En mi escrito de ayer finalicé con el siguiente párrafo: ¿Qué podríamos hacer si no tuviéramos miedo? Este es el núcleo duro que deberíamos respondernos; y en el presente, sigo elucubrando en esa línea.
‘Miedo: sentimiento vital de amenaza. Tiene una cierta analogía con la angustia; pero, en el miedo, el temor se refiere a un objeto preciso. Además, el miedo guarda relación con la naturaleza y magnitud de la amenaza. Miedo secundario es el miedo adquirido por condicionamiento ante un estímulo (señal) anteriormente neutral’
(Friedrich Dorsch, ‘Diccionario de psicología’, edit. Herder, Barcelona 1985)
‘Miedo: la percepción de un peligro o la anticipación de un mal posible provoca un sentimiento desagradable, acompañado de deseos de huida.
En función del peligro, se observa: aprensión, canguelo, hipocondría, miedo, pánico, pavor, temor, terror.
Antónimos: esperanza, confianza, impavidez’
(José A. Marina y Marisa López Penas, ‘Diccionario de los sentimientos’, edit. Anagrama, Barcelona, 1999)
En el movimiento independentista catalán es observable una comprensible sustitución de la ilusión y prepotencia generalizadas hasta octubre del 2017 (el referéndum y días posteriores), mientras que desde entonces son observables sentimientos opuestos, la desilusión, la sumisión, la docilidad, etc.; y, claro, el motivo de esa mutación ha sido, es y será el miedo impuesto por la represión del reino español.
Fisiológicamente, el miedo tiene un efecto conservador y, al respecto, puede tener como estrategia la huida; pero también puedo provocar acciones negativas para la conservación de la especie, como el enfrentamiento o la paralización.
Ha sido muy estudiada la reacción de los oyentes del episodio de radio de la ‘Guerra de los Mundos’ (The war of the Worlds), dirigida y narrada por George Orson Welles (1915 – 1985), en una adaptación de la novela ‘La guerra de los mundos’ (1938), de Herbert George Wells (1866 – 1946); espacio radiado en directo como un episodio de Halloween, a las 20.00 h, del domingo 30 de octubre de 1938, que provocó un pánico social, un terror que motivó que muchos huyeran de sus casas para escapar de la invasión marciana, ya que las centralitas telefónicas de la policía estaban saturadas.
En el caso del movimiento independentista catalán, el temor, como he dicho, lo generó la represión policial, judicial, político y de todos los poderes del estado. Temor potenciado por los medios de comunicación unionistas, reproduciendo la mencionada estrategia de Welles.
Es decir, se trata de un miedo objetivo ante la vital amenaza.
Y ante esta emoción, son humanamente comprensibles todo tipo de retracciones, paralizaciones, e incluso mutaciones, transformaciones.
También son detectables acciones y personas que no se frenan ni por el miedo al ridículo, pero ese es otro tema.
Por eso, en la actualidad no hay actuaciones populares que comporten confrontaciones con el poder; igualmente, no hay líderes políticos que arriesguen su actual estatus quo, pues ya están escarmentados, neutralizados, con la única excepción de los políticos exiliados (Puigdemont, Comín, Puig), si bien, entre estos exiliados, también los hay rendidos (Rovira)
Así, en las próximas elecciones catalanas, veremos que los diferentes partidos intentarán potenciar y regenerar su imagen independentista, pero su programa electoral será ambiguo, descafeinado. Igualmente, las posibles futuras candidaturas ‘populares’; pues nadie querrá arriesgar su libertad y su patrimonio personal.
Ante esta situación, podríamos constatar que el independentismo fue vencido, que fuimos derrotados. Pero la realidad es bien diferente, ya que la voluntad independentista no se ha rendido, en todo caso, se ha hecho más pragmática. Pero la ilusión, como sentimiento de movilización colectiva permanente, sí que se ha perdido.
Es evidente que, perdida esa ‘fuerza social de la calle’, confrontarse en inferioridad de condiciones respecto a un estado antidemocrático, amoral y falto de ética, que usa todos sus resortes de poder: legales, alegales e ilegales, es casi suicida.
El estado español me recuerda un texto de Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (1899 – 1986), que:
‘habla de una enciclopedia china titulada ‘Emporio celestial de conocimientos benévolos’, que divide los animales de la siguiente manera:
Pertenecientes al Emperador; embalsamados; amaestrados; lechones; sirenas; fabulosos; perros sueltos; incluidos en esta clasificación; que se agitan como locos; innumerables; dibujados en un pincel finísimo de pelo de camello; que acaban de romper el jarrón; que de lejos parecen moscas.’
(cita de Marina y López Penas, ya citados, pág. 243; que ya mencioné en un escrito hace varios meses)
Pues vemos que el reino español nos clasifica a los independentistas entre: terroristas, embalsamados, perros sueltos, etc.; mostrando, por lo tanto, la misma falta de lógica que la enciclopedia mencionada por Borges; por eso debemos buscar nuevas estrategias, más inteligentes y con posibilidades de éxito.
Sobre el tema que nos ocupa, en el Ara de hoy (10 de febrero) hay dos artículos que me parecen sumamente interesantes, por lo que seguidamente reproduzco algunos fragmentos:
1 – ‘Todo lo que estamos perdiendo’, de Pol Guasch:
‘La diferencia entre el duelo y la melancolía, dice el psicoanálisis, es que el duelo llora un objeto definido, mientras que la melancolía se lamenta de una cosa que no se puede señalar. La melancolía ve una pérdida no llorada, seguramente por lo que tiene de imprecisa e inconsciente, de intangible y huidiza. También de abstracta. De remota. El tiempo de ahora es tiempo de melancolía.
Hablo del presente que se escapa. De este sentido de la indiferencia general que parece que lo tape todo y de una especie de aceptación de la derrota que es el punto de partida de las conversaciones. Hablo de lo que pasa cuando no hay reconocimiento público por la pérdida: ¿Cómo sabemos que estamos perdiendo si parece que no estamos perdiendo nada? Hablo de la imposibilidad de elaborar el discurso de la tristeza porque las palabras van más lentas que el ritmo frenético con que se impone el cambio.
(…)
Me resisto a pensar que la melancolía es la tristeza de quien se hace mayor, aqueñña letargia de quien gana el tiempo y que, al avanzar en la cuerda floja que es la vida, descubre que no solo hay el futuro, sino que el pasado brilla cada día con más fuerza. Es inevitable: crecer es descubrir que el tiempo futuro y el tiempo pasado se equilibran, y que, a partir de un cierto punto, el segundo gana terreno al primero. Mirar atrás con nostalgia se convierte, en ese momento, en un deporte fácil.
Pero me resisto a pensar que la melancolía es a la madurez lo que la rebelión es a la juventud (…) Quiero pensar, entonces, que la melancolía es un sentimiento histórico, una insípida sensación que también vivieron nuestros antepasados que se encontraron en un momento de pérdidas generalizadas similares a las de hoy. Y quiero penar que, cuando después de nosotros, vengan generaciones que no sientan que han perdido las promesas que les habían hecho, generaciones con el ímpetu de la revolución, la melancolía no hará de muro de contención: que dejarán la puerta abierta y observaremos aquellos que, a diferencia de nosotros, sabrán bien qué han perdido, qué han llorado y, sobretodo, qué están dispuestos a hacer para recuperarlo’
Yo discrepo de base con el citado autor, pues me parece que nuestra sensación, es decir, la de la generalidad de los independentistas de base, se ajusta más al duelo, por la pérdida, llorada o no, de derechos objetivos (efectivos y deseados); mientras que la melancolía, como señala el propio Guasch, se debe a motivaciones más abstractas, que no es nuestro caso.
Independientemente de esta discrepancia, el mencionado texto me parece enriquecedor para hacernos recapacitar.
2 – ‘Cuando la feria de Frankfurt me canceló’, de Adania Shibli
En este interesante artículo, la autora explica la censura que le efectuaron en esa feria, incluso demorándole la entrega del premio Litprom, previamente concedido; y todo ello por su condición y pensamiento pro-palestino, como no podía ser de otra forma, dado su origen. Una censura que la autora denuncia.
Pero a los efectos del presente escrito, me ha parecido ilustrativa la siguiente referencia que hace la autora:
‘La única noticia que he conseguido acabar hasta el final es una que publicó el canal de noticias israelí Ynet, y se remonta al 4 de octubre del 2023. Habla de una serpiente que intentó tragarse un erizo entero. El artículo describe cómo la desesperación de la serpiente por causa de la gana, el instinto de supervivencia le lleva al error de comerse el erizo. En el intento de defenderse, el erizo saca las punchas e intenta escapar, pero se queda atrapado en la boca de la serpiente. La serpiente muere y el erizo también’
Esta metáfora también podríamos aplicarla al reino español que, como la todopoderosa serpiente, intentó tragarse a Catalunya; y de nosotros, de nuestra resistencia, dependerá que la serpiente se atragante, y muera; pero, claro, nosotros (el erizo) no debemos buscar una muerte heroica, debemos intentar salir vivos de las fauces.
Como vemos, todo depende de nuestro miedo, pues si nos inmoviliza, como el erizo, moriremos junto a la serpiente.