Todas las religiones y culturas presentan un importante significado y relevancia al fuego y al sol, como indisociables, por su importancia en el origen y preservación de la vida. Por eso están tan arraigadas las fiestas el día del solsticio de verano. En contraposición, otras culturas festejan el solsticio de invierno, la noche más larga; en ese caso, las hogueras simbolizan una ayuda extra al sol, cuando está más débil.
Pero, si bien la celebración del solsticio de verano está muy generalizada, la celebración de la noche de San Juan Bautista es más restrictiva.
La unión del fuego y el agua es recurrente en las mitologías y en las interpretaciones esotéricas, pues la unión de los contrarios es fundamental filosóficamente.
La determinación del día de san Juan Bautista el día aproximado al solsticio, tiene un sentido católico claro, asociar el ‘renacimiento’ por el agua bautismal, con el renacimiento del ciclo solar. Por lo tanto, la decisión fue ‘política’, una decisión de marketing alejada de la práctica habitual, ya que el santoral, generalmente, conmemora el día de la muerte ‘dies natalis’. (Juan el Bautista murió el año 32 d. C, con 37 ó 38 años, y sin saberse el día de su ejecución).
La primera noticia del culto a los mártires “es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filimelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año 156 (…) esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía.
Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios, que sirvieron de base para redactar el Martirologio romano (Provincias).
Volviendo al fuego, “Schneider distingue entre dos formas de fuego, por su dirección (intencionalidad); el fuego del eje fuego-tierra (erótico, calor solar, energía física) y el del eje fuego-aire (místico, purificador, sublimador, energía espiritual.
(…)
Frazer recoge muchos ritos en los que las antorchas, hogueras, ascuas y aun cenizas se consideran con virtud para provocar el crecimiento de las mieses y el bienestar de hombres y animales”. (Juan-Eduardo Cirlot, ‘Diccionario de símbolos’).
La simbología cultural de celebrar con fuego para quemar los trastos viejos y renacer limpios, como he dicho, culturalmente es transversal, pero no generalizada. Por ejemplo, en España se celebran con hogueras y fuegos artificiales, pirotécnica, en muchas comunidades autonómicas: Catalunya, Baleares, Valencia, Aragón, Galicia, etc.; es decir, básicamente en la periferia, pero no en Madrid ni en la meseta.
En Catalunya tiene una importante relevancia la ‘Flama (llama) del Canigó’; “una tradición de los Países Catalanes, vinculada al solsticio de verano, que se inicia con la renovación del fuego en la cima del monte Canigó (Catalunya Nord) y culmina con el encendido de las hogueras de la noche de san Juan, después que la llama, transportada por voluntarios, se reparte por todo el país (…) y tiene una simbología vinculada con la persistencia y la vitalidad de la cultura catalana.
Está emparentada con otras fiestas del fuego del solsticio de verano en los Pirineos. (…) Pero el origen concreto de la Flama del Canigó data de 1955 que Francesc Pujada (…) inspirado por el poema épico de Jacint Verdaguer (Canigó, 1886).” (Wikipedia)
Este año, a pesar de la especialidad marcada por la pandemia, la llama llegará a más de 3000 puntos de destino.
Una vez efectuada esta revisión, me parece interesante resaltar el interés ancestral de la celebración del fuego, como elemento regenerador, desvinculado, desde hace décadas, del sentimiento religioso; ya que celebramos una festividad profana, secular y, por lo tanto, ajena al sentir religioso.
Y ese fuego regenerador, de quemar los muebles y trastos viejos, unido al sentir cultural mencionado, refleja un querer renacer; y desde hace décadas, un marcado interés de simbolizar, con las cenizas del statu quo anterior, abrir un nuevo ciclo vital.
Es importante señalar que celebramos más la verbena, la noche mágica, que el propio día de san Juan ya que, como he comentado, es una celebración de las fiestas de solsticio, como lo es también el de invierno, que el cristianismo se apropió con la celebración de Navidad, y el de verano, por san Juan Bautista.
Obviamente, en el hemisferio sur, el solsticio de verano es en diciembre, y el de invierno, en junio, Pero en muchas culturas el fuego se asocia con esas festividades, para dar fuerza al sol, la noche más larga, o también la noche más corta (ya que, a partir de ella, el sol empieza a perder presencia).
Esta celebración del solsticio de verano con el fuego, es común en muchos países. Si bien, internamente, también se observan diferencias; ya que, como he comentado, en España se da esa unión con el fuego, fundamentalmente en la periferia, mientras que, en contraste, la cultura centro-madrileñista, no festejan esa noche. Quizás, huyen de ese cariz pagano y reivindicativo; no precisan reiniciarse, su actual statu quo ya les ha ido bien tradicionalmente, y su carácter nacional – católico, junto con su hidalguía e historia inquisitorial, censora. No hay que olvidar que el franquismo prohibió las fiestas de carnaval y todo lo que representaba un poco de libertad de expresión crítica y burlona.
Es evidente que el paisaje y el clima influyen en el carácter, y el paisaje mesetario, con sus planicies monótonas y su clima continental, configura una unidimensionalidad; un carácter muy diferente al mediterráneo, más abierto, luminoso y festivo.
Asimismo, su histórica ostentación de las sedes del poder en Madrid, le confieren una prepotencia, un tanto supremacista, respecto al resto.
Según Freud, las pulsiones de vida, el eros y el tánatos, necesarias para equilibrar inconscientemente la psique, son regidas por los mecanismos de defensa, también inconscientes; uno de esos mecanismos, es la represión (del ‘ello’, inconsciente), que es diferente a la sublimación (mecanismo de defensa del yo, del yo inconsciente, pues no todo el yo es consciente).
“La hipótesis de la sublimación fue enunciada a propósito de las pulsiones sexuales, pero Freud sugirió también la posibilidad de una sublimación de las pulsiones agresivas” (J. Laplanche y J. B. Pontalis, ‘Diccionario de psicoanálisis’).
Analíticamente se considera que “controlar el objeto es una manera de negar la propia dependencia de él, pero al mismo tiempo una manera de obligarlo a satisfacer una necesidad de dependencia, ya que un objeto totalmente controlado es, hasta cierto punto, un objeto con el que se puede contar. El triunfo es la negación de sentimientos depresivos ligados a la valoración e importancia afectiva otorgada al objeto; se vincula con la omnipotencia y tiene dos aspectos importantes. Uno de ellos se relaciona con el ataque primario infligido al objeto durante la posición depresiva, y el triunfo experimentado al derrotarlo, en especial cuando el ataque está fuertemente determinado por la envidia” (Hanna Segal, ‘Introducción a la obra de Melanie Klein’).
Aplicar una traslación directa de las tesis psicoanalíticas, individuales, a la psicología social, no es estrictamente ortodoxo, si bien es adecuado y habitual, y me parece que es sumamente ilustrativo para explicar el sentimiento de Madrid, como centro político-social, respecto a la periferia, por ejemplo, Catalunya.
Es más interesante y enriquecedor, que la simple reducción a los meros tópicos.
Creo que, en efecto, la envidia es el motor del Madrid político, pues, inconscientemente, y también conscientemente, sienten una cierta importancia a los sometidos, en concreto a los catalanes.
Y por ese sentimiento de superioridad, como mecanismo de defensa, les hace innecesario todo ejercicio purificador. Por eso no festejan el ritual del fuego. Y eso denota, en parte, un determinado nivel de complejo de inferioridad.
Por todo eso, nosotros, los independentistas catalanes, deberemos recurrir al dios Vulcano que, según la mitología romana, era el dios del fuego y de la forja (la Farga de Vulcano). Y esa dualidad del fuego, también como propiciador de la construcción, es el que no debemos abandonar, si queremos realmente configurar nuestra república.
Amadeo Palliser Cifuentes