operativa, en este caso, las decisiones que se toman no tienen consecuencias directas sobre las personas de un grupo, pues se trata de un tipo de autoridad que afecta solo a acciones y temáticas. Existe un líder encargado de llevarlas a cabo y se confía en él, para que no falle.
La autoridad administrativa, en ese caso, el grupo no se subordina a un líder por sus propias características, sino que lo hacen porque representa el ejercicio de unas normas. Por lo tanto, se asume que dichas normas son correctas y justas y se sigue el mandato de quien las impone.
La autoridad lineal, este tipo de autoridad es la que prima en las jerarquías de poder. Con ella se enlazan todos los miembros de un organigrama, en el que se siguen las órdenes de quien se tiene directamente encima en la escala de poder.
La autoridad familiar, que se circunscribe a dicho núcleo social. El objetivo suele ser la protección de los seres queridos más cercanos, la subsistencia y la cría de los descendientes, atendiendo, en cada caso, a los diferentes tipos de familia existentes.
La autoridad profesional, se trata de la autoridad que emana de los conocimientos y destrezas que tiene cada persona en su ámbito profesional. Por ejemplo, en cuestiones de salud, se seguirán con mayor frecuencia las órdenes de un médico que de un familiar.
La autoridad inconsistente está construida a partir de la ambigüedad y la contradicción. Es decir, se ejerce de forma poco clara, las órdenes e instrucciones son continuamente cambiadas, al igual que las posibles consecuencias o sanciones en caso de desobedecer. Por lo tanto, al no ser consistente a lo largo del tiempo y contradecirse continuamente, es un tipo de autoridad que genera desconfianza y malestar.
La autoridad permisiva, es la que plantea dudas de si realmente es una autoridad. Se caracteriza, justamente, por la ausencia de pautas o limitaciones claramente definidas, por lo que, en esa relación, los sujetos pueden hacer lo que le venga en gana, sin anticipar sanciones o temer consecuencias.
(https://lamenteesmaravillosa.com)
Todos somos conscientes de que siempre estamos sujetos a diferentes poderes, y también sucede que, inconscientemente, estamos sujetos a otros poderes; y de ahí la complejidad del sistema, que, por eso, está perfectamente acorazado, blindado.
Y debemos diferenciar que no siempre se puede hablar de autoritarismo, que es una forma de gobierno caracterizada por la obediencia estricta a la autoridad del estado, que mantiene el control social por medio de políticas opresivas. Y, ese autoritarismo también puede referirse a personas o instituciones.
Como dijo Franklin Delano Roosevelt (1882 – 1945): ‘el poder es peligroso, enlentece la percepción, nubla la visión, aprisiona a su víctima, por muy bien intencionada que sea, y la aísla en un aura de infalibilidad intelectual contraria a los principios democráticos’; y por eso es tan importante distinguir entre:
- el poder, es decir, la capacidad de forzar o coaccionar a alguien, para que éste, aun que preferiría no hacerlo, haga su voluntad debido a su posición o su fuerza,
- y la autoridad, el prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad o competencia en alguna materia.
Según el psicólogo norteamericano David McClelland (1917 – 1998), ‘la necesidad de poder es una de las necesidades humanas, las personas en las que predomina esta necesidad, casi siempre desean estar en el cargo más alto, por el solo hecho de tener más poder; el poder, al ser una adicción, hace que la persona adicta quiere ser cada vez más poderosa, muchas veces sin importar como se logra el cargo que les permitirá este ansiado gran poder para satisfacer su monumental ego, podrían burlar la llamada meritocracia al conseguir sus grados académicos, pero con una falta total de valores, o quizás incluso pueden ser buenos profesionales pero, definitivamente, malas personas, pues dejaron de lado el crecimiento personal. El conocimiento otorga poder, que puede ser utilizado para liberar o para oprimir. El poder cambia a las personas’.
Pero, el expresidente de Uruguay, José Mujica (n. 1935), dijo, al respecto que ‘el poder no cambia a las personas, solo revela quienes son realmente’; pensamiento en línea con el expresado porAbraham Lincoln (1808 – 1865) dijo que ‘casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder’.
Todos hemos sufrido y visto abusos de autoridad y de poder. En el nefasto reino español, los independentistas catalanes hemos visto y sufrido ese abuso por parte de todos los poderes del estado: el judicial, el policial, el mediático, el financiero, etc.; pues todos ellos han abusado de su posición de privilegio, de la forma más autoritaria y despótica.
Y por el contrario, salvo el president Carles Puigdemont, no hemos tenido líderes con ‘auctoritas’, y así nos ha ido.
Tenemos un ejemplo que me parece paradigmático, y es Oriol Junqueras, que ejerce el cargo de líder de ERC desde setiembre del 2011, inicialmente, sin ser afiliado a ese partido, sino que fue ‘fichado’ como independiente. Así, durante sus primeros años, a muchos nos pareció realmente una mentalidad nueva, regeneradora, con gran carisma y con experiencia de profesor universitario. Pero, con el paso de los años, tras afiliarse a su partido, y tras ocupar diferentes cargos públicos (diputado, vicepresident de la Generalitat, etc.), y habiendo estado encarcelado, junto a otros líderes independentistas, desde noviembre del 2017 hasta el indulto en junio del 2022, mi percepción sobre él, ha cambiado sustancialmente.
Pues, gracias a un oportuno cambio de los estatutos de ese partido, hechos a medida en 2019, el mandato de Junqueras, y el de la secretaria Marta Rovira, supera el límite de 12 años. Ya que, el artículo 72 de los estatutos de ERC, ahora dice:
‘la presidencia puede ser reelegida ininterrumpidamente hasta un máximo de doce años, si bien siempre puede acabar el mandato. Cuando la presidencia no haya podido desarrollar plenamente sus funciones como consecuencia de la represión política (penas de prisión, inhabilitación, exilio o causas políticas pendientes de juicio) y de los efectos sobre sus derechos políticos, este término quedará suspendido’
Es sabido que incluso desde la prisión, tanto Junqueras, como Rovira desde el exilio, ejercieron su actividad y control del partido; si bien, obviamente, con las limitaciones de movimiento, está claro.
Pero introducir, ‘convenientemente’, esta clausula, para perpetuarse en el poder, a mi modo de ver, muestra el cambio personal de ambos políticos. Una muestra que me parece confirmar que han sucumbido al engranaje del partido, y ya tienen todas las manchas de grasa que eso comporta, así que su savia ya no es nueva, y sus energías, ideas y expectativas han quedado obsoletas. Y, por eso, el poder carismático que podían ejercer inicialmente, ahora, a mi modo de ver, ha pasado a ser meramente formal. Han perdido su ‘auctoritas’.
Para finalizar esta exposición, me parece ilustrativo y desengrasante, reproducir el siguiente fragmento de ‘El Pequeño Príncipe’ (1943), de Antoine de Saint-Exupéry (1900 – 1944), que muestra la autoridad sin sentido:
‘El Principito y el rey: las órdenes razonables del rey absoluto
El Principito partió de su querido planeta, apenado, pero con ilusión por descubrir nuevos mundos. Cerca de su asteroide, encontró un planeta minúsculo gobernado por un rey. De hecho, el rey era el único habitante del planeta. Estaba sentado sobre un trono y vestía una larguísima capa de armiño. Sobre su cabeza, tenía una enorme corona.
El rey se alegró mucho de ver al Principito: ¡Qué bien!, ¡un súbdito!, le dijo.
El Principito no entendió muy bien cómo es que sabía que era un súbdito, si no le conocía.
¿Y cómo sabes que soy un súbdito?, preguntó él, mientras bostezaba. Estaba muy cansado por el viaje.
Aquí todos son súbditos míos. Para eso soy el rey. Y no bosteces. Te prohíbo bostezar.
Pero tengo sueño.
Ah, pues entonces … ¡bosteza!, te ordeno bostezar. Para mí es una curiosidad, porque hace mucho que no veo a nadie bostezar…
Pero si me lo pides, no puedo bostezar…
Bueno, pues te ordeno bostezar y no bostezar – dijo resuelto el rey.
Si ordeno a un general que se transforme en ave marina y no obedece, no será culpa del general, sino mía. Debo dar órdenes razonables, que se puedan cumplir…
¿Y sobre quien gobiernas?, preguntó entonces el Principito.
Sobre todos.
No hay nadie más …
Sobre todo lo demás.
¿También las estrellas y el sol?
¡Claro!
Al Principito le pareció maravilloso poder dar órdenes y que te obedecieran. No era un monarca absoluto, era un monarca universal. ¡Era un gran poder! Y pensó con nstalgia en su planeta abandonado y en las puestas de sol.
¿Puedes ordenar que se ponga el sol?
Bueno, si, podría, pero dentro de un orden. Ordenaré al sol ponerse dentro de un rato… sobre las 7.40 más o menos.
El Principito empezaba a cansarse. Creo que partiré, dijo entonces el Principito.
No, espera, quédate. Te nombraré ministro de justicia.
¿Y a quién juzgaré? No hay nadie…
Nunca se sabe. Puedes juzgarte a ti mismo. Es más difícil que juzgar a otros. Solo los sabios saben juzgarse a sí mismos.
Yo me juzgo en cualquier sitio, no tengo que estar aquí.
Bueno, pues puedes juzgar a un ratón que viene de vez en cuando. Le puedes condenar a muerte y luego le absuelves … solo tenemos un ratón y hay que conservarlo.
No me gusta condenar a muerte. Será mejor que me vaya.
Y diciendo esto, el Principito se alejó, mientras escuchaba al monarca decir: ¡Te nombro primer ministro!
Estaba claro que los mayores eran muy raros.
Cuentos aparte, muchos somos conscientes de que a lo largo de nuestras vidas hemos estado mal mandados, y, acríticamente, nos hemos amoldado al papel de súbditos, de subalternos, confiando que, al final, ‘a cada cerdo le llega su San Martín’, como consideró Concepción Arenal (1820 – 1893): ‘Todo poder cae a impulsos del mal que ha hecho. Cada falta que ha cometido se convierte, tarde o temprano, en un ariete que contribuye a derribarlo’.
En definitiva, que, o nos concienciamos de nuestro papel, y actuamos en consecuencia, o seguiremos siendo meros súbditos acríticos, sin ningún tipo de ‘auctoritas’, ni personal ni social.
Estoy convencido que ese sería un buen deseo para el próximo 2024, que deseo que sea muy venturoso para todos los lectores y sus familias.