Este lunes fue el día ‘blue monday’ considerado internacionalmente como el día más triste del año. Pues bien, a mi modo de ver, los independentistas catalanes estamos viviendo muchos años tristes, estamos sufriendo los ‘blue years’.
La represión política, junto a la crisis ocasionada por la pandemia, están consiguiendo el cóctel perfecto, la cicuta adecuada, para mantenernos anestesiados, deprimidos, desmotivados y desmovilizados.
Estamos viviendo unos años, más de una década, con una represión absoluta, que nos ocupa y preocupa; y, a la vez, nos hace olvidar otros retos importantes, como es la crisis climática, la redefinición del modelo económico, etc.; problemas que dejaremos más emponzoñados, más deteriorados, a nuestros nietos. Quizás sea éste el gran objetivo nada conspiranoico (acrónimo de conspirativo + paranoico).
Esta mañana, oyendo un debate radiofónico (RAC1), uno de los tertulianos, el abogado Xavier Melero, a la pregunta sobre cuál sería, a su parecer, el veredicto del tribunal superior de justicia de Catalunya sobre la fecha final de las elecciones catalanas ha comentado que era como ‘la lotería de Babilonia’, de Borges.
Yo desconocía esa referencia, y buscando en la biblioteca babilónica actual que es el google, he encontrado, como no podía ser de otra forma, el breve relato de ‘La lotería de Babilonia’, de Jorge Luis Borges (1899-1986), y una vez leído ese pequeño relato, me parece que podemos extraer muchas observaciones, además de la mención al mero azar.
Esa narración fantasiosa está incluida en la colección ‘Ficciones’ (1944), obra compuesta de dos partes: ‘El jardín de senderos que se bifurcan’ y ‘Artificios’.
La primera parte incluye narraciones escritas antes del año 1941, entre ellas: ‘Las ruinas circulares’, ‘La biblioteca de Babel’, ‘El jardín de senderos que se bifurcan’ (que da título a la sección), ‘La lotería de Babilonia’ (al que me refiero en este escrito), etc. La segunda parte incluye: ‘La forma de la espada’, ‘La muerte y la brújula’, ‘La secta del Fénix’, ‘El Sur’, etc.
La narración ‘La Lotería de Babilonia’ (en algunas referencias se cita como ‘La lotería en Babilonia’), empieza así:
‘Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles (…) he conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre (…)’; y esa es la explicación que hace el protagonista / narrador, refiriéndose al juego de azar, primero voluntario y después obligatorio.
No me extenderé en el azar, espero que el lector de este modesto escrito, acuda directamente al magistral texto original, y disfrute con su lectura, y descubra el funcionamiento de esa injusta sociedad imaginaria, controlada por el gobierno, denominado ‘La Compañía’.
Aquí me centraré precisamente en esa ‘Compañía’, transcribiendo, en primer lugar, el último párrafo de Borges:
‘La Compañía, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no difieren de las que prodigan los impostores. Además ¿quién podrá jactarse de ser un nuevo impostor? El ebrio que improvisa un mandato absurdo, el soñador que se despierta de golpe y ahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado ¿no ejecutan, acaso, una secreta decisión de la Compañía? Ese funcionamiento silencioso, comparable al de Dios, provoca toda suerte de conjeturas. Alguna abominablemente insinúa que ya hace siglos que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares’.
Aplicando esta narración al reino de España, vemos que la citada ‘Compañía’, que en nuestro caso asimilo al franquismo, ha existido y seguirá existiendo, y sigue controlando todos los resortes del poder, como vemos. Y como pasa en el cuento, los que no quieren jugar a su lotería, son considerados pusilánimes y traidores, y eso nos pasa a los independentistas catalanes, que no queremos jugar ni seguir sus reglas.
Asimismo, Borges señala que ‘era despreciado el que no jugaba, pero también eran despreciados los perdedores que abonaban la multa’ (para evitar el castigo). Y los independentistas catalanes sabemos que nos desprecian, tanto por no querer seguir jugando, como ya he comentado, pero también por perder y pagar las multas, pues según la compañía franquista, hemos perdido al intentar romper su legalidad con nuestro referéndum; y tampoco soportan que muchas de las multas que imponen a los imputados, sean abonadas por las diferentes cajas de solidaridad, que se nutren de donativos y aportaciones varias, obtenidas por actividades de muchas clases, así como la venta de material de merchandísing. Ellos querrían que cada imputado respondiera con su patrimonio personal, son así de vengativos (décadas atrás pedirían su cabeza).
Aquí los agentes de la compañía no son secretos, conocemos perfectamente a los dirigentes (pero no a los agentes de base); sabemos que su dios es el monarca Borbón (ahora Felipe VI), que vigila para mantener su estatus y la sacrosanta unidad de su Babilonia, que le garantiza la pervivencia hereditaria de su ‘negocio familiar’. Y sabemos que sus órdenes no son secretas, ya que sufrimos directamente sus consecuencias, como las tenemos a diario (sufrimos el efecto y el cuidado), pues la estrategia que siguen es la misma que explica Borges en esta fábula:
‘Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a un sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla… Tal es el esquema simbólico. En la realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras’.
Esa sociedad injusta y sus consecuencias, la sufrimos a diario, como decía, con el caótico resultado que tenemos, pues, como pasa en la lotería de Babilonia, tiene más éxito cuanto más sangriento es el castigo, ya que el morbo vende mucho, como sabemos. Y los unionistas, los súper-nacionalistas españoles, precisamente quieren esto, quitarnos todos los derechos, querrían eliminar hasta nuestra autoestima, que envidian.
En este sentido, ayer, el escritor Albert Forns (@senyorforns), en su twitter, escribió: ‘Que el Supremo diga quién ha de ser el presidente de la Generalitat, pues será más rápido’.
Como en la narración ‘Las ruinas circulares’ de Borges, los independentistas catalanes tenemos un sueño, queremos ser creadores de nuestra república, y para que no se trate de un sueño dentro de otro sueño, debemos actuar y salir del círculo de confort, debemos romper la baraja, dejar de jugar a la lotería babilónica, pues sabemos que de la ‘compañía’ que nos machaca, no podemos esperar nada nuevo, ya que por sus malas artes, no sirven ni para acompañar.
Tenemos que marchar de esa Babilonia española, no tenemos que dejarnos deslumbrar por su torre de Babel (originalmente, en la Babilonia fundada por Tamurath, significaba ‘la puerta de Dios’, ‘el poder de Dios’, ‘la torre de Dios’,) pero, posteriormente, esa torre simbolizó y simboliza la confusión y, en nuestro caso, representa también la corrupción.
Y marchando, superaremos el blue years que nos imponen, y podremos disfrutar de las ventajas de la gran biblioteca de Babel, ‘La Biblioteca Total’, como la define Borges, la biblioteca infinita, compuesta por libros de 410 páginas cada uno, cada página con 40 renglones, y cada renglón 80 letras. Pero nosotros haremos nuestra propia constitución sin tantas cortapisas, sin rigideces, para abrirla y dar cabida a todos los catalanes.
Amadeo Palliser Cifuentes