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Banalidad de banalidades

Amadeo Palliser Cifuentes
amadeopalliser@gmail.com

La política internacional y nacional es la que nos merecemos, ya que, social y personalmente, la mayoría somos banales, insignificantes, intrascendentes, triviales, que únicamente nos preocupamos por nuestra ambición egoísta y narcisista y, en ese caldo de cultivo putrefacto, ¿qué podemos esperar de los políticos, que nos ‘representan’ en todos los sentidos?; como intento exponer a continuación.

Me parece que no es necesario resaltar los múltiples ejemplos de graves situaciones presentes, pues todos las conocemos; y Susan Sontag (Susan Rosenblatt, 1933 – 2004) ya advirtió que ‘la saturación de imágenes a través de los medios de comunicación provoca una indolencia espeluznante’, pues predomina el sujeto consumidor y escasea el sujeto espectador (capaz de interpretar y criticar).

Es evidente que es más cómoda y divertida la posición de los primeros sujetos, los meros consumidores (o ya ni eso, pues una gran mayoría incluso ha abdicado de consumir ese tipo de imágenes y de noticias) y prefieren las banalidades de la farándula mediática.

Así, tenemos una cultura banalizada, boba, tonta y simplona. Y, por extensión, nuestra vida no es más que banalidad de banalidades, y hemos llegado a unos niveles que la política, las etiquetas ideológicas, las pseudocreencias, todo, ha acabado banalizándose, ya que preferimos la relativa calma, y así, ir tirando en ese círculo vicioso de la banalidad, sin pensar que esa banalidad ampara y potencia el mal en sus respectivas esferas.

Sófocles (496 a.C. – 406 a.C.) en sus obras hizo mención a Tiresias (el mítico adivino ciego de Tebas) señalando que ‘el hombre que ha llegado al culmen de la fama y poder, es el último que se entera de la realidad que todos conocen (…) el futuro nadie lo conoce, pero el presente avergüenza a los dioses’.

Como es sabido, Hannah (Johanna) Arendt, 1906 – 1975, ya describió crudamente el tema de la banalidad del mal, en sus obras: ‘Los orígenes del totalitarismo’ (1951), ‘La condición humana’ (1958) y, especialmente, en su polémica ‘Eichmann en Jerusalén’ (1963) pues, en ésta última describió el tipo especial de mal extremo, basado en la banalidad de ese mal, por falta de reflexión y por subordinación cómplice.

El filósofo Rüdiger Safranski (n. 1945), en su obra ‘El mal’, escribió que ‘las catástrofes del siglo XX nos han impartido una lección: que el poder económico ha de equilibrarse con el poder político, pero hoy sabemos que la lección no estaba aprendida, porque ha sucedido justamente lo contrario, que el poder económico ha desequilibrado al poder político’.

Otto Eduard Leopold von Bismark (1815 – 1898) también dijo que ‘el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación’.

Y ahora nos encontramos que nunca hemos tenido ni tenemos estadistas, pues los partidos políticos y sindicatos están profesionalizados y han tendido y tienden a la nadería ideológica (las ideologías se han adaptado a las encuestas de opinión), y, así, únicamente piensan en conquistar el poder y perpetuarse en él, prescindiendo de cambiar la sociedad y mejorar el nivel de vida ciudadana.

Pero no sólo es culpa de los políticos, las masas también tenemos una gran cuota de responsabilidad y culpabilidad, por nuestro infantilismo y mediocridad, por nuestra ambición, que ‘no comemos ni dejamos de comer’.

Todo es una gran mentira, como explicó Augusto Monterroso Bonilla (1921 – 2003), en su minicuento ‘La tela de Penélope o quién engaña a quién’, que reproduzco de forma íntegra:

‘Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada’.

(https://ciudadseva.com)

Otra fábula interesante del mismo Monterroso, es ‘La oveja negra’ (1969):

‘En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra.

Fue fusilada.

Un siglo después, el rebaño, arrepentido, le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras, eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura’.

(Wikipedia)

Es decir, todo es cuestión de perspectiva para ‘explicar’ nuestros intereses, o lo que nos han imbuido a pensar que es lo que nos interesa.

Y todo depende de nuestra conciencia, claro, si bien es preciso señalar que se pueden cometer delitos, o faltas, a pesar de no tener conciencia de haberlos cometido, por haber abdicado de nuestra ética y de nuestro pensamiento, por renunciar a nuestra libertar de negarnos a ser borregos obedientes, en beneficio del orden establecido. De igual forma que el desconocimiento de la ley, no nos exime de la culpa.

Sobre el particular me parece interesante resaltar los siguientes ejemplos:

  • Noam Chomsky (n. 1928), en su ensayo ‘La guerra de Asia’, refiere que William Calley, el oficial que dirigió la matanza de más de 500 civiles del pueblo vietnamita My Lai, en 1968, en el juicio que se le hizo posteriormente, argumentó que no había ido a la guerra para usar el sentido común, sino para cumplir con el cometido encomendado.
  • No ocurrió lo mismo con Claude Eatherly, el piloto norteamericano que conducía el Straight Flush, un avión que participó en los bombardeos de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Fue recibido como un héroe, pero su sentimiento de culpa lo llevó a cometer distintos delitos para ser juzgado y encarcelado. Necesitaba pagar lo que hizo, que lo culparan por lo que fuese. Finalmente, enloqueció, por el peso de la conciencia de su acto. 

(https://search.app/dKQ2hWwYcWL3k9xx5)

Pues bien, esos dos ejemplos me parece que son ilustrativos sobre nuestra conciencia y las consecuencias de nuestros actos; así que, aterrizando en el reino español, creo que pueden ser didácticos, al constatar que en los congresos de este fin de semana, del PSOE y de ERC, vimos una masiva falta de crítica, pues la unanimidad respecto a los temas principales fue, vergonzosa y vergonzate:

  • Pedro Sánchez fue reelegido con el 90% de los votos, y
  • el pacto de investidura del represor Salvador Illa, fue avalado por ‘Militància Decidim’ (junqueristas) y ‘Nova Esquerra Nacional’ (roviristas), que obtuvieron 5.465 votos, es decir, el 83,65% de los votos.

Y esa falta de crítica (propia de la ‘España de charanga y pandereta’ machadiana), me parece que es la mejor muestra de la epidemia de banalidad imperante; epidemia que nos ha afectado también a la gran masa del movimiento independentista en general, ya que nos sentimos satisfechos con el confort de nuestro limbo. Y, a este respecto, me parece ilustrativa la mención de Mario Benedetti (Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia, 1920 – 2009), recordando el descubrimiento que había hecho el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum (1926 – 2009), es decir, un graffiti de una pared de Quito, que decía: ‘Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas’.

Y esa es prueba del nueve que confirma nuestra banalidad, no de forma fanática, pero sí por puro pasotismo y sometimiento incondicional al actual sistema burocratizado y burocratizante. Y, como apuntó Arent: ‘entre la vida normal y el mal absoluto puede haber solo un paso’, y ese paso puede ser por acción u omisión, y esta omisión (claudicación de la crítica), a mi modo de ver es el nudo gordiano del problema.

Banal es un galicismo de la Edad Media que alude a la posesión del señor feudal, como la tierra, un lavadero o un pajar y, claro, también las personas; todo considerado banal.

Por eso, deberíamos replantearnos si realmente nos conviene seguir con esa banalidad impuesta por el sistema, que nos reduce a objetos poseídos, siguiendo el bando, que comparte raíz con banal, pero que no denota posesión, sino lo proclamado por el señor feudal, o, por el contrario, si más bien deberíamos replantear nuestra futura actitud, para hacerla crítica, honesta, ética y moral, ya que sólo en esa según da opción, tendríamos las de ganar.

Sócrates (470 a.C. – 399 a.C.) ya apuntó que la vida no es moralmente neutra, no puede serlo, por lo que debemos someterla a un continuado examen; en caso contrario, si hacemos como que no vemos nada, ninguna injustica, viviremos banalmente, superfluamente, en el mundo feliz de Aldous Leonard Huxley (1894 – 1963), y será nuestro punto final como plenos humanos, para ser banales humanos.