Los jóvenes mexicanos se enfrentan a una situación preocupante que tiene que ver con la calidad de las fuentes de trabajo que los esperan al salir de las universidades. Salarios raquíticos, horarios extenuantes y mínimas prestaciones de ley, son solo algunas de las penurias que enfrentan los recién egresados a lo largo y ancho del país.
Lo cierto es que los servicios educativos han tenido una evolución a lo largo de las últimas décadas, el problema es que este cambio ha llevado hacia la maquila de personal, el cual es producido a destajo para cumplir con las demandas del mercado.
Lo anterior no es que sea algo que apareció de la noche a la mañana, eso siempre ha sido así. Lo nuevo, es el recrudecimiento del futuro que les espera a los «productos» de esas fábricas llamadas universidades, los cuales tienen que dar la cara frente a condiciones que rayan en lo inhumano.
Los cambios generacionales también han traído consigo modificaciones en la producción de bienes y servicios, algunas carreras han sido relegadas por las nuevas tecnologías y otras han tenido que sufrir modificaciones a fin de sobrevivir en el mundo actual.
La escuela pública, con su laxo nacionalismo y ética avinagrada, ha condenado a millones de estudiantes a releer textos innecesarios y a seguir al pie de la letra planes de estudios que distan mucho de lo que hay fuera de las aulas. Tanta ideología ha sepultado habilidades, dones y capacidades por generaciones.
A la par, y no con un mejor propósito, dentro del abanico de las escuelas privadas, se pueden observar miles de formas de hacer lo mismo: generar empleados a pedido, siguiendo las exigencias de los grandes corporativos y al ritmo que marcan las compañías nacionales y extranjeras.
Al final, la educación, como ese baluarte de desarrollo y construcción moral, ha cedido el paso ante la maquila de mentes utilitarias. Para colmo ese proyecto se vende a los jóvenes con enunciados cargados de “éxito”, “oportunidades” y “mejores condiciones de vida”, que al final resulta ser una mentira dolorosa.
Lo cierto es que, en muchos casos, la realidad dista en exceso de la expectativa generada en las aulas. Prueba de ello, son los miles de médicos egresados de universidades públicas y privadas que no han encontrado otro trabajo más que en los consultorios de las cadenas de farmacias que venden productos similares, genéricos y/o “más baratos”.
Con sueldos infames es como los consorcios dan la bienvenida a los nuevos egresados de las universidades, a quienes todavía tienen el descaro de exigirles experiencia. A nadie debe sorprender porqué pululan las escuelas técnicas, hay muchas personas que, con justificada razón, perciben como un desperdicio el hecho de quemarse las pestañas tantos años para ganar tan poco. Triste lo que pasa, sí y mucho. Además de que en el corto y mediano plazo no se vislumbra una solución que dignifique el esfuerzo de millones de mujeres y hombres que sufren al iniciar su vida laboral con tan desalentador pronóstico.