LIMA (AP) — El celular del sacerdote de trenzas rasta y vaqueros suena casi las 24 horas. Allí recibe llamadas de infectados de coronavirus que piden oxígeno, medicinas o alimentos.
Felix Nyamadzi, nacido en Ghana hace 42 años, es el motor de la ayuda en un balneario de la capital de Perú alejado de los hospitales y cuyos vecinos, que viven de las visitas de los turistas en enero y febrero, están en bancarrota porque el gobierno prohibió asistir a las playas para frenar el virus.
“Yo no me puedo quedar mirando a mi gente morir”, dijo mientras empujaba tanques de oxígeno que distribuye gratis a los infectados en Punta Negra, un pueblo de 8.000 habitantes pegado al Pacífico donde la segunda ola de infecciones mató incluso al alcalde y a su esposa.
Casi nadie lo reconocía a primera vista como un sacerdote cuando llegó hace 17 años montando una motocicleta, con una guitarra en la espalda y lentes oscuros. El cura contó que en sus primeros años algunos lo confundían con un drogadicto o un ladrón. En una boda que iba a oficiar un invitado llamó a la policía, pero se sorprendió cuando él sacó un alba de su maleta y se vistió de sacerdote.
Karina García, quien lo ayuda repartiendo medicinas y oxígeno entre los infectados, pensó que Nyamadzi “era un loco”, pero ahora dice que Dios premió a su pueblo con “el mejor sacerdote”.
Esta semana un presentador de la televisión pública le preguntó por qué no vestía la sotana todo el tiempo y él retrucó con una sonrisa “el hábito no hace al monje”. Nyamadzi -que habla inglés, ewe, francés y español- cree que en tiempos de crisis las personas confían en las palabras, pero más en las acciones, un lenguaje que “no necesita traducción”.
Su ayuda a la comunidad no empezó con la pandemia, es consecuencia de años de trabajo en los que visitó las casas de sus vecinos enfermos para ungirlos con aceite o para llevarles alimentos. Pero también pasó tiempo recorriendo las playas con una guitarra cantando “Guantanamera” a los veraneantes y en encuentros de fútbol, vóley o frontón con los habitantes de Punta Negra.
Por más de una década asistió al mercado -donde era uno de los primeros en llegar poco después de las seis de la mañana- y antes de tomar el desayuno saludaba con la mano a cada uno de los vendedores a los que llamaba por su nombre y les preguntaba por cada uno de sus hijos.
Cuando llegó la pandemia el miedo se dispersó por todo el pueblo, la gente se encerró en sus casas y los almacenes se fueron quedando sin alimentos. Nyamadzi afirmó que encontró en la Biblia numerosos ejemplos donde Dios pide perder el temor y eso le sirvió para impulsar su cruzada.
“El miedo te quita iniciativa… es algo que te quita todo”, dijo mientras coordinaba la llegada de oxígeno que consigue gratis por sus contactos con sus jefes de la diócesis de Lurín y otras organizaciones católicas como Caritas que luchan contra la pobreza.
Punta Negra tuvo apenas una decena de muertos en 2020 pero entre enero y febrero, durante un segundo brote en todo el país, los fallecidos se triplicaron, incluido el alcalde Claudio Marcatoma y su esposa.
Los habitantes, que viven de los veraneantes, están en bancarrota. Los restaurantes, hoteles y tiendas cerraron por orden del gobierno central que prohibió la asistencia a las playas para frenar los contagios que han colapsado los hospitales y provocado una crisis de oxígeno en todo Perú.
Por la pandemia el Producto Bruto Interno de Perú cayó 14 puntos en 2020 y el país tiene más de siete millones de desempleados.
Nyamadzi ve esa crisis todos los días en Punta Negra, por eso también ha organizado una olla comunitaria donde más de 800 personas, los más humildes del pueblo, se alimentan cada día.
“La gente está aguja (pobre), la gente está más misionera (agobiada) que antes, pero nos vamos a recuperar”, dijo el sacerdote.
Hasta ahora en Perú se han registrado más de 1,3 millones de casos de coronavirus y más de 47.300 decesos, según el Centro de Ciencia e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins.