Es sabido que la libertad de perseguir un sueño o un ideal comporta riesgos, incomodidades y responsabilidades; mientras que dejarse llevar por el tsunami de la mayoría, es menos exigente, más cómodo y anestésico, por lo que parece más atractivo.
Por eso, vemos que la mayor parte de los medios de comunicación tienden a divulgar opiniones, en lugar de informar de forma objetiva. El sistema, así, configura al lector, sabiendo que éste prefiere la comida industrial y ya masticada, en lugar de tener que hacer el más mínimo esfuerzo, pues, en general, aplicamos la ley del mínimo esfuerzo, por impotencia, por incapacidad, o, en mayor medida, por conformidad.
El cantautor Francesc Pi de la Serra, describió perfectamente a este tipo de personas acomodadas, en su canción: ‘Un día gris a Madris’ (1971):
‘Un día gris en Madris
Un hombre gris, malcarado, bastante triste
llegó no diré de dónde,
tanto da, todo es mundo.
Aquel era un día gris, bastante triste,
no lo recuerdo exactamente,
tanto da, hacía viento.
Yo llevaba un batín gris, bastante triste,
no de seda natural,
tanto da, es igual.
Y un pijama también gris, bastante triste,
no sé si lo llevaba cordado,
tanto da, lo he olvidado.
Me dio un papel gris, bastante triste,
pero como no sé leer,
tanto da, le dije.
Me miró con un ojo triste, bastante gris,
y no se lo creyó,
tanto da, vaya fracaso.
Aquel era un día gris, bastante triste
y yo me encontraba en Madrís,
tanto da, no es París.
Me pidió el papel gris, bastante triste,
media vuelta y se marchó,
tanto da, se fue,
se fue.
Se fue
En un día poco claro,
No sé si volverá’.
Así, en la actual sociedad abunda el hombre inútil, como el personaje de Horacio Oliveira, en Rayuela (1963), de Julio Cortázar (1914 – 1984), pues:
‘Mi única culpa es no haber sido lo bastante combustible para que a ella se le calentaran a gusto las manos y los pies.
Me eligió como una zarza ardiente, y he aquí que le resulto un jarrito de agua en el pescuezo. Pobrecita, carajo.’
(…)
Herman Melville (1819 – 1891), en su novela ‘Bartleby’ (1853), presenta al escribiente que a través de la repetición de una sola y crucial frase a lo largo de toda su historia: preferiría no hacerlo, da cuenta de ese espíritu paralizado ante lo abrumador que le resulta un mundo lleno de rutinas e incertidumbre.
(…)
Igualmente, Iván Gonchárow (Ivan Aleksàndrovitx Gontxarov, 1812 – 1891), en su novela ‘Oblómov’ (1859) presenta un protagonista que es la encarnación del hombre superfluo, un ser que se niega a salir de su habitación para no enfrentar las responsabilidades y conflictos del mundo que le rodea.
(…)
Esos hombres inútiles y superfluos, cuyas reflexiones son infructuosas, pues no aspiran a proponer ni construir nada, sino que sólo se presentan como un modo de pasar las horas muertas cebando el mate o embriagándose hasta la inconciencia. Este rasgo también será distintivo del hombre inútil, su inteligencia estará al servicio de la crítica de un sistema, de una sociedad, de su propia vida y de la de los otros, pero nunca estará encaminada a la procuración de un cambio. Es una crítica estéril e inmóvil que en su parálisis representa, como imagen de la humanidad, la negación y la falta de visión hacia el futuro, lo cual no significa que haya malicia en él, sino simplemente, una ausencia total de esperanza (…)’
(https://adelycac.wordpress.com)
Y, para evitar ser un perfecto ejemplo de persona inútil y superflua, el profesor Carles Castellanos, en su artículo ‘Les misèries ideològiques i la mostra lluita’ (Las miserias ideológicas y nuestra lucha), (laveu.poblelliure.cat, del 11 de este mes de noviembre) al que hice referencia en mi escrito de ayer, hace especial énfasis de que nuestra actividad ha de ser fruto de la unión de pensamientos y voluntades.
Así, en plural, de forma coordinada con otros miembros, pero, claro, siempre partiendo de nuestra propia determinación, de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad, es decir, de nuestra acción.
Sin la voluntad, sin acción, sólo con el pensamiento, nunca se conseguirá ningún cambio, por lo que será estéril, propia de personas inútiles y superfluas.
Y claro, mientras dejemos de actuar, el espacio y la acción la ejercerán otros, como vemos estas últimas semanas con las manifestaciones de los ultras contra la amnistía, contra Puigdemont y contra Catalunya. Manifestaciones que, como vemos, en gran parte están formadas por personas de acción, pero sin pensamiento; están teledirigidas, como lo mostró una mujer manifestante, que fue captada por la TV, y preguntaba a una compañera: ¿Contra quién vamos?, y la respuesta fue, ‘contra Puigdemont’, y dijo, ‘ah, vale’ y empezó a gritar.
Como demócratas, los independentistas catalanes aceptamos todo tipo de libertad de expresión y de manifestación; pero lo que no aceptamos es que los poderes del estado se encarnicen contra los independentistas, y la fiscalía y la policía rápidamente vean odio y terrorismo, mientras que, en las manifestaciones unionistas, españolistas, no vean nada de nada, ni los saludos nazis, las loas a la falange y a Franco, ni los gritos del ‘a por ellos’ cantados por la propia policía en el 2017, y repetidos ahora.
Por eso me parece ilustrativo volver al citado Francesc Pi de la Serra, que en el año 1977 compuso la canción: ‘Si els fills de puta volessin no veuríem mai el sol’ (si los hijos de puta volasen, no veríamos nunca el sol’ (grabada en 2011):
Si alguno se siente aludido
y tiene alas, que no vuele
el refrán que cantaré
es un adagio de la calle,
ya me la cantaban en la cuna.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
En el campo la fruta se pudre,
hay demasiados intermediarios.
‘No hay planificación’,
eso dicen los diarios,
y así lo reza el campesino.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
En Suiza han ingresado,
miles de millones a capazos.
Después dicen que es el obrero,
el culpable de los fracasos
y la falta de control.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
En la ciudad vamos de culo,
nadie se aclara, todo falla.
Ya no podemos respirar,
todos más o menos la baila,
desde agosto hasta julio.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
Salen a la calle, están
cansados de falsas promesas.
Suena un disparo, como un latigazo,
y cae un muerto, las manos extendidas,
deja mujer, hijo y duelo.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
Habéis de olvidar, si podéis,
estos 40 años de Gloria.
A mi no me preocupa nada,
porque tengo mala memoria
y la cabeza dura como un hueso.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
La unidad no es el destino,
el universo no es ningún limón.
Tengo un pasaporte que dice:
‘ha nacido en Barcelona
y, por tanto, es español’.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
El tribunal, llamado Supremo
estaba en manos de falangistas
apartaron a Garzón
vaya mierda de juristas
que les gusta el ‘cara al sol’.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
Yo cada vez veo más claro,
que el pueblo dice lo que piensa.
Hemos aprendido este proverbio,
y con música agradable
cantamos como un solo hombre.
Si los hijos de puta volasen
no veríamos nunca el sol.
Muchos vemos que el sistema político español está podrido, se mire por donde se mire, y si no hacemos nada, seguirá y seguiremos sin libertad.
David Fernández, en su artículo de hoy, titulado ‘Estat de dret (es)’ (estado de derecho / derechas), (Ara, 25 de noviembre del 2023) menciona la siguiente cita:
‘Muchos jueces son absolutamente incorruptibles: nadie no les puede inducir a hacer justicia’
(Eugen Bertolt Friedrich Brecht, 1898 – 1956)
Y comenta que si el único programa para que no gobierne la extrema derecha es decir ‘que no gobierne la extrema derecha’, mala pieza tenemos en el telar.
Por todo ello, y como conclusión, si nos quedamos en el sofá, con el pan y circo de rigor, seremos unos más en la masa de personas inútiles, superfluas. Y, para escapar y romper estas cadenas, debemos pensar y actuar de forma coordinada, cuantos más mejor. Es la única alternativa, si queremos hacer un verdadero embate pacífico con visos de éxito.