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España, perspectivas deprimentes: la recesión social.

Hoy estamos en el 67 día de confinamiento y empezamos a tener un cierto margen de libertad, permitida por las fases de desescalamiento, y podemos “disfrutar” de un mayor nivel de movilidad que tomamos como un regalo de los dioses; si bien todavía no podemos ver a nuestros hijos, nietos, familia en general, ni a los amigos. Y la expectativa es que aún nos quedan semanas para llegar a la mal denominada “nueva normalidad”, por el pésimo presidente del gobierno español, Pedro Sánchez.

Las vivencias personales de esta pandemia, obviamente, están condicionadas por la afectación máxima, de los que han sufrido la infección, ellos o su propio entorno familiar, especialmente si han padecido el fallecimiento de algún miembro o amigo, incluso sin poder despedirse ni efectuar el tradicional sepelio, y la superación del duelo será más complicada; pero, también, los que afortunadamente no hemos sufrido directamente la infección, estamos padeciendo este confinamiento y también, con importantes secuelas psicológicas.

Si en España tuviéramos un gobierno con las ideas claras y viéramos que tiene planes de contingencia para las diferentes situaciones y actividades; que nos tratase como adultos; que no aprovechase la pandemia con fines políticos partidistas; etc., nuestro estado de ánimo sería muy diferente, pero, al menos personalmente, no es así; otros, como comenté en un anterior escrito, al tratar el “síndrome de la cabaña”, incluso tienen unas vivencias diametralmente diferentes.

En mi caso, poder ir andando al paseo marítimo, ver el mar en un día soleado, como el de hoy, efectivamente, es como un gran regalo, que debería cargarnos las baterías para seguir resistiendo, pero, en realidad, no es así, ya que las limitaciones de la experiencia: ver que no se respeta la distancia de seguridad; que en la misma franja horaria estén mezclados los deportistas y las personas de hasta 70 años de edad, por lo que los corredores te pasan a unos palmos; el retorno a casa con transporte público (Metro) con la obligada mascarilla y los recomendables guantes, para no tocar directamente nada; etc., no deja de ser estresante, agobiante. Y pensar que así será la nueva Anormalidad durante meses y quizás años, es desesperante.

Y esa es la realidad de un estado como el que tenemos, y que muy bien describió Ignasi Aragay “Somos el único país que hemos abierto antes los bares que las escuelas. También hemos abierto antes las peluquerías que las librerías y las bibliotecas (…) parece que sea más importante la cerveza y el peinado, que la cultura” (Ara, 17/5/20).

Es preciso puntualizar que la apertura de bares será en la fase 1, mientras que aquí en la casi totalidad del área metropolitana de Barcelona, estamos en la fase 0,5; por lo que la “ventaja” respecto a la fase 0, básicamente, es la “mayor” movilidad; y así hasta que los índices sanitarios lo aconsejen.

Evidentemente, una pandemia como la que estamos viviendo, que ha cogido de improviso a todos los países del mundo, no ha venido con un manual de instrucciones, todo es nuevo; pero todos hemos visto países, como Dinamarca, Portugal, Alemania, etc., que han tenido unos dirigentes que han realizado una gestión de la crisis de forma más adecuada y con mejores resultados; y, Eslovenia, un país pequeño que consiguió su independencia tras la desintegración de la antigua Yugoslavia, ya ha dado por superada la crisis; y, en su momento, como recordó Vicenç Villatoro (Ara), los otros estados criticaban, ya que por su reducido país (poco más de 2 millones de habitantes), todos lo veían inviable económicamente (vaya lección a los que nos decían eso mismo a los catalanes).

Pero aquí, en España, el gobierno de Sánchez se ha caracterizado por decir hoy blanco, después negro, e ir matizando las decisiones en el boletín oficial del estado (BOE), como, por ejemplo:

·       con las rebajas, primero que estarán prohibidas en las tiendas, para evitar aglomeraciones, pero autorizadas en las ventas telemáticas; y, ante las críticas, autorizarlas, cuando llegue la fase 1, pero procurando mantener la distancia de seguridad.

·       los colegios, que abrirán en junio, de forma controlada y reducida, pero la realidad es que ni los profesionales, ni los padres saben nada. Y del curso que empezará en setiembre, lo mismo, una gran incógnita.

·       La obligatoriedad del uso de las mascarillas en todos los espacios públicos, no sólo en los locales cerrados y transporte; obligatoriedad que hasta ahora no es efectiva, y que el responsable del equipo científico – sanitario del gobierno, el doctor Fernando Simón, sigue manteniendo que su uso es “altamente recomendable; pero, por presiones, acabará recomendando su uso, ya que el ministro de sanidad, Salvador Illa, ya ha avanzado que este miércoles, con toda probabilidad, tomará la decisión de su obligatoriedad. Y si bien, inicialmente había discusiones sobre el tipo de mascarilla recomendado, que si la quirúrgica, que si la FFP2, etc., ahora, que será obligatorio su uso, resulta que cualquier pañuelo ya es suficiente !!!

·       etc.

Pues bien, ante una nueva Anormalidad tan mal estudiada y planificada, cuando llegue el turno a decidir sobre el control digital de todas las personas, para poder seguir sus movimientos, y así, poder seguir el rastro de posibles infectados. Control del que estoy totalmente en contra, si no se hace con muchísima seguridad, garantías, ponderación, limitación temporal, y borrado de toda la información tras el mínimo período indispensable que se aprobase, como ya comenté en un anterior escrito.

Si ese control digital se efectuase mediante la aplicación de los teléfonos móviles, el Bluetooth, que según dicen los expertos, es la menos invasiva, ya que no daría la información personalizada, presenta también sus inconvenientes, como señaló Fernando Trías de Bes:

“En primer lugar porque nos volveríamos locos y paranoicos al ver que hemos pasado a un metro de alguien contaminado. O que, en algún lugar, estuvimos hablando unos segundos con una persona contaminada. ¿Me han contagiado?, nos preguntaremos cada vez que la maldita aplicación nos alerte del posible riesgo. Lo único que conseguiremos es crear más preocupación y angustia. De otra parte, ¿que harán con los que han estado cerca de algún contagiado? ¿Les pedirán que se pongan en cuarentena? ¿Sabéis de cuantos centenares de miles de personas podemos estar hablando? Sería mejor que nos hicieran confinar nuevamente a todos.

Pero todo esto no es nada, comparado con la falta de privacidad que supone. Sinceramente, creo que se están confundiendo medidas de prevención con políticas de control de la población propias de un régimen autoritario.

(…) Se ha dicho que esta aplicación se borraría y se desconectaría cuando se acabase la pandemia, pero ¿quién nos asegura que borrarán toda la información? Registrar los movimientos de los ciudadanos durante meses permite saberlo casi todo de todos. ¿Qué pasa con la privacidad? ¿No debe ser que la prevención es una excusa para aumentar el control de la población?” (Ara, 18/5/20).

En un excelente artículo (Naciodigital.Cat), la filósofa Laura Llevadot y el sociólogo Toni Mollà, analizan el escenario de los vínculos sociales que surgirán del confinamiento y desescalada, en base a un estudio publicado en la revista médica británica The Lancet, y afirman:

·       “el confinamiento puede tener efectos en las mentalidades y la psicología colectiva (…) comportando más casos de ansiedad y depresión. En círculos anglosajones ha hecho fortuna el concepto de ‘recesión social’, que, según el analista político norteamericano Ezra Klein, denomina “colapso del contrato social’.

·       Les preocupa cómo y con que rapidez naturalizamos sintagmas como el del ‘distanciamiento social’. Preferimos hablar de ‘distanciamiento social’ porque decir ‘suspensión del derecho de reunión’ sonaría demasiado antidemocrático (…) Los diversos estados de alarma, el confinamiento, y el ‘distanciamiento social’ ha eliminado de raíz todos los procesos constituyentes que estaban en marcha aquí y en otros lugares.

·       Se preguntan cuál es el concepto de vida que utilizamos cuando la prioridad de los gobiernos es protegerla. Si se trata de la mera vida biológica, lo que Agamben denomina la “vida desnuda”, no sé hasta qué punto vale la pena. Si la forma de vida que acabará saliendo de todo esto es la del teletrabajo, la del distanciamiento social, la intocabilidad del otro, el final del financiamiento de la cultura y la consecuente apuesta total por la ciencia, así como la culminación de las sociedades seguras y el reforzamiento del capitalismo, que siempre vive de sus crisis, hará falta preguntarse si vale la pena o si, a pesar de todo, seremos capaces de atravesar este nuevo y siniestro escenario y aprenderemos a escaparnos por sus fisuras.

·       Citando a Judith Butler (vaya casualidad) consideran que deberíamos pensar en la comunidad a partir de su vulnerabilidad.

·       Respecto a la educación, consideran que la educación online hará imposible el aprendizaje en el sentido más radical, a menos que el objetivo sea formar trabajadores acríticos. Y esta es una de las transformaciones más problemáticas a las que asistiremos. Se preguntan cómo lo deben estar viviendo los adolescentes que habían iniciado sus primeras relaciones sexuales y afectivas, y que, de golpe, han sido paralizadas. No sé si el miedo al contagio les embargará o si el deseo de tocarse será más grande (…) Contra el sida había, como mínimo, la posibilidad del preservativo, pero sinceramente no imaginan una relación sexual sin besos.

·       Con las medidas sanitarias exigidas, en la educación primaria y secundaria se pierde la socialización, que es fundamental en esa edad, la complicidad entre los compañeros sometidos a un sistema educativo. En la universidad se pierde lo que podríamos llamar, en términos psicoanalíticos, la transferencia, la capacidad del profesor para hacer que pase alguna cosa importante, más allá de la transmisión de contenidos, en la subjetividad de los alumnos, la capacidad de despertar el interés por el mundo, por sí mismos y por la lectura que transforma. Como en el sexo, la educación online hará imposible el aprendizaje en su sentido más radical, lo único que vale la pena, a menos que el objetivo del enseñamiento sea formar trabajadores acríticos.

·       No somos lapones, somos mediterráneos, y los hábitos no serán fáciles de cambiar. La distancia física comporta inevitablemente el aflojamiento del vínculo social, que es la energía de la sociabilidad.

·       La educación, desde la antigua Grecia, exige presencia, contacto visual directo, interacción, crítica, debate y controversia. La tecnología, digan lo que digan los amantes de la ‘nueva normalidad’, no lo mejora.

En definitiva, como vemos, un panorama bastante negro, por eso, a la nueva Anormalidad, me parece bien denominarla “recesión social”, ya que es eso, precisamente, una degradación total de la norma de convivencia, comportando la complejidad o pérdida de las ilusiones, acostumbrándonos a un sistema con valores amorales, en los que el doble sentido de las palabras y mensajes lo sea todo, y un buen ejemplo lo tenemos en Pedro Sánchez que, después de desmentir durante más de dos meses que haya centralizado nada, ahora dice que ha llegado el momento de que cada comunidad autónoma retome “la plenitud de sus capacidades, manteniendo el gobierno central la plenitud decisoria”. El que entienda ese galimatías “cantinflanesco”, que lo compre, y lo lamentable, es que muchos lo harán, de forma acrítica, ya que están encantados en su cabaña, de ladrillo o de neuronas.

Pero un estado que está más preocupado por la apertura de los bares que de los colegios, sólo merece el meme que corre por la red:

·       Merkel dice a Macrón: estoy preocupada, me han dicho que en España han abierto los bares antes que los colegios.

·       Y Macrón le contesta: pues claro, mujer, no ves que tienen a los licenciados con carreras universitarias tirando cañas y a los analfabetos gobernando el país.

Juli Palou (doctor en filosofía) y Jaume Cela (maestro y escritor) consideran que “ocultar la tristeza no es la solución, le hemos de hacer un espacio entre la amplia gama de sentimientos que tenemos y dejar que en ocasiones se siente con nosotros, nos coja del brazo y nos haga sentir que en la vida hay cimas y hay pozos. La acción educativa no pasa por disimular los pozos sino para mostrar que cuando caigamos, pues pronto o tarde caeremos, es lícito llorar y sentirse abatido, como lo es recordar que en la oscuridad siempre podemos encontrar el resguardo de una música, de un libro, de un amigo” (Ara, 16/5/20).

Pero, pensar que esos pozos pueden ser larguísimos, que la recesión social durará años, hasta que no se disponga de la vacuna para toda la población o, al menos, algún medicamente paliativo que pueda aliviar las dolencias de los afectados, nos hace ver que la tristeza nos llevará de la mano durante demasiado tiempo, demasiado.

Y los inconformistas que vemos fuera de lugar medidas drásticas, pues consideramos que no debemos ser los campeones de las restricciones; en ningún país de la UE es obligatoria la mascarilla en todo el espacio público, pero aquí, es España somos diferentes (incluyendo también la Generalitat de Catalunya, ya que el president aboga por su obligatoriedad), y si ese mayor rigor fuera de la mano de unos mejores resultados, pero no, pues, efectivamente, los ratios de contaminados y fallecidos son de los más altos del mundo, a pesar de haber tenido uno de los más rígidos confinamientos.

Pero, claro, los burócratas quieren una cobertura, un seguro, pues si hay un rebrote, siempre podrán decir que ellos ya habían exigido las mascarillas, y si no fuera un tema económico, nos mantendrían confinados por los siglos de los siglos.

Les es igual el distanciamiento familiar, que los abuelos no podamos ver a nuestros nietos, eso está prohibidísimo; pero, claro, cuando se inicie el nuevo curso, aunque sea híbrido (días presenciales y días telemáticamente) y los padres deban volver al trabajo, ya que el teletrabajo no será infinito, entonces, si, sacarán cualquier otro argumento “cantinflanesco” para “justificar” que ya no hay riesgo, y que podremos volver a hacer de canguros (cuando sea necesario).

Siempre irán cambiando según sople el viento, y nos dirán que la crisis es dinámica, gran justificación, cuando no se tiene ningún plan, no ya de contingencias, pues ya tenemos aquí el problema, es que no tienen, ni pajolera idea de qué hacer, pero unidos, como repite nuestro “Pinocho” Sánchez, lo conseguiremos. Lo malo es que ni él sabe qué conseguiremos.

Pero todos tranquilos, Pedro Sánchez ayer dijo que su plan de alarma había salvado 270.000 vidas, y su portavoz, Mª Jesús Montero, esta mañana, en una entrevista radiofónica, ya ha dicho que los salvados eran 300.000, así que todo el mundo mundial puede estar tranquilo, a este paso, en unas semanas habrán salvado a los 7000 millones de todo el planeta, y al poco, empezarán a salvar los de otras galaxias.

Por si acaso, yo me estoy planteando irme a vivir a un desierto, bien lejos.

Amadeo Palliser Cifuentes