La junta electoral provincial de Barcelona, en su acto del 13 de enero del 2021, notifica que:
‘Se deniega la solicitud de concentración (…) en homenaje a los presos políticos y exiliados, esta Junta entiende que si bien su contenido no es directamente electoral, sí lo es indirectamente en tanto que en estas reuniones se hace apología de los derechos y cualidades de líderes políticos en prisión o en el exilio, que son figuras emblemáticas a la cabeza de partidos que compiten entre sí y con otros partidos en las elecciones, de manera que indirectamente derivan en reuniones de soporte electoral a las formaciones políticas a las que pertenecen.
Dese traslado del presente Acuerdo a la Dirección General de Administración de Seguridad, conforme a lo establecido en el art. 54 de la LOREG’.
‘Apología, discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo’.
‘Apologista, persona que hace apología de algo. Defensor de una doctrina o credo, principalmente religioso’.
(diccionario RAE)
El poder judicial utiliza el término apología de forma peyorativa, como se ve, pues nos considera apologistas a nosotros, no a los líderes políticos, obviamente. Pero no saben que somos socráticos, aplicamos la filosofía de la duda, nos lo cuestionamos todo, por eso nos cuestionamos el estado, la monarquía, los diferentes poderes, el estatus quo.
Me gustaría saber qué diferencia hay con un tipo de manifestación como el nuestro de la avenida Meridiana de Barcelona y los habituales mítines que organizan los partidos, y en los que, obviamente, se defienden unas tesis, y se alaba al líder de turno.
De entrada, se me ocurren las siguientes diferencias:
Los mítines en cuestión son partidistas, mientras que las manifestaciones, como la que hacemos en diferentes lugares de Catalunya, son transversales.
Teóricamente, en los mítines, se ‘argumentan’ programas políticos que serán votados (si bien todos sabemos que no es así, pues en esos actos se explican trivialidades comunes, sabidas, buscando los titulares de cara a los espacios electorales minutados de las televisiones públicas). Y se vitorean los líderes, de listas cerradas impuestas por las respectivas estructuras de sus partidos. Y, obviamente, los asistentes, mayoritariamente, son convencidos y votantes del partido, más unos pocos curiosos y la prensa, claro. A pesar de todo, finalmente ostentan la representación ciudadana.
Mientras que, en nuestras manifestaciones, nos limitamos a expresar nuestro malestar por la represión judicial y policial del estado español, y recordamos a los independentistas represaliados, indiferentemente de su adscripción partidista. Por nuestra parte, los manifestantes tenemos diferentes preferencias políticas, aunque, eso sí, mayoritariamente, somos independentistas. Nosotros no pretendemos ninguna representación, nos representamos cada uno individualmente, no hay más, ni pretendemos más, hacemos las acciones de forma altruista por los represaliados, y para satisfacer nuestra conciencia, obviamente.
Y en ambos casos, estamos muy condicionados y limitados por las medidas restrictivas sanitarias, que todos debemos seguir, responsablemente.
Podría enrollarme, pero me parece muchísimo más interesante remitirme a Sócrates (470 a.C.-399 a.C.), condenado a muerte, con cicuta:
La ‘Apología de Sócrates’, escrita entre el 393 y 389 a.C., es la versión que recogió Platón del discurso de Sócrates, como defensa, delante del tribunal de Atenas que le condenó a muerte, acusado de corromper a la juventud y de no creer en los dioses de la ciudad.
Introducción del discurso:
Sócrates comienza diciendo que no sabe si los atenienses (asamblea general) han sido ya persuadidos por los que lo acusan: ¡Ciudadanos atenienses!, ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis acusadores’ (…) Sócrates pide al jurado que no le juzgue por sus habilidades oratorias, sino por la verdad que estas convocan.
La acusación:
Los tres hombres en presentar cargos contra Sócrates son:
· Ánito, hijo de un ateniense prominente, había discutido con Sócrates sobre si la virtud puede ser enseñada. Sócrates argumenta que no, y ofrece como evidencia que muchos buenos atenienses han tenido hijos inferiores a sus padres, tras lo cual procede a dar nombres, entre ellos Pericles y Tucídides. Ánito se ofende, y avisa a Sócrates que menospreciar a esas personas le traerá problemas algún día.
· Meleto, de los tres es el único en hablar durante el juicio a Sócrates. (…) Meleto presenta sus acusaciones de ateísmo y de corromper a la juventud mediante sus enseñanzas, lo que permite a Sócrates rebatirlas.
· Licón, del cual poco se sabe; de acuerdo con Sócrates, era representante de los oradores.
Los cargos contra Sócrates:
Sócrates dice que tiene que rechazar dos tipos de acusaciones diferentes: los viejos cargos de que es un criminal y un curioso que pregunta hasta al cielo y la tierra, y los más recientes cargos legales de corromper a los jóvenes y de creer en cosas sobrenaturales de su propia invención, en vez de los dioses de la polis.
Sobre los viejos cargos dice que son el resultado de años de rumores y prejuicio, y por lo tanto no pueden ser respondidos. Sócrates desvirtúa estos ‘cargos informales’ dándoles una apariencia legal diciendo: ‘Sócrates comete delito al investigar los fenómenos celestes y subterráneos, debido a que, según ellos, convierte el argumento más débil en el más fuerte, instruyendo esto a otros, y sin creer en los dioses, es decir, es ateo’. También dice que, estas alegaciones, nacieron de la boca de cierto poeta cómico, es decir, Aristófanes.
La apasionada defensa de Sócrates al ser acusado de sofista, no es más que una distracción de las otras, más graves acusaciones, pues los sofistas no eran condenados a muerte en Grecia; al contrario, eran frecuentemente buscados por los padres para ser tutores de sus hijos, por lo que Sócrates dice que no puede ser confundido con un sofista, ya que estos son sabios (o creen que lo son), y él dice no saber absolutamente nada, ‘sólo sé que no sé nada’.
(…)
Al final Sócrates dijo:
‘Soy un tábano y el estado un gran caballo perezoso que necesita ser despertado’.
‘Es hora de irse, yo para morir, y vosotros para vivir. ¿Quién de nosotros va a una mejor suerte?, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben’
(Wikipedia)
El resultado de esa autodefensa es sabido, Sócrates fue condenado a muerte (281 votos contra 275), sentencia ya prefijada, independientemente de sus argumentos, de su apología. Sócrates propuso una alternativa monetaria, que enfadó al jurado y votaron 360 a favor de la muerte.
Seguidamente, y de forma breve, intentaré hacer un cierto paralelismo entre esa magistral apología y la nuestra, si bien, obviamente, mi nivel de apologista no llega ni a la altura del betún del maestro.
En primer lugar, y tal como hizo Sócrates haciendo un llamamiento a la ciudadanía, preguntándoles sobre la información que tenían, es preciso señalar que en el reino de España, mayoritariamente, la población (no los ciudadanos) tiene la información que transmiten los medios de comunicación y éstos forman parte del núcleo duro del poder, no son un cuarto poder; ya que todos dependen de los bancos, como los partidos, así que el poder está en unas manos muy limitadas, y los gobiernos están supeditados a ellas, como vimos con el rescate bancario (favorable para ellos, claro).
Y eso tiene sus matices en la información general, pero cuando se trata de defender la sacrosanta unidad del estado, del estatus quo que les permite beneficiarse y que tienen controlado, salen en estampida y no permiten que nadie ponga en entredicho ‘cortijo’.
También vemos que, en el marco de la política española y catalana, nos faltan estadistas, en España, por su estrecha vinculación y dependencia con los poderes, obviamente, por lo que siempre ocuparán los principales puestos, los ‘tontos útiles’, los que no puedan llegar a plantear problemas, como ya expliqué días atrás, se cumple a la perfección el ‘Principio de Peter’. Mientras que en Catalunya es debido a tener a los líderes en prisión o en el exilio; situación que, en contra de lo que pretendían los poderes del estado, les ha engrandecido, ahora son verdaderos referentes morales, pues su actitud y comportamiento ha sido coherente y ejemplar.
La acusación que se le hizo a Sócrates, de corromper a la juventud con sus enseñanzas, aquí en Catalunya nos la hemos oído decir infinidad de veces, pues los nacionalistas españoles nunca han aceptado el bilingüismo, no han aceptado el catalán como lengua cooficial. Siempre nos han acusado de adoctrinar a nuestras criaturas. Por lo tanto, nada nuevo.
Asimismo, la acusación más grave que se le hizo a Sócrates fue la de ser ateo; y a los independentistas catalanes nos acusan de no creer en su dios estado (uno, grande y libre), en su dios Felipe VI y en sus sumos sacerdotes judiciales Lesmes, Marchena, etc., y los banqueros Botín, Goirigolzarri, etc.
En definitiva, sí, somos apologistas (hacemos apología, defendemos una causa moral) no apologetas (defensores de una doctrina, dogma o credo); y si Sócrates se consideraba un tábano, y al estado lo veía como un caballo perezoso que era preciso despertar, nosotros somos la mosca cojonera, y el estado español es el fósil de un dinosaurio, imposible de despertar, por eso debemos independizarnos.
Y Sócrates finalizó diciendo, como hemos visto:
‘Es hora de irse, yo para morir, y vosotros para vivir. ¿Quién de nosotros va a una mejor suerte?, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben’
Nosotros también sabemos que es hora de irnos, no para morir, obviamente, si no para vivir de forma independiente. Y llegado ese momento, ¿a quién le irá mejor, a una España sin Catalunya, o a una Catalunya sin España? Nosotros sí que lo sabemos (y los nacionalistas españoles también, claro, por eso no nos dejan libres), así que no hace falta recurrir a los dioses.
Como dijo Eduardo Hugues Galeano (1940-2015):
‘Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor, y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido’.
Pues bien, no nos dejemos engañar por la parafernalia del poder de lo más carca de España, es decir, los del Ñordistán, nos podrán amenazar, castigar, pero no podrán eliminarnos, queremos y querremos vivir siendo lo que queremos ser.
Amadeo Palliser Cifuentes