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Carta al director: NO PUEDO RESPIRAR

Desde la distancia podía apreciarse el blanco inmaculado de los copos de algodón, que eran agitados por un enérgico viento, que silbaba mientras ondeaba la calma de aquella esponjosa superficie. Aquel paraje reproducía involuntariamente la imagen de un mar espumoso. La nacarada calma visual contrastaba con la cruda realidad. Centenares de esclavos negros arrojaban sus voces sobre aquella plantación, haciendo vibrar la tierra con sus cantos. Entonaban proclamas de libertad, alzadas al viento con melodías agrias y desesperadas. El sufrimiento agrietaba la tierra, que se tornaba salada por las lágrimas derramadas de tantas generaciones esclavas.
«No puedo respirar” gritaban desalentadas aquellas almas prisioneras, esperando ser escuchadas por el dios de los justos. Pero las prácticas racistas se seguirían consumando aun después de abolirse la esclavitud. Afroamericanos seguirían lidiando por su legítima y total libertad, y defendiéndose de ataques y prejuicios discriminatorios. El racismo no se logró vencer, y todavía resuena tan fuerte como lo hacían los cantos amargos entre campos de azúcar de caña y algodón. Y los gritos no cesan, aunque cambien de época, aunque se cambien los abruptos campos por liso asfalto, aunque se transforme el traje de capataz por un uniforme policial. “No puedo respirar” se escucha una y otra vez, aunque cambie el rostro del opresor, “no puedo respirar” hasta que el lamento es un grito de socorro desgajado por la guadaña del espectro de la muerte. Todo aquel que alce un dedo contra el otro por ser diferente, que se ahogue en su propia ignorancia. Todo aquel que menosprecie la raza del otro, su género, o condición, que se lance al abismo de su mediocre y podrida consciencia.  

Lola Salmerón (escritora)