En una entrevista al escritor Pierre Lemaitre (Ara, 28/8), comenta que “cuando vemos a Trump diciendo cualquier tontería y se queda tan ancho porque es el presidente, y Macrón hace los mismo… En marzo nos decía que las mascarillas no servían para nada. Mentía por que no tenían para distribuir. Es una verdad de geometría variable que se hace en función de los intereses del Estado. Y eso genera una desconfianza en los políticos, de consecuencias nefastas. Estas mentiras arruinan la democracia. (…) Y solo nos queda salir a la calle, como los ‘chalecos amarillos’. No podemos hacer nada más. Podemos votar a las izquierdas, pero una vez en el poder, no hacen lo que habían prometido. Después el estado envía a la policía, pierdes un ojo, una mano, te dan una paliza … porque vivimos en democracias autoritarias.”
Y es así, vivimos en un entorno en el que estamos inmersos en un mundo de ‘fake news’, y es difícil discernir el grano de la paja.
Ya no sabemos si en la vuelta a los colegios, si o si, impera la educación o la economía, aunque la verdad es que sobre el particular no tenemos dudas. Tenemos claro que, al final, en la dicotomía salud / economía, ha ganado esta última. Hay muchos argumentos, a favor y en contra, pero, cuando la ministra de trabajo, Yolanda Díaz, se interesa más en recobrar los importes de los ERTOS (ayudas estatales al desempleo temporal) pagados indebidamente, en lugar de preocuparse de los miles de ciudadanos que no han cobrado esa ayuda desde el mes de marzo, o la han cobrado muy por debajo de lo que les correspondía, denota una mentalidad, un proceder nada empático y, por supuesto, nada ético ni moral; y eso en el gobierno de coalición ‘más progresista’ como lo autodenominan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Como se ve, estamos inmersos en una pura mentira que, como decía Pierre Lemaitre, no diferencia en nada a los partidos de izquierdas de los de las derechas. Ahora ya no hace falta ni disimular. La escusa de la pandemia lo tapa todo, al menos eso es lo que nos quieren hacer creer.
Un ejemplo de ese ruido lo tenemos, de nuevo, con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de los Comunes, pues, si bien el jueves 27 publicó el siguiente tuit:
“En Barcelona existe una amplia mayoría republicana que está a favor no sólo de retirar los honores a Juan Carlos I: también de que se investiguen a fondo las malas praxis de la monarquía y de impulsar cambios legales para acabar con la impunidad y los privilegios de la Corona”
pero, en la moción votada en el ayuntamiento, a propuesta de ERC y JuntsxCat, Colau y su partido se abstuvieron, aludiendo que la moción era partidista y que buscaba desgastar el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
“El truco es muy viejo y conocido: consiste en desplazar la esencia del hecho al margen anecdótico, para no tener que entrar en el fondo (…) Su abstención es, de hecho, una defensa de la monarquía, en la línea de aquello que su gobierno -ella hace servir esa expresión para referirse al gobierno español- defiende a ultranza (…) Ella, mientras protege con su voto la participación de Pedro Sánchez en la huida de Juan Carlos, quiere hacer creer que es más contraria a Juan Carlos que nadie (…) Colau es el paradigma de una izquierda que todos conocemos bien, de una izquierda de juguete, de feria, inconsistente y floja, que en realidad es poca cosa ás que pura pose y gesticulación. Ellos están por la revolución y creen que sólo ellos pueden otorgar el carnet de revolucionarios, pero ¡ay! La revolución no la harán nunca y se girarán siempre de espaldas, salvo que pase a miles de kilómetros de distancia y no pueda afectar de ninguna manera a sus cómodas vidas”
(Vilaweb)
La siguiente fábula me parece muy ilustrativa sobre el particular:
“El origen del ruido, una fábula zen
En esta vieja fábula zen hay una enseñanza importante. A veces las cosas no son como parecen. Si rebasamos las fronteras de las apariencias, muchas veces descubrimos que detrás de realidades que parecen negativas, se esconde un gran aprendizaje.
Esta fábula zen nos cuenta que hace mucho tiempo hubo un gran maestro, que se hizo muy célebre por su enorme sabiduría. Se dice que su fama rebasó fronteras y, por eso, venían aprendices de todas partes para recibir las enseñanzas del maestro.
Quienes se convertían en sus discípulos decían que alcanzaban una gran evolución con sus enseñanzas. Cuanta la fábula zen que eran tantos los que querían estar a su lado, que el maestro tuvo que volverse muy selectivo, pues no daba abasto.
Sin embargo, a medida que fue envejeciendo, el maestro comenzó a cambiar. Empezaron a circular rumores que no hablaban muy bien de él. Se decía que su carácter se había vuelto hosco y displicente. Que parecía como si constantemente estuviera malhumorado y que no trataba nada bien a sus aprendices.
Según esta fábula zen, las cosas cambiaron mucho para el anciano maestro. Así como antes se esparcía su fama de hombre sabio por todas partes, ahora solo se comentaba sobre su mal carácter. Algunos decían incluso que se había vuelto loco y por eso ya no toleraba a los demás.
Poco a poco, el maestro se fue quedando sin discípulos. Los pocos que se atrevían a llegar hasta su morada para consultarlo, salían despavoridos por su mal humor. En menos de un año, dejaron de llegar nuevos aprendices. El maestro se convirtió en un solitario, que pasaba días y noches encerrado en su casa, o paseando por los jardines que cuidaba con esmero.
Sin embargo, había un monje zen que sentía gran curiosidad por lo ocurrido. Le parecía imposible que un hombre tan sabio hubieses cambiado tanto, en tan poco tiempo. Él sabía que aquel anciano estaba dotado de grandes conocimientos y que había alcanzado una evolución muy grande. Así que decidió comprobar por sí mismo los rumores.
Los demás le insistieron para que no fuera a buscarlo. Según la fábula zen, muchos afirmaban que el maestro zen, muchos afirmaban que el maestro ya no solo era huraño, sino que incluso se había vuelto agresivo y totalmente desconsiderado con sus discípulos. Pese a todo, el aprendíz decidió ir a buscarlo.
Dice la fábula zen que el joven aprendiz llegó a la morada del maestro y tocó a la puerta. Sin embargo, nadie le abrió. El muchacho vio que dentro de la casa había una vela encendida y por eso supo que el maestro estaba ahí. Así que insistió, pero no recibió ninguna respuesta.
Notó que el jardín estaba recién regado y que lucía esplendoroso. Descartó entonces que el maestro estuviera enfermo. Se asomó por una rendija de la casa y vio que el anciano estaba sentado, meditando. Así que se acurrucó junto a la puerta y se quedó dormido.
A la mañana siguiente, el viejo maestro abrió la puerta. El joven estaba medio congelado, pero aún así se mostró muy feliz al ver al anciano. En un todo despectivo, le dijo que pasara dentro y se sentara en una de las sillas. Casi ni lo miraba. Sus gestos y su voz eran agresivos.
Apenas el aprendiz se sentó, el maestro lo recriminó. ¡Siéntate como un ser digno, no como un estúpido!, le dijo. El joven se sintió algo incómodo, pero inmediatamente enderezó la espalda y tomó una posición erguida. El maestro entonces tomó su tetera y se sirvió un té humeante y aromático, que se veía delicioso. El joven lo miraba ansioso.
¡¿Quieres té?!, le preguntó el maestro y el joven asintió. Cuenta la fábula zen que el maestro tomó una taza y luego le arrojó todo el té a la cara. ¡¿Es esta la manera de tratar a una visita?!, preguntó el joven. El maestro respondió: ‘Me pediste té y eso te di’.
Luego cerró los ojos y entró en meditación. Al verlo, el aprendiz hizo lo mismo. Curiosamente, le embargó una sensación de completa paz.
Así estaba cuando el anciano se incorporó y lo sacó de su éxtasis con una bofetada. El muchacho quedó petrificado. Entonces, el maestro lo golpeó de nuevo. Luego le preguntó: ‘¿Cuál es el origen del ruido: mi mano o tu mejilla?’ El muchacho guardó silencio y el maestro le hizo de nuevo la misma pregunta.
Por fin, el joven dijo: ¡El origen del ruido está en mi mente! Comprendió que el ruido no era sólo el sonido que salía del golpe, sino todos los sentimientos negativos que surgían en su interior.
Entonces, el maestro sonrió: ‘Eres el discípulo que estaba esperando hace tiempo’, le dijo. Luego, comenzó el aprendizaje. Aquel discípulo, tras unos años, se convirtió en uno de los más grandes maestros de la historia”
Es decir, tanto nuestros gobernantes, como muchos de nosotros somos como los falsos discípulos del citado maestro zen; es decir, vamos detrás de la fama, de los rumores, de lo que dirán y opinarán los otros, y nos olvidamos de lo que realmente es interesante. No sabemos o no queremos discriminar en el origen del ruido, estamos inmersos en él. Ese ruido nos aturde, nos atonta, y por eso no sabemos ni podemos discriminar entre las falsas noticias y los verdaderos intereses y necesidades.
Pedro Sánchez, pidiendo ahora el apoyo a sus presupuestos generales, como única alternativa para poder aplicar sus políticas de recuperación económica, nos quiere poner en un túnel, en una senda, que no deja de ser una trampa, y él lo sabe, pues hay otras alternativas.
Y para la aprobación de esos futuros presupuestos, Pedro Sánchez no ha dudado en priorizar, en los pactos, al PP y Ciudadanos; obviando a su socio de coalición Pablo Iglesias y a los partidos nacionalistas. Por eso, la portavoz de Podemos, Isa Serra, ha comentado que ‘El PSOE sabe que con nosotros no va a contar para unos presupuestos con Ciudadanos (partido de derechas) o PP, al ser incompatibles con las políticas que despliega el ejecutivo’ (El Confidencial)
Y, cómo no, si quisiera el apoyo de los nacionalistas, lo que debería hacer es cumplir con los pactos de investidura y, especialmente, hacer política, no seguir judicializándola, como hace la fiscalía, retomando viejas causas de hace tres años, con la CUP, por su apoyo al referéndum del 1 de octubre.
Como vemos, en el estado español todo es ruido, para despistar a la ciudadanía, haciendo creer que se está haciendo alta política pensando en la verdadera reestructuración económica y social, pero vemos y sabemos, que no es así; y en el terreno político, el ejecutivo aún se muestra mucho más inmovilista, ya que sigue al pie de la letra la estrategia de Mariano Rajoy, que, a la postre, Pedro Sánchez apoyó, como buen partido institucional, es decir: involucionista y monárquico.
Ante todo este barullo, los independentistas debemos abstraernos de ese ruido ensordecedor, e ir a la nuestra, con la confrontación democrática inteligente, pues, como sabemos, el gobierno de Pedro Sánchez no se toma en serio la mesa de diálogo, como dijo la ministra de defensa (21/8) con un:
“tono burlesco y despreciativo con que se ha referido a la non nata mesa de diálogo entre el gobierno español y el catalán y la necesidad de que se reúna, aunque solo fuera para que Pedro Sánchez cumpliera, ni que fuera por una vez, un compromiso adquirido. ‘No es momento de juegos florales’, ha zanjado Robles. Y ha rematado: ‘No es una prioridad’.
¿Desde cuándo una negociación para solucionar el principal problema territorial que tiene el Estado son unos juegos florales? ¿Tan ilusos son creyendo que sin hacer nada el conflicto entre Catalunya y España se diluirá? (…) Primero fue Mariano Rajoy el que puso de moda que el ‘procés’ era como la espuma de la cerveza y que ya bajaría con el tiempo. No bajó, sino que quedó fuera de control del Gobierno, que solo con la fuerza y la represión consiguió revertir la situación.
Alguien debería haber aprendido alguna cosa en el Madrid político, judicial, económico y mediático de aquel análisis, que se evidenció del todo erróneo. Pero Pedro Sánchez parece encontrarse igual de cómodo que su antecesor con la actitud inmóvil que mantiene y que solo ha corregido introduciendo un tono diferente. Allí donde Rajoy decía ‘ni hablar’, Sánchez dice ‘hablemos’. Pero el resultado siempre es el mismo: no se dialoga y mucho menos se negocia”.
(El Nacional)
Está claro que el estado español no ha aprendido nada (el desplante de la ministra de defensa, Margarita Robles, ya comentado, es una muestra más, no sólo de su prepotencia político-unionista, si no también de su incultura, por menospreciar los juegos florales); pero nosotros sí que hemos aprendido, y mucho, así que…, a lo nuestro.
Amadeo Palliser Cifuentes