Si bien conocemos nuestros verdaderos deseos, personales y sociales, nos perdemos en subterfugios o en nuestra imaginación, sin decidirnos a actuar para su logro; y sobre todo esto, a continuación, traslado mis elucubraciones.
Para enmarcar el momento actual en nuestro entorno, y como explicó Josep Antich en su editorial de ayer, titulada ‘Los peores días de Pedro Sánchez’, señala que:
‘(…) Sánchez está atravesando la peor situación política desde que alcanzó la presidencia del gobierno, el 1 de junio del 2018, tras la moción de censura a Mariano Rajoy, por la corrupción del PP.
(…) Y, en este momento, y el presidente del gobierno tiene tantos frentes abiertos que cuesta intuir que pueda tirar adelante. En el ámbito político, diversos conatos de rebelión en el seno del PSOE y pérdida de la mayoría parlamentaria de investidura. En el campo judicial, los casos Koldo, Ábalos, Aldama, Delcygate, mascarillas, Begoña Gómez y David Sánchez, para señalar los más importantes.
(…) Algunos importantes prohombres socialistas, comentan, en privado, que ’necesitamos un golpe de efecto (…)’
(elnacional.cat, 12 octubre 2014)
Ante esa situación:
Si pudiéramos confiar en el sistema de partidos y el ejercicio parlamentario, esperaríamos una dialéctica clarificadora, contundente, seria y efectiva.
Si pudiéramos confiar en el poder judicial y en las investigaciones de la UCO, unidad central operativa de la guardia civil, podríamos esperar a conocer las sentencias pertinentes.
Si pudiéramos confiar en Pedro Sánchez y los socialistas, no dudaríamos, hasta conocer dichas sentencias.
Y si pudiéramos confiar en el rey, como árbitro y moderador para regular el funcionamiento institucional, esperaríamos su participación propositiva (sin interferir políticamente, claro).
Pero nuestra historia nos ha confirmado que no podemos confiar en la estructura y funcionamiento del estado:
- ni en el poder judicial (su ‘justicia’ vengativa del independentismo, les descalifica),
- ni en las fuerzas policiales (su actuación violenta y sus informes inventados, les inhabilita),
- igualmente, no podemos confiar en los partidos políticos, en este caso unionistas españoles (pues, en realidad, son empresas de colocación y conseguidores de influencias personales y partidistas),
- y respecto al rey (anterior y actual), mejor no hablar, ya que, aparte de dedicarse a preservar su negocio familiar y aumentar sus riquezas y prebendas, la única actuación que parece que sea del agrado del ‘PreparaO’ Felipe VI, es jugar al soldadito, luciendo sus medallitas regaladas y trajes, para lucir palmito, y con una mentalidad de extrema derecha españolista y anticonstitucionalista (como vimos por su discurso del 3 de octubre del 2017).
pues todo el sistema está impregnado con un pensamiento tardo-franquista, por calificarlo de forma suave.
Ciertamente, todos queremos lo que no tenemos, como explica el síndrome de ‘la pieza faltante’. Y esa insatisfacción, si no es vivida obsesivamente, es positiva, motivadora, pues nos permite no dormirnos en el conformismo, y progresar.
Pero efectivamente, en este contexto absurdo en el que nos encontramos, en el que el único nexo de los unionistas españoles, su único vínculo, es la animadversión contra los catalanes, y si somos independentistas, mayor comunión, mejor combustible para sus soflamas unionistas españolistas; y, en ese potaje castizo, los discrepantes no tenemos cabida, si no nos asimilamos a su carácter castellano y castellanizador.
Y ese monstruoso Leviatán (siguiendo a Thomas Hobbes, 1588 – 1679) representado fielmente por el estado español, en el que, como apuntó el filósofo, predomina el ‘bellum ómnium contra omnes’ (guerra de todos contra todos), es decir, ‘homo homini lupus’ (el hombre es el lobo del hombre’, como especificó Plauto (254 a.C. – 184 a.C.), no hay cabida para la discrepancia, ni democrática, como vimos a partir del 2017.
Albert Camús (1913 – 1960), en su obra ‘El mito de Sísifo’ (1942) señaló que ante un mundo absurdo:
‘(…) la idea del absurdo está asociada a la de la rebelión, ya que la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la experiencia (…) Cuando habla de la comedia en el espectáculo queda atrapada la conciencia y que el hombre inconsciente se precipita a la esperanza, mientras que el hombre absurdo comienza ahí donde termina el hombre inconsciente’
(…) existe, pues, una rebelión absurda, como homenaje que el hombre ejecuta a su propia dignidad, y este vendría a ser el goce absurdo por excelencia (…) el hombre absurdo no necesita explicar ni realizar nada, sino disentir y describir cosas: sí, solamente describir, esa es la sola ambición del pensamiento absurdo.
(…) en el fondo, el mal espíritu no tiene solución, no ofrece respuesta alguna (…) la rebelión no debe suscitar la esperanza.
(…) tomando como ejemplo el mito griego de Sísifo, personaje que se halla condenado de por vida a levantar y arrastrar una pesada roca hacia una cima; trabajo en el que gasta sus fuerzas y su tiempo, un trabajo penoso que le agobia. Cuando al fin ha conseguido llevarla hasta arriba, debe arrojarla otra vez cuesta abajo por el abismo, y volver a empezar su trabajo.
Sísifo es el ser que se dedica a no acabar nada: ese es el precio que debe pagar por las pasiones que ha tenido en su existencia. Es un personaje trágico, pero con una conciencia de ello (…) encadenado a la muerte (…) es un trabajador inútil de los infiernos. Pero es, también, por excelencia, el héroe absurdo (…) el destino le pertenece y la roca es su casa (…) pues el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar todos sus ídolos (…) pero, para expresar el absurdo, para hacerlo ver, hay que ser coherente, usar un edificio bien estructurado de ideas y de palabras (…)’
Y efectivamente, en estos momentos, el movimiento independentista catalán nos encontramos en un mundo absurdo (sólo nos faltaba tener como president de la Generalitat al represor Salvador Illa, ‘gracias’ al apoyo de ERC)
Y vista la absurdidad generalizada, tanto en el estado español, como en el mundo en general (como nos muestran las guerras rusa e israelí), nos cabe la posibilidad de:
- ser personas absurdas, dentro de ese engranaje en el que el absurdo rebelde se limita a describir sin suscitar esperanzas, o
- como también explica el mismo Camus, en su novela ‘El extraño’ (escrita entre 1940 y 1942), ser extraños, diferentes a los otros con los que nos cruzamos, por haber perdido la ilusión; y, por eso, sentirnos vacíos, pasivos, indiferentes y sin capacidad para participar verdaderamente en la comunidad; incapaces de conectar, afrontar y expresar verdaderamente nuestras emociones (ni de duelo ni de momentos de genial locura), ni ser consciente de tener vida interior, ni permitirnos ninguna trascendencia.
En definitiva, ante un entorno tan absurdo, como personas también absurdas, nos limitamos a soñar, absurdamente, con alcanzar el Yggdrasil, el fresno perenne, el árbol de la vida, según la mitología nórdica.
Y en ese sueño, nos sentimos liberados, libres, como Sísifo en el momento de bajar la montaña, para recoger de nuevo la piedra; y en esa bajada, sin tener que actuar, puede imaginar (ya que no puede ver, por ser ciego) y soñar el excelente paisaje que se debe contemplar y, también, que, al llegar abajo, no esté la piedra, pero sí que está, nunca falla.
Por todo esto, los independentistas podemos seguir rodando en nuestra rueda del hámster, en la que nos han / y nos hemos colocado, o romper ese maleficio, ese encanto, y desencantarnos, para actuar y dejar de ser absurdos (sin sentido o contrarios a la razón, como especifica el diccionario de la RAE)
Pero, y aquí está la paradoja, manteniendo la absurdidad proclamada por Camus, la que genera la rebelión, por ser extravagantes, disparatados para el sistema, por más que el poder nos considere contradictorios, irregulares e irracionales, pues, como dijo Camus: ‘el hombre inconsciente se precipita a la esperanza, mientras que el hombre absurdo comienza ahí donde termina el hombre inconsciente’.
Sabemos que no hay esperanza, que no podemos confiar en el sistema, por lo que sólo tenemos la salida de la independencia unilateral, no hay otra, por más absurda que pueda parecer a algunos, especialmente, a las personas inconscientes que sólo confían en la esperanza, como ERC.