En primer lugar, mi solidaridad con la población mexicana.
Ayer, 19 de setiembre, se produjo un nuevo terremoto en México (epicentro en Michoacán, magnitud 7,6 Mw) coincidiendo, el mismo día, con los sufridos el 2017 (epicentro en Puebla, magnitud 7,1) y con el terrorífico del año 1985 (epicentro centro sur y occidente de México, magnitud 8,1) que comportó decenas de miles de fallecidos y heridos (superando, al del 28 de julio de 1957)
Como sabemos los sismos se clasifican según dos escalas, la de Richter (7 grados), que mide la magnitud; y la de Mercalli (12 grados) que mide su intensidad, los daños causados. Atendiendo a esta segunda escala, el de 1957 fue del X (extremo; el nivel XII es la destrucción total), el del 1985 fue del IX (violento), el del 2017, fue asignado el grado VIII (destructivo), el de ayer, todavía no ha sido calibrado, pues es preciso esperar a las posibles réplicas (la segunda, del día de hoy, afortunadamente, no ha sido tan fuerte). Obviamente, los daños personales y materiales están en función de la proximidad del epicentro a las zonas más pobladas, así como a su profundidad.
Efectivamente, en México, al estar en una zona en la que interaccionan cinco placas tectónicas, se producen muchos terremotos todos los días, y a veces, varios en un mismo día (con una magnitud media de 3,5 Mw). Las costas de Guerrero, Chiapas y Oaxaca, concentran el 80% de los sismos mexicanos.
Ahora bien, la coincidencia de tres tan potentes el 19 de setiembre (1985 – 2017 y 2022) evoca maldiciones que no responden a los estudios matemáticos efectuados por los geólogos, ya que no hay reglas de probabilidad, al menos, no se conocen. Pero, psicológicamente, esa coincidencia, sí que tiene y tendrá sus consecuencias, por eso, en este escrito me centraré en el aspecto psicológico, extrapolándolo a nivel general, es decir, no centrándome en los sismos en cuestión.
En primer lugar, es preciso diferenciar entre:
- Azar (del árabe az-zahr), significaba flor (azahar, azahar, del árabe zahr), y luego, la marca que se hacía con su dibujo, como marca de suerte, en la taba, dado; por lo que pasó a significar: aleatorio (del latín ‘alea’).
- Coincidencia (del latín: ‘co’ (junto, todo), ‘in’ (hacia dentro), ‘cadere’ (caer) y ‘encia’ (cualidad del que hace la acción), expresa la concurrencia de lo que sucede al mismo tiempo.
- Sincronía (del griego ‘syn’ (con, junto, a la vez) y ‘khronos’ (tiempo), más el sufijo ‘ia’ (cualidad). Es decir, término similar al de la coincidencia, sin la influencia interior.
Los filósofos griegos ya estudiaron estos fenómenos:
- Pitágoras (586 a.C-490 a.C): consideró que había una armonía de todas las cosas.
- Heráclito (540 a.C.-480 a.C.): consideró que el universo estaba gobernado por un principio de totalidad.
- Hipócrates (460 a.C.-370 a.C.): por su parte, consideró que todas las partes del mundo estaban interconectadas.
- Etc.
Igualmente, la filosofía y la espiritualidad oriental consideraba que en el universo todo estaba interconectado, que todo es interdependiente.
El psiquiatra Carl Gustav Jung (1875-1961) consideró que la ‘sincronicidad’ determinaba la ‘simpatía’ entre ciertos hechos, independientemente del mecanismo ‘causa-efecto’, si bien Jung se limitó a la coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una exterior (objetiva), de acuerdo con la significación personal de cada uno de nosotros. De ese modo, el psiquiatra explicó su concepto de ‘conciencia colectiva’.
La teoría de la sincronicidad de Jung se basaba en dos pares de polos opuestos: energía indestructible vs espacio-tiempo; y causalidad vs sincronicidad; e intentó explicar que ningún acontecimiento es un hecho accidental.
Jung estableció tres categorías de sincronicidad: coincidencia entre el contenido psíquico y un evento exterior concreto, con un evento externo general, o mediante la coincidencia desfasada del contenido psíquico respecto y al evento, o viceversa. Pero no es el momento de enrollarme más al respecto.
En síntesis, Albert Einstein (1879-1955) consideró que ‘Dios no juega a los dados’. Actualmente esa interconexión general se explica mediante ‘el efecto mariposa’ (Edward Norton Lorenz, 1917-2008), como concepto dinámico de la teoría del caos.
Con todas estas explicaciones no debemos caer en el determinismo absoluto (causa – efecto), ya que me gustaría creer que, a nivel personal, algunas de nuestras acciones tienen un mínimo margen de libertad.
Pero sí que es cierto que muchas veces estamos muy condicionados, por condicionantes internos, o por externos: otras personas, por el entorno, etc.
Por todo eso, y volviendo a la coincidencia de los mencionados grandes sismos del 19 de setiembre, es razonable que, psicológicamente, se pueda pensar en maldiciones y se puedan fomentar pésimos presentimientos.
Y aterrizando en nuestra cotidianidad catalana, vemos que nuestro margen de libertad está muy limitado, pues:
- El corrupto estado español, y sus máximos representantes, están esclavizados y determinados por su pasado, por su espíritu castellano: ‘conquistador y orgullo, mezcla del hidalgo y de pícaro’. La represión que nos aplican es una muestra de ello. Esa es su causa y con sus efectos se retroalimenta, como el monstruo del Leviatán de referencias bíblicas, y aplicado al estado por el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679)
- Nuestros políticos independentistas, por su parte, están condicionados por los hechos de octubre del 2017. Unos, como los exiliados en Bruselas (Puigdemont, etc.), manteniéndose firmes, mientras que otros (ERC, básicamente), por la represión (causa), se han rendido (efecto). Pero, todos ellos, condicionados.
- Por nuestra parte, entre los deprimidos independentistas de base, la mayoría está en estado de ‘espera del momento’ (la participación en la manifestación de la Diada, así lo muestra). Mientras que, los que seguimos manifestándonos diariamente, y aquí únicamente hablo a nivel personal, condicionado por NO querer pensar que los 857 días de manifestación NO han servido para nada. (ya sabíamos que no conseguiríamos nada, pero vernos tan abandonados…). Es decir, todos los independentistas de base estamos condicionados, y nuestras acciones vendrán determinadas por acciones externas, no por nuestra propia voluntad. Y eso nos confirma que el grito ‘el pueblo manda, el gobierno obedece’, no era más que un grito que rompía el silencio, pero solo eso, nada más, desgraciadamente.
Sé que este escrito, además de farragoso y pesado, es pesimista; y es verdad, pues soy más partidario del citado Hobbes: ‘el hombre es un lobo para el hombre’, que del filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), que consideró el estado idílico ‘del buen salvaje’, es decir, la inocencia natural e innata de todos.
Pero, como he dicho, querría considerar que tenemos un pequeño margen de libertad, indeterminado, para romper todos los esquemas, personales y sociales. Y, como no, para romper los grilletes que nos atan a España.
Quiero creer que no todo se debe al azar, a la coincidencia ni a la sincronía; que damos esa clasificación a lo que desconocemos, a lo que escapa de nuestra corta razón.
Por eso, estoy convencido de que, si muchos independentistas quisiéramos salir del confort de la espera, de la llamada de aviso, y nos pusiéramos a andar, llegaríamos a la meta, a nuestra Ítaca, la República Catalana.
Todo es cuestión de voluntad y exigencia. No estamos determinados a seguir siendo españoles. Pues si nos movilizamos, nuestros pasos decididos y firmes, debido al mencionado efecto mariposa, provocarían un gran terremoto del nivel XII de la escala de Mercalli, que haría tambalear al monstruoso Leviatán español, e incluso provocaríamos la destrucción total del actual concepto que representa.