Publio Terencio Afer, el Africano (184 a. C. – 159 a. C.), de origen amazig (bereber), nacido esclavo, pero que consiguió la libertad gracias a sus méritos como autor de comedias, dijo: ‘Hombre soy, y nada humano me es ajeno’.
‘La condición humana es un término que abarca la totalidad de la experiencia de los seres humanos y de vivir vidas humanas. Como entidades mortales, hay una serie de acontecimientos biológicamente determinados que son comunes a la mayoría de las vidas humanas, y la manera en que reaccionan los seres humanos o hacen frente a estos acontecimientos, constituye la condición humana’.
(Wikipedia)
Por eso, la situación actual no nos ha de extrañar, por más decepcionante que nos pueda parecer.
La decepción es un sentimiento de insatisfacción, que surge cuando no se cumplen las expectativas sobre un deseo, hecho o una persona. Se forma en unir dos emociones primarias, la sorpresa y la pena. La decepción, si perdura, es un desencadenante para la frustración y, más adelante, la depresión.
Así, ‘la percepción de un suceso que contraría las expectativas, justificadas o injustificadas, provoca un sentimiento negativo, al constatar que los deseos y proyectos, no van a cumplirse, comporta la decepción, el chasco, el desencanto, el desengaño, la desilusión, la frustración’
(J.A. Marina y M. López Penas, ‘Diccionarios de los sentimientos’)
Y muchos constatamos que la evolución de la situación política actual nos ha llevado, a los independentistas catalanes, al desencanto y desengaño actual, a la desilusión. Pero confiamos que no lleguemos a la depresión.
Friedrich Wilhelm Nietzsche (1884 – 1900), escribió: ‘no hay hechos, sólo interpretaciones’, y, efectivamente es así, únicamente, en los aspectos relacionados con las ideas, es decir, en el marco dominado por la subjetividad y el relativismo. Pero, en el marco objetivo, material, la ciencia empírica nos demuestra que los hechos, la realidad, puede objetivarse, sin caber, por lo tanto, las interpretaciones.
Y claro, la política, las religiones, etc., no se basan en hechos contrastados, salvo, por ejemplo, los resultados electorales, que la ‘ciencia’ política adopta como hechos, cuando, a mi modo de ver, nunca pueden ser considerados como objetivos – científicos, ya que siempre son fruto de situaciones específicas, debidas a múltiples condicionantes y, por lo tanto, irrepetibles. Y cuando no se da esa repetición, no se pueden tomar como hechos objetivos y empíricos, experimentales. Máxime, considerando que en el mundo de las ideas influyen mecanismos como la desinformación, las mentiras (fake news), los engaños, etc.
Por eso, siempre tenemos que valorar cada idea, pensamiento, sugerencia, sopesando su ‘cui prodest / cui bono’ (a quién beneficia)
Estos días vemos las luchas cainitas para elaborar las listas de las candidaturas de todos los partidos, en las diferentes localidades españolas. Así, vemos que Sumar, de Yolanda Díaz, finalmente, quiere prescindir de Irene Montero, de Unidas Podemos, como ya expliqué ayer. Y el PSOE, por su parte, tiene, asimismo, sus problemas entre la dirección del partido y las direcciones provinciales.
Y en esas luchas, vemos, claramente, a quién se quiere beneficiar, claro, a los amigos fieles, subordinados y ‘vendidos’. Nunca se tiene en cuenta que el objetivo principal debería ser el de conseguir las personas con mayores capacidades de servicio.
En una entrevista a Clara Ponsatí, realizada por Andreu Barnils (Vilaweb, 9 de junio), al preguntarle por la conveniencia de establecer una lista cívica, como propugna la ANC, Ponsatí afirmó que nos hacen falta políticos profesionales.
Yo creo que esa profesionalidad debería explicarse más. No creo que sea democrático dejar la representación a una casta profesional, pues eso nos retrotraería a la idea de Platón y Aristóteles sobre el gobierno de la aristocracia.
Aristóteles describió los modelos de estado desde la monarquía hasta la república, señalando que cada modelo podía desviarse hacia la tiranía (interés del mandatario), la oligarquía (beneficio de los ricos) o la demagogia (interés de los pobres)
Y esas desviaciones las vemos, claramente, en los actuales partidos políticos, reconvertidos en empresas.
Por eso, los romanos tenían una práctica muy interesante, es decir:
La ‘Cave ne cadas’ (cuida de no caer, o cuidado, no caigas): Frase que le era repetida a los generales victoriosos de Roma en el ‘triumphus (desfile triunfal) por el mismo esclavo que sostenía la corona de laureles sobre su cabeza. Se utiliza para que no olvidemos lo efímero del triunfo y para que no caiga en la arrogancia, la soberbia y otros defectos productos del momento y que mantenga los pies en el suelo’
Sería conveniente que, en cada partido, en cada organización, hubiese miembros que fueran críticos con los ‘líderes’, que le hicieran ver que su actual posición es efímera; y que no posee la ‘varita mágica’ para solucionar la mayoría de los problemas, por más que quisiera. En definitiva, que por muy ‘profesional / aristocrático’ que se considere, que apenas es uno más, con ciertos privilegios puntuales.
Pero no es así, como sabemos, pues los líderes buscan rodearse de mediocres, de personas grises, como ellos, para que no les hagan sombra; y, de forma prioritaria, exigen la obediencia, la sumisión.
Y así tenemos los políticos actuales, salvo honrosas y contadísimas excepciones. Y, desgraciadamente, esos son los ‘profesionales’ que reclama Clara Ponsatí.
¿Alguien puede pensar que Carlos Carrizosa (Ciudadanos), Ignasi Elena (ERC), Toni Castellà (Junts), por citar sólo tres, son los mejores?
Hemos visto que un economista (Ernest Lluch) o un filósofo (Salvador Illa), han sido ministros de sanidad, etc.; pues se valora la gestión política, a pesar de carecer de conocimientos específicos en la materia. Y eso lo hemos visto y vemos en todos los ministerios y consellerías. Incluso vemos que se puede ser ministro de cultura, como Miquel Iceta, sin tener estudios universitarios, o, aún peor, habiendo sido expulsado de la universidad, tras repetir cinco veces el primer curso de la carrera.
Ahora bien, para las carteras ministeriales del área económica, se tiende a buscar a verdaderos especialistas en la materia, mostrando, claramente, el interés de la socialdemocracia que tenemos. Siempre hay excepciones, como Pere Aragonès, licenciado en derecho, que ocupó la consellería de economía y hacienda.
Si ‘aceptamos’ que los ministros sean políticos polivalentes, que tanto da que puedan ocupar un ministerio u otro, una consellería u otra, pues se prioriza su gestión; y que lo importante son los segundos niveles, los directores generales, que sí que deben ser especialistas, queda desmontada la ‘profesionalidad’ exigida por Clara Ponsatí.
Mi simple opinión es que los ministros deberían ser especialistas en sus ramos, a la vez que deberían tener la debida capacidad política para gestionar sus respectivos negociados. Y, aún así, deberían rodearse de los mejores, libres y críticos, que les recordaran la ‘Cave ne cadas’ (cuida de no caer, o cuidado, no caigas)
Pero justo es al revés, aquí prevalecen la envidia, los celos, los codazos para sobresalir, el servilismo para mantenerse, etc. Así, vemos cómo se ensaña Yolanda Díaz con Irene Montero, por ejemplo.
Y claro, tenemos muchos ejemplos que muestran que aquí prevalece el ‘hacer leña del árbol caído’, pues todos critican con dureza al que ha caído en desgracia, que ha tenido un fracaso; esa es nuestra ‘condición humana’, que no nos es ajena.
En ese sentido, históricamente, por ejemplo, los faraones egipcios o los emperadores romanos, ‘borraban’ la propia existencia de sus enemigos vencidos.
En Roma era habitual:
‘La damnatio memoriae’ (condena de la memoria): era una práctica de la antigua Roma consistente en, como su propio nombre indica, condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado Romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre. Muchos emperadores también se vieron afectados por esta práctica’
Un ejemplo claro lo tenemos en la actual campaña electoral del PP, pues su líder, Alberto Núñez Feijóo, repite su mantra que promete:
‘derogar el sanchismo es proteger la unidad española’, que la constitución se cumpla, derogar la ley de memoria democrática, distinguir entre aprobar y suspender y, en definitiva, derogar todas aquellas leyes que están inspiradas en las minorías y que atentan contra las mayorías. Derogar el sanchismo consiste en derogar la forma y el fondo de hacer política en España’
Es decir, Feijóo pretende aplicar ‘La damnatio memoriae’; esa es su comprensión de la democracia, despreciando a las minorías, al equilibrio resultante de los pactos, olvidándose que cuando gobernaba su ‘maestro’ José M. Aznar, también negociaba con los nacionalistas catalanes y vascos. Pero eso, para él, es la prehistoria, y su cultura empieza y acaba en él mismo.
Y así nos va, y nos irá, pues la irresponsabilidad de Pedro Sánchez, adelantando las elecciones generales, ofuscado por su prepotencia, puede llevarnos a un gobierno de derecha con la ultraderecha (PP + Vox)
En definitiva, tanto Sánchez como Feijóo están ‘entre Pinto y Valdemoro’, dicho aplicado a quien empieza a dar señales de haberse excedido en la bebida, pero, en este caso, en la bebida de su narcisismo, y, así, nos presentan un futuro indeciso e indefinido.