En la constitución y códigos legales de la mayor parte de los estados, está recogido el derecho de manifestación, pues es uno de los derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos en la Carta de las Naciones Unidas, en concreto, los artículos 19, sobre la libertad de expresión y el 20, sobre la libertad de reunión y asociación.
Evidentemente, los derechos han de estar vinculados con las respectivas leyes, que los avalen y garanticen. Y, por lo tanto, pueden y deben exigirse.
‘En un célebre ensayo, Hart presenta la teoría de Bentham en términos de la diferencia entre derechos-libertad y derechos correlativos a obligaciones.
Los derechos-libertad implican la ausencia de obligación de realizar cierta conducta.
(…)
Los derechos correlativos a obligaciones pueden tener por objeto un ‘servicio’ o conducta negativa o positiva. Con dos excepciones, todas las obligaciones tienen derechos correlacionados. Las excepciones son las obligaciones auto-referentes, que generalmente tienen un propósito paternalista (por ejemplo, la obligación de usar el cinturón de seguridad), y las obligaciones puras o simbólicas, que no afectan la utilidad de nadie (por ejemplo, la obligación de ponerse de pie cuando se entona el himno nacional).
(…)
Los derechos no tienen una correlación de uno a uno con los deberes, sino que cada derecho está asociado con un haz abierto de deberes.
Existe mucha literatura sobre la correlación de los derechos y deberes, pero en este escrito me quiero centrar en el deber; pues es evidente que los ciudadanos tenemos el derecho de manifestarnos, por ejemplo, cortando puntual y temporalmente la avenida Meridiana de Barcelona, para expresar nuestro desacuerdo y rechazo a la sentencia injusta que condenó a la prisión a nuestros representantes políticos y sociales.
Pero, en este escrito me interesa señalar el deber de expresarnos; pero sin confundir los deberes con obligaciones.
Kant diferenció entre deberes particulares y deberes morales (absolutos), señalando que los primeros no tienen que ser, necesariamente, amorales o no morales. (…) Según Kant, ‘la moralidad tiene lugar sólo cuando la acción es realizada por respeto al deber y no sólo en cumplimiento del deber’
(Fuente: José Ferrater Mora, ‘Diccionario de Filosofía’, Alianza Edit., Madrid, 1983)
Es importante señalar, asimismo que:
‘Kant admite también que la idea de deberes para con uno mismo ofrece una dificultad, pues parece un concepto contradictorio, en la medida en que uno se piensa a sí mismo como el sujeto pasivo del deber y como el autor del deber. Kant considera que tal contradicción puede resolverse si se distingue entre el hombre sensible y el hombre como ser inteligente (no meramente como ser que tiene razón teórica).
(…)
Pero, además, hay un deber que el ser humano tiene para consigo mismo en cuanto ser moral: la consistencia formal de las máximas de su voluntad con la dignidad de la humanidad en su persona’.
‘Sólo la criatura racional y libre es sujeto capaz de deberes.
El objeto del deber ha de ser posible -aún relativamente- a la capacidad del sujeto, y no opuesto a otros deberes; ante una colisión de deberes, debe optarse por el de más categoría o trascendencia’
Para finalizar esta introducción, es interesante señalar que, si bien hay muchas clasificaciones de los deberes, las más clásicas diferencia entre: Deberes del hombre para con su Dios; Deberes del hombre para consigo mismo; Deberes del hombre para con sus semejantes; y Deberes del hombre con la sociedad.
En base a esta fundamentación teórica, seguidamente me centro, a modo de ejemplo, en el caso concreto del movimiento independentista catalán, que el 1 de octubre del 2017 pudimos votar en el referéndum, y por el cuál nuestros representantes políticos y sociales están privados de libertad, otros en el exilio, y casi 3000 imputados, en trámites o pendientes de juicio.
Pues bien, todos sabemos que esos políticos realizaron las gestiones precisas para que pudiéramos votar más de dos millones de catalanes; es decir, ellos hicieron lo que la ciudadanía independentista les exigía.
Una vez efectuado ese referéndum, enfrentándonos al estado español, este estado aplicó y sigue aplicando su venganza, ejercida a través de todos sus poderes y sus respectivas cloacas; por lo que esos políticos están pagando y pagarán, durante muchos años, por una cosa que todos hicimos, y que todos nos autoinculpamos.
Y viendo este castigo general y ejemplarizante que está ejerciendo el estado (no lo olvidemos, un estado corrupto desde la cúspide hasta la base, salvo honrosas excepciones), los independentistas catalanes mayoritariamente, parece que, si bien no han asumido la sentencia, ya la dan como un hecho pasado, ya amortizado, y creen, ahora, que ya tendremos otra mejor ocasión, que no era el momento, que no estábamos suficientemente preparados, etc. Y posiblemente todos tengan parte de razón.
Pero ¿qué hacemos, nos olvidamos de los presos políticos? ¿nos limitaremos a ejercer el derecho de manifestarnos, cuando se organice una gran movida, como las que históricamente hemos venido haciendo? ¿no sentiremos el deber de manifestarnos para expresar nuestra disconformidad?
Enlazando con el citado Immanuel Kant (1724-1804), tenemos unos deberes para con nosotros mismos, para con nuestros semejantes y para con nuestra sociedad. Y el deber para nosotros mismos, como hemos visto, es contradictorio, ya que contrapone los sentimientos y la razón.
Y los independentistas que exigimos el referéndum y votamos, podemos tener esa contradicción, pues todos sentimos el ‘seny i la rauxa’, es decir, un mix de cordura y locura, que, tradicionalmente, según interpretaciones culturales cristianas, en Catalunya se ha entendido como contraposición entre virtud y pecado.
Todos tenemos un mayor o menor grado de conservadurismo, de autoprotección, pues precisamos unos mínimos de seguridad, para seguir con nuestro nivel de confort; y ese sería nuestro ‘seny’, nuestra cordura. Pero, asimismo, tenemos nuestro espíritu de aventura, de ingenio; y esa sería nuestra ‘rauxa’ (locura). Y en función de ese difícil equilibrio, decidimos y obramos. Y en este sentido, nuestro sentido del deber personal queda así configurado. Y, obviamente, nuestra actuación, sea la que sea, nos satisfará y nuestra conciencia estará tranquila.
Ahora bien, y dando un paso más, me parece que no podemos olvidar que también tenemos un deber respecto a nuestros semejantes y a nuestra sociedad. Y, siguiendo con el actual ejemplo, esos deberes, en primer lugar, son respecto a los presos políticos citados, y, en segundo lugar, respecto a los más de dos millones de votantes, muchos de ellos agredidos por votar.
Sabemos que manifestarnos unos pocos, aunque sea diariamente, no tiene consecuencias, no somos ilusos. Deberíamos ser muchos, a lo largo y ancho de toda Catalunya, y sólo así, manifestando una cierta presión, el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, podrían plantearse la concesión de la amnistía general, pues es la única fórmula que resarciría, momentáneamente, la agresión sufrida. Pero, sin olvidar que la solución del que llaman ‘problema catalán’, sólo puede pasar por un referéndum legal y acordado.
Los que nos manifestamos, consideramos, como ya he citado de Kant, que ‘la moralidad tiene lugar sólo cuando la acción es realizada por respeto al deber y no sólo en cumplimiento del deber’; y, consecuentemente, no se justifica, únicamente, como consecuencia de un deber personal y particular. Lo sentimos como un deber con los que están privados de libertad.
Y sabemos que, con este corte diario puntual de dos horas, molestamos a los automovilistas, que deben desviarse, y a otros vecinos, que nos ven como un incordio que ya dura mucho. Una muestra de esto lo tenemos diariamente, con los que nos insultan, nos agreden (incluso con algún intento de forzar el paso, con el riesgo de atropellamiento, como se ha producido), etc. Pero, toda manifestación, por definición, ha de molestar, ha de comportar el máximo de resonancia.
El lugar elegido, la avenida Meridiana de Barcelona que, en concreto corresponde al meridiano 2º 13’ 45,38’’ E, es la arteria que atraviesa el barrio y, en este momento, me parece que puede ser una buena metáfora, que, como todos los meridianos, pueda, más pronto que tarde, unir también los polos ideológicos.
En otros puntos de Catalunya se efectúan manifestaciones, pero aún son muy pocas, necesitamos muchos más ‘meridianos’, en el sentido de los ‘gladiadores meridianos, los Meriadiani’, que eran los gladiadores que, en la antigua Roma, combatían al mediodía, después de los números de los ‘bestiarius’ con los animales.
PERO LOS INDEPENDENTISTAS CATALANES SIEMPRE SOMOS Y SEREMOS ‘MERIDIANI’ PACÍFICOS, NUNCA ‘BESTIARIUS’, COMO LOS QUE NOS VISITAN.
Toda Catalunya, y todo catalán (independentista o unionista) deberá ser nuestro ‘Greenwich’, pues en la futura república catalana no habrá privilegios ni discriminaciones. Esa república, como el semicírculo imaginario meridiano, nos unirá, pues estamos convencidos que, si lo hacemos bien, de forma participativa y democrática, huyendo del modelo español que ya vemos lo que hace, favorecer a los poderosos, a la casa real y a los grandes empresarios y medios de comunicación.
Me parece que un buen colofón, es citar la canción de los Buhos, ‘Pa per avui i gana per demà’ (2020):
Pan para hoy y gana para mañana
Otro mundo ahora ya es imprescindible
sólo tu lo puedes hacer posible
y mientras el polo se deshiela
ya nadie juega en la plaza
y nos obligamos a vivir con una coraza.
Faltan escuelas y sobra policía,
quiero abrazarte 10 veces al día
y mientras el mundo quema y quema nos imponen
un sistema, una cadena que nos ata a la pena.
No dimite el regidor de cultura
que la suspende, en lugar de hacerla segura
y mientras el mundo no se para y la tierra gira y gira
aquí todos nos cogemos fuerte a la silla.
La vacuna es la nueva zanahoria
y te das cuenta que la llama se apaga
mientras todos salimos a aplaudir y a fingir en la terraza
cada día sacan a más gentes de casa.
Y sus migajas son:
Pan para hoy y gana para mañana
Lo siento, pero no quiero
No me pienso conformar
Pan para hoy y gana para mañana
No me caben en una hoja
Las ganas de explotar.
Amadeo Palliser Cifuentes